En otro país, un joven guardia estaba sentado pacientemente ante una extensa hilera de monitores de vídeo. Miraba las imágenes que destellaban ante él, tomas en directo de cientos de cámaras de vídeo inalámbricas que rodeaban el complejo. Las imágenes no cesaban de desfilar.
Un pasillo ornamentado.
Un despacho privado.
Una cocina de tamaño industrial.
Mientras desfilaban las imágenes, el guardia se abstuvo de fantasear. Estaba llegando al final de su turno, pero aún seguía vigilante. El servicio era un honor. Algún día, le concederían la recompensa definitiva.
Una imagen captó toda su atención. Con un movimiento reflejo que consiguió sobresaltarle incluso a él, extendió la mano y oprimió un botón del panel de control. La imagen se congeló.
Hecho un manojo de nervios, se inclinó hacía la pantalla para ver mejor. La lectura del monitor le dijo que la imagen estaba siendo transmitida desde la cámara 86, una cámara que debía estar vigilando un pasillo.
Pero la imagen que tenía ante él no era la de un pasillo.