“Continuaremos luchando hasta que, como espero, recibamos ayuda de Alemania”,1 le había dicho Carranza al ministro alemán en México en 1917. Entonces, obviamente, abrigaba la esperanza de que al concluir la guerra mundial una Alemania victoriosa, o cuando menos no derrotada, le proporcionaría los medios para romper el bloqueo económico norteamericano y vencer a sus enemigos internos. Cuando la guerra terminó en noviembre de 1918 con la derrota de Alemania, sus esperanzas se vinieron abajo. Entonces tuvo que enfrentar una amenaza exterior mucho más peligrosa que las anteriores, al mismo tiempo que resurgía una fuerte oposición interna.
Los Estados Unidos salieron de la primera guerra mundial como la potencia más poderosa del mundo, tanto en lo económico como en lo militar. En lugar del pequeño ejército regular al que se había enfrentado en 1916, Carranza vio ahora a su país amenazado por una enorme fuerza de varios millones de hombres. En términos económicos durante la guerra los Estados Unidos habían remplazado a las potencias europeas como el inversionista y el importador y exportador más importante para la mayoría de los países latinoamericanos. México no era una excepción, y durante la guerra, a pesar de todos los esfuerzos mexicanos en contrario, los Estados Unidos habían logrado alcanzar una preponderancia económica sin precedentes. En tanto que las inversiones europeas en México se redujeron drásticamente durante las fases más violentas de la Revolución Mexicana las inversiones norteamericanas continuaron aumentando.2
Los diplomáticos europeos en México describieron en términos amargos cómo las corporaciones norteamericanas, con la colaboración de su gobierno, habían logrado debilitar el poderío económico europeo en México.
Los norteamericanos se sirvieron de la censura de tiempo de guerra para llevar a cabo un espionaje económico dirigido a presionar no sólo a las compañías alemanas, sino también a las inglesas y las francesas. El 13 de agosto de 1919, el ministro alemán en México escribió:
Del mismo modo que la censura inglesa aprovechó la vigilancia del correo para llevar a cabo un extenso sabotaje comercial durante los primeros años de la guerra, la censura norteamericana hace lo propio ahora. Ha salido a la luz toda una serie de casos en los que ciertas ofertas o pedidos comerciales llegaron a sus destinatarios con varios meses de retraso, y en los que las muestras incluidas en dichas cartas fueron simplemente confiscadas. También en esto, los norteamericanos no hacían más que aplicar el modelo británico de utilización del espionaje no sólo contra las compañías de los países enemigos, sino contra las de los países neutrales y las de sus propios aliados. Los comerciantes ingleses y franceses se quejaron amargamente cuando se enteraron de que las compañías norteamericanas se estaban aprovechando de sus rivalidades y mejorando sus precios para arrebatarles los clientes.
En México, el intento norteamericano de monopolizar el comercio de importación y exportación no iba dirigido únicamente contra las compañías que figuraban en la lista negra, que incluía a todas las compañías alemanas, muchas mexicanas, ciertas españolas e incluso algunas francesas, sino simplemente contra todos los comerciantes que no fueran norteamericanos, o sea los británicos, los franceses y los japoneses en general. El espionaje comercial fue puesto en práctica abiertamente por los consulados norteamericanos, que mantenían una red de informantes a sueldo con este fin, y por las recién creadas “Cámaras de Comercio”, íntimamente vinculadas con las actividades de propaganda política.3
Per medio de manipulaciones financieras, las compañías norteamericanas lograron crear, en el caso de varias empresas que operaban en México, una situación en la cual los capitales se hallaban en Europa pero las deudas, garantizadas por hipotecas, estaban en manos de acreedores norteamericanos. Ya desde el 25 de diciembre de 1915, Eckardt había informado desde México:
El autor de un informe confidencial que he recibido, un suizo alemán bien documentado sobre asuntos económicos, afirma que incluso la Compañía Mexicana de Tranvías, la Compañía de Luz y Fuerza y los Ferrocarriles Nacionales de México, todos los cuales fueron creados con capital extranjero, serían fácil presa de los capitalistas de Wall Street […] Sus métodcs [de los banqueros norteamericanos] para la realización sistemática de este plan se ilustran con dos ejemplos entre muchos casos análogos: lo ocurrido con la Compañía Mexicana de Tranvías, la Compañía de Luz y Fuerza, y, más adelante, los ferrocarriles mexicanos. En estos casos, de acuerdo con los balances a los que mi informante ha tenido acceso, tanto las acciones vendidas en el extranjero como las que pertenecen al gobierno mexicano se han perdido, principalmente como resultado de la revolución, pero las fábricas aparentemente pasarán a manos de los acreedores, que son banqueros e inversionistas privados norteamericanos. Recurriendo a nuevos y cuantiosos créditos, éstos procederán a crear compañías rentables controladas por norteamericanos. Mi informante deja muy en claro que éste es el resultado deseado por los financieros norteamericanos.4
Como resultado de las constantes luchas en México, muchas compañías mexicanas y europeas de nivel medio habían preferido vender sus bienes, que fueron adquiridos por norteamericanos.
La relación de fuerzas también había cambiado en la esfera del petróleo, aunque en ésta el cambio no fue tan dramático como en otras áreas. La participación de la compañía de Pearson en la producción de petróleo mexicano había disminuido. En varias ocasiones durante el transcurso de la guerra, Pearson había realizado negociaciones con la Standard Oil para la venta de su compañía petrolera; no puede descartarse la posibilidad de que la suspensión temporal de su contrato de suministro con el Almirantazgo británico haya tenido algo que ver con estos esfuerzos. En febrero de 1917, cuando todo estaba listo para la absorción de la compañía de Pearson por la Standard Oil, el gobierno británico vetó la venta. En octubre de 1918 Pearson inició negociaciones con la Royal Dutch Shell, la gran compañía petrolera anglo-holandesa, que adquirió los intereses de Pearson en la primavera de 1919.5 Aunque la Compañía El Águila, entonces bajo nuevo control, era más débil que las compañías petroleras norteamericanas, seguía siendo sin embargo la compañía británica más fuerte de México.
A comienzos de 1919 los banqueros norteamericanos y europeos acicateados por la esperanza de que el deterioro de la situación interna e internacional de Carranza obligaría a éste a aceptar sus propuestas, sugirieron un acuerdo que habría neutralizado en la práctica la Constitución de 1917, permitido el acceso irrestricto de los intereses norteamericanos a los recursos naturales de México, saldado la deuda mexicana en condiciones favorables a los intereses extranjeros y restringido la soberanía mexicana. Las propuestas de los banqueros le fueron sometidas al secretario interino de Hacienda, Rafael Nieto, en marzo de 1919. La deuda mexicana se renegociaría en un solo bloque y también se saldaría el adeudo de los Ferrocarriles Nacionales. Con este fin se otorgaría a México un cuantioso préstamo, a cambio del cual el país aceptaría una serie de restricciones a su soberanía. Los ingresos aduanales se comprometerían como garantía del pago de la deuda bajo algún tipo de supervisión internacional, se crearía un nuevo banco federal con una junta directiva internacional, y se firmaría un tratado de amistad y comercio que “proporcionaría una base satisfactoria para la operación de empresas comerciales en México por los naturales de los países” en cuestión.
