19

BOADICEA

Sellado está que seria mía desde su primer dulce aliento.

Mía, mía por derecho, desde nacer hasta morir.

Mía, mía; nuestros padres así lo habían jurado.

LORD ALFRED TENNYSON, Maud

Cuando las puertas del Santuario se cerraron tras ellas, Tessa miró alrededor por toda la estancia. La sala estaba más oscura que el día de la reunión con Camille. No ardían velas en los grandes candelabros, sólo una luz mágica parpadeaba desde los agarres de las paredes. La estatua del ángel seguía llorando lágrimas infinitas sobre la fuente. El aire helaba los huesos, y Tessa sintió un escalofrío.

Sophie, después de guardarse la llave en el bolsillo, parecía tan nerviosa como la propia Tessa.

—Bueno, aquí estamos —dijo—. Hace un frío espantoso.

—No creo que estemos aquí mucho rato —repuso Jessamine. Aún sujetaba el cuchillo de Nate, que le brillaba en la mano—. Alguien volverá a rescatarnos. Will o Charlotte…

—Y se encontrarán el Instituto lleno de monstruos mecánicos —le recordó Tessa—. ¡Ah!, y a Mortmain. —Se estremeció—. No estoy segura de que sea tan simple como lo dices.

Jessamine miró a Tessa con ojos fríos.

—Bueno, no hace falta que lo digas como si fuera culpa mía. De no ser por ti, no estaríamos metidos en este lío.

Sophie se había colocado entre las enormes columnas, y parecía muy pequeña. Su voz resonó en los muros de piedra.

—Eso no ha sido muy amable por su parte, señorita.

Jessamine se sentó en el borde de la fuente, luego volvió a ponerse en pie, con el ceño fruncido. Se frotó el vestido, que se le había humedecido, con un ademán de exasperación.

—Quizá no, pero es cierto. La única razón por la que el Magíster está aquí es por Tessa.

—Le dije a Charlotte que todo esto era culpa mía —dijo Tessa en voz baja—. Le dije que me echara, pero no quiso.

Jessamine sacudió la cabeza.

—Charlotte tiene el corazón muy tierno, y Henry también. Y Will… Will se cree que es Galahad. Se ha propuesto salvar a todo el mundo. Jem también. Ninguno de ellos es práctico…

—Supongo que si tú hubieras tenido que tomar la decisión… —comenzó Tessa.

—Habrías estado en la calle en un instante con lo puesto —terminó Jessamine, y luego sorbió. Al ver la forma en que Sophie la estaba mirando, añadió—: ¡Venga, por favor! No pongas esa cara, Sophie. Agatha y Thomas seguirían vivos si yo hubiera estado al mando, ¿verdad?

Sophie se quedó aún más pálida; la cicatriz de su mejilla destacaba como una línea de fuego rojo.

—¿Thomas ha muerto?

Jessamine pareció darse cuenta de que había metido la pata.

—No quería decir eso.

Tessa la miró con dureza.

—¿Qué ha pasado, Jessamine? Te hemos visto herida…

—Y bien poco que habéis hecho ninguno al verme así —replicó Jessamine, y se sentó indignada sobre el múrete de la fuente, olvidando, al parecer, preocuparse por el estado de su vestido—. Estaba inconsciente… y cuando he despertado, he visto que os habíais ido todos menos Thomas. Mortmain tampoco estaba, pero esas criaturas seguían allí. Uno de ellos ha comenzado a venir hacia mí, así que he buscado mi sombrilla, pero la habían pisoteado hasta destrozarla. Thomas estaba rodeado de esas criaturas. He ido hacia él, pero me dijo que saliera corriendo, así que… he corrido. —Alzó la barbilla, desafiante.

Los ojos de Sophie destellaron.

—¿Y lo ha dejado allí? ¿Solo?

Jessamine dejó el cuchillo sobre el múrete con un furioso tintineo.

—Soy una dama, Sophie. Se espera que un hombre se sacrifique por la seguridad de una dama.

—¡Eso es pura basura! —Sophie apretaba los puños a los costados—. ¡Es una cazadora de sombras! ¡Y Thomas tan sólo un mundano! Podría haberlo ayudado. No lo ha hecho porque ¡es una… egoísta! ¡Y… y horrible!

Jessamine miró a Sophie boquiabierta.

—¿Cómo te atreves a hablarme…?

Se calló cuando la puerta del Santuario resonó con los fuertes golpes de la aldaba. Aún sonó una segunda vez y luego se oyó una voz conocida, que las llamaba.

—¡Tessa! ¡Sophie! Soy Will.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Jessamine, claramente tan aliviada de dejar la conversación con Sophie como de ser rescatada, y corrió hacia la puerta—. ¡Will! ¡Soy Jessamine! ¡También estoy aquí!

—¿Estáis las tres ahí? —Will parecía inquieto de una forma que hizo que Tessa sintiera tensión en el pecho—. ¿Qué ha pasado? He corrido aquí desde Highgate. He encontrado la puerta del Instituto abierta. ¿Cómo en nombre del Ángel ha podido entrar Mortmain?

—De alguna manera ha evitado las guardas —contestó Jessamine con amargura mientras cogía la manilla de la puerta—. No tengo ni idea de cómo.

—Ya no importa. Está muerto. Y las criaturas mecánicas, destruidas.

El tono de Will era reconfortante; entonces, ¿por qué Tessa no se sentía a salvo? Se volvió para mirar a Sophie, que tenía los ojos clavados en la puerta, y una arruga vertical entre los ojos, mientras movía ligeramente los labios como si estuviera susurrando algo para sí. Sophie tenía la Visión, recordó Tessa; Charlotte se lo había comentado en una ocasión. La inquietud de Tessa se incrementó y llegó al máximo.

—¡Jessamine! —gritó—. ¡Jessamine, no abras la puerta!

