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EL INFIERNO ES FRÍO

Entre dos mundos, la vida cuelga como una estrella,

ni noche ni día, sobre el filo del horizonte.

¡Qué poco sabemos cuál somos!

¡Y cuán menos aún lo que seremos!

LORD BYRON, Don Juan

—Niña estúpida —le espetó la señora Negro mientras apretaba los nudos que sujetaban a Tessa al armazón de la cama—. ¿Qué creías que ibas a conseguir, escapándote así? ¿Adonde creías que podrías haber ido?

Tessa no contestó, sólo apretó los dientes y miró hacia la pared. Se negaba a que la señora Negro, o su horrible hermana, vieran lo a punto que estaba de echarse a llorar, o el daño que le hacían las cuerdas que le ataban las muñecas y los tobillos a la cama.

—Es totalmente insensible al honor que se le concede —dijo la señora Oscuro, que estaba junto a la puerta para asegurarse de que Tessa no rompiera sus ataduras y saliera corriendo por ella—. Es desagradable comprobarlo.

—Hemos hecho cuanto hemos podido para prepararla para el Magíster —repuso la señora Negro, y suspiró—. Una pena que tuviéramos una arcilla tan sosa con la que trabajar, a pesar de su talento. Es una estúpida falsa y engañosa.

—Sin duda —asintió su hermana—. No se da cuenta, ¿verdad?, de lo que le pasará a su hermano si vuelve a tratar de desobedecernos. Quizá estemos dispuestas a ser clementes esta vez, pero la próxima… —Siseó con los dientes cerrados, un sonido que hizo que a Tessa se le pusieran de punta los pelos de la nuca—. Nathaniel no tendrá tanta suerte.

Tessa no lo aguantaba más; aun sabiendo que no debía hablar, que no debía darles esa satisfacción, no se pudo tragar las palabras.

—Si me dijeran quién es el Magíster, o qué quiere de mí…

—Quiere casarse contigo, estúpida —contestó la señora Negro. Acabó con los nudos y retrocedió para contemplar su obra—. Quiere dártelo todo.

—Pero ¿por qué? —susurró Tessa—. ¿Por qué a mí?

—Por tu talento —respondió la señora Oscuro—. Por lo que eres y lo que puedes hacer. Lo que te hemos enseñado a hacer. Deberías estarnos agradecida.

—Pero mi hermano… —Las lágrimas contenidas le ardían en los ojos. «No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar», se dijo—. Me dijeron que si hacía todo lo que me ordenaran, lo dejarían libre…

—Cuando te hayas casado con el Magíster, él te concederá todo lo que quieras. Si quieres a tu hermano, él te lo dará. —No había remordimientos ni emoción en la voz de la señora Negro.

La señora Oscuro soltó una risita.

—Sé lo que está pensando. Está pensando que si pudiera tener todo lo que quisiera, nos haría matar.

—Ni siquiera gastes energía imaginando esa posibilidad. —La señora Negro le tiró a Tessa suavemente de la barbilla—. Tenemos un contrato blindado con el Magíster. No puede hacernos ningún daño, y tampoco querría. Nos lo deberá todo, una vez te hayamos entregado a él. —Se acercó más, y su voz se transformó en un susurro—. Te quiere sana e intacta. De no ser así, te habría dado una buena paliza. Si te atreves a desobedecernos de nuevo, desafiaré sus deseos y te haré azotar hasta que se te salte la piel a tiras. ¿Me has entendido?

Tessa volvió el rostro hacia la pared.

Mientras navegaba en el Main, una noche en la que pasaban ante Newfoundland, Tessa no había sido capaz de dormir. Había salido a cubierta para respirar un poco de aire fresco, y había visto que la noche se iluminaba con el resplandor de brillantes montañas; icebergs, le había explicado que eran uno de los marineros al pasar, trozos de hielo desprendidos de las grandes capas del norte por el clima más cálido. Habían pasado flotando lentamente entre las oscuras aguas, como torres de una ciudad blanca hundida. Tessa había pensado entonces que nunca había visto nada más solitario que aquello.

Pero acababa de descubrir que en aquel momento sólo había comenzado a imaginar la soledad. Cuando las hermanas se fueron, Tessa se dio cuenta de que ya no quería llorar. La presión había desaparecido de sus ojos, y había sido reemplazada por una mortecina sensación de inútil desesperación. La señora Oscuro había acertado: si Tessa pudiera hacerlas matar a las dos, lo haría.

Probó a tirar de las cuerdas que le ataban los brazos y las piernas a las barras de la cama. Ni se movieron. Los nudos estaban muy apretados; lo suficiente como para clavársele en la piel y hacer que sintiera un cosquilleo en las manos, que se estaban durmiendo. Calculó que sólo tenía unos minutos antes de que las extremidades se le entumecieran totalmente.

