A miles de kilómetros de distancia, dos hombres estaban reunidos. La estancia era sombría. Medieval. De piedra.
—Benvenuto —dijo el que estaba al mando. Se había sentado al abrigo de las sombras, para no ser visto—. ¿Tuvo éxito?
—Sí —contestó la figura oscura—. Todo salió a la perfección.
Sus palabras eran tan rotundas como las paredes de piedra.
—¿Y no habrá dudas de quién es el responsable?
—Ninguna.
—Espléndido. ¿Tiene lo que le había pedido?
Los ojos del asesino destellaron, negros como aceite. Mostró un pesado aparato electrónico y lo dejó sobre la mesa.
El hombre refugiado en las sombras pareció complacido.
—Buen trabajo.
—Servir a la hermandad es un honor —dijo el asesino.
—La fase dos está a punto de empezar. Vaya a descansar. Esta noche cambiaremos el mundo.