12. CARRANZA Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Cuando al término de la primera guerra mundial los Estados Unidos pudieron finalmente concentrar su atención en México, se puso en marcha una ambiciosa campaña intervencionista. Los iniciadores y animadores de esa campaña fueron principalmente los portavoces y abogados de las compañías petroleras norteamericanas. A fin de crear el clima psicológico necesario para una intervención, tacharon de germanófilo al gobierno mexicano y acusaron a Carranza de ser un agente alemán. La campaña se centró en tres acusaciones básicas: que Carranza estaba a sueldo de Alemania, que Carranza había preparado un ataque contra los Estados Unidos,1 y que México estaba financiado y controlado por Alemania. Se dijo que cada decisión importante sobre política interna que se tomó en México entre 1916 y 1918 fue el resultado de una iniciativa alemana y que la Constitución mexicana de 1917 había sido elaborada y redactada por juristas alemanes.2

Toda nuestra exposición, así como los documentos que hemos citado, demuestran que tales acusaciones son completamente falsas. No hay pruebas de que Carranza haya sido sobornado por Alemania; la observación de Eckardt: “soborno innecesario”, prueba precisamente lo contrario. Las reacciones de Carranza a la nota de Zimmermann y a la segunda propuesta alemana de alianza constituyen clara prueba de su oposición a las sugerencias alemanas de que atacara a los Estados Unidos. Alemania no le hizo ningún préstamo a México durante la guerra mundial (la única imputación norteamericana específica, la de que México recibió un anticipo de 800 000 pesos, nunca ha sido comprobada; y, en todo caso, tal suma habría sido insignificante).3

Las decisiones del gobierno mexicano sobre política interna no sólo fueron tomadas de manera independiente, sino muy a menudo en oposición a los deseos de los representantes alemanes. No existe prueba alguna de que la Constitución de 1917 haya sido escrita por juristas alemanes. Eckardt, de hecho, opinó muy negativamente sobre ese documento. Caracterizó a los miembros del Congreso constituyente de Querétaro como “figuras esencialmente catilinarias”. En cuanto a la Constitución misma, escribió que ésta fue “el resultado de dos meses de trabajo de unos hombres entre los cuales sólo un puñado, según el consenso general, están realmente a la altura de esa tarea. La nueva Constitución obviamente carece de un sólido fundamento legal, lo que de antemano ya era imposible dado el poco tiempo en que tuvo que ser redactada. Es obvio, a la luz de sus innovaciones más serias —los artículos que se refieren a la Iglesia y a la educación, la adquisición y tenencia de la tierra, y la seguridad social— que la ley está hecha a la medida de las masas y concede a éstas derechos que se derivan, cuando menos en parte, de una concepción completamente incoherente y falsa de las cuestiones sociales serias”.4 La propuesta de Eckardt de que se aliara con la Iglesia5 también fue rechazada por Carranza.

Todo esto revela la total falta de fundamento de la acusación de que Alemania estaba controlando a México y de la aseveración de que el gobierno de Carranza estaba formado por agentes alemanes. Es un hecho, sin embargo, que las simpatías y las esperanzas del gobierno mexicano en el transcurso de la guerra mundial estuvieron fuertemente orientadas hacia Alemania. En agosto de 1918. Eckardt escribió en su acostumbrado tono melodramático:

El general Obregón, entonces ministro de la Guerra y más tarde vencedor en la batalla de Celaya que fue tan decisiva para Carranza, me dijo mucho antes de que los Estados Unidos declararan la guerra que “nadie es neutral en esta guerra; o se está con Alemania o se está contra ella”. Tanto la claridad de pensamiento como la fecundidad de la formulación eran notables. Ambas mostraban hasta qué punto este hombre estaba comprometido —por encima y más allá de sus propios intereses— con el gran choque entre pueblos al otro lado del océano, y cuán claramente tomó partido por nosotros […] México estuvo de parte de Alemania en la guerra mundial, y ello le hará acreedor a la gloria en los libros de historia alemanes. Esto no fue un factor secundario, sino, en mi opinión, un factor de primordial importancia. Debido a su influencia en América Latina y a sus abiertas simpatías por nosotros, que éramos los enemigos de los Estados Unidos, México obligó a los Estados Unidos a mantener entre 200 000 y 500 000 hombres armados en su frontera con México. En mayo de 1917, Carranza me había prometido que él nos apoyaría de esa manera.6

¿Cuál fue el origen de esa actitud? ¿Hasta dónde llegó realmente ese sentimiento “proalemán”? ¿Había intereses mexicanos esenciales comprometidos en todo ello? Éstas son las preguntas decisivas que deben plantearse a este respecto.

