El relato de Dionisio

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La montaña

Me da miedo ir a la montaña, siempre me salen malos espíritus. Siempre me ha salido uno en una quebrada. Cuando yo llego a mi casa le digo a mi tío: “Tío, no que mire que me salió tal cosa”. No que “lo único que tienes qué hacer es orar”. Yo no oraba, me iba todos los días pa’ la casa. Y cuanta vez pasaba, pues ya me estaba dando miedo pasar por la montaña y era una montañita pero grande, se miraba bien fea, habían [sic] árboles botados [caídos] y serpientes adentro de ellos. Mi abuelo tenía una siembra de frijoles, empezamos a limpiar los frijoles, los cosechamos. Empezó la cosecha de maíz, después de la cosecha de maíz empezamos a pizcar. Nos venimos.

Mi tío me pegó una vez porque yo me hallé un cheque de cinco mil lempiras y por ese cheque mi tío me dijo que estaba dundo [tonto], porque lo había ido a dejar al dueño. Pero el dueño ni me agradeció, no me dio nada. Mi tío me dijo: “Eres un bruto, ¿por qué le devolviste?, ¿no sabes que con cinco mil lempiras hubiéramos comprado hasta una bicicleta de cualquier tipo?”

Me dio juguetes porque allá los señores de dinero le dan juguetes, cualquier cosa le dan a uno. Cuando yo venía le dije: “No, que aquí no se puede hacer nada, que mi tío me pegó por ese cheque”. “¿Cómo se llama tu tío?” “No le voy a decir el nombre”. “Pa’ meterlo preso, porque tú sabes que si le pegan a un menor tienen derecho a meterlo preso”. “No, pobrecito de mi tío, tiene su hija”, le digo, “y también la mujer ya va a tener otro hijo”. “No, está bien”, me dijo. Lo único que me dio de dinero fueron 20 lempiras. Pero, ah, con veinte lempiras yo compraba churritos, cualquier cosa.

Cuando fui a la montaña con el hombre de mi tía, ¿sabe qué pensaba yo? Sólo pensaba en estar así con mi familia. Ir al campo a trabajar, ir a traer leña, atizar al fuego, la lumbre como dicen acá, y así fue. Estuve vario [sic] tiempo así. Cuando ya llegué con mi familia y le dije yo a mi papá: “No, mire papá, que yo me voy pa’ los Estados”, él me dijo: “Ten este dinero pa’ que te lo lleves, pa’ que te acuerdes de mí”. De seguro ya me hacen muerto; porque hace tres años salí.

En Guatemala

Cuando me pegó mi tío, yo me vine. Mi tío me pegaba con una faja de cuero de vaca y se me levantaban los chipotes. Me pegó y entonces yo me vine y estuve en Guatemala con mi tía. Pero lo que pasa es que yo con mi tía andaba buscando trabajo y cuando llegué dije yo me voy pa’ Estados Unidos a conseguir trabajo. La bicicleta me la robé al paso, porque no le dije a mi tía que me la iba a traer, y por eso ya no quiero volver a llegar. Con la bicicleta llegué hasta el centro de Guatemala, ya me dolían los pies, la bici ya traqueaba las llantas porque ya no aguantaba la pobre bici.

Con ella salí de Puerto Barrios Izabal. Ahí estaba mi tía. Ya ahí, cuando llegué a la casa, llegué a una gasolinera, le dije yo: “Señor, ¿le ayudo a barrer, algo acá, para que me dé algo de comer?” “‘Ta bien, ponte a barrer toda la gasolinera”, me dijo. Pos me dio unas sopas y comida, pastel, jugo. En Izabal la gente es bien agradecida porque saben que uno es trabajador. Era por turno, turno de mujeres y turno de hombres. Llegó una mujer. “¿No te quieres ir?” “Pos no”. Ya se montó y me dijo: “No, pos si no te quieres ir, también”.

