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La oficina central de la BBC se halla en Londres, justo al oeste de Piccadilly Circus. Sonó el teléfono de la centralita, y una redactora de sumarios novata descolgó el teléfono.

—BBC —dijo mientras apagaba su cigarrillo Dunhill.

La voz que sonó era rasposa, con acento de Oriente Próximo.

—Tengo una noticia bomba que podría interesar a su cadena.

La redactora sacó un bolígrafo y una hoja de papel.

—¿Referente a?

—La elección papal.

Frunció el ceño, cansada. La BBC había emitido ayer una historia preliminar, y la respuesta había sido mediocre. Por lo visto, el público estaba muy poco interesado en el Vaticano.

—¿Cuál es el enfoque?

—¿Tienen un reportero en Roma que cubra la elección?

—Creo que sí.

—He de hablar con él sin intermediarios.

—Lo siento, pero no puedo darle el número sin tener idea de…

—El cónclave ha recibido una amenaza. Es lo único que puedo decirle.

La redactora tomaba notas.

—¿Su nombre?

—Mi nombre es irrelevante.

La redactora no se sorprendió.

—¿Tiene pruebas de lo que afirma?

—Sí.

—Me encantaría aceptar su información, pero nuestra política no admite dar el número de nuestros reporteros, a menos que…

—Comprendo. Llamaré a otra cadena. Gracias por concederme su tiempo. Adiós…

—Un momento —dijo la redactora—. ¿Puede esperar?

La redactora estiró el cuello. El arte de filtrar llamadas de posibles chiflados no era una ciencia exacta, pero quien llamaba acababa de superar las dos pruebas de autenticidad que exigía la BBC. Se había negado a dar su nombre, y estaba ansioso por colgar. Los ganapanes y buscadores de gloria solían lloriquear y suplicar.

Por suerte para ella, los reporteros vivían en el miedo eterno de perderse un gran reportaje, de modo que pocas veces la reprendían por ponerlos en contacto con algún psicótico. Hacer perder cinco minutos a un reportero podía perdonarse. Perder un titular no.

Bostezó, miró su ordenador y tecleó las palabras «Ciudad del Vaticano». Cuando vio el nombre del reportero que cubría la elección del Papa, rio para sí. Era un tipo que acababa de aterrizar en la BBC, procedente de un tabloide, al que habían encargado algunos de los reportajes más mundanos de la BBC. Era evidente que le habían destinado al escalón más inferior.

Probablemente se estaba aburriendo de lo lindo, toda la noche esperando a grabar su vídeo de diez segundos en vivo. Seguro que estaría agradecido de que algo rompiera la monotonía.

La redactora de sumarios de la BBC copió el número del reportero en la Ciudad del Vaticano. Después, encendió otro cigarrillo y dio el teléfono a su interlocutor anónimo.