Cuando estalló la guerra mundial, Carranza declaró su neutralidad, expresando una profunda desconfianza tanto frente a Inglaterra como a la Alemania imperial, que habían apoyado a Huerta casi hasta el final. Durante los primeros meses de la guerra, esa neutralidad mostró incluso una cierta orientación proaliada. Las intrigas alemanas para provocar una guerra mexicano-norteamericana no eran ningún secreto para Carranza; sus servicios de inteligencia parecen incluso haber participado en su descubrimiento. Sus relaciones con los representantes alemanes, primero con los cónsules alemanes en las regiones controladas por él y más tarde con Eckardt, fueron muy frías. Característica de esa orientación fue la inamistosa reacción del gobierno mexicano ante una gestión del cónsul alemán en Veracruz, quien dio a entender que los envíos de petróleo a Inglaterra constituían una violación de la neutralidad mexicana. En marzo de 1915 el gobierno de Carranza le informó que tales envíos no podían considerarse de ninguna manera como una violación de la neutralidad, dado que no consideramos el petróleo como un contrabando bélico. El petróleo tiene muchos usos que no tienen absolutamente ninguna relación con la guerra. Considerarlo como un material de guerra esencial constituiría un tremendo golpe a importantes intereses comerciales que no tienen nada que ver con las naciones beligerantes.7

La actitud de Eckardt hacia el gobierno carrancista y sus ataques al propio Carranza, a quien se refirió en sus primeros informes de la manera más cruda, son testimonio elocuente del estado de las relaciones germano-mexicanas en aquel momento. Cuando las relaciones con los Estados Unidos se deterioraron y Carranza buscó el apoyo de otra gran potencia, no se volvió hacia Alemania sino hacia el Japón. El gobierno japonés, sin embargo, no se mostró muy interesado. La actitud del Japón, la preocupación de los aliados con Europa, sus relaciones cada vez más íntimas con los Estados Unidos y su creciente dependencia respecto de las importaciones norteamericanas, crearon una situación en la que sólo quedaba una gran potencia en la que Carranza podía buscar apoyo contra los Estados Unidos: Alemania. Carranza procuró un acercamiento con Alemania sólo después de que el avance de la expedición punitiva norteamericana en México lo llevó al borde de una guerra con los Estados Unidos. “Desde 1916 Wilson lo ha estado empujando a nuestro campo con sus frívolos juegos y finalmente con la expedición punitiva de Pershing”,8 escribió Eckardt a fines de 1917. Las primeras medidas realmente proalemanas de Carranza dignas de mención fueron tomadas en ese periodo: la reorientación de la prensa hacia las Potencias Centrales; el nombrimiento de Krumm Heller, un partidario declarado del imperialismo alemán, como agregado militar mexicano en Berlín; el envío al gobierno alemán de un memorándum en el que se proponían relaciones económicas y políticas más estrechas entre los dos países; y, finalmente, el ofrecimiento de una base para submarinos en México.

Carranza buscaba dos ventajas con estos intentos de acercamiento. En primer término, y más bien ingenuamente esperaba una gestión diplomática alemana en Washington en favor del retiro de la expedición punitiva norteamericana en México. Tal gestión, aun en caso de haberse intentado, no habría tenido ninguna posibilidad de éxito, independientemente del hecho de que no tenía nada que ver con los intereses de la diplomacia alemana, que por supuesto deseaba intensamente una intervención norteamericana en México. El hecho de que Eckardt ni siquiera transmitiera esta petición a Berlín indica la poca importancia que le atribuyó. ¿ Sobrestimaba Carranza la importancia de los intereses alemanes en México?

¿Sobrestimaba el poderío de Alemania? No existe una respuesta inequívoca a estas preguntas. Parece probable, sin embargo, que sí haya sobrestima-do el poderío de Alemania. La falta de experiencia de Carranza en los asuntos internacionales y la propaganda de Eckardt no dejaron de pesar a este respecto.

La segunda esperanza de Carranza, mucho más concreta, era la de obtener armas de Alemania. Las tensiones mexicano-norteamericanas derivadas del avance de la expedición punitiva norteamericana en México, habían desembocado en la imposición de un embargo sobre la exportación de armas norteamericanas a México. Para Carranza, sin embargo, las armas eran una necesidad vital, dada la posibilidad de una guerra con los Estados Unidos y la exigencia de mantener a raya a sus enemigos internos, que habían vuelto a levantar cabeza. Los éxitos logrados por los submarinos alemanes que transportaban cargas a los Estados Unidos parecían abrir la posibilidad de enviar armas a México. La iniciativa de Carranza sólo encontró, en un principio, vacilaciones y reservas en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania. La guerra entre los Estados Unidos y México, tan deseada en Berlín, parecía inminente sin ninguna injerencia adicional por parte de Alemania. Un acercamiento abierto de Alemania con Carranza podría haber tenido el efecto contrario y haber atraído una vez más la atención norteamericana hacia Alemania. Así, pues, Zimmermann consideró el memorándum mexicano como una cuestión a ser tratada en la posguerra, y en un principio ni siquiera se le dio consideración a la posibilidad de enviar armas alemanas a Carranza. Sin embargo a fin de no desalentarlo demasiado y de no empuiarlo en brazos de los norteamericanos, los alemanes dispusieron un envío de armas desde América del Sur. El retiro de la expedición punitiva se debió en no pequeña medida a las acciones de Alemania, si bien indirectamente. La indeseable posibilidad de verse atados en México durante un periodo de crecientes tensiones con Alemania indujo a los norteamericanos a retirar sus tropas.

La declaración de guerra submarina ilimitada por parte de Alemania, el rompimiento de las relaciones germano-norteamericanas, la declaración de guerra por los Estados Unidos, y finalmente la retirada norteamericana de territorio mexicano crearon una situación en que la iniciativa pasó de Carranza al gobierno alemán.