Ya me seguí yo, seguí mi camino y llegando a un bordo ahí vi ya la ciudad. “¡Qué bonito es!”, digo yo. Yo me imaginaba antes, cuando estaba con mi papá, me imaginaba que los edificios topaban al cielo. Así me imaginaba yo. “¡Ah –decía yo– esos edificios deben topar hasta las nubes y si yo me subo hasta la punta me imagino que voy a tocar las nubes y todas las cosas!” Pos no, hasta que fui llegando a la ciudad y voy viendo que no era nada, que los edificios no llegaban hasta cinco pisos. Pos sólo así fui aprendiendo. Y ya no volví ya a llegarle a mi tía.

Los espíritus del aire y el agua

Dicen que cuando yo nací, me contó mi abuelita, como que rugió un burro pero arriba de la casa y se vio que levantó la lámina y toda la cosa. No sé cómo, desde esa vez, dicen que me ha seguido. Y siempre me ha tocado irme solo. Una vez mejor yo iba con mi papá a pescar en el río, ¡yahh, y me jalaron los pies por debajo del agua! Hay espíritus de aire y de agua. La Llorona es el aire. Si usté la escuchara va a empezar a temblar. A mí, ya la enfrenté una vez. Así fue. En Guatemala, yo tenía una gran diarrea. Me fui corriendo y me metí al baño. Se me pararon los pelos. Yo le dije a mi tío: “Qué malo que sólo a mí me salen”. Igualito a la voz de mi tía. Ya le iba a decir yo “tía”, pero era otra mujer. Estaba el foco prendido, pero adentro el corredor estaba oscuro. Yo la miré con ropa larga.

La Ciguanaba1 es el espíritu del agua. También le dicen La Sucia. Cualquier cosa. En varios países le pueden llegar a decir así. Casi a todos les ha salido. Porque a varios hombres les ha salido también. Casi a todos les dice lo mismo: “To ma tu te ta huan sin sé, To ma tu te ta huan sin séi, no vuelvas por acá”. Siempre la han sacado. En veces en las escuelas siempre la sacan. Pero también tiene que tener algo uno. Si usté le pone una cruz, ella… cualquier cosa.

Sí es un mal espíritu, porque cuando yo estaba en casa de mi abuelita a mí me salieron varias cosas. Una vez yo iba, estaba en la casa y cuando llegué, tenía la diarrea yo porque había comido mucho también. Iba pa’ fuera cuando yo… me gustaba cerrar los ojos porque no quería ver nada, porque yo presentía que me iba a salir algo, y se había muerto mi abuelita también ahí, y miré yo. Para abrir una cortina tuve que abrir los ojos, para ver donde estaba la cortina, abrí una cortina y miré para abajo y miré aquel gran bulto con grandes ojotes, rojos rojos. Y un solo grito: “¡Aaaah!” Y brinqué hasta la cama y así fue. Desde esa vez no he ido.

El Salvador no lo conozco yo; nunca he ido. Sólo son tres países que conozco yo: Guatemala, Honduras y México. Son los tres países que yo he recorrido. ¿Le digo algunas varias ciudades de Honduras? Está Cortés, Progreso, San Pedro Sula, Tela, Ceiba, Choloma, varias ciudades que hacen frontera con Salvador. En Guatemala con Honduras, ahí le dicen Amates. Es un puente largo. Ahí pasa la vía. Ahí siempre es peligroso. Y siempre así era. Yo cuanta vez venía así. Como en Honduras hay un volcán, ahí llegan los gringos, cualquier cosa, hayan llegado así. Han sacado cosas. Ahí es como una jungla la montaña. Es un volcán, dicen, pero es volcán de agua. Dicen que ahí en esa laguna hay serpientes, son pitones de un tamaño inmaginable [sic]. Digamos que salen de la montaña, tiemblan la tierra. Y han salido ya.

