7. SUPERMERCADOS DE PAPERS

Si para llegar a la extrañeza —se preguntaba el estudiante tesista— hay que oír como conversaciones los discursos, ver las mesas redondas como teatro ¿de qué manera desmirar los congresos? En Estados Unidos, ante la imposibilidad de alojar en las sesiones a los miles de aspirantes a ponentes, las asociaciones de sociólogos, médicos o filósofos inventaron las ponencias-poster: alguien escribe en un cartón de color de 1 metro x 1,50 la síntesis de su presentación y se para en un pasillo del hotel para exponerla a quienes se detengan a oírlo. Poster: anuncio publicitario de un evento, de una idea, de un espectáculo, en fin, de un producto. ¿No lo son también las ponencias incluidas en el programa oficial y las conferencias magistrales? ¿El congreso como supermercado? Con la peculiaridad de que para entrar, escuchar y hablar, ser público y actor, en los de ciencias hay que pagar de 50 a 350 dólares. En algunos, una suma complementaria para ser divulgado en las actas de la reunión. Hay precios distintos si la publicación es digital o también en papel.

Si un ponente-poster es como un vendedor ambulante, un hombre-anuncio u hombre-sandwich, debemos reconocer que la economía de los congresos es más abierta que la de los shopping-centers y los súper, donde no se admite comercio informal. Los manuales que instruyen cómo hacer estos posters (http://www.ncsu.edu/project/posters/newsite/) garantizan el logro de una «poderosa declaración visual» si se eligen bien «las opciones de fuente y color», «las herramientas de dibujo».

Luego está el Pecha Kucha: a cada presentador se le permite usar 20 imágenes o diapositivas, cada una de las cuales será mostrada durante 20 segundos. El total de la ponencia dura 6 minutos y 40 segundos. Se hace una breve pausa y el siguiente expositor sube al escenario. El nombre Pecha Kucha deriva de una expresión japonesa que imita el sonido de una conversación.

Con ánimo más benévolo, otros ven en los congresos de ciencias sociales y humanidades escenas para comunicar resultados de investigaciones y organizar la gestión del desarrollo científico. Suelen hacerse en los días de los congresos asambleas de las asociaciones que los auspician. El congreso entero puede pensarse como un ágora de intercambio. Al promover no sólo agrupamientos de quienes coinciden sino cruces entre posiciones disonantes, los congresos son como asambleas de ese mundo social que es la comunidad científica. Aunque las presiones de la economía general inciden cada vez más en la economía de cada campo científico (especialmente en los que generan conocimientos con altas ganancias: medicina, ingenierías, biotecnología), las publicaciones y los congresos de ciencias sociales mantienen cierta autonomía con competencias epistemológicamente reguladas. Siguen siendo excepcionales espacios públicos de encuentros libres y discusión razonada, no controlados por las corporaciones ni entregados al ruido publicitario.

Sería ingenuo, sin embargo, analizarlos como asambleas transparentes e igualitarias. Los congresos nacionales e internacionales en que había participado el estudiante se ordenaban con jerarquías y rituales estrictos. En estas reuniones académicas, además de debates argumentados, jugaban tácticas de seducción de los expositores, ver y hacerse ver, intercambiar tarjetas o correos electrónicos. A fin de conseguir puntos para las evaluaciones y atraer citas, se oscila entre la seriedad de los datos y su impacto periodístico, entre los conocimientos que fortalecen un paradigma y los hallazgos sorprendentes que lo declaran caduco. ¿Cómo se elige en qué mesa participar o a cuál asistir entre las diez programadas a la misma hora? ¿Compromisos con amigos, búsqueda de nuevas alianzas, conseguir pistas novedosas para lo que se está investigando o poder hablar con un posible director de tesis? ¿Cuánto interesa la biografía y cuánto la bibliografía?

Durante un rato, el estudiante escuchó la discusión de la mesa de esa noche con la sensación de que el debate ocurría en una burbuja. Diferentes posiciones, cifras que se arrojaban como argumentos: ¿cómo incluir esas discrepancias teóricas en los acontecimientos de afuera? En uno de los teléfonos que estaban sobre el podio, grabando la discusión, apareció una respuesta. Alguien llamó, el dueño del aparato corrió y, al ver quien era, lo recogió y comenzó a hablar mientras salía apresurado.

—¿Por qué no contestas? ¿Dónde estás?

—¿Qué pasó?

—Quisieron secuestrar a tu padre, al final huyeron pero se puso mal. Vente rápido.