¿Estaba el gobierno mexicano realmente interesado en la propuesta, hecha por Zimmermann, de una alianza contra los Estados Unidos, excepto como una medida defensiva en caso de una nueva invasión norteamericana? Hay dos respuestas hipotéticas a esta pregunta, basadas en indicios, pero no en pruebas concretas, de que Carranza tal vez haya considerado aceptar el ofrecimiento alemán de una alianza ofensiva cuyo resultado habría sido un ataque mexicano a los Estados Unidos. Una de las respuestas hipotéticas habría sido un viraje completo del Japón y su participación directa en una alianza germano-mexicana contra los Estados Unidos. Una segunda respuesta hipotética, no del todo ajena a ciertas esperanzas de Carranza, habría sido una guerra civil en los Estados Unidos. En sus memorias, Adolfo de la Huerta cuenta que a Carranza lo fascinaba la posibilidad de reincorporar a Texas, Arizona y Nuevo México a la República Mexicana.9 Esto lo confirma el apoyo que dio al movimiento del Plan de San Diego. En febrero de 1917, después del retiro de la expedición punitiva, Carranza parece haber suspendido su apoyo a los mexicanos del otro lado de la frontera. Ello no obstante, como lo indica el ya mencionado informe de uno de sus agentes secretos en los Estados Unidos, algunos militares mexicanos creían que en caso de una guerra entre Alemania y los Estados Unidos, centenares de miles de norteamericanos de origen alemán se rebelarían y podrían ser la punta de lanza de un levantamiento de negros y mexicanos contra el gobierno de los Estados Unidos. De haber ocurrido tal cosa, Carranza tal vez habría atacado a los Estados Unidos. Cuando se convenció de que el Japón no cambiaría de aliados en la guerra y de que en los Estados Unidos no ocurriría ningún levantamiento, rechazó obstinadamente todas las subsiguientes propuestas alemanas para un ataque a los Estados Unidos.

La política internacional de México durante 1917 y 1918 fue esencialmente una reacción frente a cinco peligros principales que, a juicio del gobierno de Carranza, amenazaban la supervivencia de éste y la soberanía de México.

1. Una nueva intervención militar norteamericana era una amenaza que obsedía a México. Si bien una ocupación militar de todo el territorio mexicano parecía improbable mientras durara la primera guerra mundial (aunque el gobierno mexicano nunca la descartó totalmente), una intervención limitada no parecía en modo alguno imposible. Los intereses petroleros y henequeneros, así como algunos altos funcionarios del gobierno norteamericano, seguían expresándose privada y públicamente en favor de la ocupación de los campos petroleros mexicanos y de la península de Yucatán. En vista de la importancia militar de los campos petroleros, Wilson no descartaba completamente tal posibilidad, aunque deseaba evitarla en la medida de lo posible.10 Carranza recibía constantemente informes de que en los Estados Unidos se estaban considerando seriamente tales opciones.

No existen pruebas de que Carranza haya tenido informantes con acceso a la Casa Blanca o a los niveles superiores del Departamento de Estado, pero sí se filtraron hasta él informes sobre las deliberaciones que tenían lugar en esos círculos o sobre las intrigas de los intereses económicos norteamericanos. Carranza tenía un excelente servicio de inteligencia a lo largo de la frontera y sus agentes habían logrado infiltrarse en casi todos los grupos de exiliados mexicanos en los Estados Unidos. Tan pronto como los agentes de las corporaciones norteamericanas, e incluso del gobierno de los Estados Unidos, comunicaban sus planes a sus aliados mexicanos reales o potenciales, Carranza se enteraba de ellos. Los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México están llenos de esos informes. Al mismo tiempo, el servicio secreto alemán le hacía llegar informes semejantes. Dado que éstos eran en su mayor parte corroborados por las informaciones de sus propios agentes, la credibilidad de los alemanes aumentaba a los ojos del presidente mexicano.

2. El gobierno de Carranza esperaba un golpe de Estado de inspiración aliada en México, en el que la Gran Bretaña y los Estados Unidos apoyarían con armas y dinero a los adversarios conservadores de Carranza así como a los nacientes grupos de oposición dentro de su propio movimiento. Carranza estaba muy al tanto de que grupos económicos norteamericanos y diplomáticos británicos estaban elaborando planes para tales opciones. Cummins había discutido los planes para un golpe de manera tan abierta en el British Club de la ciudad de México que, según los informes del cónsul británico, el gobierno mexicano los conocía en detalle. El servicio secreto alemán también informó a Carranza sobre la conspiración de Robles Domínguez.11

3. La política económica de los Estados Unidos hacia México adquiría cada vez más la forma de un bloqueo casi total contra México a medida que la guerra progresaba. Hasta que los Estados Unidos entraron en la primera guerra mundial, las restricciones impuestas a México por su vecino del norte estuvieron limitadas a dos campos: desde 1911, con algunas interrupciones, el gobierno de los Estados Unidos tenía que aprobar los envíos de armas a su vecino del sur. Al mismo tiempo, Carranza no había podido obtener ningún préstamo en los Estados Unidos. Si bien las restricciones financieras podían imponerse con facilidad, el embargo sobre el envío de armas era más difícil de aplicar. Era muy difícil controlar la larga frontera entre los dos países, y el contrabando de armas en gran escala se llevó a cabo constantemente entre 1910 y 1917. Después que los Estados Unidos entraron en la guerra al lado de los aliados, el gobierno recibió nuevos poderes y nueva autoridad que pudo emplear contra México. En vista de las amenazas alemanas, los controles en la frontera se hicieron aún más estrictos. Por primera vez en la historia de los dos países pudo evitarse efectivamente el contrabando de armas. Al mismo tiempo, los controles sobre las exportaciones, que hasta marzo de 1917 se habían limitado a las municiones, se extendieron a una gran variedad de productos. En septiembre de 1917 la Tesorería de los Estados Unidos impuso un embargo general sobre la exportación de oro en lingotes a cualquier país con el propósito de estabilizar el dólar y retener el oro en los Estados Unidos. Poco tiempo después el gobierno emitió un decreto para controlar e impedir el envío de alimentos a México.12

