7

LA CHICA MECÁNICA

Pero indefensas piezas del Juego que Él Juega

sobre su tablero de cuadros de Noches y Días

aquí y allí mueve, acorrala y da muerte.

EDWARD FITZGERALD, El Rubaiyat de Omar Khayyam

Había oscurecido en el exterior del Instituto, y el farol de Sophie lanzaba extrañas sombras danzantes sobre las paredes mientras guiaba a Tessa un tramo de escalera tras otro. Las paredes eran ásperas, y los ventanucos situados en ellas a intervalos fueron dando paso finalmente a una negrura que parecía indicar que habían descendido por debajo de la superficie de tierra.

—Sophie —llamó Tessa finalmente, con los nervios a flor de piel por la oscuridad y el silencio—, ¿por casualidad estamos yendo a la cripta de la iglesia?

Sophie soltó una risita, y la luz del farol fue saltando por las paredes.

—Solía ser la cripta, antes de que el señor Branwell la arreglase para convertirla en su laboratorio. Siempre está aquí abajo, trasteando con sus juguetes y sus experimentos. Vuelve medio loca a la señora Branwell.

—¿En qué trabaja? —Tessa casi tropezó con un escalón irregular, y tuvo que apoyarse en la pared para estabilizarse. Sophie no pareció darse cuenta.

—En todo tipo de cosas —contestó Sophie, y su voz resonó extraña entre las paredes—. Inventa armas nuevas y protecciones para los cazadores de sombras. Le encantan los relojes y los mecanismos y todas esas cosas. La señora Branwell a veces dice que cree que la querría más si hiciera tictac como un reloj. —Se rió.

—Parece —comentó Tessa— que aprecias al señor y a la señora Branwell.

Sophie no contestó, pero la orgullosa pose de su espalda pareció tensarse un poco más.

—Al menos pareces apreciarlos más que a Will —dijo Tessa, esperando relajar el ánimo de la otra chica con un poco de humor.

—Él. —El desprecio se percibía con claridad en la voz de Sophie—. El es… Bueno, es de los malos, ¿no? Me recuerda al hijo de mi último señor. Era tan orgulloso como el señor Herondale. Y lo que quería, lo tenía, desde el día en que nació. Y si no lo tenía, bueno, entonces… —Casi sin darse cuenta, se llevó la mano al lado de la cara donde la cicatriz le iba desde la boca hasta la sien.

—Entonces, ¿qué?

Pero Sophie ya había recuperado sus bruscas maneras.

—Entonces se cogía un berrinche, eso es todo. —Se pasó el resplandeciente farol de una mano a la otra y miró hacia la sombría oscuridad—. Tenga cuidado, señorita. Hacia el final, esta escalera es de lo más húmeda y resbaladiza.

Tessa se acercó más a la pared. Notó la piedra fría bajo la mano.

—¿Crees que es sólo porque Will es un cazador de sombras? —preguntó Tessa—. Y son… Bueno, se creen bastante superiores al resto, ¿no? Jessamine también…

—Pero el señor Carstairs no es así. No es como los demás. Y tampoco lo son el señor y la señora Branwell.

Antes de que pudiera decir nada más, se detuvieron bruscamente al pie de la escalera. Había una pesada puerta de roble con una rejilla; a través de ella, Tessa sólo pudo ver sombras. Sophie agarró una ancha barra de hierro que cruzaba la puerta y tiró de ella hacia abajo con fuerza.

La puerta se abrió de par en par hacia un espacio con una brillante iluminación. Tessa entró en la sala con los ojos muy abiertos; sin duda había sido la cripta de la iglesia que se alzaba originalmente en ese lugar. Anchos pilares sujetaban un techo que se perdía en la oscuridad. El suelo estaba formado por grandes losas de piedra oscurecidas por el tiempo; algunas tenían palabras grabadas, y Tessa supuso que se hallaba sobre las lápidas, y los huesos, de quienes habían sido enterrados en la cripta. No había ventanas, pero la brillante iluminación blanca que Tessa ya sabía que provenía de la piedra mágica se derramaba desde los soportes clavados a los pilares.