Pero era demasiado tarde. La puerta ya estaba abierta de par en par. Y allí enfrente se hallaba Mortmain, flanqueado por los monstruos mecánicos.

«Gracias al Ángel por los glamoures», pensó Will. La visión de un muchacho montando a pelo sobre un caballo a todo galope por Farrington Road hubiera sido suficiente para llamar la atención de cualquiera incluso en una metrópolis tan curtida como Londres. Pero mientras Will avanzaba, y el caballo alzaba grandes remolinos de polvo, resoplando y encabritándose por las calles, nadie movió un pelo o batió un párpado. Pero aunque parecían no verlo, fueron encontrando motivos para apartarse de su camino —unas gafas que se caían, un paso al lado para evitar un charco—, y así no ser arrollados por el caballo.

Había casi ocho kilómetros desde Highgate hasta el Instituto; habían tardado tres cuartos de hora en cubrir esa distancia en el carruaje. Will y Balios hicieron el viaje de vuelta en sólo veinte minutos, aunque el caballo estaba jadeando y cubierto de sudor cuando atravesaron la verja del Instituto y llegaron a la escalera de entrada.

Al instante, el corazón se le cayó a Will a los pies. Las puertas estaban abiertas. Abiertas de par en par, como invitando a la noche a entrar. Iba totalmente contra la Ley de la Alianza dejar las puertas del Instituto incluso entreabiertas. No se había equivocado; algo iba muy mal.

Saltó del lomo del caballo, y sus botas resonaron con fuerza sobre los adoquines del patio. Buscó alguna forma de sujetar al animal, pero como le había cortado el arnés, no la encontró y, además, Balios parecía tener ganas de morderle. Will se encogió de hombros y se dirigió hacia la escalera.

Jessamine soltó un grito ahogado y saltó hacia atrás mientras Mortmain entraba en la estancia. Sophie gritó y se protegió detrás de una columna. Tessa estaba demasiado impresionada para moverse. Los cuatro autómatas, dos a cada lado de Mortmain, miraban fijo al frente con sus resplandecientes rostros como máscaras de metal.

Detrás de Mortmain se hallaba Nate. Un improvisado vendaje, manchado de sangre, le rodeaba la cabeza. Del borde de su camisa, de la camisa de Jem, habían arrancado una tira. Nate miró a Jessamine con unos ojos cargados de maldad.

—Zorra —rugió, e hizo ademán de lanzarse a por ella.

—Nathaniel. —La voz de Mortmain fue como un látigo—. Éste no es un teatro donde representar tus mezquinas venganzas. Hay algo más que necesito de ti; ya sabes lo que es. Ve a traérmelo.

Nate vaciló. Miraba a Jessamine como un gato con la mirada clavada en un ratón.

—Nathaniel. A la sala de armas. ¡Ya!

Nate se apartó de Jessamine a regañadientes. Por un instante miró a Tessa, y la rabia de su expresión se suavizó en una mueca despectiva. Luego salió de la estancia; dos criaturas mecánicas abandonaron su lugar junto a Mortmain y lo siguieron.

La puerta se cerró tras él, y Mortmain sonrió agradablemente.

—Vosotras dos —dijo mirando a Jessamine y a Sophie—. Salid de aquí.

—No. —La voz era de Sophie, débil pero decidida, aunque, para sorpresa de Tessa, Jessamine tampoco mostraba ninguna inclinación a marcharse—. No sin Tessa.

Mortmain se encogió de hombros.

—Muy bien. —Miró a los autómatas—. Las dos chicas —dijo—. La cazadora de sombras y la criada. Matadlas a las dos.

Chasqueó los dedos, y las criaturas mecánicas comenzaron a moverse. Tenían la grotesca velocidad de ratas correteando. Jessamine trató de correr, pero sólo consiguió dar un par de pasos antes de que uno de ellos la agarrara y la levantara del suelo. Sophie se metió entre las columnas como Blancanieves huyendo por el bosque, pero tampoco le sirvió de nada. La segunda criatura la atrapó en seguida y la tiró al suelo mientras ella gritaba. En contraste, Jessamine estaba totalmente en silencio; la criatura que la sujetaba le había puesto una mano sobre la boca y la otra en la cintura, clavándole los dedos. Ella daba inútiles patadas al aire, como los pies de un criminal colgado al final de la soga del verdugo.

Tessa oyó que su propia voz le salía de la garganta como si fuera la de un extraño.

—¡Pare! ¡Por favor, pare!

Sophie se había escapado de la criatura que la sujetaba y se arrastraba por el suelo a cuatro patas. El autómata la agarró por el tobillo y la arrastró por el suelo; el delantal se le hizo trizas mientras ella sollozaba.

—¡Por favor! —repitió Tessa, mirando a Mortmain.

—Usted puede pararlo, señorita Gray —dijo él—. Prométame que no se escapará. —Los ojos le ardían al mirarla—. Sólo entonces las dejaré ir.

Los ojos de Jessamine, visibles sobre la mano de metal que le tapaba la boca, rogaron a Tessa. La otra criatura estaba en pie y sujetaba a Sophie, que se sacudía sin fuerza en su mano.

—Me quedaré —dijo Tessa—. Tiene mi palabra. Claro que me quedaré. Pero déjelas ir.

Hubo un largo silencio.

—Ya la habéis oído —dijo Mortmain finalmente a sus monstruos mecánicos—. Sacad a las chicas de esta sala. Llevadlas abajo. No les hagáis daño. —Entonces sonrió, con una sonrisa delgada y astuta—. Dejad a la señorita Gray a solas conmigo.