Una parte de sí, y no una pequeña, quería dejar de luchar, quedarse tumbada sin hacer ningún esfuerzo hasta que llegara el Magíster para llevársela. Por la ventanita, vio que el cielo se oscurecía; ya no podría tardar mucho. Quizá él realmente quería casarse con ella. Quizá fuera cierto que le quería dar todo.

De repente, oyó la voz de la tía Harriet en la cabeza: «Cuando encuentres a un hombre con el que quieras casarte, Tessa, recuerda esto: sabrás qué tipo de hombre es no por las cosas que dice, sino por las que hace».

Y la tía Harriet tenía razón, claro. Ningún hombre con el que ella quisiera casarse hubiera dispuesto que la trataran como a una prisionera y una esclava, hubiera encerrado a su hermano y hubiera permitido que la torturaran en virtud de su «talento». Era como una broma pesada. Sólo el Cielo sabía lo que el Magíster querría hacer con ella cuando la tuviera en sus manos. Si se trataba de algo a lo que pudiera sobrevivir, se imaginó que pronto llegaría a desear no haberlo hecho.

¡Dios, qué talento más inútil tenía! ¿El poder de cambiar de aspecto? Si en vez de eso pudiera hacer que ardieran las cosas, o romper el metal, o hacer que le crecieran cuchillos en los dedos… O si pudiera hacerse invisible, o encogerse hasta alcanzar el tamaño de un ratón…

De repente se quedó inmóvil, tan inmóvil que llegó a oír el tictac del ángel mecánico sobre su pecho. No hacía falta que se encogiera hasta el tamaño de un ratón, ¿verdad? Lo único que tenía que hacer era encogerse lo suficiente para que las cuerdas que rodeaban sus muñecas le quedaran sueltas.

Era capaz de Cambiar en alguien por segunda vez sin tocar nada que hubiera pertenecido a esa persona; sólo necesitaba haberlo hecho antes. Las hermanas le habían hecho memorizar la manera de hacerlo. Por primera vez, se alegraba de que le hubieran obligado a aprender algo.

Se apretó contra el duro colchón y se forzó a recordar. La calle, la cocina, el movimiento de la aguja, el resplandor de la farola de gas. Lo deseó, deseó que ocurriera el Cambio.

«¿Cómo te llamas? Emma. Emma Bayliss…»

El Cambio se lanzó sobre ella como un tren, casi dejándola sin aliento; alteró la forma de su piel, rehízo sus huesos. Ahogó el grito y arqueó la espalda…

Y ya estuvo. Parpadeando, Tessa miró al techo, luego hacia los lados, y después se centró en las muñecas y en las cuerdas que las rodeaban. Eran sus manos, las manos de Emma, delgadas y frágiles, y la cuerda colgaba flácida, suelta en un aro alrededor de las finas muñecas. Triunfante, Tessa liberó sus manos, se sentó y se frotó las marcas rojas que rodeaban sus muñecas como brazaletes.

Aún tenía los tobillos atados. Se inclinó hacia adelante y con dedos presurosos empezó a deshacer los nudos. Resultó que la señora Negro tenía tanta habilidad con los nudos como un marinero. Cuando las cuerdas cayeron al fin, Tessa tenía los dedos ensangrentados y doloridos; se puso en pie de un salto.

El cabello de Emma era tan fino que se había soltado de los pasadores que sujetaban el de Tessa. Se lo tiró impaciente hacia atrás sobre los hombros y se sacudió para deshacerse de Emma, permitiendo que el Cambio la alejara de ella hasta que notó su propio pelo entre los dedos, espeso y familiar. Se miró en el espejo del otro lado de la habitación y vio que la pequeña Emma Bayliss se había ido y que volvía a ser ella misma.

Un sonido a su espalda la hizo darse la vuelta. El picaporte de su puerta estaba girando de un lado al otro, como si alguien al otro lado tuviera problemas para abrir la puerta.

«La señora Oscuro», pensó.

Habría vuelto, para azotarla hasta sangrar. O para llevarla con el Magíster. Tessa corrió al otro lado del cuarto, agarró la jarra de porcelana del palanganero y se apresuró a volver de nuevo junto a la puerta, apretando la jarra en el puño.

El picaporte giró; la puerta se abrió. En la tenue luz, lo único que Tessa puedo ver fue la sombra de alguien que entraba en la habitación. Se lanzó hacia adelante, blandiendo la jarra con toda su fuerza…

La sombra se movió, rápida como un látigo, pero no lo suficientemente; la jarra golpeó el brazo extendido de la sombra antes de salir volando de la mano de Tessa y estrellarse contra la pared del fondo. Los fragmentos de porcelana cayeron al suelo mientras la persona gritaba de dolor.

El grito era inequívocamente masculino. Igual que la retahíla de maldiciones que siguieron.

Tessa retrocedió y luego corrió hacia la puerta, pero ésta se cerró con un portazo, y por mucho que probó a girar el picaporte, éste se negó a moverse. Una luz brillante inundó la habitación, como si el sol se hubiera alzado. Tessa se volvió en redondo, parpadeando para contener las lágrimas que le anegaban los ojos… y se quedó mirando boquiabierta.

