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La callejuela era oscura y desierta. El hassassin caminaba a buen paso, y en sus ojos negros se transparentaba la impaciencia. Cuando se acercó a su destino, las palabras de despedida de Jano resonaron en su mente. La fase dos está a punto de empezar. Vaya a descansar.

El hassassin sonrió con presunción. Había estado despierto toda la noche, pero dormir era lo último que tenía en mente. Dormir era para los débiles. Era un guerrero, al igual que sus antepasados, y su pueblo nunca dormía una vez que empezaba la batalla. No cabía duda de que esta batalla acababa de empezar, y le habían concedido el honor de derramar la primera sangre. Le quedaban dos horas para celebrar su gloria antes de empezar a trabajar.

¿Dormir? Hay mejores maneras de relajarse…

Sus antepasados le habían transmitido el apetito por los placeres hedonistas. Sus antepasados se habían deleitado con el hachís, pero él prefería un tipo de gratificación diferente. Se enorgullecía de su cuerpo, una máquina letal bien engrasada que, pese a su herencia, se negaba a contaminarse con narcóticos. Había desarrollado una adicción más nutricia que las drogas, que le brindaba una recompensa mucho más sana y satisfactoria.

El hassassin aceleró el paso, cada vez más impaciente. Llegó a una puerta como tantas otras y tocó el timbre. Se abrió una mirilla en la puerta, y dos ojos castaños le estudiaron. Después, la puerta se abrió.

—Bienvenido —dijo la elegante mujer. Le guió hasta una sala de estar, amueblada con gusto y apenas iluminada. El aire estaba impregnado de perfume caro e intenso. Le entregó un álbum de fotografías—. Cuando se haya decidido, llame al timbre.

La mujer desapareció.

El hassassin sonrió.

Cuando se sentó en el mullido diván y colocó el álbum de fotos sobre su regazo, sintió que su apetito carnal se despertaba. Aunque su pueblo no celebraba la Navidad, imaginó que así debía de sentirse un niño cristiano, sentado ante un montón de regalos, a punto de descubrir los prodigios que contenían. Abrió el álbum y examinó las fotos. Toda una vida de fantasías sexuales le devolvió la mirada.

Marisa. Una diosa italiana. Fogosa. Una Sofía Loren en joven.

Sachiko. Una geisha japonesa. Flexible como un junco. Experta, sin duda.

Kanara. Una impresionante visión negra. Musculosa. Exótica.

Examinó todo el álbum dos veces y eligió. Apretó un botón de la mesa contigua. Un minuto después, la mujer que le había recibido reapareció. El hombre indicó su selección. Ella sonrió.

—Sígame.

Después de pactar las condiciones económicas, la mujer hizo una llamada telefónica en voz baja. Esperó unos minutos, y luego le guió por una escalera de mármol sinuosa hasta un lujoso vestíbulo.

—Es la puerta dorada del final —dijo—. Tiene gustos caros.

Pues claro, pensó él. Soy un connaisseur.

El hassassin recorrió el pasillo como una pantera que anticipara una larga comida aplazada. Cuando llegó a la puerta, sonrió para sí. Ya estaba entreabierta… Como para darle la bienvenida. Empujó la hoja, y la puerta se abrió sin ruido.

Cuando vio su elección, supo que había elegido bien. Era justo lo que había solicitado… Desnuda, tumbada sobre la espalda, los brazos atados a los postes de la cama con gruesos cordones de terciopelo.

Cruzó la habitación y recorrió con un dedo oscuro el abdomen marfileño. Anoche cometí un asesinato, pensó. Tú eres mi recompensa.