Will sentía un seco ardor en el fondo de la garganta. Tenía un regusto a metal y a ira en la boca. Pocas veces se lamentaba durante una batalla; guardaba las emociones para luego, al menos aquellas que no había aprendido a enterrar tan hondo que casi ni las sentía. Había estado enterrándolas desde los doce años. Pero en ese momento notaba una tensión dolorosa en el pecho, aunque su voz no tembló al hablar.

—Salud y bien hallado, Thomas —dijo al acercarse a los ojos del otro chico—. Ave…

Una mano lo cogió por la muñeca. Will miró hacia abajo, sin poder hablar, mientras los vidriosos ojos de Thomas lo miraban, de un castaño claro bajo el blancuzco velo de la muerte.

—No —dijo Thomas, haciendo un claro esfuerzo para pronunciar cada palabra— cazador de sombras.

—Has defendido el Instituto —repuso Will—. Lo has hecho tan bien como lo habría hecho cualquiera de nosotros.

—No. —Thomas cerró los ojos, como si estuviera agotado. Su pecho se hinchó, aunque muy levemente; la camisa estaba toda roja de sangre—. Usted los habría logrado echar, señor Will. Usted lo sabe tan bien como yo.

—Thomas —susurró Will. Querría haberle dicho: «Tranquilízate, en seguida te pondrás bien, en cuanto vuelvan los demás». Pero era evidente que Thomas no se pondría bien. Will deseó que fuera Jem quien estuviera allí, en vez de él. Era a Jem a quien alguien querría tener al lado si se estuviera muriendo. Jem podía hacer que cualquiera sintiera que las cosas se arreglarían, mientras que Will sospechaba que había pocas situaciones que no empeorasen con su presencia.

—Está viva —dijo Thomas sin abrir los ojos.

—¿Qué? —Había pillado desprevenido a Will.

—La chica por la que has regresado. Ella. Tessa. Está con Sophie. —Thomas hablaba como si fuera un hecho evidente para todos que Will regresaría por Tessa. Tosió; una gran cantidad de sangre le salió por la boca y le cayó por la barbilla. No pareció darse cuenta—. Cuida de Sophie, Will. Sophie es…

Pero Will no supo lo que era Sophie, porque súbitamente la mano de Thomas que le sujetaba la muñeca perdió toda la fuerza y cayó al suelo con un feo golpe. Will se apartó de él. Había visto la muerte muchas veces, y sabía cuándo había llegado. No hacía falta cerrarle los ojos a Thomas; ya los tenía cerrados.

—Duerme bien —dijo, sin saber muy bien de dónde le venían las palabras—, buen y leal criado de los nefilim. Y muchas gracias.

No era suficiente, en absoluto suficiente, pero era todo lo que podía hacer. Will se puso en pie y corrió hacia la escalera.

Las puertas se habían cerrado detrás de los autómatas; el Santuario estaba en silencio. Tessa oía cómo el agua caía sobre la fuente que estaba a su espalda.

Mortmain la miraba con calma. Aún no asustaba mirarlo, pensó Tessa. Un hombre menudo y corriente, con el cabello clareando en las sienes y los ojos claros tan extraños.

—Señorita Grey —comenzó él—, había esperado que nuestro primer encuentro a solas sería una experiencia más agradable para ambos.

Tessa lo miró con ojos furiosos.

—¿Qué es usted? —preguntó—. ¿Un brujo?

Él sonrió con facilidad y sin sentimiento.

—Simplemente un ser humano, señorita Gray.

—Pero ha hecho magia —insistió ella—. Ha hablado con la voz de Will…

—Cualquiera puede aprender a imitar las voces, con un entrenamiento adecuado —repuso él—. Un sencillo truco, como los juegos de manos. Nadie se los espera. Y menos, sin duda, los cazadores de sombras. Ellos creen que los humanos no somos buenos en nada, además de no ser buenos para nada.

—No —susurró Tessa—. No piensan eso.

Mortmain torció la boca.

—Qué rápido ha empezado a apreciarlos, a sus enemigos naturales. Pronto cambiaremos eso. —Avanzó hacia ella, y Tessa retrocedió—. No voy a hacerle ningún daño —dijo—. Sólo quiero enseñarle algo. —Del bolsillo del abrigo sacó un reloj de plata, muy elegante, que colgaba de una gruesa cadena de oro.

¿Se estaba preguntando qué hora era? Tessa sintió un tonto impulso de echarse a reír. Lo controló.

Él le tendió el reloj.

—Señorita Gray —por favor—, tome esto.

Ella lo miró.

—No lo quiero.

El volvió a acercarse a ella. Tessa retrocedió hasta que con la falda rozó el múrete de la fuente.

—Coja este reloj, señorita Gray.

Tessa negó con la cabeza.

—Cójalo —dijo él—. O llamaré a mis sirvientes mecánicos y haré que les rompan el cuello a sus dos amigas. Sólo tengo que ir hasta la puerta y llamarlos. Usted decide.

Tessa notó que le subía la bilis por la garganta. Observó el reloj que le tendía él, colgando de la cadena de oro. Se veía a simple vista que no tenía cuerda. Las manecillas se habían detenido hacía mucho, como si el tiempo se hubiera quedado congelado a media noche. Tenía las iniciales J. T. S. grabadas en el reverso en una elegante letra.

—¿Por qué? —susurró ella—. ¿Por qué quiere que lo coja?

—Porque quiero que Cambie —contestó Mortmain.

Tessa alzó la cabeza de golpe. Lo miró incrédula.

—¿Qué?

—Este reloj pertenecía a alguien —explicó él—. Alguien a quien realmente quiero volver a ver. —Su voz era neutra, pero había un cierto tono escondido, una hambre ansiosa que aterrorizó a Tessa más de lo que cualquier ira hubiera logrado—. Sé que las Hermanas Oscuras le enseñaron a hacerlo. Sé que usted conoce su poder. Es la única persona en el mundo que puede hacer lo que hace. Lo sé porque fui yo quien la creé.

