EL GRECO
De todas las siempre misteriosas obras místicas del Greco, la prueba de que el pintor imitaba las pinturas contemplativas del Bosco y Brueghel no se encuentra en el Prado, sino en El Escorial. Nos referimos a El sueño de Felipe II, una obra sembrada de detalles que confirman que el Greco fue, como Brueghel, un miembro activo de la confraternidad apocalíptica de la Familia Charitatis. El título de esa obra le fue impuesto a posteriori, ya que también se la conoció como Adoración del nombre de Jesús o Alegoría de la Liga Santa. Con todo, Fovel le confió a Javier Sierra que su título favorito era el que le dieron los monjes de El Escorial nada más verlo: La Gloria del Greco, justo como La Gloria de Tiziano.
El maestro Fovel le habla a Sierra de su convicción íntima de que el joven Greco, en Roma, entró a formar parte del círculo de Benito Arias Montano, futuro bibliotecario de El Escorial que en ese momento intentaba que la curia romana aprobase su proyecto de una Biblia Regia traducida a varias lenguas. Arias Montano, miembro de la Familia Charitatis, buscaba con este proyecto estar más cerca de la fusión de todas las iglesias, requisito para conseguir el objetivo secreto de Hendrik Niclaes de presentarse como mesías de la nueva humanidad. Sin embargo, este proyecto se truncó cuando unos doctores de la Universidad de Salamanca encontraron sospechosas sus traducciones del texto bíblico. Tras conocer al Greco, Arias Montano lo convenció para que fuese a Madrid a trabajar a la corte de Felipe II, que en ese momento estaba obsesionado con el programa pictórico de El Escorial. Para Fovel, el Greco pinta esta Gloria inspirándose en los cuadros del Bosco, de Brueghel y de Tiziano que Arias Montano le había enseñado a interpretar al transmitirle el código secreto de sabiduría que permitía acceder a otros niveles de conocimiento, más sutiles. Casi místicos.
El sueño de Felipe II. El Greco (hacia 1577).
Monasterio de El Escorial, Madrid.
Por desgracia, el cuadro resultante de aquellas lecciones de don Benito no gustó al rey, pese a que se desplegaban en él sus símbolos preferidos: una manifestación sobrenatural sobre su cabeza, una división clara entre justos y pecadores y un Leviatán ciclópeo, motivo que figura también en la iconografía del antiguo Egipto.
En El maestro del Prado, Fovel defiende ante Javier Sierra la teoría de que la Familia Charitatis fue una de las últimas manifestaciones de la herejía de los cátaros, la desviación religiosa más perseguida de la Edad Media. El arte fue el último reducto que quedó a los supervivientes del genocidio de aquellos autoproclamados «hombres puros». Según se desprende de este trabajo de Javier Sierra y de su novela La cena secreta, meditar ante un cuadro apropiado les servía para recordar que no todo lo que existe puede tocarse o medirse, y que hay una dimensión espiritual que es preciso cultivar. Creían que el imperfecto universo que nos rodea no podía haber sido creado por un Dios bueno, sino que era obra de un demiurgo malvado; así, todo lo tangible, lo material, era una prisión para el espíritu. También creían que en el alma de cada humano existe la capacidad para comunicarse directamente con Dios, sin intermediarios, lo que dejaba fuera de juego a la Iglesia.