EL ENCLAVE
Volver mi corazón de piedra; mi rostro de acero,
engañar y ser engañada, y morir: ¿quién sabe?
Somos cenizas y polvo
LORD ALFRED TENNYSON, Maud
—Prueba otra vez —la animó Will—. Sólo camina de un lado al otro de la habitación. Nosotros te diremos si resultas convincente.
Tessa suspiró. Le palpitaban las sienes y el fondo de los ojos. Era agotador aprender a fingir que era una vampira.
Habían transcurrido dos días desde la visita de lady Belcourt, y Tessa había pasado casi todo el tiempo desde entonces tratando de transformarse convincentemente en la vampira, sin demasiado éxito. Aún se sentía como si estuviera resbalando sobre la superficie de la mente de Camille, incapaz de llegar adentro y hacerse con sus pensamientos y su personalidad. De ahí que le resultara tan difícil saber cómo debía caminar, cómo hablar y qué tipo de expresiones debía adoptar cuando se encontrara con otros vampiros en la fiesta de De Quincey, a quien, sin duda, Camille conocía muy bien, y a quien se esperaría que Tessa conociera también.
En ese momento estaba en la biblioteca, y llevaba desde la hora de comer tratando de caminar con el curioso paso deslizante de Camille, y hablando con su acentuada voz. Cogido al hombro llevaba un broche enjoyado que uno de los siervos humanos de Camille, una pequeña criatura arrugada llamada Archer, le había llevado en un baúl. También contenía un vestido, que Tessa debía ponerse en la fiesta de De Quincey, pero era demasiado pesado y elaborado para lucirlo durante el día. Tessa utilizaba su propio vestido nuevo, azul y blanco, que le quedaba molestamente apretado en el pecho y demasiado suelto en la cintura siempre que se Cambiaba en Camille.
Jem y Will se habían instalado en una de las largas mesas del fondo de la biblioteca, teóricamente para ayudarla y aconsejarla, por más que parecía que estuvieran allí para burlarse de ella y divertirse a su costa.
—Pisas demasiado fuerte al andar —continuó Will. Estaba ocupado en limpiar una manzana en la pechera de su camisa, y parecía no notar las miradas asesinas que Tessa le enviaba—. Camille camina con delicadeza. Como un fauno en el bosque. No como un pato.
—Yo no camino como un pato.
—Me encantan los patos —comentó Jem, con diplomacia—. Sobre todo los de Hyde Park. —Miró de reojo a Will; ambos estaban sentados sobre el borde de la mesa, con las piernas colgando—. ¿Recuerdas aquella vez que trataste de convencerme de que les diera de comer croquetas de ave a los ánades reales para ver si conseguías crear una raza de patos caníbales?
—Pues vaya si se las comieron —recordó Will—. Bestezuelas sanguinarias. Nunca te fíes de los patos.
—¿Os importaría? —interrumpió Tessa—. Si no vais a ayudarme, preferiría que os marcharais. No os he dejado estar aquí para tener que oíros parlotear sobre patos.
—Tu impaciencia —replicó Will— resulta muy poco femenina. —Le sonrió desde detrás de la manzana—. ¿Es que la naturaleza vampírica de Camille se está imponiendo?
Su tono era juguetón. Era extraño, pensó Tessa. Hacía sólo unos días, le había gruñido al mencionarle a sus padres, luego le había rogado que le ayudara a ocultar que Jem tosía sangre, con el rostro cargado de intensidad al hacerlo. Y en esos momentos bromeaba con ella como si fuera la hermana pequeña de un amigo, alguien a quien conocía, en quien quizá pensaba con afecto, pero hacia quien no albergaba ningún sentimiento complejo.
Tessa se mordió el labio… e hizo una mueca de dolor ante el inesperado pinchazo. Los colmillos vampíricos de Camille, ¡sus colmillos!, se controlaban por un instinto que ella no llegaba a entender. Parecían moverse hacia adelante sin aviso, y ella sólo se daba cuenta de su presencia a causa del inesperado dolor al pincharse en la frágil piel del labio. Notó el sabor de la sangre en la boca, su propia sangre, salada y caliente. Se apretó el labio con los dedos; cuando apartó la mano, estaban manchados de rojo.
—No te preocupes —la consoló Will, mientras soltaba la manzana y se ponía en pie—. En seguida estarás bien.
Tessa se tocó el canino izquierdo con la lengua. De nuevo era plano, un diente corriente.
—¡No entiendo qué los hace salir así!
—El hambre —dijo Jem—. ¿Estabas pensando en sangre?
—¡No!
—Nadie te culparía —repuso Jem—. Will es insoportable.
Tessa suspiró.
—Camille es tan difícil… No entiendo nada de ella, me cuesta comprender su manera de ser.
Jem la miró fijamente.
—¿Eres capaz de tocar sus pensamientos? ¿De la forma que dijiste que podías tocar los pensamientos de aquellos en quienes te transformabas?
—Aún no. Lo he estado intentando, pero sólo consigo destellos ocasionales, imágenes. Parece que sus pensamientos están muy bien protegidos.
—Bueno, con suerte podrás vencer esa protección antes de mañana —dijo Will—. O yo no confiaría mucho en nuestras posibilidades.