—¿Que usted me creó? —Tessa se lo quedó mirando—. Está diciendo… usted no puede ser mi padre…

—¿Su padre? —Mortmain rió un instante—. Soy humano, no un subterráneo. No hay nada de demonio en mí, y tampoco me relaciono con demonios. No compartimos ninguna sangre, usted y yo. Pero aun así, de no ser por mí, usted no habría existido.

—No lo entiendo —susurró Tessa.

—No necesito que lo entienda. —Se veía que Mortmain estaba perdiendo los estribos—. Lo único que necesita es hacer lo que le digo. Y le digo que Cambie. Ahora.

Era como estar de nuevo ante las Hermanas Oscuras, asustada y alerta, con el corazón latiéndole con fuerza, mientras se le decía que accediera a un parte de sí que la aterrorizaba. Mientras se le ordenaba que se perdiera en la oscuridad, en esa nada entre un ser y el otro. Quizá fuera más fácil hacer lo que le decía: coger el reloj como le ordenaba, abandonarse en la piel de otro, como ya había hecho antes, sin voluntad propia ni elección.

Miró hacia abajo, para apartarse de la ardiente mirada de Mortmain, y vio algo brillando en el muro de la fuente justo a su lado. Una salpicadura de agua, pensó por un instante. Pero no, era otra cosa. Y en ese momento habló, casi sin querer.

—No —dijo.

Mortmain entrecerró los ojos.

—¿Qué ha dicho?

—He dicho que no. —Tessa se notó como si, de alguna manera, estuviera fuera de sí misma, observándose mientras se enfrentaba a Mortmain como si mirara a una desconocida—. No lo haré. A no ser que me explique qué quiere decir con eso de que me ha creado. ¿Por qué soy así? ¿Por qué necesita tanto mi poder? ¿Qué planea obligarme a hacer para usted? Está haciendo algo más que crear un ejército de monstruos. Eso lo puedo ver. No soy una estúpida como mi hermano.

Mortmain volvió a meterse el reloj en el bolsillo. Su rostro era una grotesca máscara de ira.

—No —replicó él—. No es una estúpida como su hermano. Su hermano es un estúpido y un cobarde. Usted es una estúpida con algo de coraje. Aunque no le va a servir de mucho. Y serán sus amigas las que paguen por ello. Mientras usted mira. —Se dio la vuelta y fue hacia la puerta.

Tessa se inclinó y cogió el objeto que brillaba tras ella. Era el cuchillo que Jessamine había dejado ahí; la hoja relucía bajo la luz mágica del Santuario.

—Deténgase —gritó—. Señor Mortmain, deténgase.

Él se volvió hacia ella y la vio sujetando el cuchillo. Una expresión de hastiada diversión le cruzó el rostro.

—En serio, señorita Gray —dijo él—. ¿Realmente cree que puede hacerme algún daño con eso? ¿Cree que he venido totalmente desarmado? —Se abrió un poco la chaqueta, y Tessa vio la culata de una pistola en el cinturón.

—No —contestó—. No creo que pueda hacerle daño. —Le dio la vuelta al cuchillo, de forma que la hoja apuntaba directamente a su propio pecho—. Pero si da un solo paso más hacia la puerta, le prometo que me atravesaré el corazón con este puñal.

Arreglar el estropicio que Will había causado en el arnés del carruaje le llevó a Jem más tiempo del que hubiera querido, y la luna estaba ya alta en el cielo cuando cruzó la verja del Instituto e hizo subir a Xanthos hasta la escalera de entrada.

Balios, sin atar, estaba junto al poste de la escalera, y parecía agotado. Will debía de haber cabalgado como un diablo, pensó Jem, pero al menos había llegado. Era un pequeño alivio, considerando que las puertas del Instituto estaban abiertas de par en par, lo que le produjo una sensación de horror. Era un panorama que parecía fallar en algo, igual que cuando se miraba a un rostro al que le faltaban los ojos o a un cielo sin estrellas. Había algo que sencillamente no cuadraba.

Jem alzó la voz.

—¿Will? —llamó—. Will, ¿puedes oírme?

Al no obtener respuesta, saltó del asiento de cochero y se volvió para coger el bastón de pomo de jade. Lo cogió sin fuerza, sopesándolo. Le habían comenzado a doler las muñecas, y eso le preocupaba bastante. Normalmente, el síndrome de abstinencia de la droga comenzaba con un dolor sordo en las articulaciones, un dolor que se extendía lentamente hasta que todo el cuerpo le ardía. Pero en esos momentos no podía permitirse el dolor. Tenía que pensar en Will, y en Tessa. No se podía librar de la imagen de ella en la escalera, mirándolo mientras él le decía las antiguas palabras. Había parecido tan preocupada, y la idea de que pudiera estar preocupada por él le había producido un placer inesperado.

Se volvió para ir a subir la escalera, pero se quedó paralizado. Había alguien bajándola. Más de una persona, un montón de gente. Sus siluetas se recortaban contra la iluminación del Instituto, y por un momento Jem parpadeó, sin poder distinguir sus rasgos. Algunas de ellas parecían extrañamente deformadas.

—¡Jem! —La voz era aguda, desesperada. Conocida.

Jessamine.

Electrizado, Jem corrió escalera arriba, y entonces se detuvo. Ante él estaba Nathaniel Gray, con la ropa rota y manchada de sangre. Un vendaje improvisado le rodeaba la cabeza, empapado de sangre de la sien derecha. Tenía una expresión adusta.

A ambos lados de él se movían los autómatas, como obedientes criados. Uno estaba a su derecha; el otro, a su izquierda. Detrás había dos más. Uno sujetaba a una Jessamine que no paraba de forcejear; el otro, a una Sophie inmóvil, medio desmayada.

