19

El laboratorio de Vetra tenía un aspecto increíblemente futurista.

De un blanco reluciente, repleto de ordenadores y equipo electrónico sofisticado, parecía una especie de sala de operaciones. Langdon se preguntó qué secretos podía ocultar este lugar, capaces de justificar la mutación de un ojo para poder acceder a él.

Kohler parecía inquieto cuando entraron, y dio la impresión de que sus ojos buscaban señales de un intruso, pero el laboratorio estaba desierto. Vittoria también se movía con lentitud, como si no reconociera el laboratorio sin la presencia de su padre.

La mirada de Langdon se posó de inmediato en el centro de la sala, donde una serie de columnas cortas se alzaban del suelo. Como un Stonehenge en miniatura, una docena de columnas de acero pulido se erguían en círculo en mitad de la sala. Las columnas medían unos noventa centímetros de altura, y recordaron a Langdon vitrinas de museo donde se exhibían piedras preciosas. No obstante, estaba claro que las columnas cumplían otra función. Cada una sostenía un contenedor transparente grueso, del tamaño de un bote de pelotas de tenis. Parecían vacíos.

Kohler contempló los contenedores con expresión perpleja. Por lo visto, decidió hacer caso omiso de ellos por el momento. Se volvió hacia Vittoria.

—¿Han robado algo?

—¿Robado? ¿Cómo? El lector retiniano sólo nos permite la entrada a nosotros.

—Echa un vistazo.

Vittoria suspiró e inspeccionó la sala unos momentos. Se encogió de hombros.

—Todo parece seguir como mi padre lo deja siempre. Caos ordenado.

Langdon intuyó que Kohler estaba sopesando sus opciones, como si se preguntara hasta qué punto podía presionar a Vittoria… o cuánto podía revelarle. Al parecer, decidió esperar. Dirigió la silla de ruedas hacia el centro de la sala y estudió el misterioso grupo de contenedores, en apariencia vacíos.

—Los secretos son un lujo que ya no nos podemos permitir —dijo por fin.

Vittoria asintió, con expresión conmovida de repente, como si el hecho de estar en este lugar la abrumara con un torrente de recuerdos.

Concédele un minuto, pensó Langdon.

Como si se preparara para lo que estaba a punto de revelar, Vittoria cerró los ojos e inhaló aire. Después, volvió a respirar. Y una vez más. Y otra…

Langdon la miró, preocupado de repente. ¿Se encuentra bien? Miró a Kohler, que parecía impertérrito, como si hubiera contemplado el ritual en otras ocasiones. Transcurrieron diez segundos antes de que Vittoria abriera los ojos.

Langdon no dio crédito a la metamorfosis. Vittoria Vetra se había transformado. Sus labios sensuales estaban relajados, los hombros caídos, los ojos mansos y obedientes. Era como si hubiera realineado todos los músculos de su cuerpo para aceptar la situación. El resentimiento y la angustia habían sido aplacados bajo una frialdad más profunda.

—¿Por dónde empiezo? —preguntó.

—Por el principio —dijo Kohler—. Hablanos del experimento de tu padre.

—El sueño de la vida de mi padre fue rectificar los postulados de la ciencia mediante la religión —dijo Vittoria—. Aspiraba a demostrar que la ciencia y la religión son dos campos totalmente compatibles, dos formas diferentes de encontrar la misma verdad. —Hizo una pausa, como incapaz de creer lo que estaba a punto de decir—. Y hace poco… concibió una forma de hacerlo.

Kohler permaneció mudo.

—Ideó un experimento, el cual creía capaz de solucionar uno de los conflictos más amargos en la historia de la ciencia y la religión.

Langdon se preguntó a qué conflicto se refería, entre tantos que había.

—El creacionismo —anunció Vittoria—. La eterna batalla sobre la creación del universo.

Oh, pensó Langdon. El debate con mayúsculas.

—La Biblia, por supuesto, afirma que Dios creó el universo —explicó la joven—. Dios dijo: «Hágase la luz», y todo lo que vemos surgió de la nada. Por desgracia, una de las leyes fundamentales de la física dice que la materia no puede crearse de la nada.

Langdon había leído acerca de la polémica. La idea de que Dios había creado «algo de la nada» era totalmente contraria a las leyes aceptadas de la física moderna y, por tanto, los científicos afirmaban que el Génesis era absurdo desde un punto de vista científico.

—Señor Langdon —dijo Vittoria, volviéndose hacia él—, supongo que estará familiarizado con la teoría del Big Bang, ¿verdad?

Langdon se encogió de hombros.