—¡Will! —lo regañó Jem—. No digas eso.
—Tienes razón —aceptó Will—. No debería infravalorar mi propia habilidad. Si Tessa fastidia la cosa, estoy seguro de que podré abrirme camino, luchando entre las babeantes masas de vampiros, hasta la libertad.
Jem, como Tessa comenzaba a notar que tenía por costumbre, simplemente hizo como si no le hubiera oído.
—Quizá sólo puedes acceder a los pensamientos de los muertos, Tessa —sugirió Jem—. Tal vez los objetos que te proporcionaban las Hermanas Oscuras pertenecían sólo a personas que habían sido asesinadas.
—No, no. Toqué los pensamientos de Jessamine cuando me Cambié en ella. Así que no puede ser eso, por suerte. Qué habilidad más macabra sería si fuera así.
Jem la miraba pensativo con sus ojos plateados; algo en la intensidad de su mirada la hizo sentirse incómoda.
—¿Con cuánta claridad puedes tocar los pensamientos de los muertos? Es decir, si te diera un objeto que perteneció a mi padre, ¿sabrías en qué estaba pensando en el momento de su muerte?
Esta vez fue Will quien se alarmó.
—Jem, no creo que… —comenzó, pero se interrumpió porque la puerta se abrió y Charlotte entró en la sala.
No iba sola. La seguían al menos una docena de hombres a los que Tessa no había visto antes.
—El Enclave —susurró Will, e hizo un gesto a Jem y a Tessa para que se ocultaran detrás de una de las estanterías de tres metros. Desde allí pudieron observar cómo la biblioteca se llenaba de cazadores de sombras. La mayoría de ellos eran hombres, pero Tessa vio, mientras entraban, que entre ellos había dos mujeres.
No pudo evitar mirarlas, recordando lo que Will le había dicho sobre Boadicea, que las mujeres también podían ser guerreras. La más alta de ellas debía de superar el metro ochenta y llevaba el cabello blanco como la nieve recogido en un moño en la nuca. Hubiera apostado a que superaba los sesenta años y su presencia era majestuosa. La otra mujer era más joven, tenía el cabello oscuro, ojos de gato y un ademán reservado.
Los hombres formaban un conjunto más heterogéneo. El mayor era un hombre alto que vestía completamente de gris, que era el color de su cabello y su piel. En su rostro, huesudo y aquilino, destacaban una nariz robusta y delgada y una barbilla prominente. Su rostro mostraba arrugas bajo los párpados y las mejillas hundidas. Sus ojos estaban bordeados de rojo. A su lado se hallaba el más joven del grupo, un chico no más de un año mayor que Jem o Will. Era apuesto de una forma un tanto angulosa, con facciones afiladas y regulares, cabello castaño revuelto y una expresión vigilante.
Jem profirió un ruido de sorpresa y desagrado.
—Gabriel Lightwood —murmuró a Will—. ¿Qué está haciendo él aquí? Creía que estaba en la escuela, en Idris.
Will no se había movido. Miraba al muchacho de cabello castaño con las cejas alzadas y una leve sonrisa entre los labios.
—No empieces a pelearte con él, Will —advirtió Jem rápidamente—. Aquí no. Sólo te pido eso.
—Pues pides demasiado, ¿no crees? —replicó Will sin mirar a Jem.
Will se había inclinado desde detrás de la estantería, y observaba a Charlotte mientras ésta guiaba al grupo hacia una de las largas mesas de la parte delantera de la sala. Parecía estar pidiendo que se apresuraran a sentarse.
—Frederick Ashdown y Michael Penhallow, aquí, por favor —decía Charlotte—. Lilian Highsmith, si no te importa sentarte allí junto al mapa…
—¿Y está Henry? —preguntó el hombre del cabello gris con una brusca corrección—. ¿Dónde está tu esposo? Como director también del Instituto, debería estar aquí.
Charlotte vaciló sólo un instante antes de forzar una sonrisa.
—Está de camino, señor Lightwood —contestó ella, y Tessa se dio cuenta de dos cosas: una, que el hombre de cabello gris era seguramente el padre de Gabriel Lightwood, y dos, que Charlotte mentía.
—Será mejor que así sea —masculló Lightwood—. Una reunión del Enclave sin el director del Instituto presente… sería de lo más irregular. —Entonces se volvió, y aunque Will se apresuró a esconderse, fue demasiado lento. El hombre entrecerró los ojos—. ¿Quién anda ahí al fondo? ¡Sal y muéstrate!
Will miró a Jem, que se encogió de hombros con elocuencia.
—No servirá de nada seguir escondidos y obligarlos a que nos saquen a rastras, ¿no crees?
—Habla por ti —siseó Tessa—. No me gustaría que Charlotte se enfade conmigo si se supone que no deberíamos estar aquí.
—No te pongas nerviosa. No tenías por qué saber que se iba a celebrar aquí una reunión del Enclave, y Charlotte es perfectamente consciente de ello —replicó Will—. No te preocupes, siempre sabe exactamente a quién echarle la culpa. —Sonrió de medio lado—. Pero yo que tú, me Cambiaría otra vez en ti, ya me entiendes. No hace falta darles una impresión tan fuerte a sus viejos cuerpos.
