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Langdon contempló con perplejidad el estudio.

—¿Qué es este lugar?

Pese a la agradable ráfaga de aire caliente en la cara, atravesó el umbral con nerviosismo.

Kohler no dijo nada y siguió a Langdon.

Langdon examinó la habitación, sin saber qué deducir de lo que veía. Contenía la mezcla de objetos más peculiar que había visto en su vida. En la pared del fondo, dominando el decorado, había un enorme crucifijo de madera, que Langdon atribuyó a la España del siglo XIV. Sobre el crucifijo, suspendido del techo, vio un móvil metálico de planetas en órbita. A la derecha había un óleo de la Virgen María, y al lado una lámina con la tabla periódica de los elementos. En la pared lateral, otros dos crucifijos de latón flanqueaban un cartel de Albert Einstein, con su famosa cita DIOS NO JUEGA A LOS DADOS CON EL UNIVERSO.

Langdon siguió avanzando, y miró a su alrededor con estupor. Una Biblia encuadernada en piel descansaba sobre el escritorio de Vetra, junto a un modelo de Bohr en plástico de un átomo y una réplica en miniatura del Moisés de Miguel Ángel.

Toma eclecticismo, pensó Langdon. El calor le sentaba bien, pero algo en el decorado le provocó nuevos escalofríos. Experimentó la sensación de estar presenciando la colisión de dos titanes de la filosofía, la coexistencia inquietante de fuerzas opuestas. Examinó los títulos de la librería:

La partícula de Dios

El tao de la física

Dios: la prueba

Había una cita grabada en un sujetalibros:

LA VERDADERA CIENCIA DESCUBRE A DIOS ESPERANDO DETRÁS DE CADA PUERTA.

PAPA PÍO XII

—Leonardo era un sacerdote católico —dijo Kohler.

Langdon se volvió.

—¿Un sacerdote? ¿No dijo que era físico?

—Ambas cosas. La combinación de científico y religioso abunda en la historia. Leonardo era un ejemplo. Consideraba a la física «la ley natural de Dios». Afirmaba que la caligrafía de Dios era visible en el orden natural que nos rodea. Mediante la ciencia, aspiraba a demostrar la existencia de Dios a las masas dubitativas. Se consideraba un teofísico.

¿Teofísico? Langdon pensó que era un oxímoron imposible.

—En los últimos tiempos, el campo de la física de partículas ha hecho descubrimientos sorprendentes, descubrimientos de implicaciones muy espirituales. Leonardo fue responsable de muchos de ellos.

Langdon estudió al director del CERN, mientras intentaba asimilar todavía el peculiar entorno.

—¿Espiritualidad y física?

Langdon había pasado su carrera estudiando historia de las religiones, y si existía un tema recurrente, era que la ciencia y la religión habían sido como agua y aceite desde el primer día… Archienemigas, no miscibles.

—Vetra caminaba en el filo de la física de partículas —dijo Kohler—. Estaba empezando a fundir ciencia y religión, demostrando que se complementaban de formas insospechadas. Llamaba a este campo Nueva Física.

Kohler sacó un libro de una estantería y se lo dio a Langdon.

Langdon estudió la portada. Dios, milagros y la Nueva Física, por Leonardo Vetra.

—El campo es pequeño —dijo Kohler—, pero está aportando respuestas nuevas a preguntas viejas, preguntas sobre el origen del universo y las fuerzas que nos sojuzgan. Leonardo creía que su investigación poseía el potencial de convertir a millones de personas a una vida más espiritual. El año pasado, demostró de manera categórica la existencia de una energía que nos une a todos. Demostró que todos estamos conectados físicamente, que las moléculas de su cuerpo están entrelazadas con las moléculas del mío, que una sola fuerza actúa en el interior de todos nosotros…

Langdon se sintió desconcertado. Y el poder de Dios nos unirá.

—¿El señor Vetra descubrió una forma de demostrar que las partículas están conectadas?

—Pruebas concluyentes. Un reciente artículo del Scientific American saludaba a la Nueva Física como un camino más seguro que la religión para llegar a Dios.

El comentario surtió efecto. Langdon se encontró de repente pensando en los antirreligiosos Illuminati. A regañadientes, se permitió una momentánea incursión intelectual en el terreno de lo imposible. Si los Illuminati seguían en activo, ¿habrían asesinado a Leonardo para impedir que predicara su mensaje religioso a las masas? Langdon desechó la idea. ¡Absurdo! ¡Los Illuminati son historia antigua! ¡Todos los estudiosos lo saben!

