El técnico de seguridad contuvo el aliento cuando su comandante se inclinó por detrás de él, estudiando la hilera de monitores. Transcurrió un minuto.
El silencio del comandante era de esperar, se dijo el técnico. El comandante era un hombre adicto al protocolo más inflexible. No había obtenido el mando de una de las fuerzas de seguridad de élite mundiales hablando primero y pensando después.
Pero ¿qué está pensando?
El objeto que estaban observando en el monitor era una especie de contenedor, de paredes transparentes. Eso era sencillo. Lo difícil era el resto. Dentro del contenedor, como por obra de algún efecto especial, una pequeña gota de metal líquido parecía flotar en el aire. La gota aparecía y desaparecía en el rítmico parpadeo rojo de una pantalla de cristal líquido, la cual desgranaba una cuenta atrás incesante que provocaba escalofríos al técnico.
—¿Puede aclarar el contraste? —preguntó el comandante, lo cual sobresaltó al técnico.
El técnico obedeció, y la imagen ganó más brillo. El comandante se inclinó hacia adelante y escudriñó algo que se había hecho visible en la base del contenedor. El técnico siguió la mirada de su comandante. Junto a la pantalla había un acrónimo, apenas visible. Cuatro letras mayúsculas brillaban en los destellos de luz intermitentes.
—Quédese aquí —dijo el comandante—. No diga nada. Yo me ocuparé de esto.