—¡Oh! —Por un momento, Tessa casi se había olvidado que estaba aún transformada en Camille. Rápidamente, se dedicó a deshacerse de la transformación, y cuando los tres salieron de detrás de la estantería, ya volvía a ser la de siempre.
—¡Will! —Charlotte suspiró al verlo, y meneó la cabeza mirando a Jem y a Tessa—. Te dije que el Enclave se reuniría aquí a las cuatro en punto.
—¿En serio? —replicó Will—. Debo de haberlo olvidado. Es terrible. —Desvió la mirada a un lado y sonrió desvergonzado—. Hola, Gabriel.
El chico del cabello castaño le devolvió una furiosa mirada. Tenía unos ojos verdes muy brillantes, y la boca, al mirar a Will, mostraba una dura mueca de desprecio.
—William —repuso finalmente, y con esfuerzo. Miró a Jem—. Y James. ¿No sois un poco jóvenes para andar rondando por las reuniones del Enclave?
—¿Y tú no? —replicó Jem.
—He cumplido los dieciocho este pasado junio —contestó Gabriel, echándose tan atrás en la silla que los pies no le tocaban el suelo—. Ahora tengo todo el derecho a participar en las actividades del Enclave.
—Qué fascinante debe de resultarte —dijo la mujer de pelo cano cuya apariencia había impresionado a Tessa por su majestuosidad—. ¿Así que es ésta, Lottie? ¿La chica bruja de la que nos hablabas? —La pregunta iba dirigida a Charlotte, pero la mujer no dejaba de mirar a Tessa—. Su aspecto no parece muy prometedor.
—Tampoco el de Magnus Bane la primera vez que lo vi —dijo el señor Lightwood, mientras le echaba una curiosa ojeada a Tessa—. Veámoslo ahora. Muéstranos qué puedes hacer.
—No soy bruja —protestó Tessa enfadada.
—Bueno, sin duda eres algo, mi niña —dijo la mujer mayor—. Si no eres una bruja, entonces ¿qué?
—Ya es suficiente. —Charlotte se incorporó—. La señorita Gray ya ha probado su buena fe ante mí y ante el señor Branwell. Eso tendrá que ser suficiente por ahora, a menos que el Enclave tome la decisión de emplear su habilidad.
—Por supuesto que quieren —replicó Will—. No tenemos ni la más mínima esperanza de llevar a cabo ese plan sin ella…
Gabriel movió la silla hacia adelante con tal ímpetu que las patas delanteras chocaron contra el suelo con un sonoro crujido.
—Señora Branwell —dijo furioso—, ¿es William, o no lo es, demasiado joven para participar en una reunión del Enclave?
La mirada de Charlotte pasó del enrojecido rostro de Gabriel al inexpresivo de Will. Suspiró de nuevo.
—Lo es. Will, Jem, por favor, esperad en el pasillo con Tessa.
La expresión de Will se tensó, pero Jem le lanzó una mirada de advertencia, que lo hizo callar. Gabriel Lightwood lo miró triunfante.
—Les mostraré la salida —anunció, mientras se ponía en pie en un salto. Los acompañó fuera de la biblioteca—. Tú —espetó a Will, con una voz tan baja que los de dentro no pudieron oírle—. Manchas el nombre de los cazadores de sombras por dondequiera que pisas.
Will se apoyó en la pared del pasillo y miró a Gabriel con evidente frialdad.
—No sabía que quedara demasiado nombre que manchar, después de que tu padre…
—Te agradeceré que no hables de mi familia —gruñó Gabriel, y cerró la puerta de la biblioteca a su espalda.
—Qué pena que tu gratitud no resulte demasiado tentadora —replicó Will.
Gabriel lo miró, con el cabello revuelto y los ojos chispeantes de furia. En ese momento le recordó a Tessa a alguien, aunque no supo descubrir a quién.
—¿Perdona? —gruñó Gabriel.
—Quiere decir —clarificó Jem— que tu gratitud no le importa lo más mínimo.
Las mejillas de Gabriel se volvieron de un escarlata apagado.
—Si no fueras menor de edad, Herondale, sería monomoquia para nosotros. Sólo tú y yo, a muerte. Te convertiría en un puñado de harapos ensangrentados…
—Déjalo, Gabriel —lo interrumpió Jem, antes de que Will pudiera replicar—. Forzar a Will a un duelo… sería como castigar a un perro porque lo has atormentado hasta que te ha mordido. Ya sabes cómo es.
—Muchas gracias, Jem —repuso Will, sin apartar los ojos de Gabriel—. Te agradezco esta valoración de mi carácter.
Jem se encogió de hombros.
—Es la verdad.
Gabriel miró de un modo desafiante a Jem.
—No te metas en esto, Carstairs. No es de tu incumbencia.
Jem se acercó más a la puerta, y a Will, que estaba totalmente inmóvil, devolviéndole a Gabriel una mirada tan fría como la suya. A Tessa se le estaba erizando el vello de la nuca.
—Si incumbe a Will, me incumbe a mí —afirmó Jem.
Gabriel negó con la cabeza.