En el centro de la sala había muchas mesas de madera, cubiertas de todo tipo de objetos mecánicos: ruedas y engranajes de brillante latón y hierro; largas tiras de hilo de cobre; grandes recipientes de vidrio llenos de líquidos de colores diferentes, algunos de ellos lanzando al aire volutas de humo u olores amargos. El aire tenía un olor metálico y penetrante, como el que precede a una tormenta. Una de las mesas estaba totalmente cubierta con una mezcolanza de armas, y las hojas resplandecían bajo la luz de la piedra mágica. Había una especie de traje a medio terminar que parecía hecho de metal a finas escamas; colgaba de una estructura de alambre junto a la gran mesa de piedra cuya superficie abultada quedaba oculta por varias gruesas mantas de lana.

Detrás de aquella mesa estaba Henry, y a su lado, Charlotte. Henry le estaba mostrando a su esposa algo que tenía en la mano —una rueda de cobre, quizá un engranaje—, y le hablaba en voz baja. Henry llevaba una amplia camisa de lona sobre la ropa, como la bata de un pescador, manchada de tierra y de un fluido oscuro. De todas formas, lo que a Tessa más le sorprendió de él fue la seguridad con la que hablaba con Charlotte. No había nada en él de su habitual timidez. Se le oía confiado y directo, y cuando alzó los ojos castaños para mirar a Tessa, su mirada fue clara y directa.

—¡Señorita Gray! Así que Sophie la ha guiado hasta aquí, ¿eh? Bien por ella.

—Eh, sí… me… —comenzó Tessa, mirando a su espalda, pero Sophie ya no estaba allí. Al llegar a la puerta había dado media vuelta y se había ido en silencio escalera arriba. Tessa se sintió tonta por no haberlo notado—. Sí, me ha traído hasta aquí —dijo por fin—. Me ha dicho que usted quería verme.

—Sin duda —repuso Henry—. Necesitamos que nos ayude con algo. ¿Podría venir aquí un momento?

Le hizo un gesto para que se acercara a donde estaban ellos junto a la mesa. Mientras Tessa iba hacia allí, vio que Charlotte tenía el rostro tenso y pálido y los ojos ensombrecidos. Miró a Tessa, se mordió el labio y luego bajó la vista hacia la mesa, donde la manta con bultos… se movió.

Tessa parpadeó. ¿Habría sido imaginación suya? Pero no, había habido un ligero movimiento… y al estar más cerca, vio que lo que había sobre la mesa no eran mantas amontonadas, sino una manta que cubría algo, algo de aproximadamente el tamaño y la forma de un cuerpo humano. Se detuvo de golpe, mientras Henry cogía una esquina de la manta y la apartaba, dejando al descubierto lo que había debajo.

Tessa se sintió mareada de repente, y fue a sujetarse en el extremo de la mesa.

—¡Miranda!

La chica muerta yacía boca arriba sobre la mesa, con los brazos abiertos a los lados y el lacio cabello castaño alrededor de los hombros. Los ojos que tan nerviosa habían puesto a Tessa, aquellos ojos saltones de intenso azul, no estaban. Sólo quedaban unas oscuras órbitas vacías en el blanco rostro. Habían cortado el vestido barato por delante, dejándole el pecho al descubierto. Tessa hizo una mueca y apartó la mirada, y luego volvió a mirar en seguida, sin poder creérselo. Porque no había piel desnuda, ni sangre, a pesar de que el tórax de Miranda estaba abierto y la piel echada a los lados en ambas partes como la piel de una naranja. Bajo la grotesca mutilación relucía el brillo de… ¿metal?