Carranza había demostrado en varias ocasiones que estaba dispuesto a transigir en lo tocante a la aplicación de la Constitución de 1917, que nunca había respaldado plenamente. Pero a todo lo largo de su carrera se había negado a aceptar cualquier limitación a la soberanía de México, y volvió a hacerlo en 1919, rechazando así el acuerdo propuesto.6
A partir de este momento, la campaña y las demandas en pro de una intervención militar en México se desataron en los Estados Unidos. Dos organizaciones encabezaron estas demandas: la Asociación Nacional para la Protección de los Derechos Norteamericanos en México y la Organización de Productores de Petróleo en México. La primera incluía a los representantes de casi todas las compañías con capitales invertidos en México; la segunda era un grupo dentro de la primera organización, presidido por E. L. Doheny y que agrupaba a todas las compañías petroleras en México. Ambas organizaciones lanzaron una campaña de prensa y propaganda en gran escala que culminó en un llamado a la intervención militar en México.7
La Organización de Productores de Petróleo en México envió una delegación, encabezada por Doheny, a las negociaciones de paz en París. El lo. de febrero de 1919, el embajador alemán en La Haya informó:
Representantes de las compañías petroleras inglesas y norteamericanas quieren viajar a Francia con el fin de instar a la conferencia de paz a que adopte una posición específica en cuanto a los derechos mineros ingleses y norteamericanos en México […] No es sorprendente que los financieros norteamericanos, que durante años han estado pidiendo una intervención en México, intenten ahora utilizar la actual posición hegemónica de los Estados Unidos para fomentar acciones contra su vecino del sur.8
El mismo Doheny describió los objetivos de su viaje con las siguientes palabras:
Sólo vamos a hacer una gran pregunta. Esperamos que la Conferencia de Paz tenga a bien contestarla: ¿Hasta dónde pueden llegar los nuevos gobiernos en su actitud de desconocer o confiscar los derechos creados de los residentes extranjeros y de los extranjeros en los países donde se han establecido los nuevos gobiernos?9
Nada se supo en un principio sobre los resultados obtenidos por la delegación. El profesor Starr, de la Universidad de Chicago, escribió en el Los Angeles Times: “En la Conferencia de Paz en París se planeó y se decidió la guerra con México. De esto estoy seguro”.10 El secretario de Estado Lansing, sin embargo, afirmó que la conferencia de paz no trató el asunto en absoluto.11 Un miembro influyente del Partido Republicano, en una conversación con el jefe del servicio secreto alemán en México, esbozó lo que tal vez se acordó en la conferencia:
La conferencia de paz convino en que la situación actual en México no podía prolongarse por mucho tiempo, y que debía llegarse a un acuerdo entre los Estados Unidos y México o bien se utilizarían otros medios, tales como el derrocamiento violento de Carranza a través del bloqueo, la intervención o la guerra.12
Independientemente de lo que haya decidido la conferencia de paz, los intervencionistas en los Estados Unidos consideraron que con o sin sanciones internacionales ellos debían seguir adelante con sus planes relativos a México.
En el Senado norteamericano estos esfuerzos fueron encabezados por el senador Albert B. Fall, de Nuevo México, quien mantenía estrechas relaciones con los intereses petroleros. El senador Fall estableció un subcomité para investigar los asuntos mexicanos a fin de movilizar a la opinión pública en favor de la intervención y de ejercer presión sobre Wilson en tal sentido. Con este fin se invitó a numerosos norteamericanos residentes en México a que testificaran y relataran sus sufrimientos y pérdidas a manos de los revolucionarios mexicanos.13
En esta investigación participó de manera importante Doheny, quien exigió medidas enérgicas en nombre de “los intereses nacionales de los Estados Unidos” en el petróleo mexicano. Afirmó:
Puede decirse que el bienestar y la prosperidad futuros de los Estados Unidos, tanto durante como después de la actual gran guerra mundial, dependen en gran medida o cuando menos son afectados por la operación y el control ininterrumpidos de los campos petroleros en México que actualmente son propiedad de compañías norteamericanas […] Sin este suministro legítimamente adquirido, y con la certidumbre de que las otras grandes fuentes de petróleo del mundo están o estarán al servicio de las otras grandes potencias comerciales, la esperanza de un sistema norteamericano de transportación oceánica que sirva a los propósitos de este país en la extensión de su comercio y su influencia en los siete mares no podrá realizarse.14
Los intervencionistas “tradicionales” como Fall encontraron un apoyo cada vez mayor entre aquellos funcionarios gubernamentales que, como Lansing, Polk y Fletcher especialmente, se habían opuesto inflexiblemente a la intervención militar en México mientras durara la guerra mundial.15 Los militares como el general Leonard Wood abrigaban la esperanza de que una intervención de los Estados Unidos en México sirviera para posponer la desmovilización de las fuerzas armadas norteamericanas.
El fin de la primera guerra mundial no sólo condujo a una intensificación de las presiones externas, sino también de las internas, sobre el go-fierno de Carranza. Éste había mantenido a raya a sus enemigos internos, pero no había logrado derrotarlos; y cuando la guerra terminó y el espectro de una intervención norteamericana volvió a hacerse presente, los anticarrancistas incrementaron sus esfuerzos por derrocar al presidente mexicano. Sus movimientos se vieron fortalecidos por el creciente descontento popular con la política interna de Carranza. En 1918-19 la producción de alimentos fue sólo un 65% de lo que había sido en 1910.16 Había hambre en gran parte del país, agravada por la corrupción de los funcionarios carrancistas que acaparaban grandes cantidades de alimentos y los exportaban o los vendían a precios inflados.
Carranza había sido incapaz de restablecer la paz y extensas regiones del país eran devastadas por las facciones en guerra. Sobre todo, como afirmó Zapata con amargura en una carta abierta a Carranza, las reformas que el presidente había prometido no se habían realizado. Zapata declaró que “ni los ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan despojados; ni las tierras se reparten entre la gente de trabajo, entre los campesinos pobres y verdaderamente necesitados”. Zapata condenó la disolución de los sindicatos y el control que el gobierno ejercía sobre ellos en términos igualmente duros. Acusó a Carranza de haber destruido las libertades democráticas que antes había proclamado. “Devuelva usted su libertad al pueblo, C. Carranza; adbique usted sus poderes dictatoriales, deje usted correr la savia juvenil de las generaciones nuevas.”17 Los redoblados esfuerzos de Zapata por combatir a Carranza coincidieron con los de Villa. En los últimos meses de 1918 el movimiento villista cobró nuevo vigor. En Chihuahua la política conservadora de Carranza había causado una profunda desilusión. Hasta 1919 no se había hecho un solo reparto de tierras entre los campesinos. De hecho, ni siquiera una comisión agraria operaba en el estado.
Una profunda escisión se había producido entre los jefes militares del Estado y las autoridades civiles carrancistas que controlaban a las Defensas Sociales o guardias locales. Como resultado de ello, algunas de estas unidades habían sido desarmadas y otras fueron atacadas por las tropas del gobierno. Convencidos de que Carranza sería incapaz de restablecer la paz en el estado, de llevar a cabo cualquier tipo de reforma o de estabilizar la situación allí, muchos de sus habitantes se volvieron una vez más hacia Villa. Éste había vuelto a hacerse respetable para ellos cuando en diciembre de 1918 su viejo compañero de armas, Felipe Ángeles, regresó del exilio en los Estados Unidos para unírsele de nuevo. Ángeles le ofreció a Villa el apoyo de un poderoso grupo de exiliados mexicanos en los Estados Unidos, la Alianza Liberal Mexicana, que incluía tanto a revolucionarios como a conservadores.18
Ángeles también esperaba lograr algún tipo de reconciliación entre Villa y los Estados Unidos mediante el cual se pudiera obtener, si no el apoyo, cuando menos la neutralidad norteamericana para Villa.
En todos sus discursos, Ángeles subrayaba la necesidad de la amistad entre México y los Estados Unidos.
La situación de Carranza se hizo más grave aún debido a que, por primera vez, los movimientos que se oponían a su gobierno consideraron seriamente la posibilidad de coordinar e incluso de unificar sus esfuerzos contra el presidente mexicano.
Tal unidad había parecido inconcebible durante mucho tiempo. La brecha que separaba a los conservadores como Félix Díaz y Peláez de los radicales como Villa y Zapata era mayor que la que separaba a cada uno de ellos de Carranza. Ello no obstante, hacia 1919 estas fuerzas estaban tratando de llegar a algún tipo de acuerdo. Por un lado, las negociaciones se basaban en la convicción de que sólo combinando sus fuerzas podrían derrocar a Carranza y evitar la intervención de los Estados Unidos. Por otro lado, el regionalismo ofrecía una base de acuerdo para estos movimientos. Ninguna de las facciones revolucionarias que se oponían a Carranza había logrado hacerse de un apoyo a nivel nacional después de 1915. El movimiento zapatista estaba limitado a Morelos y algunas regiones adyacentes, la influencia de Villa no llegaba más allá de los confines de Chihuahua y Durango, las tropas de Félix Díaz limitaban sus operaciones esencialmente a Veracruz, Oaxaca y Chiapas, en tanto que Peláez operaba solamente en la región petrolera. Una solución que le diera a cada facción el control de su propio territorio bajo un presidente “neutral” con poderes limitados, aceptable para todos ellos y para los Estados Unidos, les parecía un compromiso viable a la mayoría de las facciones.