4. Un golpe de Estado de inspiración alemana en México —el complot de Eckardt con varios generales mexicanos para derrocar a Carranza en caso de que éste rompiera con Alemania— era considerado por el presidente mexicano como un peligro muy serio.

5. Si Alemania decidía llevar a cabo acciones de sabotaje en gran escala en los campos petroleros mexicanos, Wilson podría verse obligado a intervenir contra su voluntad. En caso de producirse tal intervención, Carranza además de sufrir cuantiosas pérdidas en los ingresos provenientes del petróleo, se habría visto enfrentado a un dilema imposible. Si resistía, se vería envuelto en una guerra con los Estados Unidos que no podría ganar. Y si no resistía, el resentimiento interno contra su pasividad podría provocar su caída.

Entre marzo y septiembre de 1917, aproximadamente, Carranza procuró atenuar estos peligros mediante una política de reacercamiento con los Estados Unidos. Con la excepción de un nuevo impuesto sobre el petróleo y de limitadas restricciones en lo relativo a nuevas concesiones, que obligaban a quienes trataban de obtener tales concesiones a renunciar a la intervención diplomática de sus gobiernos, Carranza no hizo ningún intento de aplicación del artículo 27 constitucional. Los informes norteamericanos, entre marzo y mayo de 1917, en el sentido de que el gobierno mexicano estaba considerando seriamente el rompimiento de relaciones con Alemania, fueron confirmados por la intriga de Eckardt con los generales. Cuando se hizo claro que tal medida podría tener serias repercusiones internas. Carranza consideró otra opción, que esperaba le permitiría romper con Alemania sin renunciar a su postura nacionalista y sin perder el apoyo de sus generales. Aguilar le sugirió al ministro japonés una alianza especial entre México y el Japón, en cumplimiento de la cual México entraría en la guerra del lado de los aliados, pero ostensiblemente como aliado del Japón más bien que de los Estados Unidos. Obviamente, el gobierno mexicano esperaba que tal arreglo disiparía los temores de sus propios militares de que se estaba vendiendo a los Estados Unidos y al mismo tiempo le ganaría a México un protector, el Japón, que en la posguerra y aun durante la guerra le serviría de apoyo contra los Estados Unidos. Aun después de que el Japón rechazó esta propuesta y esta manera aparentemente más fácil de unirse a los aliados le quedó vedada a México, Carranza no abandonó sus esperanzas de buscar un acercamiento con los Estados Unidos.

Él gobierno de Washington reaccionó a esta actitud conciliadora suspendiendo provisionalmente el embargo sobre la venta de armas y municiones y reconociendo oficialmente al gobierno mexicano en septiembre de 1917.

El intento de acercamiento de Carranza a los Estados Unidos fracasó, no tanto debido a la conjura de los generales y a las intrigas de Eckardt cuanto a la convicción, por parte del presidente mexicano, de que los Estados Unidos estarían dispuestos a levantar sus restricciones económicas sólo si él se avenía a aceptar graves limitaciones a la soberanía de su país. Carranza llegó a esta convicción como resultado de las prolongadas negociaciones financieras con los Estados Unidos.

En junio de 1917 el gobierno de Carranza había llegado a un acuerdo con una empresa norteamericana, la Inselin and Company, sobre un préstamo a México. La compañía acuñaría monedas de oro mexicanas en los Estados Unidos, las cuales serían utilizadas para estabilizar la moneda mexicana. La Tesorería norteamericana vetó este acuerdo dando como razón, por una parte, los vínculos de la Inselin con Alemania, y, por otra parte, el temor de que la estabilización de la moneda mexicana depreciara el dólar norteamericano.

En agosto de 1917 las negociaciones sobre un préstamo entre los representantes de Carranza y grandes bancos norteamericanos fracasaron cuando los bancos se negaren a concederle un crédito al gobierno mexicano. Cuando otros bancos norteamericanos más pequeños le informaron al gobierno mexicano que ellos estarían dispuestos a hacerle un préstamo a México si el gobierno de los Estados Unidos accedía a garantizarlo, Carranza inició negociaciones con los representantes del gobierno de Washington. Éste le dejó saber a Carranza que en principio no se oponía a un préstamo, pero que las garantías relativas a “intereses creados válidos” tendrían que ser ofrecidas por el gobierno mexicano. Carranza obviamente consideró que esta condición infringía gravemente la soberanía de México y se negó a aceptarla.13 El fracaso de estas negociaciones fue seguido por los embargos sobre la exportación de oro y alimentos a México.