—Tú eres un cazador de sombras decente, Jem —dijo—, y un caballero. Tienes tu… discapacidad, pero nadie te culpa por ello. Pero esto… —Hizo una mueca mientras señalaba a Will con el dedo—. Esta mierda sólo te arrastrará al fango. Encuentra a otro para que sea tu parabatai. Nadie confía en que Will Herondale viva más allá de los diecinueve años, y te aseguro que nadie lamentará su marcha…
Eso ya fue demasiado para Tessa. Sin pensarlo, intervino indignada.
—¡Cómo se atreve a hablar así!
Gabriel se detuvo a media parrafada, tan sorprendido como si uno de los tapices hubiera hablado de repente.
—¿Perdón?
—Ya me ha oído. ¡Decirle a alguien que no lamentaría su muerte! ¡Eso es inexcusable! —Agarró a Will por la manga—. Vamonos, Will. Es evidente que no vale la pena perder el tiempo con este… individuo.
Will parecía absolutamente divertido.
—Totalmente cierto.
—Usted… usted… —Gabriel, tartamudeando ligeramente, miró a Tessa como si estuviera alarmado—. No tiene la menor idea de las cosas que ha hecho…
—Ni me importan. Ambos son nefilim, ¿no es cierto? Se supone que están del mismo lado. —Tessa miró a Gabriel con el ceño fruncido—. Y creo que le debe una disculpa a Will.
—Preferiría que me arrancaran las entrañas y las anudaran ante mis propios ojos —contestó Gabriel— antes que disculparme con ese gusano.
—¡Vaya! —exclamó Jem suavemente—. No puedes decirlo en serio. No me refiero a lo de que Will sea un gusano, claro. Sino eso de las entrañas. Suena horrible.
—Hablo en serio —afirmó Gabriel, envalentonándose—. Antes preferiría que me tiraran en una cuba llena de veneno de Malfas y que me dejaran disolverme lentamente hasta que sólo quedaran los huesos.
—¿De verdad? —soltó Will—. Pues da la casualidad de que conozco a un tipo que nos podría vender una cuba de…
La puerta de la biblioteca se abrió. El señor Lightwood apareció en el umbral.
—Gabriel —dijo en un tono gélido—. ¿Piensas asistir a la reunión, tu primera reunión del Enclave, si me permites recordártelo, o prefieres quedarte aquí en el pasillo jugando con los niños?
Nadie pareció muy complacido con el comentario, sobre todo Gabriel, que tragó saliva, asintió, lanzó una última mirada furiosa a Will y siguió a su padre al interior de la biblioteca, dando un portazo al cerrar la puerta tras ellos.
—Bueno —dijo Jem después de que la puerta se cerrara—. Ha sido casi tan horrible como me lo esperaba. ¿Es la primera vez que lo ves desde la fiesta de Navidad del año pasado? —preguntó a Will.
—Sí —contestó éste—. ¿Crees que debería haberle dicho que lo he echado de menos?
—No —dijo Jem.
—¿Siempre es así? —preguntó Tessa—. ¿Tan desagradable?
—Deberías ver a su hermano mayor —comentó Jem—. A su lado, Gabriel parece más dulce que el azúcar. Y odia a Will más incluso que Gabriel, si es que eso es posible.
Will sonrió al oírlo, luego se volvió y comenzó a caminar por el pasillo, silbando. Tras un momento de vacilación, Jem lo siguió, haciendo señas a Tessa para que fuera con ellos.
—¿Por qué te odia Gabriel Lightwood? —preguntó Tessa mientras caminaban—. ¿Qué le has hecho?
—No fue nada que yo le hiciera —contestó Will, acelerando el paso—. Fue algo que le hice a su hermana.
Tessa miró de reojo a Jem, que se encogió de hombros.
—Donde esté nuestro Will, siempre hay media docena de chicas que aseguran que ha comprometido su virtud.
—¿Lo hiciste? —preguntó Tessa. Casi tenía que correr para mantenerse al paso de los chicos. Aquella pesada falda le rozaba los tobillos y no le dejaba ir más aprisa. Los vestidos de Bond Street habían llegado el día anterior, y aún estaba comenzando a acostumbrarse a vestir algo tan caro. Recordó los ligeros vestidos que había llevado de niña, cuando podía correr junto a su hermano, darle patadas en el tobillo y escapar sin que él fuera capaz de atraparla. Por un momento pensó qué pasaría si le hiciera eso a Will. Dudaba que le saliera bien, pero la idea no carecía de atractivo—. Me refiero a comprometer su virtud.
—Haces demasiadas preguntas —replicó Will, mientras giraba bruscamente hacia la izquierda y comenzaba a subir una estrecha escalera.
—Es cierto —aceptó Tessa; los tacones de sus botas repiqueteaban sonoramente sobre los escalones de piedra mientras seguía a Will hacia arriba—. ¿Qué es un «parabatai»? ¿Y qué querías decir con lo de que el padre de Gabriel ha manchado el buen nombre de los cazadores de sombras?
—«Parabatai» es una palabra griega que significa «soldado emparejado con el conductor de un carro de combate» —le explicó Jem—, pero los nefilim la usamos para referirnos a una pareja de guerreros, dos hombres que juran protegerse el uno al otro y guardarse las espaldas.
—¿Sólo hombres? —inquirió Tessa—. ¿No puede haber una pareja de mujeres, o de hombre y mujer?