Ante ella había un muchacho. No podía ser mucho más mayor que ella, unos diecisiete, quizá dieciocho. Iba vestido con lo que parecían ropas de obrero: una chaqueta negra raída, pantalones y botas gruesas. No llevaba chaleco, y unas anchas correas de cuero le cruzaban la cintura y el pecho. De ellas colgaban varias armas: dagas, navajas y algo que parecían hojas de hielo. En la mano derecha sostenía lo que parecía una piedra; ésta brillaba y producía la luz que casi había cegado a Tessa. Su otra mano, delgada y de dedos largos, sangraba por donde ella le había cortado en el dorso con la jarra.

Pero no era eso lo que captaba la atención de Tessa. El chico tenía el rostro más hermoso que ella hubiera visto jamás. Cabello negro enredado y ojos como cristal azul. Pómulos elegantes, una boca carnosa y pestañas largas y espesas. Incluso la curva del cuello era perfecta. Era como todos los héroes de ficción que Tessa había llegado a conjurar en su mente. Aunque nunca había llegado a imaginar que uno de ellos la estaría insultando mientras agitaba la mano ensangrentada a modo de acusación contra ella.

Él pareció darse cuenta de que ella lo miraba embobada, porque dejó de maldecir.

—Me ha cortado —dijo él, con una voz agradable. Británica. Muy corriente. Se miró la mano con interés—. Podría ser mortal.

Tessa lo miró con los ojos como platos.

—¿Es usted el Magíster?

Él inclinó la mano. La sangre corrió por ella y salpicó el suelo.

—Mire, gran pérdida de sangre. La muerte podría ser inminente.

—¡¿Es usted el Magíster?!

—¿Magíster? —El chico pareció ligeramente sorprendido ante la vehemencia de Tessa—. Eso quiere decir «maestro» en latín, ¿verdad?

—Su… —Tessa se iba sintiendo cada vez más como si estuviera atrapada en un sueño muy raro—. Supongo que sí.

—He conseguido maestría en muchas cosas en mi vida. Orientarme por las calles de Londres, hablar francés sin acento, bailar la cuadrilla, el arte japonés del arreglo floral, mentir en las charadas, disimular un estado de profunda ebriedad, deleitar a las jóvenes con mis encantos…

Tessa lo seguía mirando boquiabierta.

—Pero —continuó él— nunca nadie se ha referido a mí como «el maestro» o «el magíster». Lo cual es una pena…

—¿Está en un estado de profunda ebriedad en este momento? —Tessa pretendía preguntarlo con toda seriedad, pero en cuanto las palabras salieron de su boca se dio cuenta de que debían de haber sonado de lo más grosero, o peor, como si flirteara. Además, el chico parecía demasiado firme sobre sus dos pies para estar borracho. Había visto a Nate borracho suficientes veces como para notarlo. Quizá el chico sólo estuviera loco.

—Qué directa, pero supongo que todos los americanos lo son, ¿no? —El chico parecía divertido—. Sí, su acento la delata. ¿Y cómo se llama?

Tessa lo miró sin poder creérselo.

—¿Que cómo me llamo yo?

—¿No lo sabe?

—Usted… usted se ha colado de golpe en mi habitación, me ha dado un susto de muerte y ¿ahora quiere saber cómo me llamo? ¿Cómo se llama usted? ¿Y quién es, para empezar?

—Me llamo Herondale —contestó el chico alegremente—. William Herondale, pero todo el mundo me llama Will. ¿De verdad que ésta es su habitación? No es muy bonita, ¿no cree? —Fue hacia la ventana, y se detuvo para examinar la pila de libros que había sobre la mesilla y después la propia cama. Hizo un gesto indicando las cuerdas—. ¿Suele dormir atada a la cama?

Tessa sintió que le ardían las mejillas y se sorprendió, dadas las circunstancias, de mantener la capacidad de sentirse avergonzada. ¿Debería decirle la verdad? ¿Había alguna posibilidad de que fuera el Magíster? Aunque cualquiera que tuviera su aspecto no necesitaría atar a las chicas y mantenerlas prisioneras para conseguir que se casaran con él.

—Venga. Coja esto. —Le pasó la piedra brillante. Tessa la cogió medio esperando quemarse los dedos, pero era fría al tacto. En cuanto le tocó la palma, la luz disminuyó hasta convertirse en un rescoldo. Tessa miró al chico desconsolada, pero él había ido hasta la ventana y estaba mirando afuera, sin mostrar preocupación—. Es una pena que estemos en el tercer piso. Yo podría saltar, pero usted seguramente se mataría. No, debemos salir por la puerta y probar suerte por la casa.

—Salir por la… ¿Qué? —Tessa, atrapada en una semipermanente confusión, meneó la cabeza—. No lo entiendo.