Una vez así me pasó. Yo estaba pescando en un río. Ahí siempre me habían dicho que salió esa serpiente. Éramos como cuatro y empezó así, miramos a la montaña que venía pa’bajo. Sólo le hacía así la serpiente, negrota negrota, gruesota así, y un gran conejotote en la boca. Y le dice uno: “Mira, la serpiente”. Y así era la gran cuevota, pero grande la gran cueva. La serpiente sólo lo volteó a ver y se tiró al agua con el conejo.

Dicen que vaga en un lugar que le dicen El Garabato. Es la montaña más larguísima. Sí, en Honduras. Como abajo está el ganado, dicen que ella sólo baja a agarrar sus tres vacas y pa’dentro. Donde ella vive le dicen la Quebrada Oscura. Es oscura y feyota. Se encuentran grandes pozos de agua y remolinos. Y de seguro ella debe de vivir en un remolino. Usté encuentra sus grandes cuevas allá adentro. Y nadien les ha tocado fin. En Honduras descubrieron una cueva que llegaba hasta la frontera de México, desde los mayas. Se puede imaginar que deben [sic] haber pitones adentro de esa cueva. Y siempre así es; siempre me ha tocado.

Sí, es una montaña encantada, se los lleva a los niños. Digamos, usté es una niña y sale adentro de la montaña. Como está encantada ya no vuelve a salir ya, nunca, nunca vuelve a salir. No, no la encuentran. Y si la encuentran, la encuentran loca o loco cualquier gente. Está encantada. O sea, desaparece. Como quien dice, se la chupa la laguna. Hay una gran laguna, y dicen que este cerro tiene unas varias cuevas y dice que esta laguna cuando retumba, es el cerro el que retumba.

Familia desintegrada

Mi papá se dedicaba a trailear. Mi mamá se dedicaba a estar de cocinera en la casa; sí, era ama de casa. Luego viví con mi tía en la frontera con Guatemala. Mi mamá y mi papá vivían separados. Mi papá vivía con mi madrastra. Mi mamá vivía con mi padrastro. Yo vivía con mi abuelita. Mi abuelita también vivía en otra parte. Mi hermano tenía un corazón de adulto, muy grande, por eso se murió. Era mayor que yo. Se murió como a los 12, dicen. Todavía no nacía yo.

Con mi madrastra no me gustaba ir. Nunca me ha gustado. Porque si sólo llegaba a la casa: “Mira ponte a barrer, a trapear el piso; mira, a barrer el baño, a lavar la pila, ponte a hacer tu comida si quieres comer. Si no, no hagas nada”. Sólo así. “¿Y cómo usté si les hace su comida a sus hijos?” “Pos son mis hijos y tú no eres hijo mío”. “No, está bien.” Y un día me iba a pegar. Entonces yo la agarré y me pegó un rasguñón y yo le rasguñé las chichis también. “¿Te crees hombrecito?” “Sí, me creo muy hombre, así como usté dice que le quemó el pan2 a mi hermana, así como le quemó las manos y cualquier cosa a mi hermana, así como usté todo eso lo va a pagar, y si es cierto que se cree muy cristiana, no se ve”, digo yo. Ella le quemó el pan y las manos. El pan es la panocha, así dicen acá. Así la puso en el comal, la sentó en el comal. Tenía siete años.

Los tres hijos son de mi papá y mi mamá. Sólo la hermana vive con la madrastra. Ahí está en la casa. Es que ella ya no podía tortear, por eso le quemaba las manos. Ella no podía porque estaba chica. Tenía siete años. Usté sabe que la madrastra no lo quiere a uno. Algunas madrastras son buenas pero otras no. Y ella no. Ahora ya de grande mi hermana se fue de la casa a vivir con un pastor. Pero había un hombre que la quería violar en la casa del pastor. Y ella dormía con las hijas del pastor.