Tessa se fue acercando hasta que quedó frente a Henry ante la mesa donde yacía Miranda. En lugar de sangre, carne cortada y mutilación, sólo había dos capas de piel doblada hacia atrás, y bajo ellas un caparazón de metal. Láminas de cobre, encajadas de formas intrincadas, formaban el pecho y bajaban suavemente hasta una especie de jaula articulada de cobre y latón flexible que era la cintura de Miranda. Un cuadrado de cobre, más o menos del tamaño de la palma de Tessa, faltaba en el centro del pecho de la chica muerta, y mostraba un espacio vacío.

—Tessa. —La voz de Charlotte era firme, aunque suave—. Will y Jem han encontrado esta… este cuerpo en la casa donde te retenían. La casa estaba totalmente vacía excepto por ella; la habían dejado en una habitación, sola.

Tessa, aún fascinada, asintió.

—Miranda, la criada de las hermanas.

—¿Sabes algo sobre ella? ¿Quién puede ser? ¿Su historia?

—No, no. Pensaba… Quiero decir, casi nunca hablaba, y sólo repetía cosas que las hermanas habían dicho.

Henry curvó el dedo sobre el labio inferior de Miranda y le abrió la boca.

—Tiene una lengua de metal rudimentaria, pero la boca no se construyó con intención de que pudiera hablar, o comer. No tiene garganta, y supongo que tampoco estómago. La boca acaba en una lámina de metal tras los dientes. —La volvió de lado a lado, entrecerrando los ojos con concentración.

—Pero ¿qué es? —preguntó Tessa—. ¿Una especie de subterránea, o un demonio?

—No. —Henry soltó la mandíbula de Miranda—. No es exactamente una criatura viviente. Es un autómata. Una criatura mecánica, hecha para moverse como se mueven los seres humanos y tener su mismo aspecto. Leonardo da Vinci diseñó uno. Lo puedes encontrar entre sus dibujos… Una criatura mecánica que pudiera sentarse, caminar y volver la cabeza. Fue el primero en sugerir que los seres humanos sólo son máquinas complejas, que nuestras entrañas son como engranajes y pistones y levas hechas de músculo y carne. Entonces, ¿por qué no reemplazarlas con cobre y hierro? ¿Por qué no se podría «fabricar» una persona? Pero esto, Jaquet Droz y Maillardet no lo habrían soñado siquiera. Un auténtico autómata biomecánico, con movimiento y dirección autónomos, envuelto en carne humana. —Los ojos le brillaron—. Es hermoso.

—Henry. —La voz de Charlotte era tensa—. Esa carne que estás admirando proviene de alguna parte.

Henry se pasó el dorso de la mano por la frente, y la luz murió en sus ojos.

—Sí… aquellos cadáveres en el sótano.

—Los hermanos silenciosos los han examinado. A la mayoría les faltan órganos: corazones, hígados. A algunos también les faltan huesos y cartílago, incluso pelo. Sólo nos cabe suponer que las Hermanas Oscuras estaban recolectando esas partes humanas para crear sus criaturas mecánicas. Criaturas como Miranda.

—Y el cochero —añadió Tessa—. Creo que también lo era. Pero ¿por qué haría alguien algo así?

—Y hay más —continuó Charlotte—. Las herramientas mecánicas del sótano de las Hermanas Oscuras estaban fabricadas por Mortmain y Compañía. La empresa para la que trabajaba tu hermano.

—¡Mortmain! —Tessa apartó la mirada de la chica de la mesa—. Habéis ido a verlo, ¿verdad? ¿Qué os ha dicho de Nate?

Charlotte vaciló un momento, mirando a Henry. Tessa conocía ya esa mirada. Era el tipo de mirada que la gente intercambiaba cuando estaban preparándose para unirse en una mentira. El tipo de mirada que Nathaniel y ella habían intercambiado, una vez, cuando le habían ocultado algo a la tía Harriet.

—Me estáis ocultando algo —dijo Tessa con seguridad—. ¿Dónde está mi hermano? ¿Qué sabe Mortmain?

Charlotte suspiró.