Fue por entonces cuando Delmar llegó a México como representante del Estado Mayor alemán y presentó a México la nueva oferta alemana de una alianza contra los Estados Unidos. A diferencia del telegrama de Zimmermann, la oferta de Delmar no era del tipo todo-o-nada. Aun cuando Carranza rechazara la propuesta de alianza, como en efecto lo hizo, Delmar ofrecía una estrecha cooperación en la posguerra que podría ayudar a romper el bloqueo norteamericano contra México, y planteó la posibilidad de un préstamo alemán a México durante la guerra. Con la ayuda del dinero alemán, Carranza podría eludir algunas de las consecuencias del embargo norteamericano comprando alimentos y otros bienes esenciales en los países neutrales de América del Sur con los que México estaba estableciendo relaciones cada vez más estrechas. La oferta de alianza de Delmar también le hizo ver a Carranza que Alemania, a pesar de su rechazo a la nota de Zimmermann, no había perdido interés en México.

Fue en este momento cuando Carranza tomó la decisión de establecer los vínculos más estrechos que pudiera con Alemania sin llegar a una alianza. Con esta política, perseguía objetivos tanto a corto como a largo plazo.

El principal objetivo a corto plazo de Carranza era indudablemente la obtención de ayuda alemana en el caso, que él parecía considerar muy probable, de una intervención armada de los Estados Unidos o de un golpe propiciado por los aliados. También esperaba obtener de Alemania algún tipo de préstamo que lo ayudara a sobrevivir hasta que la guerra terminara y Alemania tuviera los medios de brindarle una asistencia más sustancial. Otro objetivo a corto plazo de esencial importancia para Carranza en este acercamiento con Alemania era impedir que los agentes alemanes llevaran a cabo acciones de sabotaje en los campos petroleros, puesto que tales acciones constituían la mejor manera de provocar una intervención norteamericana en México.

Carranza también pudo haber esperado que la colaboración con el servicio secreto alemán disuadiera a los aliados de apoyar a sus adversarios internos y de intervenir en México. Tanto Inglaterra como los Estados Unidos temían que un conflicto con Carranza resultara desastroso para las compañías de los países aliados en México. Puede que hayan tenido dudas en cuanto a la disposición o capacidad de Carranza para llevar a cabo, en un momento de crisis, una destrucción masiva de propiedades aliadas. Pero no dudaban que un poderoso servicio secreto alemán en México, una vez autorizado por Carranza, concentraría sus esfuerzos primordialmente en la destrucción de las compañías aliadas.

Es probable que la promesa de apoyo alemán haya reforzado la decisión de Carranza de responder a la guerra económica de los Estados Unidos con sus propias represalias. Éstas consistieron esencialmente en el intento de obligar a los intereses norteamericanos a hacer pagos más cuantiosos en forma de impuestos o regalías para compensar las pérdidas sufridas por México a causa del bloqueo económico de los Estados Unidos.

En septiembre de 1917, después que los Estados Unidos impusieron su embargo sobre las exportaciones de oro a México, Carranza emitió decretos encaminados a obligar a las compañías mineras norteamericanas a pagar en oro una parte de sus exportaciones. A principios de 1918 el gobierno mexicano decretó un aumento de los impuestos y una nueva reglamentación para las compañías petroleras.14 Estos decretos dieron lugar a enérgicas protestas del Departamento de Estado y a estridentes demandas de intervención en México por parte de los intereses norteamericanos afectados. En esa coyuntura, la posibilidad de recibir ayuda alemana indudablemente fortaleció la voluntad de resistencia de Carranza.

En abril de 1918 el embajador mexicano en Washington presentó informes que indicaban las intenciones norteamericanas de bloquear los puertos mexicanos de Veracruz y Tampico: “El ministro de Relaciones Exteriores me dijo —escribió Eckardt—, que en caso de un bloqueo el presidente no negociaría sino que tendría que devolver el golpe. Cuando me preguntó si yo tenía autorización para concluir una alianza le contesté afirmativamente, aunque cuando éste no es el caso”.15

Otro de los objetivos de la colaboración a corto y a largo plazo de Carranza con Alemania era su política latinoamericana. Él deseaba crear un bloque latinoamericano encabezado por México y la Argentina que pudiera defenderse colectivamente contra los Estados Unidos. Al perseguir ese objetivo, sus deseos coincidieron momentáneamente con los de los diplomáticos alemanes. Ambos países querían conservar la neutralidad del mayor número posible de países latinoamericanos. Así, pues, Carranza le propuso a Eckardt que Alemania intensificara su propaganda en Colombia contra la entrada de ese país en la guerra.16 También parece haber habido cierta colaboración en Centroamérica durante el mismo periodo. Además de estos actos de política exterior, un importante factor de política interna dejó sentir su peso: el mantenimiento de la unidad del movimiento carrancista. La conspiración de los generales fue una clara advertencia para Carranza. La población en general era tan antinorteamericana que si Carranza les hubiera hecho cualesquiera concesiones importantes a los norteamericanos, los generales habrían contado con un apoyo de masas.