Él quería abusar de mi hermana a la mala. Entonces le dije que la dejara de estar molestando. Mi papá no le quería hacer nada: “Déjalo”. “No, pos yo me voy a desquitar”. Así fue. Le pagué a una pandilla de grandes. Veinte, veinte quetzales.3 Usté sabe, con veinte pesos pa’ que se compren un gallito [cigarro de mariguana]. “¿Saben qué, les voy a juntar un poco de mota así, pa’ que le den una paliza allá, y si es posible se lo quiebran también”. Sólo le pegaron la paliza. Y se echaron sus cuatro carrujos cada uno.

Ese hombre me anduvo buscando. Un día lo vi: “¿Me andas buscando?” “No, no”.

Me tiré a la vagancia de 12 años. La primera vez mi papá me llevó así a una ciudad nomás de día. Y yo agarré nomás de irme, irme, irme y regresar. Y vino mi tía y me llevó a Honduras. Entonces allá yo iba seguido donde la tal tía. Y seguí llegando. Me tiré.

Regalado y recuperado

Mi mamá me regaló a otras gentes de dinero. Mi abuelita me fue a pedir. Yo me recuerdo bien que me estaban poniendo unas chinolitas, unos zapatillos. Me acuerdo bien que mi tía me los estaba poniendo y que era la casa de mi padrino. Para una Pascua me fui yo a casa de mi padrino. Estaba viendo la tele. A las casas ricas llegaba yo así bien vestido. “Siéntate”. El sillón bien limpito y la ropa así regular. Tenían ahí un pavorreal. “Señora, feliz Navidad”, dije yo. Y más pa’bajo los tiros, los cuetes, el baile. Bien triste yo. Sólo fuerte se oía ahí. Ya pos ya me voy. Nunca he pasado la Navidad así afuera. “Esta Navidad sí la voy a pasar así afuera”.

Mi abuelita me fue a pedir a los que me regalaron. Y después ya desde esa vez ya no volví a ver a mi mamá yo, y después la volví a ver. Pues mi abuelita me crió. Cuando estaba chiquito, me acuerdo que dice mi abuelita que era bien… que me hacía popó cada ratito. En veces yo me portaba mal ¿verdad? y “¿con eso me pagas?, después que me cagabas la cara”, me decía. Y me quedaba callado yo. Y también mi tía, yo le decía Lilia porque se crió conmigo y no le decía tía sino que Lilia.

Mi abuelita sí me metió a la escuela pero me salí porque me metieron un paraguas aquí en la garganta. Fue así, mire: Estábamos jugando con una carreta. Miré yo que el morrito4 le quitó la sombrilla a la morrita ¿verdad? Y le hizo así ¡zas!, me la metió y salió corriendo. Y yo con la sombrilla así metida, ella vino y ¡zas!, me la sacó. Y después el morrito no lo volví a ver. Sí me salió sangre y se miraba el hoyito. Me fui para una pila. Llegaron todas las maestras y echándome agua y zum, pura sangre, me metía todo al agua y me tiraba pura sangre. Y así estaba.

Me dolía bastante. No podía comer. Dos meses sin comer. Todo flaquito yo. Un bocadito así porque me dolía. Siempre pa’ luna llena me duele eso. Me empiezan a picar los colmillos y se me chunde [se me sube] un pedazo aquí arriba. Pero aquí [en la Residencia Juvenil] casi no la veo. Como en la noche estoy adentro. Y afuera no. Siempre aquí cuando estaba yo aquí en Torreón me recuerdo que me picaban los colmillos. Agarraba así la puerta del cementerio y chum, chum, a pegarle bombazos [golpes]. “Ese niño está loco”, decían. Se me quedaba viendo la gente.

Vivir en el campo

Cuando entré al campo, yo iba ese día a trabajar. Porque a los que hacían la comida les llegaba la hora a las siete. No, pos hacían cinco huevos. Dos para mí, o si no, tres para él y dos pa’ mí. Y si yo quería comprar uno de mi dinero, eran tres y tres. Mi abuelita comía frijoles. No, ella no comía huevo; sólo el que trabajaba. Y esa vez ya mi abuelita venía toda cansada, porque pura subida y bajada en el cerro.