—¿Cómo que no puede entenderlo? —Señaló los libros—. Lee novelas. Es evidente que he venido a rescatarla. ¿No me parezco a sir Galahad? —Alzó los brazos teatralmente—. Mi fuerza iguala a la de diez hombres. Porque mi corazón es puro…

Algo resonó, a lo lejos, dentro de la casa: un portazo.

Will soltó una palabra que sir Galahad nunca hubiera dicho y se apartó de un salto de la ventana. Aterrizó con una mueca de dolor, y se miró molesto la mano herida.

—Tendré que encargarme de esto más tarde. Vamos… —La miró fijamente, con un interrogante en la mirada.

—Señorita Gray —contestó ella a media voz—. Señorita Theresa Gray.

—Señorita Gray —repitió él—. Vayamos, entonces, señorita Gray. —Pasó ante ella hacia la puerta, encontró el picaporte, lo giró y estiró…

No pasó nada.

—No servirá —explicó ella—. La puerta no se puede abrir desde dentro.

Will esbozó una sonrisa feroz.

—¿Quién dice que no se puede?

Cogió uno de los objetos que colgaba de su cinturón. Escogió lo que parecía una rama larga y fina, limpia de otras ramitas, elaborada de un material blanco plateado. Colocó la punta contra la puerta y dibujó; eso fue exactamente lo que hizo. Gruesas líneas negras fueron saliendo en espiral desde la punta del flexible cilindro con un siseo audible, y se esparcieron sobre la hoja de madera como una mancha de tinta controlada.

—¿Está dibujando algo? —quiso saber Tessa—. No veo cómo eso puede…

Se oyó un ruido como de cristal quebrado. El picaporte, sin que lo tocaran, comenzó a dar vueltas, más y más rápido, y la puerta se abrió mientras unas ligeras volutas de humo se elevaban desde las bisagras.

—Ahora lo ve —replicó Will y, después de meterse el extraño objeto en el bolsillo, hizo un gesto a Tessa para que le siguiera—. Vayámonos.

Inexplicablemente, Tessa vaciló, y miró hacia atrás a la habitación que había sido su prisión durante un mes y medio.

—Mis libros…

—Ya le conseguiré más libros. —La hizo apresurarse a salir al pasillo por delante de él, y cerró la puerta tras ellos. Después de cogerla por la muñeca, la condujo por el pasillo y torcieron por una esquina. Allí estaba la escalera por la que ella había descendido tantas veces con Miranda. Will comenzó a bajarla de dos en dos tirando de ella. La brillante piedra que Tessa aún llevaba en la mano lanzaba suaves ondas de luz y sombra que se deslizaban por las paredes mientras la joven corría.

Por encima de ellos, Tessa oyó un grito. Procedía indudablemente de la señora Oscuro.

—Han descubierto que no está —corroboró Will. Habían llegado al primer replano, y Tessa redujo el paso, sólo hasta que Will tiró de ella, porque no parecía dispuesto a detenerse.

—¿No vamos a salir por la puerta principal? —preguntó ella.

—No podemos. El edificio está rodeado. Hay toda una fila de carruajes parados delante. Parece que he llegado en un momento más excitante de lo esperado. —Siguió bajando por la escalera, y Tessa le siguió—. ¿Sabe lo que las Hermanas Oscuras tenían planeado para esta noche?

Ella negó con la cabeza.

—Pero ¿estaba esperando a alguien llamado el Magíster? —Ya habían llegado al sótano, donde las paredes enyesadas dejaban paso a la húmeda piedra. Sin el farol de Miranda, resultaba bastante oscuro. Una oleada de calor los alcanzó—. Por el Ángel, aquí abajo es como el noveno círculo del infierno.

—El noveno círculo del infierno es frío —replicó Tessa automáticamente.

Will se la quedó mirando.

—¿Qué?

—En el Inferno —le explicó—. El infierno es frío. Está cubierto de hielo.

Él la siguió mirando durante un largo instante, mientras la comisura de sus labios se tensaba; luego le tendió la mano.

—Deme la luz mágica. —Ante la expresión de incomprensión de Tessa, hizo un ruido de impaciencia—. La piedra. Déme la piedra.

En cuanto Will cerró la mano sobre la piedra, la luz revivió en ella y brotaron rayos entre sus dedos. Por primera vez, Tessa vio que él tenía un dibujo en el dorso de la mano, hecho con tinta negra. Parecía un ojo abierto.

—En cuanto a la temperatura del infierno, señorita Gray —comentó él—, déjeme que le dé un consejo. El atractivo joven que está tratando de rescatarla de un terrible destino nunca se equivoca. Ni siquiera si dice que el cielo es lila y está plagado de erizos.

«Está completamente loco», pensó Tessa, pero no lo dijo; estaba demasiado asustada porque Will se dirigía hacia las grandes puertas dobles de los aposentos de las Hermanas Oscuras.

—¡No! —Le cogió por el brazo tirando de él hacia atrás—. Por aquí no. No hay salida. No lleva a ninguna parte.