—Vetra se había granjeado muchas enemistades en el mundo científico —continuó Kohler—. Muchos científicos puristas le despreciaban. Incluso aquí, en el CERN. Creían que utilizar física analítica para apoyar principios religiosos era una traición a la ciencia.

—Pero ¿no están los científicos de hoy algo menos a la defensiva con la Iglesia?

Kohler emitió un gruñido de desagrado.

—¿Usted cree? Puede que la Iglesia ya no queme científicos en la pira, pero si cree que han aflojado su presa sobre la ciencia, pregúntese por qué la mitad de los colegios de su país no pueden enseñar la evolución. Pregúntese por qué la Coalición Cristiana norteamericana es la organización más influyente contra el progreso científico en el mundo. La batalla entre la ciencia y la religión todavía prosigue, señor Langdon. Se ha trasladado de los campos de batalla a las salas de juntas, pero aún se halla en pleno apogeo.

Langdon comprendió que Kohler tenía razón. Hacía apenas una semana que los estudiantes y profesores de la Facultad de Teología de Harvard se habían manifestado ante el edificio de la Facultad de Biología, en protesta por los experimentos de ingeniería genética que tenían lugar en el programa de licenciatura. El presidente del Departamento de Biología, el famoso ornitólogo Richard Aaronian, defendió su plan de estudios colgando una gigantesca pancarta de la ventana de su despacho. La pancarta plasmaba al «pez» cristiano modificado con cuatro piececitos, un tributo, afirmó Aaronian, a la evolución de los dipnoos africanos. Bajo el pez, en lugar de la palabra «Jesús» se leía «¡DARWIN!»

Se oyó un pitido penetrante, y Langdon alzó la vista. Kohler rebuscó en la colección de aparatos electrónicos de la silla de ruedas. Sacó un beeper de su funda y leyó el mensaje enviado.

—Bien. Es la hija de Leonardo. La señorita Vetra está a punto de llegar al helipuerto. La iremos a recibir. Considero más conveniente que no vea a su padre de esta manera.

Langdon se mostró de acuerdo. Se llevaría una impresión que ningún hijo merecía.

—Pediré a la señorita Vetra que explique el proyecto en el que ella y su padre estaban trabajando… Tal vez arrojará luz sobre el móvil del asesinato.

—¿Cree que el trabajo de Vetra fue la causa de que le mataran?

—Es muy posible. Leonardo me dijo que estaba trabajando en algo trascendental. Es lo único que adelantó. Se mostraba muy reservado sobre el proyecto. Tenía un laboratorio privado y exigió que respetaran su aislamiento, cosa que le concedí de buen grado debido a su brillantez. En los últimos tiempos, su trabajo estaba consumiendo ingentes cantidades de energía eléctrica, pero me abstuve de interrogarle. —Kohler giró hacia la puerta del estudio—. No obstante, tiene que saber algo más antes de salir de este apartamento.

Langdon no estaba seguro de querer oírlo.

—El asesino robó un objeto de Vetra.

—¿Un objeto?

—Sígame.

El director propulsó la silla de ruedas hacia la sala de estar. Langdon le siguió, sin saber qué esperar. Kohler se detuvo a escasos centímetros del cadáver de Vetra. Indicó con un gesto a Langdon que se acercara. Langdon obedeció de mala gana, y sintió que la bilis se le subía a la garganta cuando percibió el olor de la orina congelada de la víctima.

—Mire su cara —dijo Kohler.

¿Que mire su cara? Langdon frunció el ceño. ¿No me has dicho que habían robado algo?

Langdon se arrodilló, vacilante. Intentó ver la cara de Vetra, pero la cabeza estaba girada en un ángulo de ciento ochenta grados hacia atrás, con el rostro apretado contra la alfombra.

Kohler, pese a las dificultades de movilidad, logró inclinarse y giró con cuidado la cabeza congelada de Vetra. Con un crujido audible, la cara del cadáver, deformada en una mueca de dolor, quedó visible. Kohler la inmovilizó así un momento.

—¡Santo Dios! —exclamó Langdon, que retrocedió dando tumbos. El rostro de Vetra estaba cubierto de sangre. Un solo ojo color avellana le miraba. La otra cavidad estaba acuchillada y vacía.

»¿Le arrancaron el ojo?