Y arriba del cerro se siente bien fresquecito, bien bonito arriba del cerro porque hay árboles, palos de mango y todo, hay caña también, ¿conoce la caña? Cuando va bajando uno encuentra cañas, plátanos, cualquier cosa y arriba hay palos de mango. Y mi abuelita cuando venía por acá, yo ya había llegado al plan, a la punta del cerro. Cuando miro que va pasando el morrito. ¿Cómo? Y los polis lo buscaron y no lo encontraron. ¿Y cómo lo iban a encontrar si estaba viviendo en la punta del cerro? No, le saco el machete. “Hijo de tanta, mira que tú me metiste esa sombrilla”. ¡Zing, zing!, sonaba. Y atrás venía el papá también. Cayó al suelo. Y yo le iba a hacer así y el papá me iba a hacer con el machete. “¿Y usté qué se mete, viejo pendejo?”, digo. “No, déjalo”, me dijo.

“¿Y qué te debe él pa’ que le vayas a hacer eso, pa’ que lo vayas a matar?”, me dijo. Y llegó mi abuelito “¿Y qué tienes tú, quieres que te macaneen?”, me dijo. “Ah, que casi me morí yo por este payudo viejo”. “No, que no sé qué”. “Pues cómo –dice–. ¿A poco te tiró a matar?” “Sí, me encajó una sombrilla cerca de la garganta y me escapé de morir, duré dos meses en cama”, digo yo. “Ah”. me dice. “Y tiene suerte”, digo yo, “porque lo anduvo buscando la policía hasta el último rincón. Si no hubiera sido por este cerro no se habría salvado, estuviera preso”. No pos el papá del niño lo macaneó ahí.

Y si no llega el papá, lo mato. ¿No ve que ya lo tenía debajo de mi machete? Y yo siempre, cuando se me mete el diablo, yo hago así. Yo me sé controlar, pero si alguien me molesta y si ando bolo [borracho], se me mete el diablo y me pongo así. Sí me he emborrachado, con 15 cervezas. ¿Y por qué será que con una botellita de agua ligerito [pronto] me lleno yo y con una cheve no? ¿Será el diablo que hace más grande la barrigota? Sí voy a orinar, a tirar el agua cada ratito.

Un huevo para todos

Llegábamos. En veces [sic] la gallina ponía un huevo ¿verdad? Así lo agarraba uno. Y a freírlo, verdad, un poquito pa’ todos. Quería comprar un huevo, habiendo huevo, pa’ que alcanzara toda la familia, una untadita de la tortilla sólo. Porque huevo tibio así sólo tibito, sólo le echa sal y ya sabe rico. Usté metía la tortilla y a comerla; usté metía la tortilla, embarrarla y comerla. A veces nos peleábamos por la comidita que tiene adentro el huevo. Cuando ya se acabó todo el juguito y queda la clarita pegada, entonces nosotros nos peleábamos por eso. Agarrábamos la cuchara y empezábamos a comerlo todo.

Vendedor de tamales

Mi abuelita cuando le tocaba buen dinero, hacía tamales para sacarle ganancia. Si no hacía tamales, hacía pan de harina con huevo. Así un montón de cosas, como ella tiene horno adentro de la casa. Mi abuelita vendía los tamales en el mercado, íbamos a cualquier lado, a las colonias. Repasábamos en veces, a ver si querían más. Yo los cargaba. Y mi hermana y yo andábamos caminando. Mi abuelita no iba. Estaba en la casa haciendo más, para que salieran otra vez los otros pa’ cuando llegáramos. Yo tenía como 12 años, por ai. Y así vendíamos. Unos cien pesos. “¿Y se los doy yo, o los agarra usté [los tamales]?” Y ellos [los clientes] agarraban y escogían. En veces perdíamos porque también sabe usté que lo engañan a uno. “No. Agarré tres” y no es cierto, agarró cuatro. Así nos engañaban.