—De nuevo corrigiéndome, por lo que veo. —Will se volvió y comenzó a correr hacia el otro lado, hacia el oscuro pasillo que Tessa siempre había temido. Ella tragó saliva con fuerza y lo siguió.

El pasillo se fue estrechando mientras avanzaban; las paredes se les echaban encima desde ambos lados. Allí, el calor era incluso más intenso, lo que hizo que el cabello de Tessa se encrespase y se le pegara a las sienes y al cuello. El aire era espeso y difícil de respirar. Durante un rato caminaron en silencio, hasta que Tessa no pudo resistirlo más. Tenía que preguntarlo, aun sabiendo cuál sería la respuesta.

—Señor Herondale —dijo—, ¿le ha enviado mi hermano a buscarme?

Se temió que él le lanzara algún comentario absurdo como respuesta, pero tan sólo la miró con curiosidad.

—Nunca he oído hablar de su hermano —contestó, y Tessa notó el sordo dolor de la decepción royéndole el corazón. Ya había sabido que Nate no podía haberlo enviado; de ser así, hubiera sabido su nombre, ¿no?; pero aun así dolía—. Y quitando los últimos diez minutos, tampoco sabía nada de su existencia, señorita Gray. He estado siguiendo el rastro de una chica muerta desde hace dos meses. Fue asesinada, la dejaron en un callejón para que se desangrara hasta morir. Había estado huyendo de… algo. —El pasillo había llegado a una bifurcación, y después de una pausa, Will se dirigió hacia la izquierda—. Había una daga a su lado, cubierta de sangre. Tenía un símbolo grabado. Dos serpientes que se mordían mutuamente la cola.

Tessa se sobresaltó. «La dejaron en un callejón para que se desangrara hasta morir. Había una daga a su lado». Sin duda, era el cadáver de Emma.

—Es el mismo símbolo que está en la puerta del carruaje de las Hermanas Oscuras. Así es como yo las llamo, a la señora Negro y a la señora Oscuro, me refiero…

—No es la única que las llama así; los otros subterráneos también lo hacen —explicó Will—. Lo descubrí mientras investigaba sobre el símbolo. Debo de haber paseado esa daga por cien garitos de subterráneos, buscando a alguien que lo reconociera. Incluso ofrecí una recompensa por la información. Finalmente, el nombre de las Hermanas Oscuras me llegó a los oídos.

—¿Subterráneos? —repitió Tessa, confusa—. ¿Es un lugar de Londres?

—Eso no importa —contestó Will—. Estoy alardeando de mis dotes de investigador, y preferiría hacerlo sin interrupciones. ¿Por dónde iba?

—La daga… —Tessa se interrumpió cuando una voz resonó por el pasillo, aguda, dulce e inconfundible.

—Theresa. —La voz de la señora Oscuro. Parecía colarse entre las paredes como volutas de humo—. Oh, Theresaaaa. ¿Dónde estáaas?

Tessa se quedó paralizada.

—Oh, Dios, nos están alcanzando…

Will la volvió a coger por la muñeca y salieron corriendo; desde su otra mano, la luz mágica lanzaba extraños dibujos de sombras y luces contra las paredes mientras avanzaban a toda prisa por el intrincado pasillo, que descendía cada vez a mayor profundidad; las piedras del suelo se fueron haciendo más húmedas y resbaladizas al mismo tiempo que el aire se volvía cada vez más caliente. Parecía como si corrieran hacia el mismísimo infierno, pensó Tessa, mientras las voces de las Hermanas Oscuras resonaban en las paredes.

—¡Theresaaaaaa! No te dejaremos escapar, ya lo sabes. ¡No podrás esconderte! ¡Te encontraremos, cariño! ¡Lo sabes!

Will y Tessa torcieron un recodo a toda velocidad y tuvieron que detenerse en seco; el pasillo acababa en un par de altas puertas metálicas. Will soltó a Tessa y se abalanzó contra ellas. Se abrieron de golpe, y Will continuó hacia dentro, seguido de Tessa, que se volvió con la intención de cerrarlas de un portazo. El peso de las puertas casi fue demasiado para ella, y tuvo que empujarlas con todo su cuerpo para poder cerrarlas.

La única iluminación del lugar era la piedra de Will; su luz se redujo entre los dedos hasta quedar como la de una ascua. Iluminó a Will en medio de la oscuridad, como un foco en un escenario, mientras éste pasaba junto a Tessa y echaba el cerrojo a la puerta. El cerrojo era pesado y estaba cubierto de óxido, y Tessa, tan cerca como estaba de Will, notó la tensión del cuerpo de éste mientras corría el cerrojo hasta el final.

—¿Señorita Gray? —Will se inclinaba hacia Tessa con la espalda apoyada contra las puertas cerradas. Ella notó el ritmo acelerado del corazón de Will… ¿o quizá era el de ella misma? La extraña iluminación blanca que producía la piedra refulgió en el agudo ángulo de los pómulos del chico, y sobre el ligero sudor que le cubría la clavícula. Tessa también le vio marcas allí, medio cubiertas por el cuello de la camisa, iguales que la marca de la mano, gruesas y negras, como si alguien le hubiera hecho dibujos con tinta sobre la piel.