—¡Jem! —gritó Jessamine—. Nate es un mentiroso. Ha estado ayudando a Mortmain todo el tiempo… y tiene la Pyxis…

Nathaniel se volvió.

—Hazla callar —ladró al autómata que tenía a su espalda. Los brazos de metal de la criatura se apretaron alrededor de Jessamine, que perdió el aliento y se calló, con el rostro blanco de dolor. Sus ojos señalaron al autómata que Nathaniel tenía a su derecha. Al seguir su mirada, Jem vio que la criatura tenía el familiar rectángulo dorado de la Pyxis en la mano.

Al ver su expresión, Nate sonrió.

—Sólo un cazador de sombras puede tocarla —dijo—. Es decir, ninguna criatura viviente. Pero un autómata no está vivo.

—¿Así que al final se trataba de esto? —preguntó Jem sorprendido—. ¿La Pyxis? ¿Para qué te puede servir?

—Mi señor quiere energías demoníacas, y tendrá energías demoníacas —soltó Nate, con toda pomposidad—. Y tampoco olvidará que fui yo quien se las consiguió.

Jem meneó la cabeza.

—¿Y qué te dará, entonces? ¿Qué te ha dado para que traiciones a tu hermana? ¿Treinta monedas de plata?

Nate hizo una mueca, y por un momento Jem pudo atravesar la máscara de hombre atractivo y ver lo que realmente había debajo: algo maligno y repelente que hizo que Jem tuviera ganas de alejarse y vomitar.

—Esa cosa —repuso Nate— no es mi hermana.

—Es difícil de creer, ¿verdad? —dijo Jem, sin esforzarse en ocultar su profundo desprecio—, que tú y Tessa compartáis algo, incluso una sola gota de sangre. Ella es mucho mejor que tú.

Nathaniel entrecerró los ojos.

—Ella no es mi problema. Pertenece a Mortmain.

—No sé qué te habrá prometido Mortmain —continuó Jem—, pero yo te puedo prometer que si haces daño a Jessamine o a Sophie, o si sacas la Pyxis de este lugar, la Clave te perseguirá. Y te encontrará. Y por último te matará.

Nathaniel negó lentamente con la cabeza.

—Tú no lo entiendes —dijo—. Ninguno de los nefilim lo entiende. Lo más que podéis ofrecerme es dejarme vivir. Pero el Magíster puede prometerme que nunca moriré. —Se volvió hacia el autómata que tenía a la izquierda, el que no sujetaba la Pyxis—. Mátalo.

El autómata saltó hacia Jem. Era mucho más rápido que las criaturas a las que Jem se había enfrentado en el puente de Blackfriars. Casi no tuvo tiempo de mover el cierre que armaba la espada al final del bastón y de alzarlo, antes de que aquella cosa estuviera sobre él. La criatura chilló como el frenazo de un tren cuando Jem le clavó la espada directamente en el pecho y la movió de lado a lado, rajando el metal. La criatura comenzó a dar vueltas, soltando una noria de chispas rojas.

Nate, que andaba cerca del reguero de chispas, gritó y saltó hacia atrás, mientras se daba palmadas para apagar las pequeñas brasas que quemaban su ropa. Jem aprovechó la oportunidad para saltar los escalones y golpear a Nate en la espalda con la hoja plana. Éste cayó de rodillas. Nate se volvió para mirar a su protector mecánico, pero la criatura iba de un lado a otro por los escalones, manando chispas a chorros del pecho; era evidente que Jem había seccionado uno de sus mecanismos centrales. El autómata que sujetaba la Pyxis seguía inmóvil; Nate no era su prioridad.

—¡Soltadlas! —gritó Nate a las criaturas mecánicas que sujetaban a Sophie y a Jessamine—. ¡Matad al cazador de sombras! ¡Matadlo! ¿Me oís?

Jessamine y Sophie cayeron al suelo cuando las soltaron; ambas necesitaron recuperar el aliento, pero sin duda estaban vivas. El alivio de Jem duró poco, porque la pareja de autómatas se abalanzó contra él, moviéndose a una velocidad increíble. Lanzó un tajo a uno con el bastón. El autómata saltó hacia atrás, fuera de su alcance, y el otro alzó una mano; no era una mano en realidad, sino un bloque cuadrado de metal, con el borde con dientes metálicos, como una sierra.

Un grito resonó tras Jem, y Henry cargó a su lado, blandiendo una enorme espada de doble filo. Dio un fuerte tajo, y cortó el brazo del autómata, que salió volando y resbaló por los adoquines, soltando chispas y siseando, antes de estallar envuelto en llamas.

—¡Jem! —Era la voz de Charlotte, advirtiéndole. Jem se volvió y vio al otro autómata, que lo atacaba por detrás. Jem lanzó la hoja hacia el cuello de la criatura, y cortó los tubos de cobre del interior, mientras Charlotte le acuchillaba las rodillas con su látigo. Con un agudo gemido, el autómata se desplomó contra el suelo, con las piernas cortadas. Charlotte, con el pálido rostro muy serio, volvió a golpearle con el látigo, mientras Jem veía a Henry, con el cabello pelirrojo pegado a la frente por el sudor, dar otro golpe con la gran espada. El autómata que le había atacado había quedado reducido a un montón de chatarra en el suelo.

Lo cierto era que había trozos de mecanismos por todo el patio, y que algunos aún ardían, como un campo de estrellas caídas. Jessamine y Sophie estaban agarradas la una a la otra; Jessamine sujetaba a la otra chica, que tenía todo un collar de oscuros morados alrededor del cuello. Jessamine encontró la mirada de Jem, y éste tuvo la impresión de que probablemente era la primera vez que ella parecía realmente contenta de verlo.

—Se ha ido —dijo ella—. Nathaniel. Ha desaparecido con esa criatura, y con la Pyxis.