—Mortmain está muy involucrado en el submundo de lo oculto. Es miembro del Club Pandemónium, que al parecer está dirigido por subterráneos.

—Pero ¿qué tiene eso que ver con mi hermano?

—Tu hermano se enteró de la existencia del club y le fascinó. Fue a trabajar para un vampiro llamado De Quincey. Un subterráneo muy influyente. Al parecer, De Quincey es el presidente del Club Pandemónium. —Charlotte parecía amargamente disgustada—. Y por lo visto, ese cargo tiene un título especial.

De repente, Tessa sintió que todo le daba vueltas y se apoyó en el borde de la mesa.

—¿Él es el Magíster?

Charlotte miró a Henry, que tenía la mano dentro del panel del pecho de la criatura. Sacó algo: un corazón humano, rojo y carnoso, pero duro y brillante como si lo hubieran lacado. Lo habían sujetado con hilo de cobre y plata. A cortos intervalos regulares daba una débil sacudida. De alguna manera seguía latiendo.

—¿Te gustaría cogerlo? —preguntó Henry a Tessa—. Debes tener cuidado. Esos tubos de cobre recorren toda la criatura, llevando aceite y otros líquidos inflamables. Aún no los he identificado todos.

Tessa negó con la cabeza.

—Muy bien. —Henry pareció decepcionado—. Hay algo que deseo que veas. Si miras por aquí… —Con cuidado, dio la vuelta al corazón entre sus largos dedos, y mostró un plano panel de metal en el lado opuesto. El panel tenía un sello estampado: una Q grande con una D pequeña dentro.

—La marca de De Quincey —exclamó Charlotte. Se puso muy seria—. La he visto antes, en cartas de él. Siempre ha sido aliado de la Clave, o eso pensaba. Estuvo allí cuando se firmaron los Acuerdos. Es un hombre muy poderoso. Controla a todos los Hijos de la Noche de la parte oeste de la ciudad. Mortmain dice que De Quincey le compró piezas mecánicas, y todo esto cuadra. Al parecer, no eras lo único en la casa de las Hermanas Oscuras que estaban preparando para que usara el Magíster. Esas criaturas mecánicas también.

—Si ese vampiro es el Magíster —intervino Tessa hablando muy despacio—, entonces es él quien hizo que las Hermanas Oscuras me capturaran, y es quien obligó a Nate a escribirme aquella carta. Él debe de saber dónde está mi hermano.

Charlotte casi sonrió.

—Eres de ideas fijas, ¿verdad?

—No creáis que no me interesa saber lo que el Magíster quiere de mí —repuso Tessa en un tono seco—. Por qué hizo que me capturaran y me entrenaran. Y cómo sabía él que yo tenía mi… mi habilidad. Y no penséis que no me gustaría vengarme si pudiera. —Inspiró con un escalofrío—. Pero mi hermano es todo lo que tengo. Debo encontrarlo.

—Nosotros lo encontraremos, Tessa —le aseguro Charlotte muy seria—. De alguna manera, todo esto: las Hermanas Oscuras, tu hermano, tu propia habilidad y la implicación con De Quincey, encaja como un rompecabezas. Sólo que aún no hemos encontrado todas las piezas.

—Y debo decir que espero que las encontremos pronto —intervino Henry, mirando tristemente el cuerpo que yacía sobre la mesa—. ¿Para qué querrá un vampiro un montón de criaturas mecánicas? Nada de esto tiene mucho sentido.

—Aún no —replicó Charlotte, y apretó el mentón, decidida—. Pero lo tendrá.

Henry se quedó en su laboratorio incluso después de que Charlotte anunciara que ya era hora más que suficiente de que subieran a cenar. Insistió en que iría en cinco minutos y las despidió ya pensando en otra cosa mientras su esposa meneaba la cabeza.

—El laboratorio de Henry… Nunca he visto nada igual —dijo Tessa a Charlotte cuando estaban a mitad de la escalera. Ella ya estaba jadeando, aunque Charlotte subía a un paso rítmico y resuelto, y parecía que no se cansara nunca.