El más importante de los objetivos a largo plazo de Carranza era indudablemente su deseo de obtener un fuerte apoyo de Alemania en la posguerra, cuando los Estados Unidos podrían volver una vez más su atención hacia México. El cónsul norteamericano en Mazatlán expresó esto de manera muy clara y sucinta:

No cabe ninguna duda, a juzgar por la actitud prevaleciente aquí en la costa occidental, de que el gobierno mexicano y la gran mayoría del pueblo mexicano están dispuestos a cultivar una verdadera amistad con los alemanes. En mi opinión, este sentimiento se basa en la inclinación del pueblo mexicano, desde la guerra con los Estados Unidos [en el siglo pasado] a ver a los Estados Unidos no como un amigo sino como un enemigo perpetuo. El sentimiento se funda en un deseo de procurar la amistad y el apoyo moral de una gran potencia europea que no sea Inglaterra ni Francia, de suerte que México, cuando adopte un punto de vista hostil a los Estados Unidos, no se encuentre solo en la arena internacional. Este deseo de amistad con Alemania parece haber nacido después del estallido de la guerra europea y parece ser, en cierta medida, un resultado de la admiración del pueblo mexicano por el poderío de las armas alemanas en la tierra y en el mar.17

Carranza, probablemente, también abrigaba la esperanza de obtener ayuda económica, como resultado de las incontables promesas alemanas. “Estamos adelantando —le dijo a Eckardt—, pero todavía tenemos grandes dificultades que vencer. Seguiremos luchando hasta que, según espero, recibamos ayuda de Alemania.”18

El segundo objetivo a largo plazo de Carranza revela que éste se hacía ciertas ilusiones acerca del carácter del imperialismo alemán. Tenía la esperanza de industrializar a México con ayuda alemana. Ya había expresado tales deseos en un memorándum de noviembre de 1916. La sección militar-comercial de la embajada alemana en Berna informó sobre esperanzas similares de parte de los mexicanos. “A su manera de ver, los Estados Unidos están explotando al país, sacando dinero sin dar nada a cambio con el propósito de mantener al país bajo su control. México, por lo tanto, está buscando otros socios comerciales para zafarse de los Estados Unidos.”19 Todavía en 1919, Carranza le comunicó a Jahnke su esperanza de que Alemania industrializara a México.

La política proalemana de Carranza estaba dirigida a impedir el sabotaje alemán, a conservar la lealtad de sus generales y a asustar a los aliados. También esperaba recibir ayuda alemana en caso de que los Estados Unidos llevaran a cabo una intervención armada.

También es posible que Carranza haya tenido la esperanza de poder explotar los temores norteamericanos de una mayor penetración alemana en México y obligarlos a concederle un préstamo sin exigir como condición el repudio de la Constitución de 1917 o el abandono de la neutralidad mexicana. México y los Estados Unidos efectuaron repetidas negociaciones en torno a tal préstamo en 1917 y 1918.

En la medida en que sus propios lineamientos fueron transgredidos ocasionalmente en esas negociaciones, ello se hizo sin su conocimiento o contra su voluntad.

En 1917-18, ninguno de los planes urdidos por el mando militar alemán, los círculos del gobierno británico o las compañías norteamericanas, llegó a realizarse. Los agentes alemanes no llevaron a cabo ningún acto de sabotaje en los campos petroleros. Los adversarios de Carranza nunca llegaron a recibir la ayuda importante o el reconocimiento oficial por parte de los aliados que habrían necesitado a fin de convertirse en una amenaza seria para el gobierno mexicano. Por último, tampoco tuvo lugar ninguna intervención militar extranjera en México. ¿Hasta qué punto puede atribuirse esta “moderación” de las grandes potencias a la política exterior de Carranza? ¿Qué efecto real tuvo la actitud proalemana del presidente mexicano durante la primera guerra mundial en las políticas de las grandes potencias con intereses en México?

Desde el punto de vista norteamericano, lo que resultó decisivo fueron las políticas interna y económica de Carranza y su orientación hacia las compañías norteamericanas, sobre todo las petroleras. Las simpatías de Carranza por Alemania nunca fueron tomadas en serio en Washington y sólo tuvieron un efecto limitado en la política mexicana de Wilson.

La actitud de las potencias europeas fue muy diferente. Los planes golpistas de Inglaterra fueron fundamentalmente una respuesta a la colaboración de Carranza con Alemania y a los consiguientes temores del alto mando militar británico en cuanto a un ataque germano-mexicano contra los Estados Unidos. Los planes ingleses, sin embargo, no tuvieron ninguna consecuencia, pues los Estados Unidos no estuvieron dispuestos a participar en ellos.

En realidad, la orientación proalemana de Carranza tuvo su efecto más importante en la política mexicana de Alemania. Como resultado de la actitud de Carranza, el gobierno alemán decidió renunciar a la única forma de acción efectiva a que podía recurrir: las operaciones de sabotaje en gran escala en los campos petroleros. Una amenaza a los suministros de petróleo a los aliados hubiese sido la única razón para que Wilson considerara una intervención en México durante la guerra mundial. Al frustrar los planes de sabotaje del alto mando militar alemán mediante concesiones limitadas. Carranza tal vez evitó realmente la intervención extranjera en México.

¿Hasta qué punto complació Carranza a los alemanes a fin de lograr sus objetivos? Dos documentos ofrecen una amplia información al respecto. Uno de ellos es un memorándum confidencial de Polk, el consejero del Departamento de Estado a cargo de los asuntos mexicanos, a Lansing, escrito en junio de 1918. Polk afirmó que Carranza había adoptado una postura claramente proalemana que se expresaba en las siguientes medidas:

1. Ayuda material de Alemania en forma de dinero, oficiales para adiestrar al ejército, equipo de radiocomunicación, etcétera:

2. El viaje oficial de Fabela, ostensiblemente a la Argentina, pero en realidad a Alemania vía España:

3. La represión contra los periódicos proaliados y el apoyo a los periódicos proalemanes como El Demócrata, para el cual se llegó a comprar papel en el Japón.