—No lo entiendo. —El rostro de Charlotte era una máscara de sorpresa—. El hermano de Tessa…

—Todo lo que nos dijo eran mentiras —explicó Jessamine—. Todo el asunto de enviaros detrás de los vampiros era sólo un modo de distraeros.

—Dios santo —exclamó Charlotte—. Así que De Quincey no estaba mintiendo… —Meneó la cabeza, como si quisiera quitarse telarañas—. Cuando llegamos a su casa en Chelsea, tan sólo lo acompañaban unos cuantos vampiros, no más de seis o siete, muy lejos sin duda de los cien que Nathaniel nos había dicho, y no había autómatas por ninguna parte. Benedict mató a De Quincey, pero no antes de que éste se riera de nosotros por llamarlo Magíster; nos dijo que habíamos permitido que Mortmain se burlara de nosotros. Mortmain. Y yo que pensaba que sólo era un… un mundano.

Henry se sentó en el primer escalón, y la espada resonó al dejarla.

—Esto es un desastre —exclamó.

—Will —dijo Charlotte aún aturdida, como en un sueño—. Y Tessa. ¿Dónde están?

—Tessa está en el Santuario. Con Mortmain. Will… —Tessamine meneó la cabeza—. No sabía que estuviera aquí.

—Está dentro —dijo Jem, y alzó la mirada hacia el Instituto. Recordó el sueño inducido por el veneno: el Instituto en llamas, una nube de humo sobre Londres y grandes criaturas mecánicas yendo de un lado a otro entre los edificios como arañas monstruosas—. Debe de haber ido en busca de Tessa.

El rostro de Mortmain se había quedado sin color.

—¿Qué está haciendo? —preguntó, mientras iba hacia ella.

Tessa se puso la punta del cuchillo en el pecho y apretó. El dolor fue agudo, repentino. La sangre manó sobre la superficie del vestido.

—No se acerque más.

Mortmain se detuvo, con una retorcida mueca de furia en el rostro.

—¿Y qué le hace pensar que me importa si vive o muere, señorita Gray?

—Como ha dicho, usted me creó —contestó Tessa—. Por la razón que sea, usted deseó que yo existiera. Me valoraba lo suficiente para impedir que la Hermanas Oscuras me dañaran de alguna forma permanente. No sé por qué, pero para usted soy importante. Oh, no yo, claro. Mi poder. Eso es lo que a usted le importa. —Notaba la sangre, cálida y húmeda, corriéndole lentamente por la piel, pero el dolor no era nada comparado con la satisfacción de ver la mirada de miedo en el rostro de Mortmain.

—¿Qué quiere de mí? —dijo él con los dientes apretados.

—Se equivoca. La pregunta es qué quiere usted de mí. Dígamelo. Dígame por qué me creó. Dígame quiénes son mis verdaderos padres. ¿Era mi madre realmente mi madre? Mi padre, ¿era mi padre?

Mortmain esbozó una sonrisa torcida.

—Está haciendo la pregunta equivocada, señorita Gray.

—¿Por qué soy…? ¿Qué soy, y es Nate sólo humano? ¿Por qué no es como yo?

—Nathaniel sólo es su medio hermano. No es más que un ser humano, y no es un gran espécimen. No lamente no parecerse más a él.

—Entonces… —Tessa se detuvo. El corazón le latía a toda prisa—. Mi madre no puede haber sido un demonio —dijo—. Ni nada sobrenatural, porque la tía Harriet era su hermana, y sólo era humana. Así que debe de haberlo sido mi padre. ¿Era mi padre un demonio?

Mortmain sonrió, con una fea sonrisa repentina.

—Deje el cuchillo y le daré las respuestas. Quizá podamos invocar incluso a la cosa que la engendró, si tan desesperada está por conocerlo.

—Entonces, soy una bruja —concluyó Tessa. Sentía un nudo en la garganta—. Eso es lo que está diciendo.

Los pálidos ojos de Mortmain estaban cargados de desprecio.

—Si insiste —contestó—. Supongo que es la mejor palabra para definirla.

Tessa oyó la voz de Magnus Bane claramente en la cabeza: «Oh, eres una bruja. Puedes estar segura». Y aun así…

—No me creo nada de todo esto —replicó Tessa—. Mi madre nunca hubiera… no con un demonio.

—No lo sabía. —Mortmain sonaba casi compasivo—. No tenía ni idea de que estaba siendo infiel a su padre.

A Tessa se le retorció el estómago. Eso no era nada que no hubiera considerado posible, nada que no se hubiera preguntado. Pero aun así, oírlo decir en voz alta a otra persona era muy duro.

—Si el hombre que pensaba que era mi padre no era mi padre, y mi verdadero padre era un demonio —argumentó—, ¿por qué no tengo ninguna marca como tienen los demás brujos?

Los ojos de Mortmain brillaron de maldad.

—Cierto, ¿por qué no? Quizá porque su madre no tenía más idea de lo que era que usted misma.

—¿Qué quiere decir? ¡Mi madre era humana! Mortmain negó con la cabeza.

—Señorita Gray, usted continúa sin hacer las preguntas correctas. Lo que debe entender es que se hicieron muchos planes para que algún día usted llegara a existir. El plan comenzó incluso antes de mí, y yo lo seguí, sabiendo que era el supervisor de la creación de algo único en el mundo. Algo único que me pertenecería. Sabía que un día me casaría con usted, y usted sería mía para siempre.

Tessa lo miró horrorizada.

—Pero ¿por qué? Usted no me ama. Usted no me conoce. ¡Ni siquiera sabía qué aspecto tenía! ¡Podría haber sido horrorosa!

—Eso no hubiera importado. Usted puede aparecer tan horrorosa o tan hermosa como desee. El rostro que muestra es sólo uno de los miles rostros posibles. ¿Cuándo aprenderá que no existe una Tessa Gray auténtica?