—Sí —contestó la mujer con un deje de tristeza—. Henry se pasaría todo el día y toda la noche allí si se lo permitiera.

«Si se lo permitiera». Esas palabras sorprendieron a Tessa. Era el marido, ¿no?, el que decidía qué estaba permitido y qué no, y cómo debía ir su casa. La obligación de la esposa era obedecer sus deseos, y proveerlo de un refugio tranquilo y estable donde resguardarse del caos del mundo. Un lugar de retiro. Pero el Instituto no era eso, ni mucho menos. Era en parte un hogar, en parte un internado y en parte un puesto de batalla. Y fuera quien fuera quien estuviera a cargo de él, sin duda no era Henry.

Con una exclamación de sorpresa, Charlotte se detuvo de golpe en el escalón sobre el de Tessa.

—¡Jessamine! ¿Qué sucede?

Tessa miró hacia arriba. Jessamine estaba en lo alto de la escalera, enmarcada por el agujero de la puerta. Aún llevaba ropas de día, aunque el cabello, peinado en elaborados tirabuzones, ya lo tenía arreglado para la noche, sin duda por la siempre paciente Sophie. Su rostro mostraba una gran mueca de enfado.

—Es Will —contestó—. Está haciendo el ridículo en el comedor.

Charlotte parecía confusa.

—¿Y en qué se diferencia que sea ridículo en la biblioteca o en la sala de armas o en cualquiera de los otros lugares donde suele hacer el ridículo?

—Porque —contestó Jessamine, como si debiera resultar evidente— allí es donde tenemos que comer. —Se volvió y se alejó por el corredor, echando una mirada atrás para asegurarse de que Charlotte y Tessa la seguían.

Tessa no pudo evitar sonreír.

—Es un poco como si fueran tus hijos, ¿no es cierto?

Charlotte suspiró.

—Sí. Excepto por la parte que les exige que me quieran, supongo.

A Tessa no se le ocurrió nada que contestar a eso.

Como Charlotte insistió en que tenía que hacer algo en el salón antes de la cena, Tessa fue hasta el comedor sola. Cuando llegó, muy orgullosa de no haberse perdido, se encontró a Will encima de uno de los aparadores, trasteando algo que estaba en el techo.

Jem estaba sentado y miraba a Will con una expresión dubitativa.

—Te servirá de escarmiento si lo rompes —dijo. Vio a Tessa e inclinó la cabeza—. Buenas noches, Tessa. —Sonrió, siguiéndole la mirada—. Algo no va bien con la lámpara de gas, y Will está tratando de repararlo.

Tessa no vio nada raro en la lámpara, pero antes de poder decir nada, Jessamine entró toda decidida en el comedor y le lanzó una mirada asesina a Will.

—¡Dime la verdad! ¿Es que no puedes dejar que Thomas se encargue de eso? Un caballero no tiene por qué…

—¿Es sangre eso que tienes en la manga, Jessie? —inquirió Will, mirando hacia abajo.

A Jessamine se le tensó el rostro. Sin decir nada más, se volvió y fue directa al fondo de la mesa, donde se dejó caer sobre una silla y miró fijamente al frente.

—¿Ha pasado algo cuando Jessamine y tú estabais fuera? —Éste era Jem, que parecía realmente preocupado. Mientras volvía la cabeza para mirar a Tessa, ésta le vio algo verde brillante en la base del cuello.

Jessamine miró a la muchacha, con una mirada casi de pánico.

—No —comenzó Tessa—. No ha sido nada…

—¡Lo logré! —Henry entró triunfalmente en la sala, blandiendo algo en la mano. Parecía un tubo de cobre con un botón negro a un lado—. Apuesto a que no creías que podría, ¿verdad?

Will dejó de esforzarse con la lámpara para mirar a Henry.

—Ninguno de nosotros tiene ni la menor idea de lo que estás diciendo. ¿Lo sabías?