—Creía que habías dicho que las mujeres no tenían sed de sangre —replicó Will sin volverse—. En cuanto al padre de Gabriel, digamos que tiene cierta reputación de que le gustan los demonios y los subterráneos más de lo que debería. Me sorprendería si alguna de las visitas nocturnas que lo llevan a ciertas casas de Shadwell no le hubieran producido un feo caso de viruela demoníaca.
—¿Viruela demoníaca? —Tessa estaba horrorizada y fascinada al mismo tiempo.
—Eso se lo ha inventado —la tranquilizó rápidamente Jem—. Vamos a ver, Will. ¿Cuántas veces tengo que decirte que la viruela demoníaca no existe?
Will se había detenido delante de una puertecilla en una curva de la escalera.
—Creo que es ésta —dijo medio para sí, y movió el picaporte. Al comprobar que no se abría, sacó la estela de la chaqueta y dibujó una Marca negra sobre la puerta. Ésta se abrió, liberando una nube de polvo—. Debía de ser un almacén.
Jem fue tras él, y un momento después, los siguió Tessa. Se encontró en una pequeña estancia cuya única iluminación provenía de una ventana de arco situada en lo alto de la pared. Una luz acuosa manaba a través de ella, y permitía contemplar un espacio cuadrado lleno de baúles y cajas. Podía haber sido un trastero cualquiera, de no haber sido por las montañas de armas antiguas apiladas en los rincones, objetos de hierro de aspecto pesado y oxidado con amplias hojas y cadenas unidas a bolas de metal con puntas.
Will cogió uno de los baúles y lo echó a un lado para dejar un espacio vacío en el suelo. Aquello levantó aún más polvo. Jem tosió y le lanzó una mirada de reproche.
—Se diría que nos has traído aquí para asesinarnos —bromeó—, si no fuera porque tus motivos para hacerlo parecen turbios como mínimo.
—Nada de asesinato —repuso Will—. Espera. Necesito mover uno más.
Mientras empujaba el pesado baúl contra la pared, Tessa miró a Jem de reojo.
—¿Qué quería decir Gabriel con lo de tu discapacidad? —le preguntó en una voz lo suficientemente baja como para que Will no los oyera.
Los ojos plateados de Jem se abrieron ligeramente antes de contestar.
—Mi mala salud. Eso es todo.
Estaba mintiendo. Tessa lo sabía. Tenía la misma mirada que Nate cuando mentía, demasiado clara como para ser sincera. Pero antes de que pudiera decir nada más, Will se incorporó.
—Ya estamos. Venid a sentaros.
Entonces, se instaló sobre el suelo sucio y polvoriento; Jem se sentó a su lado, pero Tessa se quedó parada durante un momento, vacilante. Will, que tenía la estela en la mano, la miró con una sonrisa traviesa.
—¿No te unes a nosotros, Tessa? Supongo que no querrás estropear el bonito vestido que te ha comprado Jessamine.
Era exactamente eso. Tessa no tenía ningunas ganas de estropear la pieza de ropa más bonita que jamás había tenido. Pero el tono burlón de Will era más irritante que la idea de estropear el vestido. Apretó la mandíbula y se sentó frente a los chicos, de forma que entre los tres formaban un triángulo.
Will apoyó la punta de la estela sobre el sucio suelo y comenzó a moverla. Anchas líneas negras fluyeron de la punta, y Tessa miraba fascinada. Había algo particular y hermoso en la manera en que la estela dibujaba, no como la tinta saliendo de una pluma, sino más bien como si las líneas hubieran estado siempre allí y Will las estuviera destapando.
Will iba por la mitad cuando Jem lanzó una exclamación de reconocimiento; ya sabía qué Marca estaba dibujando su amigo.
—¿Qué estás…? —comenzó, pero Will alzó la mano libre y meneó la cabeza.
—Espera —dijo Will—. Si me equivocara, podríamos caer a través del suelo.
Jem puso los ojos en blanco, pero no pareció servir de nada: Will ya estaba acabando, y alzaba la estela del dibujo que había trazado. Tessa lanzó un gritito cuando las combadas maderas del suelo parecieron brillar tenuemente, y luego se volvieron tan transparentes como el cristal de una ventana. Se arrastró hacia adelante, olvidándose completamente del vestido, y se halló mirando a través del suelo como si fuera un vidrio.
Se dio cuenta de que lo que veía era la biblioteca. La gran mesa alargada y el Enclave sentado alrededor de ella, Charlotte entre Benedict Lightwood y la elegante mujer canosa. Era fácil reconocer a Charlotte, incluso desde arriba, por el pulcro moño y los rápidos movimientos de las pequeñas manos mientras hablaba.
—¿Por qué aquí arriba? —preguntó Jem a Will en voz baja—. ¿Por qué no en la sala de armas? Está tocando a la biblioteca.
—El sonido se irradia —contestó Will—. Es igual de fácil oír desde aquí, y además, ¿quién te dice que alguno de ellos no decide hacer una visita a la sala de armas para comprobar qué tenemos allí? No sería la primera vez.
Tessa, que miraba hacia abajo fascinada, se dio cuenta de que sí podía oír un murmullo de voces.
—¿Pueden oírnos?
Will negó con la cabeza.