—Más o menos.

Sabía que el Big Bang era el modelo aceptado por la ciencia de la creación del universo. En realidad, no lo entendía pero, según la teoría, un solo punto de energía muy concentrada estalló en una explosión cataclísmica, expandiéndose hacia fuera para formar el universo. O algo por el estilo.

Vittoria continuó.

—Cuando la Iglesia católica propuso la teoría del Big Bang en 1927, el…

—¿Perdón? —interrumpió Langdon, sin poder reprimirse—. ¿Dice que el Big Bang fue una idea católica?

La pregunta pareció sorprender a Vittoria.

—Por supuesto. Propuesta por un monje católico, Georges Lemaître, en 1927.

—Pero yo pensaba… —Langdon se interrumpió—. ¿El Big Bang no fue propuesto por el astrónomo de Harvard Edwin Hubble? Kohler se encrespó.

—Una vez más, la arrogancia científica norteamericana. Hubble publicó su teoría en 1929, dos años después de Lemaître.

Langdon frunció el ceño. Se llama el Telescopio de Hubble, señor. ¡Nunca he oído hablar del Telescopio de Lemaître!

—El señor Kohler tiene razón —dijo Vittoria—. La idea pertenecía a Lemaître. Hubble se limitó a confirmarla, reuniendo las pruebas que demostraban que el Big Bang era científicamente probable.

—Oh —dijo Langdon, mientras se preguntaba si los fanáticos de Hubble del Departamento de Astronomía de Harvard habían mencionado alguna vez a Lemaître en sus conferencias.

—Cuando Lemaitre propuso por primera vez la teoría del Big Bang —continuó Vittoria—, los científicos afirmaron que era ridicula. La materia, dijeron, no se creaba de la nada. Por lo tanto, cuando Hubble asombró al mundo demostrando por medios científicos que el Big Bang era correcto, la Iglesia cantó victoria, y anunció que constituía la prueba de que la Biblia era correcta desde un punto de vista científico. La verdad divina.

Langdon asintió, concentrado en las explicaciones.

—Por supuesto, a los científicos no les gustó que la Iglesia utilizara sus descubrimientos para promocionar la religión, de modo que tradujeron en matemáticas de inmediato la teoría del Big Bang, eliminaron todos los matices religiosos y se la apropiaron. Por desgracia para la ciencia, sin embargo, sus ecuaciones, incluso hoy, adolecen de una grave deficiencia que a la Iglesia le gusta subrayar. Kohler gruñó.

—La singularidad.

Pronunció la palabra como si fuera la maldición de su existencia.

—Sí, la singularidad —dijo Vittoria—. El momento exacto de la creación, Tiempo Cero. Incluso hoy, la ciencia es incapaz de fijar el momento inicial de la creación. Nuestras ecuaciones explican el universo primitivo con gran eficacia, pero a medida que retrocedemos en el tiempo y nos aproximamos al momento cero, nuestras matemáticas se desintegran de repente, y todo pierde significado.

—Correcto —dijo Kohler en tono nervioso—, y la Iglesia se aferra a esta laguna como prueba de la intervención milagrosa de Dios. Vayamos al meollo de la cuestión.

Vittoria adoptó una expresión distante.

—La cuestión es que mi padre siempre creyó en la intervención divina en el Big Bang. Aunque la ciencia era incapaz de comprender el divino momento de la creación, él creía que algún día lo haría. —Señaló con tristeza una hoja impresa clavada con chinchetas cerca de la zona de trabajo de su padre—. Mi padre me restregaba eso por la cara cada vez que tenía dudas.

Langdon leyó el mensaje:

CIENCIA Y RELIGIÓN NO SON ADVERSARIAS. LA CIENCIA ES DEMASIADO JOVEN PARA COMPRENDERLO.

—Mi padre quería elevar la ciencia a un nivel superior —dijo Vittoria—, en que la ciencia sustentara el concepto de Dios. —Se pasó la mano por su largo pelo con expresión melancólica—. Estaba dispuesto a acometer algo que a ningún científico se le había ocurrido jamás. Algo para lo que nadie había dispuesto de la tecnología adecuada. —Hizo una pausa, como insegura de lo que iba a decir a continuación—. Ideó un experimento capaz de demostrar que el Génesis fue posible.

¿Demostrar el Génesis?, se preguntó Langdon. ¿Hágase la luz? ¿Materia creada de la nada?

Kohler paseó su mirada mortecina por la sala.

—¿Perdón?

—Mi padre creó un universo… de la nada.

Kobler meneó la cabeza.