—Finalmente he conseguido que mi Fosfor se encienda. —Henry agitó orgullosamente el objeto—. Funciona con el mismo principio que la luz mágica, pero es cinco veces más potente. Sólo presiona el botón, y tendrás una intensidad de luz como nunca hubieras imaginado.

Se hizo el silencio.

—Entonces —dijo Will finalmente—, ¿es una luz mágica muy, muy brillante?

—Exactamente —contestó Henry orgulloso.

—¿Y crees que resulta útil? —inquirió Jem—. Después de todo, la luz mágica sólo es para iluminarnos. No es que sea peligroso…

—¡Espera a verlo! —replicó Henry. Alzó el objeto—. ¡Mira!

Will iba a poner una objeción, pero era demasiado tarde; Henry ya había presionado el botón. Hubo un cegador estallido de luz y un sonido como de aire al salir, y la sala se sumió en la oscuridad. Tessa soltó un gritito sorprendido, y Jem rió por lo bajo.

—¿Estoy ciego? —La voz de Will flotó en la oscuridad, marcada por el enfado—. No me gustará nada si me has cegado, Henry.

—No. —Henry parecía preocupado—. No, el Fosfor parece que… Bueno, parece que tendremos que apagar todas las luces de la sala.

—¿No se supone que tiene que hacer esto? —Jem se mostraba tranquilo, como siempre.

—Eeeh —contestó Henry—, no.

Will masculló algo para sí. Tessa no pudo oírle bien, pero estaba segura de haber entendido las palabras «Henry» y «estúpido». Un momento después se oyó un fuerte choque.

—¡Will! —gritó alguien alarmado. Una luz brillante llenó la sala, y Tessa tuvo que parpadear muchas veces. Charlotte estaba en el umbral; sujetaba una lámpara de luz mágica en alto con una mano, y Will yacía en el suelo a sus pies en medio de montones de los añicos de la vajilla del aparador—. ¿Se puede saber qué…?

—Estaba tratando de enderezar la lámpara de gas —contestó Will, molesto mientras se sentaba y se sacudía trozos de vajilla de la camisa.

—Lo podría haber hecho Thomas. Y ahora has roto la mitad de los platos.

—Tengo que agradecérselo al idiota de tu marido. —Will se miró los pantalones—. Creo que me he roto algo. Me duele muchísimo.

—A mí me pareces entero —replicó Charlotte sin la menor compasión—. Levántate. Supongo que esta noche tendremos que cenar con la luz mágica.

Jessamine, al final de la mesa, soltó un bufido. Era el primer sonido que hacía desde que Will le había preguntado sobre la sangre en la chaqueta.

—Odio la luz mágica. Hace que mi tez se vea totalmente verde.

A pesar del verdor de Jessamine, Tessa encontró que le gustaba la luz mágica. Cubría todo con un difuso resplandor blanco y hacía que hasta los guisantes y las cebollas parecieran románticos y misteriosos. Mientras untaba un panecillo con un pesado cuchillo de plata, le vino a la cabeza el pequeño piso en Manhattan donde su hermano, su tía y ella habían comido sus escasas cenas en una sencilla mesa de madera bajo la luz de las velas. La tía Harriet siempre había mantenido todo escrupulosamente limpio, desde las cortinas de puntilla blanca hasta la reluciente tetera de calentar agua sobre el fogón. Siempre había dicho que cuanto menos tuviera alguien, más cuidado debía tener con todo ello. Tessa se preguntó si los cazadores de sombras serían cuidadosos con todo lo que tenían.

Charlotte y Henry estaban explicando lo que habían averiguado por medio de Mortmain; Jem y Will escuchaban atentamente, mientras Jessamine miraba aburrida por la ventana. Jem parecía especialmente interesado en la descripción de la casa de Mortmain, con sus artefactos de todas partes del mundo.

—Ya os lo dije —repuso—. Taipan. Todos se creen muy importantes. Por encima de la ley.