4. Tolerancia en cuanto al uso de México como base de operaciones del espionaje alemán:

5. Rompimiento de relaciones con Cuba.20

De estos cinco puntos, los dos primeros deben corregirse o rectificarse en la medida en que la ayuda financiera alemana a Carranza nunca se materializó, y en la medida en que no existe ninguna prueba en cuanto a lo que se dice sobre el viaje de Fabela. Estos problemas aparte, el memorándum de Polk es muy similar al informe final de Eckardt al Reichskanzler del 7 de agosto. Después de afirmar “que el retrato de nuestro emperador adorna el despacho de Carranza y el presidente sigue los movimientos del ejército alemán con la mayor atención, viendo en cada victoria una confirmarión de su propia política”, Eckardt citaba casi los mismos puntos: las negociaciones con Carranza en torno a un préstamo: la conexión inalámbrica con Nauen: los preparativos para una base submarina. También mencionaba “que el presidente recibe casi diariamente informes escritos sobre la situación interna que yo obtengo a través de canales oficiales o de otro tipo desde diversas partes del país […], y añadía que a Carranza se le mantenía al tanto de las actividades de espionaje aliadas dirigidas contra él. El viaje de Fabela también se menciona en este informe, pero la información de Eckardt al respecto no puede confirmarse, como ya hemos señalado. Eckardt también elogiaba al secretario de Gobernación, Aguirre Berlanga, por la deportación de Félix Palavicini, el director del periódico proaliado El Universal.21

Ambos informes, por lo tanto, coinciden en los puntos centrales. Salvo dos excepciones, los actos de Carranza no constituyeron una amenaza a la soberanía de México ni dieron lugar a ninguna posibilidad seria de intervención norteamericana. Las dos excepciones fueron la concesión de una base submarina a Alemania y la tolerancia dispensada a las actividades de los servicios secretos alemanes. La base submarina pudo haber provocado fácilmente una intervención norteamericana. Todas las pruebas indican, sin embargo, que Carranza no sabía nada de tal ofrecimiento o bien que la instalación de apoyo fue construida contra su voluntad.

El problema planteado por las actividades del servicio secreto alemán fue un tanto diferente. Carranza conocía tanto a Delmar como a Jahnke y recibía regularmente informes de ambos sobre las actividades de los norteamericanos. Obviamente esperaba utilizar esos servicios para sus propios fines. Había hecho muy claro que se oponía tanto al sabotaje en Tampico cuanto a los ataques fronterizos lanzados desde su territorio. Los servicios secretos alemanes, sin embargo, no limitaron sus actividades a preparar informes para el gobierno mexicano. Se enviaron saboteadores a los Estados Unidos desde México, y en Sonora, Delmar preparó un ataque contra los Estados Unidos. Cualquiera de estas dos actividades hubiera podido desencadenar una intervención norteamericana. Los servicios secretos se inmiscuyeron más aún en la política interna de México con la conjura de los generales. Se tiene así la impresión de que el aparato alemán en México desbordó en cierta medida a Carranza y que las autoridades mexicanas tomaron algunas medidas independientes sin su consentimiento.

No parecía haber unanimidad en el seno del gobierno mexicano o entre los jefes militares en cuanto a qué actitud asumir frente a Alemania. Los partidarios de los aliados favorecían un rompimiento con Alemania y en algunos casos incluso una intervención activa en la guerra mundial del lado de los aliados. El miembro más prominente de este grupo era el general Pablo González, comandante de las tropas que luchaban contra Zapata y miembro del círculo francés en México que en octubre de 1917 quiso que México rompiera relaciones diplomáticas con Alemania.22 Este grupo incluía también al gobernador de Coahuila y a varios senadores. Trece de estos últimos, incluidos Alonso, Reynoso y Cepeda, presentaron una resolución en una reunión secreta del Senado el 20 de octubre en la que se pedía el rompimiento de relaciones diplomáticas con Alemania. En la votación, que tuvo lugar el 18 de diciembre, la resolución fue derrotada por 35 votos contra trece.23

Frente a este grupo actuaba un sector germanófilo extremo. Entre los partidarios más entusiastas de la Alemania imperial, Eckardt incluía a Mario Méndez, el secretario de Comunicaciones; Breceda, el jete de la policía del Distrito Federal; y Aguirre Berlanga, el secretario de Gobernación, a quien Eckardt hacía objeto de grandes elogios, si bien con un asomo de desconfianza: además de esos hombres, incluía a los generales Calles, Diéguez, Murguía y, probablemente sin razón, a Obregón.24

Entre estos dos grupos había un centro formado por Aguilar, Carranza y posiblemente Obregón. Antes de que los Estados Unidos entraran en la guerra, Obregón se había referido a Alemania en términos muy positivos al conversar con Eckardt. Después de la revelación de la nota de Zimmermann les dijo inmediatamente a los norteamericanos que tal proposición era impensable. En 1917 viajó a los Estados Unidos en gestiones de negocios. “A través de un emisario especial —escribió Eckardt—, me dijo que no me dejara confundir si los ‘gringos’ le dispensaban un recibimiento entusiasta; él siempre estaría de nuestro lado.” El viaje de Obregón dio lugar a uno de los numerosos pronunciamientos racistas de Eckardt acerca del pueblo mexicano: “Puede decirse que un mexicano tal vez no soporte al yanqui, pero siempre estará dispuesto a aceptar su dólar”.25

En los Estados Unidos, Obregón hizo una inequívoca declaración antialemana. En una conversación con el corresponsal norteamericano de un periódico francés, el general declaró:

1. México no puede sobrevivir sin los envíos de trigo y de productos manufacturados de los Estados Unidos. Los Estados Unidos, sin embargo, hacen depender sus envíos de la actitud política de los países neutrales frente a las potencias aliadas.