Puerto Barrios, Izabal

Es bonito. Enfrente hay unos árboles y una montañita. Si usté llega al otro lado va a encontrar cangrejitos, aves, carsones, cualquier tipo de animales, patos, pato de agua y así. Se ve hermoso todo eso allí. Nada más que ésos no se dejan agarrar. Y el pescado también. En esa parte de la montaña entra un pedazo de mar también. Ahí hay camarones. Son camaroneras.

Las mujeres, unas van a pescar y otras se las llevan para que cocinen en el barco. Lo único que llevan son aceites, así sal, preparado todo.

Las bodas, los cumpleaños, sólo esas son las fiestas más importantes. El Día del Padre, el Día de la Madre y la Navidad. La Semana Santa. Los negros,5 las fiestas que hacen ellos son ir a las discos, bailar en las casas de ellos. Cuando hay fiestas en las casas de ellos lo invitan a uno. Son bien buenos los negros, siempre han sido bien buenos; pero hay algunos malos también, si uno les habla, se enojan. Cuando yo iba al mar me juntaba con los negros y ellos me ayudaban. Las guasas [meros] casi no las podía agarrar yo, ese pescado que le digo que costaba mucho. Y siempre cuando me tocaba agarrar una, me costaba demasiado, porque cuando la agarraba casi me tiraba del cayuco.

Es bonito porque hay varia gente que lo quieren [a uno]. Una señora tiene un montón de niños. Cuando la señora sólo tenía un hijo y la mandó traer pa’ los Estados, y dice que los niños lloraban cuando se iba montando el avión. Ya estando en los Estados les mandó un montón de ropas para ellos. Dice que ella crió todos esos niños. Dice que los recogía de la calle.

Pescador en Puerto Barrios

La intención mía, cuando me salí de la casa de mi tía, era hacer una casita a la orilla del mar. Y aquí hay un muelle. Yo me salí acá a pescar. Tiraba la cuerda y donde pescaba. Ahí adentro de la casa tenía freideras, aceite y todas las cosas, pero tenía miedo que llegara el dueño del terreno también. ¿Cómo iba a llegar si tenía años solo ahí? También peligroso por una serpiente, porque había serpientes ahí también en la orilla del mar.

También es peligroso porque en una tormenta empieza a rebalsar y se lo lleva a uno. Ya me tocó una vez también. Taba pescando yo, ya estaba dentro del mar en un cayuco, en una barca, no sé cómo le dirán acá, y venía un barco pa’l muelle, pero todavía no llegaba. Ese barco nomás venía tirando olas. Éste soy yo y éste es el barco [los dibuja en un papel], va pasando, va pasando y las grandes olas se vienen abarcando. Y no, pos el cayuco estaba de frente. Se paró así el cayuco y con la misma agua se volvió a caer y venía otra ola; casi me hunde.

En Puerto Barrios, allá lo que más se come es el pollo, los frijoles y el pescado. Hay gringos, negros. Casi todos los negros son bien buenos porque una vez yo tenía hambre en la orilla del mar, estaba pescando, y llegaban unos negros y una señora “¿No ven que este niño tiene hambre?” Y me dio una sopa bien rica. Era sopa de chancho [cerdo], pero con frijoles. Y le digo muchas gracias. Y me fui pa’ la casa. Cuando me regalaban bastante pescado, que agarraba una guasa que es así deste tamaño, es grandísimo, y si usté viene y lo saca, zas, si le mete el dedo, se lo arranca. Y cuesta como cincuenta quetzales cada uno, porque es gordo y es el más caro. Es difícil de pescar, porque para agarrar un buen pescado, tiene que ser en lo hondo y yo pescaba en la orilla.

