COLOFÓN

La misión más importante tanto para los hombres como para los Estados es permanecer fieles a sí mismos; congruentes con su identidad, con su historia y con los valores que comprenden sus anhelos. Si para el hombre aquello que lo define y lo identifica es el carácter formado a lo largo de su vida, basado en la educación y proyectado hacia el futuro, para un pueblo y para un Estado, la constitución es el más fiel retrato de su ser y de todo aquello a lo que aspira.

Cuando en el ya lejano siglo XIX Ferdinand Lassalle se preguntaba: “¿Qué es una constitución?”, la definía como el equilibrio de las fuerzas reales de poder en el instante en que se manifiesta la voluntad soberana del pueblo. Utilizó la palabra equilibrio no para retratar el momento en que la lucha violenta por el poder se ha agotado, sino como un concepto mucho más amplio, que expresa largos procesos históricos que permiten a las naciones encontrar los consensos más generales, en los que todos sus miembros toman parte y que es el encuentro entre la constitución real y la constitución escrita; es decir, entre la historia y el carácter de cada pueblo, con el establecimiento de los órganos del Estado, las libertades de los ciudadanos y las normas de convivencia política.

La constitución real se identifica con la cultura de los pueblos. Es este contexto social el que nutre e inspira la vida de las constituciones; éste es el reflejo de ese entorno siempre cambiante, el que la crea y la recrea constantemente; es así, al mismo tiempo hija del pasado y del ámbito de pluralidad que caracteriza nuestra cultura.

En el Estado constitucional, para mantener el equilibrio del poder, los actores políticos deben respetar las diferencias y canalizarlas por los cauces institucionales, que a su vez deben darles forma y expresión cuando en ellas se contiene una propuesta, y solución cuando consistan en un legítimo reclamo.

En nuestro país, ese equilibrio encontró palabras definitivas en la Constitución federal de 1917, la cual, hay que decirlo, constituye un compendio vivo de nuestra historia y la suma todo aquello por lo que los mexicanos hemos trabajado, luchado y creído.

Como se ha visto, a partir de 1824, cuando se expide nuestra primera gran constitución, los mexicanos hemos ido, de forma paulatina pero cierta, logrando las decisiones fundamentales que definen y dan rostro a nuestro Estado.

En 1917, el pueblo mexicano, después de más de un siglo de luchas intestinas, fincó el carácter de sus instituciones y aclaró el destino político del país. En ese año, los mexicanos nos pusimos de acuerdo, quisimos tener una forma republicana de gobierno; que el ejercicio del poder se realizara a partir de una clara y efectiva división de poderes; que el peso del gobierno radicara en el Ejecutivo, acotado por los otros dos poderes; que el contrapeso real a la concentración de poder se efectuara por medio de un sistema federal; que los ciudadanos gozáramos de garantías individuales, y que disfrutáramos de las sociales. Estuvimos de acuerdo con un Estado laico que respetara todo tipo de creencias religiosas; con la vigencia de la libertad de conciencia y de expresión, y con el derecho inalienable de participar en la formación de las decisiones del gobierno. Esto es lo que quisimos y lo que queremos los mexicanos.

Nuestra Constitución es clara en la definición de sus principios fundamentales. La lucha del pueblo mexicano por su libertad se resume en los principios del Estado laico, republicano, federal, presidencial, democrático e independiente. Más allá de estos límites están la temeridad, la simulación y la aventura. Y en el siglo XIX, precisamente, las aventuras políticas nos llevaron a dos imperios, a la pérdida de la mitad de nuestro territorio, a la confusión de principios religiosos con valores políticos, a un Estado sometido a los poderes económicos extranjeros y a un pueblo limitado en el ejercicio de sus libertades.

Pretender la vigencia del Estado de derecho al margen de la vida constitucional no sólo es un error, sino una invitación a la disolución de nuestras instituciones; proyectar el futuro sin considerar los valores de nuestra Constitución es pronunciarse por la supresión de la justicia como método y de la paz como fin de nuestra convivencia política.

Los mexicanos no aspiramos a un Estado distinto de aquél por el que hemos luchado a lo largo de nuestra historia. No deseamos un futuro en el que no estén presentes las convicciones que hacen de nuestro texto constitucional el más fiel testimonio de nuestra marcha por conquistar la libertad, la igualdad y la justicia. No aceptamos ninguna postura que tenga a la Constitución como instrumento de negociación, ni a su reforma como artilugio de lucimiento personal o como proyecto transitorio.

El reto más grande de nuestro tiempo no está en el cambio por el cambio, sino en la permanencia de lo esencial, adecuando solamente lo accesorio. Nuestro desafío no consiste en encontrar nuevas rutas para el futuro, sino en permanecer fieles a nuestro carácter y a nuestros valores constitucionales. No consiste en tener la voluntad de transformar lo sustancial sino la templanza necesaria para evolucionar dentro de nuestra identidad sin abandonar todo lo que hemos construido. Nuestras preocupaciones no deben ser un cambio de constitución ni la búsqueda de un Estado nuevo, sino encontrar la forma de cumplir el programa y los principios que muchas veces han sido olvidados o postergados pero que, sin embargo, hemos construido los mexicanos a lo largo de generaciones.

Ése es el sentido auténtico del Estado de derecho: la sujeción de todos al proyecto de Nación, la dedicación de los esfuerzos del gobierno, de los partidos políticos y de los ciudadanos al progreso y a la unidad de los mexicanos. Nuestro texto tiene, como toda carta fundamental, el proyecto de vida de la Nación mexicana, que sólo puede lograrse con su acatamiento, su defensa y su vigencia. Sólo con el respeto y el fortalecimiento de sus decisiones fundamentales, la Nación podrá ser más sólida, el Estado más fuerte, el gobierno más eficaz pero, sobre todo, los mexicanos más libres y más seguros en su destino.