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A cientos de kilómetros del CERN, una voz surgió de un walkie-talkie.

—Ya estoy en el pasillo.

El técnico que vigilaba las pantallas de vídeo oprimió el botón de su transmisor.

—Estás buscando la cámara ochenta y seis. Se supone que está al fondo de todo.

Se hizo un largo silencio en la radio. El técnico empezó a sudar. Por fin, la radio cobró vida de nuevo.

—La cámara no está aquí —dijo la voz—. Pero veo dónde estaba montada. Alguien se la ha llevado.

El técnico exhaló aire ruidosamente.

—Gracias. Espera un segundo, por favor.

Suspiró y dedicó de nuevo su atención a la hilera de pantallas de vídeo que tenía delante. Enormes partes del complejo estaban abiertas al público, y ya habían desaparecido cámaras inalámbricas en ocasiones anteriores, robadas por visitantes bromistas que querían llevarse un recuerdo. Pero en cuanto la cámara abandonaba la instalación y estaba fuera de alcance, la señal se perdía, y la pantalla se quedaba en blanco. Perplejo, el técnico miró el monitor. Una imagen clara seguía llegando de la cámara 86.

Si han robado la cámara, se preguntó, ¿por qué seguimos recibiendo señal? Sabía que sólo existía una explicación, por supuesto. La cámara seguía dentro del complejo, y alguien la había movido de sitio. Pero ¿quién? ¿Y por qué?

Estudió el monitor durante un largo momento. Por fin, levantó su walkie-talkie.

—¿Hay armarios en esa escalera? ¿Aparadores o gabinetes?

La voz que contestó parecía confusa.

—No. ¿Por qué?

El técnico frunció el ceño.

—Da igual. Gracias por tu ayuda.

Cerró el walkie-talkie y se humedeció los labios.

Teniendo en cuenta el pequeño tamaño de la cámara de vídeo y el hecho de que era inalámbrica, el técnico sabía que la cámara 86 podía transmitir desde cualquier lugar dentro del recinto, fuertemente vigilado, un conjunto de treinta y dos edificios diferentes que abarcaban un radio de un kilómetro. La única pista consistía en que, al parecer, habían emplazado la cámara en un lugar a oscuras. Eso tampoco servía de mucho, por supuesto. El complejo albergaba incontables lugares oscuros: cuartos de mantenimiento, conductos de calefacción, cobertizos de jardinería, guardarropas, incluso un laberinto de túneles subterráneos. Podían tardar semanas en localizar la cámara 86.

Pero ése es el menor de mis problemas, pensó.

Pese al dilema planteado por la desaparición de la cámara, había otro problema aún más inquietante. El técnico miró la imagen que estaba transmitiendo la cámara perdida. Era un objeto inmóvil. Un aparato de aspecto moderno, que no se parecía a nada que el técnico hubiera visto nunca. Estudió la pantalla electrónica parpadeante que tenía en la base. Si bien el guardia había sido sometido a un riguroso entrenamiento que le preparaba para situaciones similares, notó que su pulso se aceleraba. Se dijo que debía dominar su pánico. Tenía que existir una explicación. El objeto parecía demasiado pequeño para representar un peligro importante. No obstante, su presencia en el interior del complejo era preocupante. Muy preocupante, en realidad. Precisamente hoy, pensó.

La seguridad siempre era prioritaria para su patrón, pero hoy, más que cualquier otro día de los últimos doce años, la seguridad era de suprema importancia. El técnico contempló el objeto durante largo rato, y percibió el rugido de una tormenta lejana.

Después, sudoroso, marcó el número de su superior.