—Márchese —dijo Tessa.

Mortmain la miró con sus pálidos ojos.

—¿Qué me ha dicho?

—Márchese. Salga del Instituto. Llévese a sus monstruos con usted. O me atravesaré el corazón.

Por un instante, él vaciló, apretando y soltando los puños a los costados. Debía de ser igual cuando tenía que tomar como un rayo decisiones en los negocios, ¿comprar o vender? ¿Invertir o expandirse? Sin duda, era un hombre acostumbrado a valorar la situación en un instante, pensó Tessa. Y ella sólo era una chica. ¿Qué posibilidades tenía de ser más lista que él?

Lentamente él negó con la cabeza.

—No creo que lo haga. Puede que sea una bruja, pero sigue siendo un chica joven. Una delicada fémina. —Dio un paso hacia ella—. La violencia no forma parte de su naturaleza.

Tessa apretó el mango del cuchillo. Podía notarlo todo: la superficie fina bajo los dedos, el dolor donde pinchaba su piel, el latido de su corazón.

—No dé un paso más —dijo ella con voz temblorosa—, o lo haré. Me clavaré el cuchillo.

El temblor en la voz de Tessa pareció convencer a Mortmain; apretó el mentón y se acercó a ella con paso confiado.

—No, no lo hará.

Tessa oyó la voz de Will en su cabeza. «Tomó veneno antes de permitir que la capturaran los romanos. Era más valiente que cualquier hombre».

—No lo dude —afirmó ella—. Lo haré.

Algo en su rostro debió de cambiar, porque la confianza desapareció de la expresión de Mortmain y se lanzó hacia ella, sin su arrogancia, tratando desesperadamente de arrebatarle el cuchillo. Tessa le dio la espalda a Mortmain, y se volvió hacia la fuente. Lo último que vio fue el agua plateada que la salpicaba desde lo alto, mientras se hundía el cuchillo en el pecho.

Will se acercaba sin resuello a las puertas del Santuario. Había tenido que luchar contra dos autómatas en la escalera y había pensado que estaba acabado, hasta que el primero, al que la espada de Thomas había atravesado varias veces, comenzó a funcionar mal y empujó a la segunda criatura por la ventana antes de desmoronarse y caer escalera abajo en un torbellino de metal retorcido y chispas.

Will tenía cortes en las manos y los brazos de los afilados pellejos de las criaturas, pero no se había parado para emplear un íratze. No había tiempo. Sacó la estela mientras corría, y dio con la puerta del Santuario sin reducir la velocidad. Pasó la estela por la superficie de la puerta, creando la runa de apertura más rápida de su vida.

El pasador de la puerta se corrió. Will se tomó un segundo para cambiar la estela por uno de los cuchillos serafines que llevaba en el cinto.

Jerahmeel —susurró, y mientras la llama comenzaba a resplandecer con un fuego blando, abrió la puerta del Santuario de una patada.

Y en ese momento se quedó helado de horror. Tessa yacía hecha un ovillo junto a la fuente, cuya agua estaba teñida de rojo. La parte delantera de su vestido azul y blanco era una mancha escarlata, y la sangre formaba un charco cada vez mayor bajo ella. Había un cuchillo junto a su mano sin fuerza, con el mango manchado de sangre. Tenía los ojos cerrados.

Mortmain estaba arrodillado a su lado, con la mano sobre el hombro de ella. Alzó la mirada cuando las puertas se abrieron, y luego se puso en pie tambaleante, apartándose del cuerpo de Tessa. Tenía las manos rojas de sangre y manchas en la camisa y la chaqueta.

—Yo… —comenzó.

—La has matado —afirmó Will. Su voz le pareció sorprendida incluso a él, y muy lejana. De nuevo le vino a la mente la imagen de la biblioteca de la casa donde vivía con sus padres de pequeño. Su mano en la caja, los dedos curiosos abriendo el seguro que la mantenía cerrada. La biblioteca se llenó con el ruido de gritos. La carretera de Londres, plateada bajo la luz de la luna. Las palabras le habían dado vueltas en la cabeza una y otra vez, mientras se alejaba de todo lo que había conocido. «Lo he perdido todo, lo he perdido todo».

Todo.

—No. —Mortmain negó con la cabeza. Estaba jugueteando con algo, un anillo de su mano derecha, hecho de plata—. Ni siquiera la he tocado. Ha sido ella misma.

—Mientes. —Will fue hacia él, con el cuchillo serafín entre los dedos, reconfortante y familiar en un mundo que parecía moverse y cambiar a su alrededor como el paisaje de una pesadilla—. ¿Sabes lo que pasa cuando clavo uno de éstos en la carne humana? —dijo con voz ronca, alzando a Jerahmeel—. Te quemará mientras te corta. Morirás sufriendo una agonía, quemado de dentro afuera.

—¿Crees que lamentas su pérdida, Will Herondale? —La voz de Mortmain estaba cargada de tormento—. Tu pena no es nada comparada con la mía. Años de trabajo, sueños, más de lo que podrías imaginarte, perdidos.

—Entonces, anímate, porque tu sufrimiento durará poco —dijo Will, y se lanzó hacia él, con la hoja por delante. Notó cómo rozaba la tela de la chaqueta de Mortmain, y no encontró más resistencia. Se cayó al suelo, se incorporó y miró. Algo tintineó en el suelo a sus pies, un botón de latón. Su cuchillo debía de haberlo cortado de la chaqueta de Mortmain. Pareció guiñarle el ojo desde el suelo, burlándose de él.