—¿Dónde estamos? —preguntó Tessa—. ¿Nos hallamos a salvo?

Sin contestar, él se apartó y alzó la mano derecha. Al elevarla, la luz brilló con más fuerza e iluminó la estancia.

Se encontraban en una especie de celda, aunque muy grande. Las paredes, el techo y el suelo eran de piedra, y éste se inclinaba hacia un gran desagüe que había en el centro. Sólo había una ventana, enrejada, en lo más alto de la pared. No había más puerta que la que habían cruzado al entrar. Pero no fue nada de todo eso lo que hizo que Tessa tragara aire asombrada.

Aquel lugar era un matadero. Grandes mesas de madera iban de un lado al otro de la estancia. Varios cuerpos yacían sobre una de ellas: cuerpos humanos, desnudos y pálidos. Todos tenían una incisión negra en forma de Y en el pecho, y todas las cabezas estaban apoyadas sobre el borde de la mesa; el cabello de las mujeres barría el suelo como si se tratara de escobas. En la mesa central había pilas de cuchillos ensangrentados y maquinaria: ruedas dentadas de cobre, engranajes de latón y sierras de arco con afilados dientes plateados.

Tessa se cubrió la boca con la mano para acallar un grito. Notó sabor a sangre al morderse sus propios dedos. Will no pareció darse cuenta; miraba muy pálido alrededor mientras mascullaba algo que Tessa no llegaba a descifrar.

Se oyeron golpes y las puertas de metal se sacudieron, como si hubieran lanzado contra ellas algo pesado. Tessa bajó la mano sangrante.

—¡Señor Herondale! —gritó.

Él se volvió justo cuando las puertas volvieron a sacudirse.

—¡Theresa! ¡Sal de ahí ahora mismo y no te haremos nada! —resonó una voz desde el otro lado.

—Están mintiendo —replicó Tessa inmediatamente.

—¡Oh! ¿De verdad? —Will guardó la brillante luz mágica en el bolsillo y saltó sobre el centro de la mesa que estaba cubierta de maquinaria ensangrentada. Se inclinó, agarró una pesada rueda de latón y la sopesó en la mano. Con un gruñido de esfuerzo, la lanzó hacia la ventana; el vidrio se rompió en mil pedazos, y entonces Will alzó la voz.

—¡Henry! ¡Un poco de ayuda, por favor! ¡Henry!

—¿Quién es Henry? —quiso saber Tessa, pero en ese momento las puertas se sacudieron por tercera vez y comenzaron a aparecer finas grietas en el metal. Era evidente que no iban a resistir mucho más. Tessa corrió hacia la mesa y agarró una arma al azar: una sierra de arco de dientes desgastados, del tipo que los carniceros usan para cortar hueso. La blandió hacia adelante, agarrándola con fuerza, justo cuando las puertas cedieron.

Las Hermanas Oscuras se hallaban en el umbral; la señora Oscuro tan alta y huesuda como un espantapájaros con su brillante vestido verde lima, y la señora Negro, con el rostro enrojecido y los ojos entrecerrados de rabia. Una refulgente corona de chispas azules las rodeaba, como fuegos artificiales. La mirada de ambas cayó sobre Will, quien, aún sobre la mesa, se había sacado uno de sus cuchillos de hielo del cinturón; luego las hermanas volvieron a mirar a Tessa. La boca de la señora Negro, una línea roja en el pálido rostro, se estiró en una sonrisa.

—Nuestra pequeña Theresa —dijo—. Tendrías que saber que no sirve de nada escaparse. Ya te dijimos lo que te pasaría si volvías a hacerlo…

—Entonces, ¡hágalo! Azóteme hasta sangrar. Máteme. ¡No me importa! —gritó Tessa, y se sintió satisfecha al ver que las Hermanas Oscuras parecían, al menos, un poco sorprendidas por su arrebato; antes siempre había tenido terror a alzarles la voz—. ¡No les permitiré que me entreguen al Magíster! ¡Prefiero morir!

—¡Mira con qué lengua tan afilada nos sorprendes, Theresa, querida! —repuso la señora Negro. Con exagerada deliberación se fue sacando el guante de la mano derecha, y por primera vez, Tessa le vio la mano desnuda. La piel era gris y gruesa, como la de un elefante, y las uñas, largas garras oscuras. Parecían afiladas como cuchillos. La señora Negro miró a Tessa con una sonrisa forzada—. Quizá si te cortáramos la lengua, aprenderías modales.

Fue hacia Tessa, pero Will le cerró el camino, saltando entre las dos desde la mesa.

—Malik —dijo, y su cuchillo blanco hielo brilló como una estrella fugaz.

—Apártate de mi camino, guerrerito nefilim —ordenó la señora Negro—. Y llévate tus cuchillos serafín. Esto no va contigo.