Tanto Zapata como Peláez consideraban a Francisco Vázquez Gómez, el compañero de planilla electoral de Francisco Madero en las elecciones de 1910, como un candidato aceptable.19 Felipe Ángeles pensaba que él mismo sería un candidato ideal para tal solución de compromiso. Tanto Villa como muchos antiguos oficiales del viejo ejército federal que combatían en las filas de Félix Díaz lo tenían en alta estima. De todos los adversarios de Carranza, parecía ser el más aceptable para los norteamericanos. En 1915 Wilson había considerado seriamente apoyarlo como candidato a la presidencia de México, pero no existen indicios de un apoyo similar en 1918-19.
Mucho más peligroso para Carranza que la oposición de sus enemigos tradicionales era un movimiento que se estaba gestando en sus propias filas. En junio de 1919, Alvaro Obregón había anunciado su intención de presentarse como candidato para suceder a Carranza en las elecciones de 1920. Su candidatura encontró un fuerte apoyo entre los militares, parte de la nueva burguesía (esencialmente sonorense) que había surgido como resultado de la revolución y la mayoría de los radicales dentro del movimiento carrancista. Carranza se opuso enérgicamente a la candidatura de Obregón, aunque no tenía intenciones de violar la constitución y hacerse reelegir. En lugar de eso lanzó y apoyó la candidatura de uno de sus colaboradores, Ignacio Brillas, entonces embajador de México en los Estados Unidos. Carranza contaba con que Bonillas, poco conocido en México y sin apoyo popular en el país, dependería tanto de él cuando fuera presidente que el verdadero poder seguiría en sus manos.
A mediados de 1919 Carranza tenía tres poderosos enemigos enfrente: los Estados Unidos, sus adversarios internos tradicionales y Obregón y sus partidarios. A fin de evitar una guerra en tres frentes, algunos de los seguidores de Carranza lo instaron a hacer las paces con uno de sus enemigos. Estos hombres no pensaban en Villa o en Zapata, sino en los norteamericanos o en Obregón. Carranza pensaba de diferente manera. No estaba dispuesto a transigir con ninguno de sus adversarios internos. Tampoco se avenía a aceptar condiciones norteamericanas que pusieran en peligro la soberanía de México. Pero sí esperaba impedir la intervención norteamericana y tal vez llegar a algún acuerdo con los norteamericanos bajo condiciones aceptables para él.
En primer término, trató de convencer a los norteamericanos, así como a las clases altas mexicanas tradicionales, de que él representaba la única alternativa viable tanto a la anarquía como al radicalismo. En consonancia con esta política, intensificó su campaña contra Zapata y Villa y en abril de 1919 logró su primer éxito importante. A principios de 1919 Pablo González encargó a uno de sus subordinados, Jesús Guajardo, la misión de matar a Zapata. Guajardo procedió a “desertar” con toda su tropa y pidió a Zapata que lo aceptara en su ejército. Tal petición representaba un importante refuerzo para Zapata, urgido como estaba de hombres y sobre todo de armas. Con todo, su escepticismo lo llevó a ordenar a Guajardo que atacara una guarnición carrancista para probar su compromiso revolucionario. Guajardo le dio la “prueba” requerida. No sólo efectuó el ataque, sino que incluso ejecutó a los soldados carrancistas capturados. Después de eso, Zapata consideró que podía confiar en Guajardo y aceptó reunirse con él en la hacienda de Chinameca. El 10 de abril de 1919 llegó a la hacienda con varios acompañantes. Guajardo lo recibió con una guardia de honor en posición de firmes. Cuando Zapata se acercó, una “salva de honor” lo mató instantáneamente. Por este asesinato, Guajardo recibió una cuantiosa recompensa de Pablo González. Aun cuando quedaron muy debilitados por la muerte de su jefe, los zapatistas continuaron luchando.20
Este “éxito” en el frente del sur tuvo su equivalente en el norte. Felipe Ángeles, traicionado por su escolta, cayó en manos de las tropas de Carranza. Después de un juicio militar, fue sentenciado a muerte y fusilado el 26 de noviembre de 1919. A pesar de las numerosas peticiones de conmutación de la pena que Carranza recibió de diversos sectores, se negó a ello.
Esta línea dura en política interna del presidente mexicano pareció fortalecer su régimen en cierta medida. El asesinato de Zapata debilitó al movimiento zapatista, aunque no lo destruyó. La muerte de Ángeles representó un fuerte golpe a las esperanzas de los exiliados mexicanos en los Estados Unidos de organizar una amplia coalición de facciones anticarrancistas en México.
Esta política estaba vinculada a los intentos de Carranza de atraer a su lado a las clases altas del país, intentos que realizó con más determinación que nunca. Algunos de los casos más controvertidos de devolución de tierras a los hacendados se resolvieron en favor de éstos en 1919. Sobre todo, Carranza se propuso ahora dar un paso del que antes había dudado, a saber, poner en práctica una política de reconciliación no sólo con la masa de los hacendados, sino con los miembros más destacados de la oligarquía “científica”. Al igual que Porfirio Díaz en 1903, Carranza trató ahora de fortalecer su régimen haciéndole amplias concesiones al terrateniente más rico de México, un hombre que para muchos mexicanos era el paradigma del hacendado: Luis Terrazas, antiguo cacique y gobernador de Chihuahua. En 1917, Carranza había ordenado que las propiedades de Terrazas no fueran devueltas a sus antiguos propietarios sino puestas bajo supervisión estatal.21 Entonces sin duda pensaba que la oposicio;n al antiguo gobernador y a su propio régimen en el estado era tan fuerte que un regreso de Terrazas podría poner en peligro su posición.
Desde el triunfo de Carranza sobre Villa, Luis Terrazas había hecho saber que deseaba hacer las paces con los constitucionalistas victoriosos y que estaría dispuesto a apoyarlos si le devolvían sus propiedades. En agosto de 1918 evidentemente pensó que había llegado el momento de buscar abiertamente el apoyo de Carranza. Ese mismo mes le dirigió una larga carta al gobierno mexicano en la que pedía la devolución de sus bienes expropiados y trataba de refutar todas las acusaciones que, en el largo transcurso de la revolución mexicana, le habían hecho los revolucionarios de muy diferentes matices.22 Insistió en que sus grandes propiedades no habían sido adquiridas despojando a los campesinos y a los pobres de sus tierras sino comprándoselas a los terratenientes ricos en una época en que su valor era muy bajo a causa de las repetidas incursiones de los apaches y de la falta de comunicaciones y ferrocarriles en el estado. Su fortuna, escribió, era esencialmente el resultado del aumento del valor de esas propiedades una vez que los apaches fueron derrotados, se construyeron ferrocarriles y las condiciones generales empezaron a mejorar. Terrazas describió en forma extensa aquellos aspectos de su actividad política relacionados con la ayuda que le brindó a Benito Juárez en la lucha contra los conservadores y los franceses, e insistió en el hecho de que había combatido a Porfirio Díaz cuando éste intentó tomar el poder en 1872 y 1876. En cambio, apenas mencionó los periodos durante los cuales había sido gobernador del estado bajo el régimen de Porfirio Díaz. Recalcó el hecho de que, después del estallido de la revolución en 1910, nunca la había combatido activamente y que en realidad se había retirado completamente de la política en ese periodo. Alegó que esencialmente era una víctima de Pancho Villa, quien había expropiado sus tierras y encarcelado a su hijo Luis durante dos años, y que este último, después de irse a los Estados Unidos, había muerto a consecuencia de las penalidades que sufrió en prisión. Los ingresos provenientes de sus haciendas, insistió Terrazas, habían contribuido a las victorias militares de la División del Norte y más tarde de las fuerzas carrancistas en el estado.
Por todo lo expuesto queda plenamente comprobado que he cumplido siempre con mis deberes como ciudadano y como Funcionario Público, sosteniendo la Constitución General del País, su autonomía y el Gobierno legítimo; que en los últimos años de mi vida he permanecido enteramente retirado de la política y que no ha habido en consecuencia motivo alguno, para que se me haya privado por tan largo tiempo del uso y aprovechamiento de mis intereses tan injusta y legítimamente adquiridos y por lo mismo C. Ministro muy atentamente pido y suplico se sirva reparar del C. Presidente de la República el acuerdo correspondiente, para que cese la intervención de mis bienes en el estado de Chihuahua y se ordene a la persona que al efecto designe.