—Este encantamiento es de un solo sentido —contestó, y se inclinó hacia adelante—. ¿De qué están hablando?
Los tres guardaron silencio, y el suave ruido de la voz de Benedict Lightwood se alzó con claridad hasta ellos.
—No estoy seguro, Charlotte —decía—. Todo el plan parece muy arriesgado.
—Pero no podemos dejar que De Quincey continúe como hasta ahora —argumentó Charlotte—. Es el líder vampiro de los clanes de Londres. El resto de los Hijos de la Noche buscan su consejo. Si le permitimos que viole la Ley impunemente, ¿qué mensaje estamos transmitiendo a los subterráneos? ¿Que los nefilim han relajado su vigilancia?
—Para que yo lo entienda —repuso Lightwood—, ¿estás dispuesta a aceptar la palabra de lady Belcourt de que De Quincey, un aliado de la Clave durante largo tiempo, está matando a mundanos en su propia casa?
—No sé de qué te sorprendes, Benedict. —La voz de Charlotte era dura—. ¿Sugieres que pasemos por alto su informe, a pesar de que en el pasado siempre nos ha facilitado información fidedigna? ¿Y a pesar del hecho de que si de nuevo está diciéndonos la verdad, la sangre de todos los que De Quincey asesine a partir de ahora está en nuestras manos?
—Estamos obligados por la Ley a investigar cualquier informe de que la Alianza no se respeta —dijo un hombre delgado de cabello oscuro que estaba sentado en el extremo más alejado de la mesa—. Lo sabes tan bien como el resto de nosotros, Benedict; sólo estás siendo obstinado.
Charlotte respiró mientras el rostro de Lightwood se endurecía.
—Gracias, Michael. Te lo agradezco —dijo ella.
La alta mujer que antes había llamado Lottie a Charlotte lanzó una carcajada grave y prolongada.
—No seas tan exagerada, Charlotte —dijo la mujer—. Debes admitir que todo este asunto es muy extraño. Una chica cambiante que tal vez sea una bruja o tal vez no, burdeles llenos de cadáveres y un informador que jura que le vendió a De Quincey unas piezas mecánicas… un hecho que pareces considerar como una prueba irrefutable, a pesar de negarte a darnos el nombre del informador.
—Le juré que no lo mezclaría en eso —protestó Charlotte—. Tiene miedo de De Quincey.
—¿Es un cazador de sombras? —quiso saber Lightwood—. Porque si no lo es, no nos podemos fiar de él.
—La verdad, Benedict, tus opiniones son de lo más anticuadas —dijo la mujer de los ojos de gato—. Hablando contigo, uno podría llegar a creer que los Acuerdos nunca han existido.
—Lilian tiene razón; estás siendo ridículo, Benedict —la apoyó Michael—. Buscar un informador en quien se pueda confiar totalmente es como buscar una cortesana casta. Si fueran totalmente virtuosos, de poco te servirían. Un informador sólo da información; es nuestro trabajo verificar esa información, que es lo que Charlotte sugiere que hagamos.
—Es tan sólo que no me gustaría nada ver los poderes del Enclave desperdiciados en este caso —repuso Lightwood en un tono melifluo. Era muy raro, pensó Tessa, oír a un grupo de adultos elegantes tuteándose y dirigiéndose unos a otros directamente por sus nombres de pila. Pero parecía ser una costumbre de los cazadores de sombras—. Imagina por un momento que se tratara de un vampiro que tuviera algo contra el líder del clan y quisiera verlo apartado del poder; ¿qué mejor manera de conseguirlo que instigar a la Clave para que le haga el trabajo sucio?
—Mierda —masculló Will, mientras intercambiaba una mirada con Jem—. ¿Cómo puede saberlo?
Jem negó con la cabeza como para decir «no lo sé».
—¿Saber qué? —murmuró Tessa, pero su voz quedó apagada por las de Charlotte y de la mujer canosa, que hablaban a la vez.
—¡Camille nunca haría eso! —protestó Charlotte—. No es estúpida, para empezar. ¡Sabe cuál sería el castigo por mentirnos!
—De todas maneras, Benedict tiene parte de razón —decía la anciana—. Lo mejor sería que un cazador de sombras hubiera visto a De Quincey violando la Ley…
—Ése es precisamente el objetivo de todo este plan —repuso Charlotte. Había un deje en su voz… de nervios, de un tenso deseo de probarse a sí misma. Tessa se compadeció de ella—. Comprobar por nosotros mismos si De Quincey viola la Ley, tía Callida.
Tessa emitió un ruido de sorpresa.
Jem alzó la vista.
—Sí, es la tía de Charlotte —explicó—; su hermano, el padre de Charlotte, dirigía antes el Instituto. Le gusta decirle a la gente lo que debe hacer. Aunque, claro, ella siempre hace lo que le parece.
—Totalmente cierto —concordó Will—. ¿Sabías que una vez me hizo proposiciones?
Jem no parecía creérselo en absoluto.
—Anda ya.
—De verdad —insistió Will—. Fue todo muy escandaloso. Y yo quizá hubiera aceptado, si ella no me diera tanto pavor.
Jem se limitó a menear la cabeza y devolvió su atención a la escena que se desarrollaba en la biblioteca.