Sorprendido, Will dejó caer el cuchillo serafín. Jerahmeel aterrizó en el suelo, aún ardiendo. Mortmain había desaparecido, por completo. Se había desvanecido como sólo un brujo podría desvanecerse, un brujo que hubiera estado ensayando esa práctica durante años. Para un humano, incluso un humano con conocimiento de lo oculto, lograr tal cosa…

Pero no importaba; no en ese momento. Will sólo podía pensar en una cosa. En Tessa. Medio temiéndolo, medio esperándolo, cruzó la estancia hasta donde ella se hallaba. La fuente emitió sus tristes sonidos tranquilizadores cuando él se arrodilló y cogió a Tessa entre sus brazos.

Una vez antes ya la había cogido así, en el desván, la noche que habían quemado la casa de De Quincey. El recuerdo había acudido a él, involuntariamente, a menudo desde aquel entonces. En ese momento se convirtió en una tortura. Ella tenía el vestido empapado de sangre; también su cabello y su cara estaban manchados. Will había visto heridas suficientes como para saber que nadie podía perder tanta sangre y sobrevivir.

—Tessa —susurró. La estrechó contra él; en ese momento no importaba lo que hiciera. Hundió el rostro en el cuello de ella, donde se unía con el hombro. El cabello de Tessa ya comenzaba a pegársele con la sangre, y le rozó la mejilla. Notó el latido del pulso de ella a través de la piel.

Se quedó parado. ¿El pulso de ella? El corazón le dio un salto; se apartó, con la intención de tumbarla en el suelo, y se la encontró mirándolo con grandes ojos grises.

—Will —dijo ella—. ¿Eres tú de verdad, Will?

El alivio lo recorrió de arriba abajo, seguido de un instante de apabullante terror. Thomas había muerto entre sus brazos, y ahora ella también. ¿O quizá se podría salvar? Pero no con Marcas. ¿Cómo se curaba a los subterráneos? Los Hermanos Silenciosos tenían esos conocimientos.

—Vendas —dijo Will para sí—. Necesito vendas.

Había decidido dejarla en el suelo, pero Tessa le agarró la muñeca con la mano.

—Will, debes tener cuidado. Mortmain… Él es el Magíster. Estaba aquí…

Will sintió que le faltaba el aire.

—Calla. Guarda las fuerzas. Mortmain se ha ido. Debo buscar ayuda…

—No. —Ella lo cogió con más fuerza—. No, no hace falta que lo hagas. Will. Esta sangre no es mía.

—¿Qué? —preguntó él, mirándola atónito. «Quizá Tessa delirara», pensó, pero la mano que lo agarraba y su voz tenían demasiada fuerza para alguien que debería estar muerto—. ¿Qué te ha hecho, Tessa…?

—Yo lo hice —afirmó ella con la misma vocecita firme—. Me lo hice a mí misma, Will. Era la única manera de hacerlo marchar. Nunca me hubiera dejado aquí. No si pensara que seguía con vida.

—Pero…

—He Cambiado cuando el cuchillo me tocó. Cambié sólo un momento. Era algo que Mortmain ha dicho lo que me ha dado la idea; que los juegos de manos son trucos simples que nadie espera.

—No lo entiendo. ¿Y la sangre?

Tessa asintió con la cabeza, y su rostro se iluminó de alivio y por el placer de contarle lo que había hecho.

—Hubo una mujer, una vez, en la que las Hermanas Oscuras me obligaron a Cambiarme; había muerto de un disparo, y cuando Cambié su sangre me manchó por completo. ¿Te lo había contado? Pensaba que igual sí, pero no importa. Lo recordé, y me Cambié en ella justo en ese momento, y la sangre vino, igual que la otra vez. Le di la espalda a Mortmain para que no me viera Cambiar, y me desplomé hacia adelante como si de verdad me hubiera clavado el cuchillo; además, la fuerza del Cambio, al hacerlo tan rápido, casi me ha hecho desmayarme. El mundo se ha teñido de negro, y he oído a Mortmain llamándome por mi nombre; he sabido que había recuperado la conciencia y que tenía que hacerme la muerta. Me temo que hubiera acabado descubriéndome si no hubieras llegado. —Se miró, y Will podría haber jurado que su voz tenía un cierto tono de satisfacción cuando dijo—: ¡He engañado al Magíster, Will! No lo hubiera creído posible; él estaba tan convencido de su superioridad sobre mí. Pero recordé lo que me habías contado de Boadicea. De no ser por tus palabras, Will…

Lo miró a los ojos y sonrió. Esa sonrisa acabó con lo que quedaba de la resistencia de Will, la rompió en mil pedazos. Había bajado las defensas cuando había pensado que ella estaba muerta, y no había tiempo para levantarlas de nuevo. Impotente, la acercó a él. Durante un instante, ella se cogió a él con fuerza, cálida y viva entre sus brazos. El cabello le rozó la mejilla. El color había regresado al mundo; Will podía respirar de nuevo, y en ese momento, al respirar la inhaló a ella: olía a sal, a sangre, a lágrimas y a Tessa.

Cuando ella se apartó de su abrazo, los ojos le brillaban.

—Al oír tu voz, he pensado que estaba en un sueño —explicó ella—. Pero eres real. —Le recorrió el rostro con la mirada, y como si le gustara lo que había visto, sonrió—. ¡Eres real!

Will abrió la boca. Las palabras estaban ahí. Estaba a punto de decirlas cuando un espasmo de terror lo recorrió, el terror de alguien que, perdido en la niebla, se detiene y se da cuenta de que se ha parado a centímetros del borde de un abismo. La forma en que ella lo estaba mirando…, Will se dio cuenta de que ella podía leer lo que decían sus ojos. Debía de estar escrito ahí con toda claridad, como palabras en las páginas de un libro. No había habido tiempo, ni oportunidad, para ocultarlo.

—Will —susurró ella—. Di algo, Will.

Pero no había nada que decir. Sólo el vacío, como había estado antes de ella. Como siempre estaría.

«Lo he perdido todo —pensó Will—. Todo».