Carranza remitió la carta de Luis Terrazas al gobernador del estado, Andrés Ortiz, para su consideración. En su respuesta a Carranza, Ortiz refutó cada uno de los argumentos de Terrazas.23 Desmintió enérgicamente la afirmación de Terrazas de que su vasto imperio había sido adquirido únicamente mediante la compra de tierras a los terratenientes ricos y no a expensas de nadie. Declaró Ortiz: “En la mayoría de los casos, las compraron en todo o en parte a la compañía deslindadora, es decir, cuando dicha compañía practicó lo que se llamó deslinde general del Estado, les traspasó grandes extensiones de terrenos inmediatos a esas fincas, terrenos que en muchos casos eran de particulares que por negligencia o por ignorancia no tenían sus títulos en regla, y de otros, que poseyéndolos, no se los respetaron”. Ortiz subrayó el hecho de que durante el régimen de Díaz “la actuación política del señor Terrazas padre, y la de sus familiares, en el lapso de tiempo que pudiéramos llamar prerrevolucionario, tuvo como orientación general el predominio absoluto en el gobierno del Estado para la protección y acrecentamiento de sus intereses, para lograr lo cual, jamás se vaciló en llegar a los procedimientos harto conocidos de la época porfirista, pero no fue eso sólo, las leyes hacendarías del Estado, fueron verdaderas leyes proteccionistas de los intereses Terrazas”. Ortiz afirmó que esas propiedades fueron sistemáticamente tasadas por debajo de su valor real para que los impuestos que causaran fueran sumamente bajos.
Ortiz refutó con igual energía la afirmación del antiguo gobernador de que desde el comienzo de la revolución no había intervenido en política. Insistió en que la familia había actuado como un bloque y que el viejo Terrazas se había mantenido en un segundo plano dejando que sus hijos llevaran el peso de la actividad política. Así, después del estallido de la revolución en 1910, el hijo de Luis, Alberto, organizó un cuerpo de mil hombres para combatir a la revolución en tanto que su hermano Juan se dedicaba a reclutar fuerzas de magnitud similar en otras partes del estado.
Cuando Orozco se rebeló en 1912, su movimiento procedió a reunir fondos mediante un empréstito voluntario de 1 200 000 pesos; “una gran parte de los bonos fueron tomados por los señores Terrazas ($500 000.00) y por los bancos locales controlados por ellos casi en su totalidad”. Tras la victoria de Huerta, éste gozó de pleno apoyo de la familia Terrazas, Alberto, hijo de Luis, organizó un nuevo cuerpo de voluntarios que hasta 1914 combatió a favor del gobierno huertista. En 1914 el Banco Minero, controlado por los Terrazas, emitió bonos especiales para financiar al gobierno de Huerta. “El señor Luis Terrazas padre, durante el periodo de tiempo comprendido entre 1910 a 1915, obró por conducto de sus hijos, guardando así un aparente alejamiento de los asuntos públicos.”
Ortiz describió la enorme extensión de las propiedades de los Terrazas, afirmando que éstos controlaban aproximadamente una décima parte de las tierras del estado, y, sobre todo, las tierras de cultivo más fértiles y valiosas. Recalcó que la devolución de esas tierras a su antiguo propietario tendría un impacto tremendo en el estado. Tal vez porque conocía las opiniones de su jefe, el gobernador Ortiz no descartó la posible devolución de las propiedades, pero insistió en que si se hacía tal cosa, el Estado debería recibir cuando menos ciertas garantías, como por ejemplo el derecho a comprarlas en cualquier momento por su valor declarado.
Ni las objeciones ni las sugerencias del gobernador tuvieron el menor efecto en Carranza, quien en marzo de 1919 decidió acercarse a los Terrazas con un gran gesto de buena voluntad. Ese mismo mes decretó la devolución de las propiedades de varios hijos y parientes de Terrazas y la devolución de todas las propiedades no agrícolas a Terrazas padre.24 Las haciendas, en un principio, quedaron excluidas de este arreglo. Quizá antes de devolverle todos sus bienes al caudillo norteño, Carranza esperaba alguna señal tangible de su apoyo. Carranza puede incluso haber esperado que Terrazas convenciera a su abogado norteamericano, el senador por Nuevo México, Albert Fall, quien encabezaba en el Senado norteamericano la campaña en favor de una intervención en México, de que moderara su política. En tal caso se equivocó, pues Fall llevó adelante su campaña intervencionista con todo vigor. Ello no obstante, Carranza, en lo que tal vez fue la última medida importante de carácter social que tomó antes de su expulsión del poder, completó lo que había empezado un año antes. Después de una prolongada entrevista con Carlos Cuilty, el abogado de Terrazas, Carranza decretó en mayo de 1920 la devolución incondicional de todas las propiedades de los Terrazas.25 Obviamente había completado un viraje total y había decidido reconciliarse definitivamente con la oligarquía mexicana tradicional. Si con esta medida esperó evitar el desastre e impedir su derrocamiento, estaba condenado a sufrir una desilusión. Cuando los militares sonorenses se rebelaron contra él, los hacendados no levantaron un dedo para defender al hombre que los había rescatado del exilio y les había devuelto sus propiedades. Para los Terrazas, el derrocamiento de Carranza habría de tener graves consecuencias. El nuevo gobierno no ratificó las medidas tomadas por Carranza pero que éste no había tenido tiempo de aplicar.26
En Washington, la política conservadora de Carranza y sus duras medidas contra sus adversarios internos produjeron reacciones favorables. En abril de 1919 Frank Polk felicitó al general carrancista Jacinto Treviño por la muerte de Zapata y expresó la esperanza de que la de Villa sería la próxima. En mayo de 1919 el Departamento de Estado pidió a los gobernadores de Texas, Arizona y Nuevo México que permitieran el paso del ejército mexicano por sus estados para perseguir a los villistas.27
En junio de 1919 Villa y Ángeles atacaron Ciudad Juárez. Probablemente pensaron que, al capturar esa ciudad fronteriza, podrían restablecer algún tipo de modus vivendi con los norteamericanos, similar al que existía antes de 1915. Pero cualquier esperanza que los dos jefes mexicanos hayan podido abrigar en cuanto a la neutralidad norteamericana se derrumbó cuando las tropas de los Estados Unidos cruzaron la frontera y (sin la autorización ni la aprobación del gobierno de Carranza), expulsaron a los villistas de Ciudad Juárez.
Una clara expresión del éxito de la política interna de Carranza fue la declaración que por ese entonces hizo Frank Polk ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano. Polk hizo saber con toda claridad que los Estados Unidos se negarían a cooperar con los enemigos tradicionales de Carranza. Afirmó que los Estados Unidos estaban obligados a elegir entre Carranza y la intervención porque uno de los jefes de la oposición era un “disoluto” (Félix Díaz) y el otro un “rufián” (Villa).28
La estrategia de Carranza, encaminada a moderar la oposición norteamericana a su régimen, no se limitó en modo alguno a su política interna. Hizo todo lo que pudo para estimular el antintervencionismo en los Estados Unidos y para reanudar algún tipo de colaboración, si no de alianza, con las grandes potencias europeas contra la supremacía norteamericana en México.
En los Estados Unidos, Carranza no sólo buscó el apoyo de los grupos tradicionalmente opuestos al intervencionismo, como el movimiento obrero, los progresistas, los liberales y los protestantes, sino que también trató de encontrar apoyo entre ciertos grupos empresariales. Su actitud frente a las compañías mineras fue tan conciliadora que los representantes de éstas no testificaron en las audiencias del comité de Fall y se negaron a participar en la campaña intervencionista. Con menos éxito, Carranza también intentó conseguir apoyo entre las compañías petroleras más pequeñas para contrarrestar la influencia de los grandes productores de petróleo.
Los esfuerzos de Carranza por ganar el apoyo británico y francés contra los Estados Unidos fueron en muchos aspectos similares a los de Porfirio Díaz. Como Díaz antes que él, Carranza creía que la mejor manera de lograr este objetivo consistía en otorgar concesiones importantes a las compañías británicas y francesas. En ciertos sentidos, tal política parecía ofrecer aún más posibilidades de éxito en 1919 que antes de 1910. La producción petrolera mexicana había aumentado dramáticamente entre 1910 y 1919, al punto de que México era considerado ya como uno de los principales países exportadores de petróleo. La guerra había hecho crecer enormemente la importancia estratégica del petróleo. La revolución rusa, que había decretado la expropiación y nacionalización de la producción petrolera, había constituido un golpe particularmente duro para las compañías británicas y francesas que tenían grandes inversiones en el petróleo ruso. Carranza supuso razonablemente que esas compañías tratarían de compensar sus pérdidas en Rusia mediante la ampliación de sus operaciones en México.