—Se equivoca. —Will entrecerró los ojos—. He oído unas cuantas cosas sobre usted, mi señora. Murmullos sobre sus paseos por el mundo subterráneo como un río de veneno negro. Se me ha dicho que usted y su hermana pagan generosamente por los cuerpos de humanos muertos, y que no les importa demasiado cómo se los consiguen.

—Tanto alboroto por unos cuantos mundanos. —La señora Oscuro soltó una risita y se puso al lado de su hermana, de forma que Will, con su refulgente cuchillo, quedó entre Tessa y ambas mujeres—. No tenemos nada contra ti, cazador de sombras, a no ser que desees que así sea. Has invadido nuestro territorio y has infringido la ley de la Alianza al hacerlo. Podríamos informar a la Clave…

—Aunque la Clave desaprueba a los intrusos, curiosamente aún ve peor que se corte la cabeza y se despelleje a la gente. Tienen esa manía —observó Will.

—¿Gente? —soltó la señora Oscuro con desprecio—. Mundanos. Os importan tan poco como a nosotras. —Entonces, miró a Tessa—. ¿Te ha dicho lo que es en realidad? No es humana…

—¡Mira quién fue a hablar! —replicó Tessa con voz temblorosa.

—¿Y te ha dicho ella a ti lo que es? —preguntó la señora Negro a Will—. ¿Te ha hablado sobre su talento? ¿Lo que puede hacer?

—Si aventurara una suposición —contestó Will—, diría que tiene algo que ver con el Magíster.

La señora Oscuro lo miró de forma suspicaz.

—¿Has oído hablar del Magíster? —Miró a Tessa—. Ah, ya veo. Tan sólo conoces lo que ella te ha dicho. El Magíster, muchachito ángel, es más peligroso de lo que podrías llegar a imaginar. Y lleva mucho tiempo esperando a alguien con la habilidad de Theresa. Hasta podrías decir que fue él quien provocó que naciera…

Un estruendo colosal cubrió sus palabras cuando toda la pared de la derecha se hundió de repente. Fue como la escena de las murallas de Jericó viniéndose abajo en la vieja biblia ilustrada de Tessa. La pared estaba ahí hacía un momento, y al siguiente, ya no estaba; sólo quedaba un enorme agujero rectangular, humeando asfixiantes remolinos de polvo de argamasa.

La señora Oscuro soltó un gritito y se agarró las faldas con las huesudas manos. Era evidente que no se esperaba que la pared se derrumbara, no más de lo que se lo esperaba Tessa.

Will agarró a Tessa de la mano, la atrajo hacia él y la cubrió con su cuerpo para protegerla de los trozos de piedra y argamasa que llovían sobre ellos. Mientras él la envolvía con los brazos, Tessa oyó gritar a la señora Negro.

Tessa se revolvió en los brazos de Will para tratar de ver qué estaba pasando. Con un tembloroso dedo enguantado, la señora Negro apuntaba hacia el oscuro agujero del muro. El polvo estaba comenzando a posarse, lo suficiente para que empezaran a tomar forma unas sombras que se acercaban a través de los escombros. Las oscuras siluetas de dos cuerpos humanos se fueron haciendo visibles; ambas sujetaban un cuchillo, y ambos cuchillos brillaban con la misma luz blanco azulada que el de Will.

«Ángeles», pensó Tessa, asombrada, pero no lo dijo en voz alta.

Esa luz, tan brillante, ¿de qué otra cosa podía tratarse?

Con un agudo chillido, la señora Negro avanzó a toda prisa. Estiró las manos hacia adelante y de ellas surgieron chispas como fuegos artificiales al estallar. Tessa oyó a alguien lanzar un grito de dolor, un grito muy humano, y Will, después de soltar a Tessa, se volvió de golpe y lanzó su acero al rojo vivo contra la señora Negro. El cuchillo cortó el aire y se le hundió a ésta en el pecho. La mujer se tambaleó hacia atrás, aullando y sacudiéndose, y cayó sobre una de las horribles mesas, que se desplomó entre un amasijo de sangre y astillas.

Will sonrió, pero no fue una sonrisa agradable. Luego se volvió para mirar a Tessa. Durante un instante, se quedaron observándose, en silencio, a través del espacio que los separaba; entonces los compañeros de Will llegaron hasta él: dos hombres con abrigos oscuros ajustados, que blandían armas relucientes y se movían tan de prisa que Tessa sólo alcanzaba a ver manchas desenfocadas.

Tessa retrocedió hasta la pared del fondo, en un intento de apartarse del caos de la habitación, donde la señora Oscuro, aullando imprecaciones, mantenía a raya a sus atacantes con las ardientes chispas de energía que fluían de sus manos como una lluvia feroz. La señora Negro se retorcía en el suelo, y de su cuerpo se alzaban columnas de humo negro, como si estuviera ardiendo desde el interior.

