21

—Imagino que habrá oído hablar de la antimateria, ¿verdad, señor Langdon?

Vittoria le estaba estudiando, y su piel morena contrastaba con la blancura del laboratorio.

Langdon alzó la vista. De pronto, se sintió aturdido.

—Sí. Bien… Más o menos.

Una tenue sonrisa se insinuó en los labios de la joven.

—¿Sigue Star Trek?

Langdon se ruborizó.

—Bien, a mis estudiantes les gusta… —Frunció el ceño—. ¿El combustible del U.S.S. Enterprise es la antimateria?

Ella asintió.

—La buena ficción científica hunde sus raíces en la buena ciencia.

—¿La antimateria existe?

—Es un hecho de la naturaleza. Todo tiene su contrario. Los protones tienen electrones. Los quarks up tienen quarks down. Existe una simetría cósmica en el nivel subatómico. La antimateria es al ying lo que el yang a la materia. Equilibra la ecuación física.

Langdon recordó que Galileo creía en la dualidad.

—Los científicos saben desde 1918 —continuó Vittoria— que en el Big Bang se crearon dos tipos de materia. Una materia es la que vemos en la tierra, la que compone rocas, árboles, personas. La otra es su contraria, idéntica a la materia en todos los aspectos, excepto en que las cargas de sus partículas son inversas.

Kohler habló como si emergiera de la niebla, inseguro.

—Pero existen enormes obstáculos tecnológicos que impiden almacenar la antimateria. ¿Qué me dices de la neutralización?

—Mi padre construyó un vacío de polaridad invertida para absorber los positrones de antimateria del acelerador antes de que se destruyeran.

Kohler frunció el ceño.

—Pero un vacío también absorbería la materia. No habría manera de separar las partículas.

—Aplicó un campo magnético. La materia formando un campo voltaico a la derecha, y la antimateria a la izquierda. Tienen polos opuestos.

En aquel instante, la muralla de dudas de Kohler pareció resquebrajarse. Miró a Vittoria con manifiesto estupor, y después, sin previo aviso, sufrió un acceso de tos.

—Incre… íble —dijo, mientras se secaba la boca—. Y no obstante… —Dio la impresión de que su lógica aún oponía resistencia—. Y no obstante, aunque el vacío funcionara, esos contenedores están hechos de materia. No es posible almacenar antimateria en contenedores hechos de materia. La antimateria reaccionaría al instante con…

—Los especímenes no están en contacto con el contenedor —dijo Vittoria, como si esperara la pregunta—. La antimateria está flotando. Los contenedores se llaman «trampas de antimateria», porque atrapan literalmente a la antimateria en el centro del contenedor, y la mantienen flotando a una distancia prudencial de los lados y el fondo.

—¿Flotando? Pero… ¿cómo?

—Entre campos magnéticos que se cruzan. Venga a echar un vistazo.

Vittoria atravesó la sala y recogió un aparato electrónico de buen tamaño. El artefacto recordó a Langdon los fusiles de rayos desintegradores de los dibujos animados: un cañón ancho con una mira telescópica encima y una maraña de elementos electrónicos colgando por debajo. Vittoria apuntó el aparato a uno de los contenedores, miró por el ocular y manipuló algunos botones. Después, se apartó e invitó a Kohler a mirar.

Kohler puso cara de perplejidad.

—¿Habéis extraído cantidades visibles?

—Cinco mil nanogramos —dijo Vittoria—. Un plasma líquido que contiene millones de positrones.

—¿Millones? Pero si sólo se han detectado algunas partículas, a lo sumo, hasta el momento.

—Xenón —dijo Vittoria—. Mi padre aceleró el haz de partículas mediante un chorro de xenón, extrayendo los electrones. Insistió en mantener en secreto el procedimiento exacto, pero implicaba inyectar electrones puros en el acelerador al mismo tiempo.

Langdon se sentía perdido, y se preguntó si todavía continuaban hablando en una lengua incomprensible para él.

Kohler hizo una pausa y frunció el entrecejo. De pronto, respiró hondo. Se derrumbó como si le hubiera alcanzado una bala.

—Técnicamente, eso liberaría…

Vittoria asintió.

—Sí. Montones.