Carranza trató en primer lugar de atraerse a los ingleses. En 1919 las propiedades británicas confiscadas les fueron devueltas a sus antiguos dueños, y Carranza dio preferencia a las compañías petroleras británicas sobre las norteamericanas.29
Cuando los británicos no correspondieron al gesto de Carranza, éste se volvió hacia Francia. El 17 de marzo de 1920, el ministro mexicano Pani le entregó al gobierno francés un memorándum30 que se asemejaba en muchos aspectos al que el gobierno mexicano había enviado al gobierno alemán cuatro años antes. El memorándum empezaba con una afirmación de las simpatías del pueblo mexicano por los franceses, seguida de una advertencia de que Francia estaba a punto de perder su posición económica en México a manos de los Estados Unidos. El memorándum declaraba que “el petróleo mexicano podría serle útil a la industria francesa” y ofrecía concesiones petroleras a Francia. El gobierno francés no sólo se negó a considerar estas proposiciones, sino que incluso intentó, a instancias del norteamericano, persuadir a Carranza de que accediera a las exigencias de los Estados Unidos.
Las razones de la negativa de Inglaterra y Francia a reanudar la política tradicional que habían seguido durante el porfiriato, son diversas. En parte simplemente reflejaban el hecho de que en ese momento se sentían demasiado débiles para desafiar el recién incrementado poderío de los Estados Unidos en un país que muchos consideraban como el “traspatio” de éstos.
Probablemente pensaron que el arreglo propuesto por Wilson de permitir que los banqueros europeos constituyeran el 50% de un comité bancario internacional encargado de supervisar las finanzas de México, era una mejor manera de proteger sus intereses que una alianza con Carranza. No confiaban en el presidente mexicano y no lo consideraban un aliado potencial serio, capaz de restablecer el orden en México.
También es posible que algunos europeos estuvieran viendo la Doctrina Monroe bajo una nueva luz más favorable. Hasta el comienzo de la primera guerra mundial sólo habían tomado en cuenta la primera parte de la doctrina, que exigía la no intervención europea en los asuntos americanos. Después de la guerra, cuando los Estados Unidos intervinieron en gran escala en los asuntos europeos, la segunda parte de la doctrina, que postulaba la no intervención de los Estados Unidos en Europa, adquiría una nueva pertinencia. Muchos europeos estaban dispuestos ahora a reconocer la supremacía de los Estados Unidos en el continente americano a cambio de la no injerencia norteamericana en Europa.
En los primeros meses de 1920 Carranza pudo lograr éxitos impresionantes en dos de los tres frentes en los que luchaba. Había diezmado a sus adversarios tradicionales y había impedido que se unieran contra él. A pesar de las intensas y estridentes actividades de los grupos intervencionistas en los Estados Unidos, no se había producida una intervención. Es de dudar, sin embargo, que las actividades políticas de Carranza en 1919-20 hayan tenido mucho que ver con este giro de los acontecimientos. Su política interna conservadora le había ganado algunas simpatías en el Departamento de Estado a mediados de 1919. Esas simpatías desaparecieron muy rápidamente tan pronto como Carranza intentó imponer nuevos controles sobre las compañías petroleras y Lansing, Polk y Fletcher volvieron a unirse al bando intervencionista. Fue la oposición de Woodrow Wilson lo que impidió la intervención norteamericana en México.31 Tal intervención podría haber debilitado los esfuerzos de Wilson por hacer que los Estados Unidos ingresaran en la Liga de las Naciones y desempeñaran un papel más importante en ultramar. Sobre todo, Wilson no consideraba a Carranza un radical peligroso. La política conservadora de éste en 1919-20 puede haber reforzado las convicciones de Wilson al respecto, pero no hacían falta pruebas adicionales para demostrarle que Carranza no era un Lenin que amenazara al sistema de libre empresa, que Wilson consideraba el fundamento de la civilización occidental.
A medida que se aproximaba el término de su primer periodo presidencial, Wilson se sentía más renuente aún a verse envuelto en un conflicto con México. “Si ha de haber guerra, que la hagan los republicanos”, le dijo a su secretario.32
Fue el tercer grupo contra el que luchaba Carranza, el de sus antiguos aliados encabezados por Obregón, el que produjo su caída. A medida que se desarrollaba la campaña electoral, Obregón y sus partidarios fueron objeto del creciente hostigamiento de las autoridades carrancistas. En los primeros meses de 1920 el presidente mexicano intentó asestar a su adversario un golpe decisivo minando su base de poder en su estado natal de Sonora. Carranza decidió enviar tropas federales a ocupar el estado. Entonces el gobernador, Adolfo de la Huerta, que apoyaba la candidatura presidencial de Obregón, se rebeló contra Carranza. El 23 de abril de 1920 los rebeldes dieron a conocer el Plan de Agua Prieta, que acusaba a Carranza de haber traicionado la revolución, exigía su destitución y nombraba a Adolfo de la Huerta presidente provisional. Después de que la abrumadora mayoría del ejército revolucionario secundó el movimiento, Carranza trató de huir de la ciudad de México a Veracruz con su gobierno. Los ataques de los rebeldes al tren presidencial obligaron a Carranza a internarse en las montañas de la región de Puebla. Los rebeldes le dieron alcance a él y a sus acompañantes en la remota aldea de San Antonio Tlaxcalantongo, donde pasaba la noche, y lo mataron. La victoria de Obregón representó lo que se ha llamado con frecuencia una solución bonapartista y ha sido común a muchas revoluciones, empezando con la francesa: la toma del poder por los militares una vez transcurrida la fase más radical de la revolución.
También fue una expresión del aislamiento cada vez mayor de Carranza. El presidente mexicano había perdido el apoyo no sólo de grandes sectores del movimiento obrero y del campesinado, desilusionados por su oposición a las reformas, sino también de grupos considerables de la clase media y de la nueva burguesía que eran los principales beneficiarios de la revolución. En opinión de esos grupos, Carranza había sido incapaz de estabilizar el país y restablecer la paz.
Con la victoria de los sonorenses comenzó en México una nueva y diferente evolución.
Mientras más claro se hacía que la Gran Bretaña y Francia no iban a apoyarlo contra los Estados Unidos, más se interesó Carranza en fortalecer sus relaciones con Alemania, esperando que a pesar de su derrota en la guerra ésta todavía pudiera ayudarlo contra los Estados Unidos.
Esas esperanzas del presidente mexicano se vieron cada vez más frustradas a medida que los norteamericanos intensificaron su ofensiva contra la influencia alemana en México tan pronto como el armisticio que puso fin a la primera guerra mundial entró en vigor.
Ya el 22 de noviembre el gobierno norteamericano transmitió al alemán, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores de Suiza, una nota en la que se afirmaba que “el ministro alemán en México continúa fomentando la propaganda antinorteamericana en ese país, y esto ya no será tolerado por el gobierno norteamericano”. La nota también asentaba categóricamente que si el gobierno norteamericano “ha de aceptar con buena fe la reciente solicitud de ayuda que le ha hecho el gobierno alemán, debe exigir que tal agitación toque a su fin y que el ministro alemán en México sea retirado de inmediato”.33
El ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania accedió a esta petición y Eckardt fue retirado inmediatamente.34 Pasaron algunos meses antes de que se cumplieran todas las formalidades, pero finalmente Eckardt regresó a Alemania. Viajó por los Estados Unidos, donde fue acompañado constantemente por un funcionario del Departamento de Justicia. Eckardt le aseguró a dicho funcionario que él nunca había abrigado intenciones agresivas centra los Estados Unidos, pero sus palabras no fueron atendidas porque los norteamericanos le imputaban ciertas medidas tomadas por sus superiores. Así, por ejemplo, según el funcionario del Departamento de Justicia, Eckardt había sido el inspirador de la nota de Zimmermann. A la acusación de que él había intentado provocar una guerra entre México y los Estados Unidos, Eckardt replicó que tal guerra hubiera carecido de sentido: “México habría sido derrotado rápidamente y el odio del pueblo se habría volcado sebre Alemania”. Esa respuesta coincidía indudablemente con su actitud en 1918, pero tenía poco que ver con sus acciones durante el periodo de la nota de Zimmermann. No respondió en forma detallada a la acusación de que “había intrigado por medio de agentes (Estado Mayor, Almirantazgo)”. “Nunca he hecho ni ordenado que se hiciera nada”, declaró con indignación, “que haya que ocultar a la luz del día”.35
El cambio de política del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania respecto a México no se limitó en modo alguno al retiro de Eckardt. El mismo día que la nota norteamericana llegó a Berlín, tuvo lugar una discusión entre Kemnitz y Solf, el nuevo secretario de Estado en el Ministerio. Aunque el contenido exacto de esa discusión se desconoce, Solf aparentemente acusó a Kemnitz de haber autorizado la nota de Zimmermann, pues dos días más tarde Kemnitz le dirigió una larga carta en torno a la discusión.36 En su carta, Kemnitz admitía haber sido el primero en sugerir el telegrama, pero no aceptaba responsabilidad por el mismo pues en aquel memento él era consejero sobre asuntos asiáticos, no mexicanos, en el Ministerio. Su principal argumento, sin embargo, era que él no había tenido nada que ver con la propuesta de alianza, y que si él hubiera estado a cargo del asunto, el telegrama nunca se habría enviado a través de Washington. Ése era el meollo de su defensa, que culminaba con lo siguiente: “Si el telegrama hubiera permanecido […] secreto, sólo podría habernos beneficiado”; si México hubiese aceptado la propuesta de alianza, “importantes fuerzas norteamericanas habrían quedado inmovilizadas en el Río Grande del Norte”. Si México la hubiese rechazado, de todas maneras se hubieran reforzado las simpatías proalemanas allí. Además, afirmó Kemnitz, él había esperado abrir en esa forma el diálogo entre sus superiores y el Japón. Trató de achacar toda la culpa y responsabilidad por las consecuencias negativas de la nota de Zimmermann a Montgelas, el experto en asuntos mexicanos que había abogado en favor de la propuesta de alianza.