El pescado de la orilla es chiquito, chiquitito, pero la gente lo compra. Depende de las libras; cinco quetzales, usté sabe. El pescado es sabroso, porque es bien rico ahí. Cuando me iba a lo hondo, los pescados que agarraba eran de este tamaño, grande, grande y muy gordo y pesado. Digamos allá se pesa por kilos, cada kilo digamos que usté quiera vender un kilo a veinte pesos. Le venden así el kilo en quetzales. Un pescado cuesta unos cinco kilos y a veinte. Luego ya tiene buen dinero uno.

Ese día que fui a pescar me cayó un pega de este tamaño, y mal. Un pega es un pescado así. A usté le agarra y le pega al cuello. Me quema. Y tiene qué arrancárselo porque si no, le arranca pellejo. Siente como que le está chupando y chupando la sangre. Ya por último ya llegan y se lo quitan los demás. Esa vez me hizo llorar ese pez porque no me lo podía sacar; era grandísimo. Y el pescado más valioso es uno que le dicen jurel. Ese le dicen jurel porque también es así, es un pescado valioso. El pescado valioso pesa hasta cuarenta kilos; cuarenta kilos son como doscientos quetzales.

Yo me dedicaba a la pesca. Si quiere ir a la pesca busca las partes más hondas. Llevábamos los grandes rollotes de cuerda. En veces no me alcanzaba la cuerda. Donde quería sacar un pescado es zona fronteriza. Y si me quiero sacar un pescado en parte de Honduras y Guatemala, y lo encuentran los negros de Honduras, lo llevan pa’ meterlos presos a los que andan ahí en los barcos. Tiene que tirar todo pa’ que no se lo lleven. Casi todos los pescadores, la mayoría son negros.

Livingston6 dicen que es bonito. Yo una vez quise ir y fuimos por una lancha.

Cargador balsero en el río Suchiate

Siempre me ponía a cantar en el tren cuando venía.

Me puse a trabajar y iba [sic] a dejar las cargas, cajas de huevo, chetos, jugos. Me tocaba cargar, ir a ponerlas a las balsas, a las cámaras. A la frontera de México.

Pasó una tormenta una vez y se llenó el río. El agua me llegaba a la rodilla. Ahí me bañaba. Un día había un chancho muerto. Otro día pasó un ratón muerto, otro día un pollo. Así se bañaba la gente. No, yo ya no seguí bañándome. Yo no tenía nada qué comer ahí. Sopas así que sólo se le ponía un poquito de agua caliente y me las comía. Yo iba y pedía agua a las casas.

El coyote de la frontera sur

Él me dijo a mí, “fíjate que vámonos, yo te voy a ayudar a pasar; yo soy coyote”. Barbudo, todo barbudote. “Pos ta bien”, le digo. Y yo estaba con una banda que se había parado en una parte. Como era pueblo, porque la máquina chiflaba y se iba a decirle a los migrantes si iba o venía. Y cuando venía se ponía en fila todos los batallones ahí. Y veníamos. Pasando. Y a pedir comida. “Espéreme aquí, le digo al coyote, voy a ir a pedir comida”. Un pescado que me regalaron, frijolitos, tortillas. “Órale”. “No, come tú, me dijo él, tú eres el peligroso que te vas a ir a morir por ai”. Así me decía.

“Pero eso sí: si yo fumo mariguana, no quiero que tú vayas a fumar”, él me daba consejos a mí así. “No, pos ta bien –le digo yo– te voy a hacer caso. Pero no me vayas a dejar botado porque a mí me han dicho que los coyotes lo venden a uno y no sé qué”. “No, no, no, no te creas eso”. Yo llegando me le desaparezco a él. No agarré confianza en ellos. Yo iba a pedir más comida cuando en eso empezó la máquina [el tren] a irse, empezó a caminar, “ya se va el tren, adiós” le dije a la señora.