—Por otro lado, hemos de considerar el asunto del sello de De Quincey —estaba diciendo Charlotte—, el que se encontró dentro del cuerpo de la muchacha mecánica. Hay demasiadas pruebas que lo relacionan con esos hechos, demasiados indicios como para no investigar.
—Estoy de acuerdo —repuso Lilian—. Me preocupa ese asunto de las criaturas mecánicas. Fabricar chicas mecánicas pase, pero ¿y si está creando un ejército de autómatas?
—Eso es simple especulación, Lilian —dijo Michael.
Lilian pasó eso por alto agitando la mano.
—Un autómata ni es serafín ni demonio en esta alianza; no ha nacido ni de Dios ni del Diablo. ¿Sería vulnerable a nuestras armas?
—Creo que te estás imaginando un problema que no existe —contestó Lightwood—. Hace años que existen autómatas; a los mundanos les fascinan esas criaturas. Ninguna ha supuesto una amenaza para nosotros.
—Ninguna se había construido usando la magia —replicó ella.
—Que tú sepas. —Lightwood parecía impacientarse.
Charlotte irguió la espalda; sólo Tessa y los otros, al verla desde arriba, podían comprobar que tenía las manos fuertemente agarradas sobre el regazo.
—Tu inquietud, Benedict, parece ser que castiguemos injustamente a De Quincey por un crimen que no ha cometido, y al hacerlo, pongamos en peligro la relación entre los Hijos de la Noche y los nefilim. ¿Me equivoco?
Benedict Lightwood hizo un gesto de acuerdo.
—Pero lo único que persigue el plan de Will es observar a De Quincey. Si no lo vemos violando la Ley, no actuaremos contra él, y la relación no correrá peligro. Pero si comprobamos que viola la Ley, entonces sabremos que esa relación es una mentira. No podemos permitir que se burle la Ley de la Alianza, por muy… conveniente que nos resultara pasarlo por alto.
—Estoy de acuerdo con Charlotte —dijo Gabriel Lightwood, hablando por primera vez, para sorpresa de Tessa—. Creo que su plan es bueno. Excepto por un detalle: enviar a la chica cambiante allí con Will Herondale. Ni siquiera alcanza la edad suficiente como para estar en esta reunión. ¿Cómo se le puede confiar una misión de esta importancia?
—Chulo de pacotilla —gruñó Will, y se inclinó más hacia adelante, como si quisiera atravesar el portal mágico y estrangular a Gabriel—. Cuando lo pille solo…
—Debería ser yo quien la acompañara en lugar de él —continuó Gabriel—. Podré protegerla mejor. En vez de sólo cuidarme de mí mismo.
—Hasta ahorcarlo sería demasiado poco para él —repuso Jem, de acuerdo con Will, al mismo tiempo que parecía estar intentando no echarse a reír.
—Tessa conoce a Will —protestó Charlotte—. Confía en él.
—Yo no diría tanto —murmuró Tessa.
—Además —añadió Charlotte—, el plan es de Will, es a Will a quien De Quincey reconocerá del Club Pandemónium. Es Will quien sabe dónde buscar una vez en el interior de la casa de De Quincey para ligarlo a las criaturas mecánicas y al asesinato de los mundanos. Will es un investigador excelente, Gabriel, y un buen cazador de sombras. Eso tendrás que concedérselo.
Gabriel se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó los brazos sobre el pecho.
—No tengo nada que concederle.
—Así que Will y tu chica bruja entran en la casa, aguantan en la fiesta de De Quincey hasta que observen alguna violación de la Ley, y luego nos hacen una señal al resto de nosotros… ¿Cómo? —inquirió Lilian.
—Con el invento de Henry —contestó Charlotte; había un ligero, muy ligero, temblor en su voz al decir eso—. El Fosfor. Enviará un destello de luz mágica extremadamente brillante, que iluminará todas las ventanas de la casa de De Quincey por un instante. Esa será la señal.
—Oh, Dios, no. Otra vez uno de los inventos de Henry —soltó Michael.
—Hubo algunas complicaciones con el Fosfor al principio, pero Henry me hizo una demostración anoche —protestó Charlotte—. Funciona perfectamente.
Michael soltó un bufido.
—¿Recordáis la última vez que Henry nos ofreció usar uno de sus inventos? Nos pasamos días limpiando tripas de pescado de nuestro equipo.
—Pero, Michael, aquello no debía usarse cerca del agua… —comenzó Charlotte, aún con la misma voz ligeramente temblorosa. Pero los otros ya habían comenzado a hablar entre ellos, charlando animadamente de los inventos fallidos de Henry y sus horribles consecuencias. Charlotte permaneció callada. Pobre Charlotte, pensaba Tessa, para la que su propia autoridad era tan importante y tan cara le costaba.
—Malditos, hablando así delante de ella —masculló Will.
Tessa lo miró con sorpresa. El chico miraba fijamente la escena que tenía lugar abajo, con los puños apretados a los lados. Vio que Will apreciaba mucho a Charlotte, y se sorprendió de cuánto la complacía descubrirlo. Quizá eso significase que Will finalmente sí que tenía sentimientos.
Aunque tampoco era que eso le importara demasiado… Apartó rápidamente la vista de Will y miró a Jem, que también parecía muy molesto. Se estaba mordiendo el labio.