—¿Cómo?

—Mejor dicho, recreó el Big Bang.

Dio la impresión de que Kohler estaba a punto de ponerse en pie.

Langdon no entendía nada. ¿Crear un universo? ¿Recrear el Big Bang?

—Lo hizo a una escala mucho menor, por supuesto —dijo Vittoria—. El proceso fue de una simplicidad sorprendente. Aceleró dos haces de partículas ultrafinas en direcciones opuestas dentro del tubo del acelerador. Los dos haces colisionaron a velocidades enormes, y toda la energía de ambos se concentró en un solo punto. Consiguió densidades de energía extremas.

Enumeró a toda prisa una ristra de unidades, y los ojos del director se abrieron desmesuradamente.

Langdon intentaba no perder el hilo. O sea, Leonardo Vetra estaba recreando el punto de energía comprimida del cual surgió el universo.

—El resultado —dijo Vittoria— fue espectacular. Cuando se publique, sacudirá los cimientos de la física moderna. —Ahora hablaba despacio, como si saboreara la trascendencia de la noticia—. Sin previo aviso, dentro del tubo del acelerador, en ese momento de energía muy concentrada, empezaron a aparecer de la nada partículas de materia.

Kohler no reaccionó. Se limitó a seguir mirándola.

—Materia —repitió Vittoria—. Surgida de la nada. Un increíble espectáculo de fuegos artificiales subatómicos. Un universo en miniatura que nacía a la vida. Demostraba no sólo que la materia puede crearse de la nada, sino que el Big Bang y el Génesis pueden explicarse aceptando la presencia de una enorme fuente de energía.

—¿Te refieres a Dios? —preguntó Kohler.

—Dios, Buda, la Fuerza, Yavé, la singularidad, el punto de unicidad, llámelo como quiera, el resultado es el mismo. Ciencia y religión defienden la misma verdad: la energía pura es el padre de la creación.

Cuando Kohler habló por fin, lo hizo con voz sombría.

—Vittoria, me tienes desconcertado. Da la impresión de que me estás diciendo que tu padre creó materia… ¿de la nada?

—Sí. —Vittoria indicó los contenedores—. Y ahí está la prueba. En esos contenedores hay especímenes de la materia que creó.

Kohler tosió y avanzó hacia los contenedores, como un animal cauteloso que diera vueltas alrededor de algo que intuyera peligroso.

—Me he perdido algo, sin duda —dijo—. ¿Cómo esperas que alguien crea que estos cilindros contienen partículas de la materia que tu padre creó? Podrían ser partículas procedentes de cualquier otro lugar.

—De hecho, eso no es posible —dijo Vittoria, muy segura de sí misma—. Estas partículas son únicas. Se trata de una clase de materia que no existe en la tierra. Por consiguiente tuvieron que ser creadas.

La expresión de Kohler se ensombreció.

—Vittoria, ¿qué quieres decir en realidad? Sólo existe un tipo de materia, y es…

Kohler se interrumpió.

Vittoria le miró con expresión triunfal.

—Usted mismo ha pronunciado conferencias sobre ella, director. El universo contiene dos clases de materia. Hecho científico. —Vittoria se volvió hacia Langdon—. Señor Langdon, ¿qué dice la Biblia acerca de la Creación? ¿Qué creó Dios?

Langdon se sintió perdido, sin saber qué hacer ni qué decir.

—Er, Dios creó… la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno…

—Exacto —dijo Vittoria—. Todo cuanto creó tenía su contrario. Simetría. Equilibrio perfecto. —Se volvió hacia Kohler—. Director, la ciencia afirma lo mismo que la religión, que el Big Bang creó todo junto con su contrario.

—Incluyendo la propia materia —susurró Kohler, como si hablara consigo mismo.

Vittoria asintió.

—Y cuando mi padre llevó a cabo su experimento, aparecieron dos clases de materia, claro está.

Langdon se preguntó qué significaba esto. ¿Leonardo Vetra creó lo contrario de la materia?

Kohler se enfureció.

—La sustancia a la que te refieres sólo existe en otra parte del universo. En la Tierra no, desde luego. ¡Tal vez ni siquiera en nuestra galaxia!

—Exacto —contestó Vittoria—, lo cual demuestra que las partículas de esos contenedores tuvieron que ser creadas.

La tensión era patente en el rostro de Kohler.

—Vittoria, no me estarás diciendo que esos cilindros contienen especímenes reales, ¿verdad?

—Pues sí. —La joven contempló con orgullo los contenedores—. Director, está viendo los primeros especímenes de antimateria del mundo.