—Sí —coincidió Charlotte—. Tenía ese aire, como si estuviera acostumbrado a que le escucharan. Los hombres así suelen ser un objetivo fácil de los que quieren arrastrarlos al mundo de las sombras. Están acostumbrados a tener poder y esperan ganar más poder fácilmente y a poco coste. No tienen ni idea de lo alto que es el precio del poder en el mundo de los subterráneos. —Con el ceño fruncido, se volvió hacia Will y Jessamine, que parecían estar discutiendo sobre algo en tono cortante—. ¿Qué os pasa a vosotros dos?

Tessa aprovechó la oportunidad para volverse hacia Jem, que estaba sentado a su derecha.

—Shanghái —dijo en voz baja—. Suena fascinante. Me gustaría poder viajar allí. Siempre he querido viajar.

Mientras Jem le sonreía, vio de nuevo ese brillo en el cuello. Era un medallón tallado de una piedra verde.

—Y ahora lo has hecho. Estás aquí, ¿no?

—Antes sólo había viajado en los libros. Sé que parece tonto, pero…

Jessamine los interrumpió dejando el tenedor con un golpe sobre la mesa.

—Charlotte —dijo con voz aguda—, haz que Will me deje en paz.

Will estaba apoyado en su silla, con los ojos azules reluciendo.

—Si explicara por qué tiene sangre en la blusa, la dejaría en paz. Déjame adivinar, Jessie. Te has encontrado a alguna pobre mujer en el parque que ha tenido la desgracia de llevar un vestido que no conjuntaba con el tuyo, así que le has rebanado el cuello con esa bonita sombrilla tuya. ¿He acertado?

Jessamine le enseñó los dientes.

—Estás diciendo tonterías.

—Es cierto, y lo sabes —intervino Charlotte.

—Quiero decir que iba de azul. El azul va con todo —continuó Jessamine—. Deberías saberlo. Eres lo suficientemente vanidoso con tu propia ropa.

—El azul no va con todo —le dijo Will—. No va con el rojo, por ejemplo.

—Yo tengo un chaleco a rayas rojas y azules —soltó Henry, mientras cogía los guisantes.

—Y si eso no es prueba suficiente de que esos dos colores nunca deberían verse juntos, no sé qué lo será.

—Will —exclamó Charlotte secamente—. No le hables a Henry así. Henry…

Henry alzó la cabeza.

—¿Sí?

Charlotte suspiró.

—Estás poniendo guisantes en el plato de Jessamine. Presta atención, cariño.

Cuando Henry miró hacia abajo, sorprendido, la puerta del comedor se abrió y Sophie entró. Tenía la cabeza gacha y el oscuro cabello brillante. Mientras se inclinaba para hablarle en voz baja a Charlotte, la luz mágica le produjo un duro brillo sobre el rostro, y la cicatriz le resaltó plateada sobre la piel.

Charlotte puso una expresión de alivio. Un momento después se había alzado y salía a toda prisa de la habitación, y sólo paró un instante para tocar a Henry suavemente en el hombro al pasar.

Jessamine abrió los ojos, sorprendida.

—¿Adónde va?

Will miró a Sophie, deslizando la mirada sobre ella de esa manera que Tessa sabía que era como si le acariciara la piel.

—Eso, Sophie, querida. ¿Adónde ha ido?

Sophie le lanzó una mirada envenenada.

—Si la señora Branwell quisiera que ustedes lo supieran, estoy segura de que se lo habría dicho —replicó ella, y corrió detrás de su señora.

Henry, que ya había dejado los guisantes, trató de sonreír con simpatía.

—Bueno —dijo—, ¿de qué estábamos hablando?

—Nada de eso —replicó Will—. Queremos saber adonde ha ido Charlotte. ¿Ha pasado algo?

—No —contestó Henry—. Es decir, creo que no… —Miró por la sala, vio cuatro pares de ojos fijos en él y suspiró—. Charlotte no siempre me dice lo que hace. Ya lo sabéis. —Esbozó una sonrisa casi de dolor—. No la puedo culpar, la verdad. No puede contar con que yo sea sensato.