En un informe preparado por Rhomberg para el secretario de Estado del Ministerio, los argumentos de Kemnitz fueron refutados. Recurriendo a los archivos, Rhomberg probó que aquél no sólo había sugerido el envío de la nota, sino que había redactado la versión original. Además señaló que la ruta alternativa, a través de Suecia, que él había propuesto para la transmisión de la propuesta de alianza, también pasaba por Washington.37 Poco después, Kemnitz dejó de trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Las condiciones exactas de su salida no se conocen. Sin embargo, su rival Montgelas fue nombrado ministro en México.
Las razones de todo esto no son completamente claras. ¿Quiso Alemania transmitirle un gesto de buena voluntad a Wilson? Es posible, pero no hay indicios de que los norteamericanos estuvieran enterados del papel de Kemnitz o de su despido. ¿Se hizo de Kemnitz un chivo expiatorio por razones de política interna?
El aparato propagandístico, económico y político que Eckardt había construido en México empezó a derrumbarse entonces como un castillo de naipes. Un sector de la prensa proalemana se pasó a los aliados;38 así, por ejemplo, el director de La Reforma de Tampico ofreció sus servicios a los norteamericanos. Otros periódicos, como El Demócrata, siguieron el ejemplo. Muchos comerciantes alemanes trataron de establecer conexiones con. los norteamericanos. Magnus atacó con encono a “los jefes de algunas de las empresas alemanas más poderosas a los que les fue bien, y a veces sumamente bien, durante la revolución y la guerra”, y quienes ahora estaban impacientes “por llenar sus almacenes recién fusionados con productos de las fábricas alemanas”. Citó a Fletcher, el embajador norteamericano, quien aparentemente había hablado del “servilismo indigno de ciertos comerciantes alemanes”, y expresó el temor de que “antes de que se firme la paz y se restaure el comercio mundial […] y con la ayuda de la inteligencia, el sentido comercial y las conexiones de los hombres de negocios alemanes”, los norteamericanos lograrían “expulsar no sólo a las compañías inglesas y francesas, sino también a las alemanas, del mercado mexicano y fortalecer su propia posición allí”.39
Al igual que en el periodo 1919-1920, la política mexicana de Alemania fluctuó entre dos tendencias contradictorias. Por una parte, el gobierno de Carranza era uno de los pocos que seguían buscando el apoyo alemán y estaba dispuesto a otorgar concesiones a las empresas alemanas. Carranza además había subrayado su posición al rechazar una propuesta del gobierno francés de que las empresas y los valores mexicanos pertenecientes a alemanes fueran puestos bajo estricto control aliado de acuerdo con los términos del Armisticio.40 Más aún, Carranza nombró a Isidro Fabela, uno de sus colaboradores más importantes e influyentes, ministro en Alemania. Cuando la derrota puso fin por el momento a todos los planes alemanes de expansión, las materias primas mexicanas se hicieron tanto más atractivas. De tal suerte, Alemania trató, si bien sólo en forma limitada, de mantener sus conexiones en México. Se organizaron sociedades de emigración. Eckardt pronunció discursos ante los empresarios de Hamburgo subrayando la importancia del comercio alemán con México. En una reunión que tuvo lugar en la Oficina de Correos del Reich, sugirió la ampliación de la conexión inalámbrica con México.41 En septiembre de 1919, cuando el secretario de Relaciones Exteriores de México, Cándido Aguilar, viajó a Europa, los representantes alemanes en Berna y Madrid, por donde él pensaba pasar, recibieron instrucciones de “tratarlo con atenciones si se presenta la ocasión; también hacerle llegar felicitaciones con motivo de la fiesta nacional de México, el 16 de septiembre”.42
Estos deseos, sin embargo, quedaron subordinados a los esfuerzos de Alemania por no provocar tensiones con los Estados Unidos, cuyo apoyo buscaba contra Inglaterra y Francia. En enero de 1919, cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania se enteró de que algunos oficiales alemanes pensaban aceptar puestos en el ejército mexicano, presentó “serias objeciones políticas”. “Debemos tener especial cuidado en México”, dijo el representante hanseático en Berlín al esbozar la posición del Ministerio, “sobre todo después de haber accedido a la injustificada exigencia de Wilson de que retiráramos a nuestro ministro, Eckardt […] Carranza evidentemente no goza de las simpatías de Wilson, especialmente porque legró mantener su neutralidad durante toda la guerra”.43 A fines de 1919, cuando algunos comerciantes alemanes intentaron suministrar armas a México, el agregado militar norteamericano en Estocolmo protestó inmediatamente ante los representantes alemanes en aquella capital. Informó al embajador Lucius que “él esperaba que se llegara a un entendido entre Alemania y los Estados Unidos en un futuro próximo si podemos tratar a sus compatriotas en forma abierta y sincera. El intento, por parte de algunos individuos privados, de pasar armas de contrabando a México a través de Holanda, algunas de las cuales llegaron hasta Amsterdam, tiene un efecto muy negativo en la conformación de nuestras relaciones futuras”.44
Estas tendencias contradictorias se manifestaron en forma particularmente aguda cuando se hizo un último intento, inmediatamente antes del derrocamiento de Carranza, de ganar una base de apoyo en México y utilizar a ese país para presionar a los Estados Unidos. Jahnke había permanecido en México cuando Eckardt fue retirado. El Almirantazgo le había ordenado poner término a sus actividades. Él acusó recibo de esa orden y le informó al Almirantazgo que permanecería en México hasta recibir nuevas instrucciones.45
A mediados de 1919, Jahnke se reunió con “un representante del partido republicano de los Estados Unidos y de las altas finanzas de ese país que lo había invitado repetidas veces”. Ese “representante”, un tal Keedy que se presentó como primo de Lansing, abordó a Jahnke con ciertas proposiciones de mucha envergadura. Keedy sugirió que los alemanes convencieran al gobierno mexicano de que suavizara sus leyes relativas al petróleo y las relaciones laborales, las explotaciones mineras y la adquisición de tierras. “La deuda pública de México tenía que ser controlada, los ferrocarriles y otras empresas extranjeras en México tenían que ser indemnizados por los daños y perjuicios sufridos durante la revolución. Un banco de Nueva York que encabezaba un consorcio deseaba prestarle a México mil millones de pesos con este fin, garantizados por el gobierno de los Estados Unidos (y con la aprobación de Lansing) en condiciones que se negociarían […] Un arreglo político y económico con México es infinitamente más valioso para los Estados Unidos por razones obvias, pues una guerra para lograr los mismos propósitos sería muy costosa: una guerra con México destruiría las relaciones de los Estados Unidos con casi toda América Latina.” Lo que Keedy estaba pidiendo, en realidad, era la liquidación de la Constitución de 1917 y de todo lo que se había ganado durante la revolución. Si las autoridades alemanas legraban convencer a Carranza de que tomara tales medidas, Keedy estaba dispuesto a “gestionar un apoyo político, económico y militar para Alemania”.46
Jahnke pidió, a cambio, que los republicanos intervinieran para modificar las condiciones del acuerdo de posguerra con Alemania. Keedy no tenía objeciones de principio a tal intercambio y le pidió a Jahnke proposiciones más concretas, que éste no pudo presentar porque ya no estaba en contacto con las autoridades alemanas. Jahnke no le explicó esto a Keedy, sino que le dijo que tendría que viajar a Berlín para hacer consultas. Según el informe de Jahnke, Keedy habló “del creciente odio en los Estados Unidos a los planes capitalistas de Inglaterra y a la total anglofilia del presidente Wilson, quien está utilizando el poderío de los Estados Unidos para hacer el trabajo sucio de Inglaterra”. Y añadió