2. México debe emitir bonos para pagar las compensaciones por daños causados durante la última revolución.

3. Los Estados Unidos se están convirtiendo en una poderosa potencia militar, y hay razones para temer que, después de la guerra, sus oficiales se sientan poco dispuestos a envainar la espada […]

4. Nosotros amamos a Francia, e Inglaterra domina los mares.26

Las declaraciones de Obregón revelan que éste estaba explotando hábilmente las contradicciones entre las grandes potencias sin tomar partido por ninguno de los dos bandos.

Lo que estaba en juego en la lucha entre este grupo centrista y los elementos germanófilos extremos no era el deseo de colaborar con Alemania, sino los límites de tal colaboración. Para Carranza, Aguilar y Obregón, los límites estaban trazados en el punto en que el peligro de una intervención norteamericana se hacía presente. Tanto Mario Méndez —según se desprende de la manera como se manejó la cuestión de la base submarina— cuanto Calles, a juzgar por las observaciones de Delmar, estaban dispuestos a sobrepasar esos límites.

Debemos preguntarnos hasta qué punto estaba consciente Carranza de los peligros que las actividades de los representantes alemanes en México podían crearle. ¿ Percibía tan sólo el peligro de verse llevado a una guerra con los Estados Unidos? ¿O tenía también conciencia del peligro de abrirle la puerta a una nueva potencia imperialista no menos despiadada que los Estados Unidos?

Ni los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México ni las memorias de los políticos que estuvieron cerca de Carranza arrojan mayor luz sobre estas interrogantes. Los diferentes puntos de vista de los ministerios mexicanos de Relaciones Exteriores y de Gobernación sobre la relación entre propaganda y neutralidad indican que en ciertos momentos se hicieron objeciones a los actos germanófilos. De los archivos alemanes y austriacos puede colegirse algo más que esto: la destitución de Krumm Heller demuestra que se hicieron intentos de mantener fuera del servicio diplomático mexicano a los elementos excesivamente inclinados a Alemania. Una conversación entre Schwabach, representante de la casa bancaria Bleichróder, y Ortiz, el ministro mexicano en Berlín, revela que el gobierno mexicano no confiaba plenamente en Alemania. Ortiz había preguntado si Alemania le otorgaría un préstamo a México después de la guerra. “Siempre ha habido gente entre nosotros —informó Schwabach— fundamentalmente opuesta a los empréstitos extranjeros […] La posición de un gobierno dispuesto a prestarle dinero a México se vería muy fortalecida en futuras discusiones en el parlamento o en la prensa si México nos concediera ciertas ventajas económicas importantes, como por ejemplo concesiones petroleras. El señor Ortiz pensó que sería difícil obtener tales concesiones y tenía razones para creer que las recientes negociaciones entre México y los Estados Unidos habían fracasado debido a que estos últimos habían hecho demandas similares.”27 El apoyo de Pablo González a los aliados no era, obviamente, accidental, pues entre todos los jefes militares era el más cercano a Carranza. Su posición no tenía por objeto únicamente recalcar la neutralidad de México ante el mundo; muy probablemente había sido concebida como un contrapeso a la influencia de los generales proalemanes en la política interna.

Los informes de Kania, el ministro austriaco en México, son mucho menos entusiastas que los de Eckardt en cuanto a las simpatías proalemanas de Carranza; esto se debía en cierta medida al deseo de Eckardt de exagerar sus éxitos ante Berlín. “El presidente ha estado comprometido hasta ahora a mantener la neutralidad, pues de lo contrario las fuerzas armadas lo abandonarían”,28 telegrafió Kania a Viena el 17 de julio. Nueve días más tarde, informó que “la fluctuante opinión del gobierno mexicano en cuanto al resultado de la guerra lo orilla por el momento a mantenerse distante de Alemania”.29

De todo esto se obtiene la impresión de que Carranza guardó claramente su distancia respecto de los planes y las provocaciones alemanas que hubieran podido provocar una guerra mexicano-norteamericana. Sin duda subestimó los peligros que el imperialismo alemán podía representar para México, pero no fue ciego ante ellos. Carranza había fijado límites claros y firmes a la actividad alemana en México. La violación ocasional de tales límites ocurrió sin su conocimiento o bien contra su voluntad. En conclusión puede decirse que el gobierno mexicano, al que las grandes potencias veían únicamente como un instrumento maleable para sus propias políticas, logró invertir los papeles y explotar en su beneficio las rivalidades de aquéllas. Ni los planes norteamericanos, ni los británicos ni los alemanes, dieron los frutos apetecidos. Carranza, sin embargo, obtuvo el retiro de la expedición norteamericana, la abstención de Alemania en cuanto a las actividades de sabotaje, y, por último, la neutralidad de su propio país.