Kohler volvió a posar la mirada en el contenedor. Con expresión perpleja, se izó en la silla y aplicó el ojo al visor. Miró durante largo rato sin decir nada. Cuando se sentó por fin, su frente estaba perlada de sudor. Las arrugas de su rostro habían desaparecido. Habló en un susurro.

—Dios mío… Es verdad que lo conseguisteis.

Vittoria asintió.

—Mi padre lo consiguió.

—No… no sé qué decir.

Vittoria se volvió hacia Langdon.

—¿Quiere mirar?

Indicó el aparato.

Sin saber muy bien qué esperar, Langdon avanzó. Desde medio metro de distancia, el contenedor parecía vacío. El tamaño de lo que hubiera dentro era infinitesimal. Langdon aplicó el ojo al visor. La imagen tardó un momento en definirse.

Y entonces, lo vio.

El objeto no se encontraba en el fondo del contenedor, tal como él esperaba, sino que flotaba en el centro, un globo brillante de líquido similar al mercurio. Flotando como por arte de magia, el líquido giraba en el aire. Diminutas olas metálicas recorrían la superficie de la gota. El líquido flotante recordó a Langdon un vídeo que había visto en una ocasión de una gota de agua en gravedad cero. Aunque sabía que el glóbulo era microscópico, podía ver cada surco y ondulación, mientras la bola de plasma giraba poco a poco en suspensión.

—Está… flotando —dijo.

—Menos mal —contestó Vittoria—. La antimateria es muy inestable. Hablando en términos de energía, la antimateria es la imagen especular de la materia, de manera que se anulan al instante si entran en contacto. Mantener aislada la antimateria de la materia constituye todo un reto, porque todo en la tierra está hecho de materia. Las muestras han de ser almacenadas sin que toquen nada… ni siquiera el aire.

Langdon se quedó asombrado. Para que luego hablen de trabajar en el vacío.

—Estas trampas de antimateria —interrumpió Kohler con expresión de estupor, mientras recorría con un dedo pálido la base de una—, ¿las diseñó tu padre?

—De hecho —contestó la joven—, las diseñé yo. Kohler levantó la vista. Vittoria habló con modestia.

—Mi padre produjo las primeras partículas de antimateria, pero no sabía cómo almacenarlas. Yo sugerí esto. Cápsulas de nanocompuestos herméticas con electroimanes opuestos en cada extremo.

—Das a entender que el ingenio de tu padre se había agotado.

—La verdad es que no. Tomé prestada la idea de la naturaleza. Las medusas atrapan peces entre sus tentáculos utilizando descargas nematocísticas. El mismo principio rige aquí. Cada contenedor tiene dos electroimanes, uno en cada extremo. Sus campos magnéticos opuestos se cruzan en el centro del contenedor y retienen la antimateria en ese punto, suspendida en el vacío.

Langdon miró otra vez el contenedor. La antimateria flotaba en el vacío, sin tocar nada. Kohler tenía razón. Era una idea genial.

—¿Dónde está la fuente de energía de los imanes? —preguntó Kohler.

Vittoria señaló.

—En la columna, debajo de la trampa. Los contenedores están atornillados a una plataforma que los recarga continuamente, para que los imanes no fallen nunca.

—¿Y si el campo falla?

—Ocurre lo evidente. La antimateria deja de flotar, toca el fondo de la trampa y presenciamos la aniquilación.

Langdon era todo oídos.

—¿Aniquilación?

No le gustó la palabra.

Vittoria no parecía muy preocupada.

—Sí. Si la antimateria y la materia entran en contacto, ambas se destruyen al instante. Los físicos llaman al proceso «aniquilación».

Langdon asintió.

—Ah.

—Es la reacción más simple de la naturaleza. Una partícula de materia y una partícula de antimateria se combinan para liberar dos partículas nuevas, llamadas fotones. Un fotón es una diminuta mota de luz.

Langdon había leído acerca de los fotones, partículas de luz, la forma más pura de energía. Decidió reprimirse y no preguntar sobre la tecnología que permitía al capitán Kirk utilizar torpedos de fotones contra los klingons.

—De manera que, si la antimateria cae, ¿veremos una diminuta mota de luz?

Vittoria se encogió de hombros.

—Depende de lo que considere usted diminuto. Se lo voy a demostrar.

Empezó a desenroscar el contenedor de su plataforma.

Kohler lanzó un grito de terror y se lanzó hacia adelante, apartando las manos de la joven.

—¡Estás loca, Vittoria!