que el mundo entero le debe ahora dinero a los Estados Unidos y que en los círculos republicanos se considera evidente que Inglaterra y Francia quieren sacar a los Estados Unidos de la política europea —el moro ya cumplió con su deber, ahora puede retirarse—, que Wilson está ayudando a que la influencia norteamericana se mantenga en un nivel mínimo, y que ellos, los republicanos, tratarán de influir en la política europea a través de Alemania y Rusia. La Liga de las Naciones en su forma actual es un juguete inglés que ellos no ratificarán. Lo mismo vale para el tratado franco-norteamericano. Francia debe renunciar a su hostigamiento contra Alemania o no recibirá ayuda norteamericana, y también es posible que se concluya una paz por separado con Alemania mediante el simple recurso de que el Congreso declare que ya no existe un estado de guerra con Alemania.47
Jahnke informó a Carranza, a quien ya había enterado de los intentos de acercamiento de Keedy, sobre algunos de los deseos de éste. Le escribió “que los norteamericanos desean cambios en algunas leyes, un arreglo político, el saldo de la deuda pública de México, etcétera. Desean prestarle a México mil millones de pesos para que reconstruya sus relaciones internacionales y cumpla sus obligaciones. Quieren apoyar a Alemania económica, política y militarmente”. Jahnke describió la reacción de Carranza como muy positiva. “Hasta donde alcanzo a ver, Carranza está de acuerdo y satisfecho de habernos hecho un nuevo favor, esperando que Alemania pueda sacar algún provecho de todo esto.” Le pidió a Carranza que recibiera a Keedy, a lo cual el presidente accedió. En esa entrevista, Carranza se limitó a hacer algunas declaraciones generales (“su secretario de Hacienda se encargaría del problema y él pensaría sobre el acuerdo económico y sus condiciones”). “Siguiendo mi consejo, el republicano no le habló a Carranza del programa germano-mexicanc-norteamericano de cooperación, y Carranza en todo caso no le habría dicho nada.”
Carranza nunca había sido un entusiasta de los aspectos revolucionarios de la Constitución de 1917, y una buena parte de ésta había sido aprobada contra su voluntad. Ello no obstante, no estaba dispuesto a renunciar a la constitución, sobre todo en aquellos aspectos que más interesaban a los norteamericanos. Con todo, todavía esperaba llegar a un acuerdo con éstos que no exigiera concesiones importantes por parte de México. En vista de la creciente presión norteamericana y del aislamiento en que México generalmente se hallaba, puede haber estado dispuesto a hacer algunas concesiones. Probablemente esperaba obtener mejores condiciones gracias a una mediación alemana, o cuando menos una serie de ventajas muy específicas, que le dio a conocer a Jahnke. Durante la última visita de éste al presidente antes de su regreso a Alemania, Carranza habló de “la necesidad de crear industrias en México”. Por órdenes suyas, Méndez le formuló estos deseos a Jahnke: “México quiere instalar una fábrica de maquinaria agrícola, una fábrica de aviones y automóviles, una fábrica de armas y municiones, una acería y un astillero. Es urgente la construcción de una fábrica de cianuro, ya que éste es indispensable para procesar minerales […] en esta área México depende totalmente de los Estados Unidos en la actualidad. El gobierno mexicano apoyará el establecimiento de cualesquiera industrias alemanas con el propósito de exportar a Centro y Sudamérica, o lo que deseen”.
Al llegar a Berlín, Jahnke inmediatamente entregó sus propuestas, que fueron cuidadosamente examinadas en el Ministerio de Relaciones Exteriores por Eckardt, von Storer, un alto funcionario del Ministerio, el consejero privado Trautmann, el subsecretario de Estado Haniel y el ministro Muller. Jahnke mencionó, como miembros del grupo republicano representado por Keedy, “al senador Johnson, el gobernador de California, el diputado federal Khan, el senador MacConville y Reed. Este grupo incluye también al abogado Wilson, ligado a la Standard Oil Company, y una importante casa bancaria de Nueva York”.48
Jahnke propuso que se aceptara la oferta del grupo y que se diera apoyo a sus actividades proalemanas en los Estados Unidos con la ayuda de los contactos que Jahnke tenía allí, entre los cuales había varios líderes sindicales, varios diputados federales a los que no mencionó explícitamente, así como ciertos irlandeses y sacerdotes. Eckardt debía llevar a cabo las negociaciones en México. Este último demostró gran entusiasmo por las propuestas de Jahnke y asumió “plena responsabilidad […] por la persona, la honradez y la información de Herr J.”.49
En opinión de Eckardt y Jahnke, estas propuestas le volverían a asegurar a Alemania una importante posición en México, reforzando al mismo tiempo sus vínculos con el partido Republicano de los Estados Unidos, cuya victoria electoral en 1920 se esperaba con confianza, y obteniendo mejores condiciones para Alemania en el tratado de paz. Además, Eckardt y Jahnke estaban perfectamente conscientes de que estaban ayudando a desmantelar los aspectos más avanzados de la Constitución mexicana, que eran también los más negativos para los planes de Alemania.
Todos estos argumentos convencieron a Trautmann de que debía aceptar las propuestas de Jahnke, aunque lo hizo con mucho mayor cautela que Eckardt. Expresó dudas en cuanto a “la conveniencia de establecer cualquier tipo de vínculos con los republicanos, puesto que éstos todavía no están en el poder, y correríamos el peligro de que el actual gobierno norteamericano considerara que éste es un acto contra él y una injerencia en los asuntos internos de los Estados Unidos”.50 Aceptó, sin embargo, los argumentos de Jahnke y consideró “que la actitud de Lansing es […] prueba de que tal peligro no existe”. Más aún, expresó la convicción, compartida por muchos diplomáticos alemanes desde Zimmermann, de que sería fácil mantener tales acciones en secreto en los Estados Unidos. “Me parece —concluyó Trautman—, que no debemos descartar de antemano la posibilidad de establecer contacto con los republicanos. Para empezar, podemos explorar el terreno con esas personas y averiguar qué es lo que en realidad podemos esperar de ellas. Si sus planteamientos resuelven nuestras dudas, podemos proceder cuidadosamente. Además, nuestras gestiones en México pueden limitarse a enviar un encargado de negocios e iniciar negociaciones económicas en México (construcción de industrias, etcétera), mientras llegamos a ver más claramente el camino a seguir
A diferencia de Trautmann, Fuehr, que había participado intensamente en la propaganda alemana en los Estados Unidos, condenó en términos devastadores las propuestas de Jahnke. Cuestionó en primer lugar la importancia de las personas mencionadas por Jahnke. Nunca había oído hablar de Keedy. “En cuanto a su relación con Lansing, es bien sabido que la familia del secretario de Estado, que empezó su carrera como un insignificante abogado rural de Watertown, Nueva York, carece de importancia política y que Lansing le debe su ascenso exclusivamente a la familia de su esposa.”51 Indicó que el único hombre importante en el grupo era Johnson, el senador republicano por California, pero dudó que fuera a ser, como afirmaba Jahnke, el candidato presidencial de su partido. A los demás políticos los descartó como desconocidos o carentes de influencia.
Fuehr había vivido en los Estados Unidos durante los primeros años de la guerra y había experimentado el colapso y el descubrimiento de una conspiración alemana tras otra; expresó serias dudas de que las actividades de Jahnke pudieran mantenerse realmente en secreto. Su argumento más importante, sin embargo, era que Alemania no debía hacer ninguna concesión en México a los políticos mencionados por Jahnke en aras de un reacercamiento. “En los Estados Unidos —escribió—, y en forma completamente independiente de nuestras acciones, se está haciendo todo lo posible por impedir la ratificación del tratado de paz o, lo que es más importante, la creación de una Liga de las Naciones efectiva. Participan en este esfuerzo los irlandeses, los germano-americanos, la poderosa prensa de Hearst, así como la facción anti-Wilson que forman Johnson, Borah y otros por una parte y Knox por la otra. Cualquier intento nuestro de influir en esos senadores —intento que inevitablemente se vería como una injerencia en los asuntos internos norteamericanos— es, pues, completamente superfluo.”