—¿Dónde está Henry? ¿No debería haber llegado ya?
Como respondiéndole, la puerta se abrió de golpe; los tres se volvieron y vieron a Henry en el umbral, con la mirada enloquecida y el cabello alborotado. Apretaba algo en la mano: el tubo de cobre con el botón negro al lado que casi había hecho que Will se rompiera el brazo al caer del aparador del comedor.
Will lo miró temeroso.
—Aparta ese maldito objeto de mí.
Henry, que tenía la cara enrojecida y estaba sudando, lo miró horrorizado.
—¡Vaya! —exclamó—. Estaba buscando la biblioteca. El Enclave…
—Está reunido —acabó Jem—. Sí, lo sabemos. Están en el piso de abajo, Henry. En la tercera puerta a la derecha. Y será mejor que vayas cuanto antes. Charlotte te está esperando.
—Lo sé —gimió Henry—. Mierda, mierda, mierda. Sólo estaba tratando de perfeccionar el Fosfor.
—Henry, Charlotte te necesita —insistió Jem.
—De acuerdo. —Henry se volvió como si fuera a salir corriendo, pero de nuevo se dio la vuelta y se quedó mirándolos, y una expresión de confusión le pasó por la pecosa cara, como si sólo en ese momento se preguntara por qué Will, Tessa y Jem estaban agachados juntos en un almacén que nunca se usaba—. Por cierto, ¿qué estáis haciendo vosotros aquí?
Will inclinó la cabeza y sonrió a Henry.
—Charadas —contestó Will—. Un juego complicado.
—Ah, bien —dijo Henry, y se marchó corriendo, dejando que la puerta se cerrara sola a su espalda.
—Charadas. —Jem bufó disgustado, y volvió a inclinarse hacia adelante, con los codos sobre las rodillas.
La voz de Callida les llegaba desde abajo.
—La verdad, Charlotte —estaba diciendo—, ¿cuándo admitirás que Henry no se ocupa en absoluto de la dirección de este lugar, y que lo estás haciendo todo sola? Quizá con la ayuda de Jem Carstairs y de Will Herondale, pero ninguno de ellos tiene más de diecisiete años. ¿De qué ayuda te pueden servir?
Charlotte murmuró algo quitando valor a esa observación.
—Es demasiado para una sola persona, sobre todo para alguien de tu edad —decía Benedict—. Sólo tienes veintitrés años. Si quisieras retirarte del cargo…
¡Sólo veintitrés! Tessa estaba anonadada. Pensaba que Charlotte era mucho mayor, sobre todo por la competencia que mostraba.
—El cónsul Wayland nos asignó la dirección del Instituto a mí y a mi esposo hace cinco años —replicó Charlotte con sequedad, y al parecer había recuperado la voz—. Si tienes alguna objeción a esa decisión, deberías hablarlo con él. Mientras tanto, dirigiré el Instituto como lo considere adecuado.
—Espero que eso signifique que los planes como el que sugieres se decidan aún por votación —repuso Benedict Lightwood—. ¿O es que ahora gobiernas imponiendo tus órdenes?
—No seas ridículo, Lightwood, por supuesto que habrá votación —respondió Michael, molesto, sin dar a Charlotte la oportunidad de replicar—. Los que estén a favor de actuar en lo de De Quincey que digan sí.
Tessa se sorprendió, porque se oyó un coro general de síes y ningún no. La discusión había sido lo suficientemente intensa como para hacerle pensar que al menos uno de los cazadores de sombras votaría en contra. Jem vio su mirada de sorpresa y sonrió.
—Siempre pasa lo mismo —murmuró—. Les gusta competir por el poder, pero ninguno de ellos votaría en contra en un asunto como éste. El resto lo consideraría un cobarde.
—Muy bien —dijo Benedict—. Entonces, será mañana por la noche. ¿Está todo el mundo lo suficientemente preparado? ¿Hay…?
La puerta de la biblioteca se abrió de golpe, y Henry entró a toda prisa con un aspecto, si eso fuera posible, aún más enloquecido que antes.
—¡Aquí estoy! —anunció—. No llego demasiado tarde, ¿verdad?
Charlotte se cubrió el rostro con las manos.
—Henry —dijo Benedict Lightwood con sequedad—. ¡Qué alegría verte! Tu esposa nos estaba hablando de tu último invento. El Fosfor, ¿no es así?
—¡Sí! —Henry alzó el Fosfor con orgullo—. Es esto. Y puedo prometer que funciona como se espera. ¿Lo veis?
—No hace falta que hagas una demostración —se apresuró a decir Benedict, pero ya era demasiado tarde. Henry ya había apretado el botón. Hubo un destello brillante, y las luces de la biblioteca se apagaron de golpe.
Tessa se encontró mirando un cuadrado negro en el suelo. Desde abajo le llegaron gritos ahogados. Hubo un chillido, y algo se cayó al suelo y se rompió. En medio de todo, se oía a Benedict Lightwood maldiciendo sonoramente.
Will alzó la cabeza y sonrió.
—Un poco incómodo para Henry —comentó alegremente—, y de algún modo, muy satisfactorio, ¿no creéis?
Tessa no pudo por menos que estar de acuerdo, en ambas apreciaciones.