El director del CERN, Maximilian Kohler, abrió los ojos cuando sintió el chorro de cromolyn y leukotriene en su cuerpo, que dilataba los conductos bronquiales y los capilares pulmonares. Volvía a respirar con normalidad. Se encontró acostado en una habitación del hospital del CERN, con la silla de ruedas al lado de la cama.
Examinó la bata de papel que le habían puesto. Sus ropas estaban dobladas sobre la silla. Oyó que una enfermera hacía su ronda en el pasillo. Estuvo un minuto escuchando. Después, con el mayor sigilo posible, se acercó al borde de la cama y recuperó sus prendas. Se vistió, pese al impedimento de sus piernas muertas. Después, acomodó su cuerpo en la silla de ruedas.
Ahogó una tos y se impulsó hasta la puerta. No conectó el motor. Cuando llegó a la puerta, asomó la cabeza. El pasillo estaba vacío.
En silencio, Maximilan Kohler huyó del hospital.