Muller, el ministro de Relaciones Exteriores, estuvo de acuerdo con este análisis y le dijo a Jahnke “que no tendría nada que ver con semejante programa, puesto que este gobierno no desea verse metido en políticas secretas, sino únicamente en una política abierta de tipo oficial”.52 Con todo, no rechazó por completo los planes propuestos para México: “El aspecto mexicano de la propuesta (deseo de industrializarse) ha sido aceptado y se pondrá en práctica”.
Jahnke, sin embargo, no claudicó y presentó su programa a Kapp. Le dijo a éste “que el actual gabinete no puede o no quiere meterse en política y está pidiendo la ayuda de los ‘círculos nacionales en Alemania’ “,53 Los resultados de las negociaciones con Kapp no se conocen, pero probablemente fueron positivos, pues poco después Jahnke regresó a México. Los norteamericanos se percataron perfectamente de su llegada. El cónsul general norteamericano envió un alarmante informe a Washington en el que expresaba el temor de que Jahnke hubiese sido enviado a México para organizar operaciones de sabotaje contra los campos petroleros y contra fábricas en los Estados Unidos.54
Entretanto, sin embargo, el terreno se hundió bajo los pies de Jahnke. En Alemania, el putsch de Kapp había fracasado, y en México, Carranza, en quien él había puesto sus esperanzas, fue derrocado. El agregado militar norteamericano informó a su gobierno que Jahnke, quien al partir había esperado obtener un cargo oficial en la legación alemana en México, había abandonado esas esperanzas y se había empleado como administrador de una hacienda. El agregado militar llegó incluso a elogiarlo, cuando Jahnke le presentó planes que contemplaban una acción conjunta germano-norteamericana contra Inglaterra y Francia.55
Con todo, en Washington había cierta preocupación. El representante norteamericano en Berlín recibió instrucciones de presentar una queja por las actividades de Jahnke. El subsecretario de Estado Haniel le dijo en el transcurso de una larga conversación que Jahnke había solicitado pasaporte, no bajo su propio nombre, sino bajo el nombre de Steffens, y se había presentado como el secretario del profesor Hellmanns, quien se proponía realizar investigaciones agrícolas en México. Haniel añadió que el Ministerio de Relaciones Exteriores le había pedido a Jahnke que devolviera su pasaporte tan pronto como se descubrió su verdadera identidad, pero que Jahnke se había negado. El subsecretario de Estado hizo entonces la declaración oficial de “que el gobierno alemán no le ha dado [a Jahnke] ninguna instrucción, y ya no tendrá nada que ver con él”.56
Al analizar estos planes se plantean varias interrogantes: ¿Quién era Keedy? ¿Cuáles eran los objetivos de los republicanos? ¿Qué quería Jahnke?
J. M. Keedy (o Keady) era un hombre de negocios norteamericano al que el funcionario aduanal Zachary Cobb, destacado en la frontera mexicano-norteamericana, consideraba parte de una “corriente infernal de impostores y vividores que no benefician en nada al gobierno y que en el mejor de los casos confunden a los mexicanos”.57 Cobb hizo estas acusaciones en una carta que dirigió en 1916 al Departamento de Justicia de los Estados Unidos, en la que expresaba su sospecha de que Keedy se estaba haciendo pasar como agente de dicha dependencia.
Cobb tenía razón. Keedy no era funcionario del Departamento de Justicia (aunque había sido agente del ministerio público en Puerto Rico bajo el régimen de Theodore Roosevelt) y formaba parte del ejército de cabilderos y negociantes que intentaban enriquecerse a través de la revolución mexicana.58 En 1914 había ido a México, se había ganado la confianza de Pancho Villa y se dedicó a hacer negocios en el norte del país. Ese mismo año Keedy trató de convencer a Martin Falomir, uno de los terratenientes más acaudalados de Chihuahua cuyas propiedades habían sido confiscadas por Villa, de que por una cantidad de dinero suficiente él podría persuadir a Villa de que le devolviera sus tierras. Falomir no confió en Keedy y rechazó su oferta.59
Villa nunca se enteró de que Keedy había entrado en contacto con sus enemigos, siguió confiando en él y lo envió en una misión confidencial a Washington en el verano de 1915. Keedy debía informar al Departamento de Estado que Villa, a cambio del reconocimiento, aceptaría a alguien que no fuera villista como presidente de México.60 Eso no fue suficiente para León Canova, encargado de asuntos mexicanos en el Departamento de Estado. Despachó a Keedy de regreso a México con una lista de todos los ministros que Villa debería nombrar a cambio del reconocimiento. Villa, negándose a sacrificar la independencia de su país, rechazó las condiciones de Canova y rompió sus relaciones con Keedy.61 Éste estableció entonces nuevos contactos.
El 2 de octubre de 1917, Cobb informó que Keedy, que también había hecho negocios con el gobierno de Villa, estaba pidiendo dinero a los alemanes para ayudar a obtener la libertad de ciudadanos alemanes que estaban detenidos en los Estados Unidos. Cobb lo llamó traidor y declaró: “Keedy ha hecho creer a los alemanes que habla con verdadera autoridad”.62 El Departamento de Estado reaccionó ante estas acusaciones con sorprendente benignidad. Obviamente sospechaba de Keedy, puesto que le negó un pasaporte,63 pero no se tomó ninguna otra medida contra él. La cautelosa actitud del Departamento de Estado puede haberse debido al hecho de que Keedy se había relacionado con algunos de los principales bancos norteamericanos. En 1919 viajó a México a negociar un préstamo de 600 000 dólares con el gobierno de Carranza. Según un informe consular, Keedy representaba un consorcio bancario que incluía a Morgan y al National City Bank.64
Puesto que los banqueros norteamericanos nunca habían podido convencer a Carranza de que aceptara sus condiciones, Keedy (con o sin el conocimiento de los bancos que representaba) probablemente abrigó la esperanza de que los alemanes pudieran convencer a Carranza de que aceptara las condiciones de los bancos.
Keedy evidentemente había sobrestimado la influencia de Alemania en Carranza y subestimado el nacionalismo del presidente mexicano. Este último recibió a Keedy por insistencia de Jahnke, pero rechazó sus condiciones, que incluían el abandono de la Constitución de 1917 y la aceptación por parte de Carranza de dos representantes de los banqueros “en la Secretaría de Hacienda para controlar los gastos”.65
Keedy tuvo pues la experiencia, quizá única, de ser rechazado tanto por Villa como por Carranza cuando les sugirió que sacrificaran la soberanía de México a los intereses norteamericanos. No hay pruebas que indiquen con exactitud la posición exacta de Keedy, si éste sólo hablaba en nombre de los bancos que representaba, si también era un agente de los republicanos en cuyo nombre hablaba, o si estaba representando una gran farsa. Es muy posible que haya exagerado la magnitud de sus influencias políticas ante los alemanes con el fin de obtener su apoyo y poder presentarse entonces ante los republicanos como el único hombre capaz de pacificar a México.
Sea como fuere, no puede descartarse absolutamente un acercamiento de los republicanos con los alemanes. No tenían nada que perder con ello, pues eran adversarios consecuentes de la Liga de las Naciones y de la ratificación del Tratado de Versalles. Estaban, sin embargo, sumamente interesados en poner fin a la revolución en México y en obligar a Carranza a hacer concesiones. Puesto que, según la propia información de Jahnke, habían sobrestimado enormemente la influencia alemana en México, es muy posible que los republicanos quisieran privar a Carranza de su última esperanza de encontrar apoyo en alguna otra potencia contra los Estados Unidos. En cuanto a Jahnke, todo el proyecto parecía ofrecer la oportunidad de reconstruir su devastada red de espionaje en los Estados Unidos. En último análisis, la diplomacia alemana le negó su apoyo a este esfuerzo porque no había nada que ganar con ello. Los alemanes tenían toda la razón al apoyarse en la política antibritánica y antifrancesa de los republicanos y no veían razón para poner en peligro esos esfuerzos negociando acuerdos secretos con grupos en los Estados Unidos que no estaban en el poder y cuyas credenciales eran dudosas.