Tessa fue hacia la puerta abierta que daba al corredor, y unas fuertes manos la agarraron y tiraron de ella hacia atrás. Tessa chilló y se revolvió, pero las manos que la cogían por los antebrazos eran como de hierro. Volvió la cabeza hacia el lado y clavó los dientes en la mano que le agarraba el brazo izquierdo. Alguien aulló de dolor y la soltó; Tessa se dio la vuelta y vio a un hombre alto con una mata de cabello despeinado de color del jengibre, que la miraba con una expresión de reproche, mientras se apretaba la mano sangrante contra el pecho.

—¡Will! —gritó el hombre—. ¡Will, me ha mordido!

—¿De verdad, Henry? —Will, con su habitual expresión divertida, apareció como un espíritu invocado entre el caos de humo y llamas. A su espalda, Tessa vio a su otro compañero, un musculoso joven de cabello castaño, que sujetaba a una señora Oscuro poco cooperadora. La señora Negro era una oscura forma abultada sobre el suelo. Will alzó una ceja mirando a Tessa—. Morder no es nada educado —le informó—. Muy grosero. ¿Es que nadie se lo ha dicho nunca?

—También es grosero ir agarrando a damas a las que no se ha sido presentado —replicó Tessa con sequedad—. ¿Nadie le ha dicho eso a usted?

El hombre de cabello jengibre, al que Will había llamado Henry, sacudió la mano sangrante mientras sonreía compungido. Tenía un rostro bastante agraciado, pensó Tessa; casi se sintió culpable por haberle mordido.

—¡Will! ¡Cuidado! —gritó el hombre castaño.

Will se volvió en redondo mientras algo atravesaba el aire, no le daba a Henry por muy poco y se estrellaba contra la pared detrás de Tessa. Era un pesado engranaje de latón, y golpeó la pared con tal fuerza que se quedó clavado allí como un trozo de mármol en un pastel. Tessa se volvió, y vio a la señora Negro avanzando hacia ellos; sus ojos ardían como ascuas en el arrugado rostro. Lenguas de fuego negro saltaban alrededor del mango del puñal que le sobresalía del pecho.

—Maldición… —Will buscó el mango de otra hoja en el cinturón—. Pensaba que había acabado con esa cosa…

La señora Negro se lanzó sobre él, mostrando los dientes. Will saltó para esquivarla, pero Henry no fue tan rápido; ella le golpeó y salió despedido hacia atrás. Agarrada a él como una garrapata, lo tiró al suelo y le clavó las garras en el hombro sin dejar de chillar. Will se volvió con el cuchillo ya en la mano; lo alzó, gritó: «Uriel» y el cuchillo se encendió en su mano como una antorcha llameante. Tessa se apartó hacia la pared mientras él lanzaba el cuchillo hacia abajo. La señora Negro se echó hacia atrás, con las garras extendidas, buscándolo a él…

Y la hoja le cortó limpiamente el cuello. Su cabeza, totalmente seccionada, cayó al suelo, rodando y saltando, mientras Henry, aullando de asco y empapado de una sangre negruzca, apartó de sí el resto del cuerpo y se puso en pie.

Un terrible alarido llenó la habitación.

—¡Nooooooo!

Era la señora Oscuro. El joven de cabello castaño la tuvo que soltar cuando un fuego azul comenzó a salirle de las manos y los ojos. Gritando de dolor, el joven se cayó hacia un lado mientras la señora Oscuro se apartaba de él e iba hacia Will y Tessa. Los ojos le ardían como antorchas llameantes y siseaba palabras en un idioma que Tessa jamás había oído. Parecía el chirrido de las llamas. La mujer alzó la mano y lanzó lo que parecía un rayo azul contra Tessa. Dando un grito, Will saltó ante ésta, con su refulgente cuchillo extendido. El rayo rebotó en el cuchillo y dio contra una de las paredes, que relució de repente con una extraña luz.

—¡Henry! —gritó Will sin mirarlo—, si pudieras acompañar a la señorita Gray a un lugar seguro… lo antes posible…

Henry posó su mano mordida sobre el hombro de Tessa justo cuando la señora Oscuro lanzaba otro rayo azul verdoso hacia ella.

«¿Por qué está tratando de matarme? —pensó Tessa aturdida—. ¿Por qué no a Will?».

Y entonces, Henry la apretó contra sí, y una nueva luz rebotó en la hoja de Will, refractada en una docena de refulgentes fragmentos de brillo. Por un instante, Tessa se quedó mirando, atrapada por la belleza de todo aquello, y entonces oyó a Henry gritarle que se tirara al suelo, pero fue demasiado tarde. Uno de los fragmentos la alcanzó en el hombro con una fuerza increíble. Fue como ser arrollada por un tren a toda velocidad. La arrancó de la mano de Henry, la alzó y la lanzó volando hacia atrás; Tessa se golpeó la cabeza contra la pared con una fuerza cegadora. Sólo durante un instante fue consciente del agudo alarido de risa de la señora Oscuro, y luego el mundo se volvió negro.