Tessa deseó poder decir algo que reconfortara a Henry. Algo sobre que le recordaba a Nate cuando era más joven, despistado, torpe y vulnerable. Instintivamente, puso la mano sobre el ángel que llevaba al cuello en busca del confort que le daba su constante tictac.

Henry la miró.

—El objeto de relojería que llevas al cuello… ¿lo podría ver un momento?

Tessa vaciló, luego asintió. Después de todo, sólo era Henry. Abrió el cierre de la cadena, sacó el colgante y se lo pasó.

—Este objeto es de lo más interesante —comentó, mientras lo volvía en la mano—. ¿De dónde lo has sacado?

—Era de mi madre.

—Como una especie de talismán. —Henry alzó la mirada—. ¿Te importaría que lo examinara en el laboratorio?

—Oh. —Tessa no pudo ocultar su inquietud—. Pero has de tener mucho cuidado con él. Es todo lo que conservo de mi madre. Si se rompiera…

—Henry no lo romperá ni lo estropeará —la tranquilizó Jessamine—. Es muy bueno con ese tipo de cosas.

—Es cierto —dijo Henry, tan modesto y tan natural al respecto que no resultó una afirmación vanidosa en absoluto—. Te lo devolveré en perfectas condiciones.

—Bueno… —Tessa vacilaba.

—No veo a qué viene tanto problema —soltó Jessamine, que parecía aburrida con la conversación—. No es como si tuviera diamantes.

—Hay gente que valora los sentimientos por encima de los diamantes, Jessamine. —Era Charlotte desde la puerta. Parecía preocupada—. Hay alguien que quiere hablar contigo, Tessa.

—¿Conmigo? —preguntó Tessa, olvidando por un momento el ángel mecánico.

Charlotte suspiró.

—Es lady Belcourt. Está abajo. En la habitación del Santuario.

—¿Ahora? —Will frunció el ceño—. ¿Ha pasado algo?

—La he llamado yo —explicó Charlotte—. Antes de la cena. Tiene que ver con De Quincey. Esperaba que ella tuviera alguna información, y así es, pero insiste en ver a Tessa primero. Al parecer, a pesar de todas nuestras precauciones, los rumores sobre Tessa se han filtrado en el mundo subterráneo, y lady Belcourt está… interesada.

Tessa dejó el tenedor haciendo ruido.

—¿Interesada en qué? —Miró alrededor de la mesa y se fijó en que cuatro pares de ojos estaban ahora fijos en ella—. ¿Quién es lady Belcourt? —Al ver que nadie contestaba, se volvió hacia Jem, como si fuera el que probablemente le contestara—. ¿Es una cazadora de sombras?

—Es una vampira —contestó Jem—. Una informadora vampiro, para ser exactos. Da información a Charlotte y nos mantiene al corriente de lo que pasa en la comunidad de la Noche.

—No tienes que hablar con ella si no quieres, Tessa —dijo Charlotte—. Puedo decirle que se marche.

—No. —Tessa apartó su plato—. Si está bien informada sobre De Quincey, quizá también sepa algo de Nate. No puedo arriesgarme a que se vaya si es posible que tenga información. Iré.

—¿Ni siquiera quieres saber qué quiere de ti? —preguntó Will.

Tessa lo miró lentamente. La luz mágica hacía que su piel pareciera más pálida, los ojos de un azul más intenso. Era del color del agua del Atlántico Norte, donde el hielo flotaba sobre la superficie azul oscura como nieve enganchada al negro vidrio de una ventana.

—Aparte de las Hermanas Oscuras, nunca he conocido a otro subterráneo —repuso—. Creo… que me gustaría hacerlo.

—Tessa… —comenzó Jem, pero ella ya estaba de pie.

Sin mirar a nadie de la mesa, salió rápidamente del comedor detrás de Charlotte.