Ya ni le pedí los frijoles, porque ya venía con los frijoles. “Cuídate niño”, me decía. Porque es raro que venga un niño en el tren. Y me señalaban a mí: “¡Un niño va ahí!” Y se admiraban todos por donde pasaba. “¡Qué raro!” “Pues qué raro, yo les dije, ¿de qué se admira la gente?” Caminando el tren a toda carrera. Vienen a buscarlos a los vagones. En veces el tren frena y si no van bien agarrados, se van pa’bajo. Pa’ correr, antes que le haga el tren así, tiene que saltar ligerito. Al contrario con el aire, se pega al primer brinco. A mí me pasó una vez, ya me iba a caer. Y adelante iba un montón. Y a medio vagón me fui de espaldas y ya me iba a caer. Me agarré así y no me caí. “Ah, pendejito, me dicen, ya te vas a caer”. Ya venía acostumbrado en el tren.

Después, cuando vine aquí al tren, venían unos pandilleros de Honduras. Venían hondureños, costarricenses, salvadoreños, chapines [de Guatemala]. Siempre así era. Ese tren sale de la ciudad de Guatemala y llega a la frontera de México. Ya es otra cosa. Allí agarra otra vez el tren uno y ese tren lo trae. Yo no tenía valor. Yo miraba, pasaba, así iba todos los días. “¿Y a poco ustedes van pa’ los Estados?; no, yo me voy; ¿qué dicen, me voy con ustedes?” “No, pos aquí vamos recogiendo gente; aquí solamente el que tenga huevos”, me dijo. “Está bien.” “Córrele me dice.” El tren iba quedito. Y pegó, venían sonando los vagones. Ya cuando venía el tren “¡yeeepa!” Un tren carguero, llevan las pipas, dísel, gasolina, quién sabe qué llevarán adentro. Vamos a pedir comida. Yo vengo de mojarra.”7

Ya veníamos bien adentrito, no sé cuántos kilómetros de la frontera, llegamos a Tierra Blanca, Veracruz. Día y noche. En las vueltas así despacito iba el tren. Se ve la cola del tren. O unas subidotas. Un día se bajaba uno a orinar y ya volvía a agarrar el tren, porque era larguísimo.

Un largo viaje

De Guatemala agarré para Tecún; luego Ciudad Hidalgo. Desde Cuatro Caminos yo empecé a caminar en el tren. Y llegué a Tecún. En Tecún estuve varios días ahí. Y ahí tomé el tren carguero. Iban cuidanderos, que cuidan el cargamento que llevan. Anduve como tres meses en el tren. El tren se paraba en un pueblo cinco días. Ya por último, me quedaba en las ciudades. Como a los quince días volvía a agarrar el tren y así venía.

Me bajé en un pueblo. Usté lo agarra [el tren] de noche y en el día va llegando al lugar ese. O sea que usté llega, y si ve un pelotón de soldados, lo siguen a uno para agarrarlo. Al llegar a un lugar nos tocaba correr. Había bastantotes [migrantes]. Veníamos todos a contar cosas. “¿Tú de dónde eres?” “Yo vengo de tal país”. “De Nicaragua, de Salvador, de Honduras, de Guatemala”. Que aquí, que allá. “Vámonos juntos, amigos”. Y ya empezaban a darse las manos y hasta se hacían amigos. Y llevaban, en veces, “¿quieren echarse un gallo de mota, quién fuma acá?” “Pos yo no fumo”. A mí me daban consejos: “Nunca vayas a agarrar ese vicio, vieras cómo me cuesta dejarlo a mí”. Y así venían diciéndome. Otros no: “Pégate un gallo”. “No”.

En veces no comía. Como no llevaba agua uno, me iba muriendo de sed allá. Y había días que paraba el tren y nos llevábamos hasta cinco botellas. Pedíamos “¿no tiene un taquito que nos regale?” Me decían: “¡Ay, niño!, estás chiquito, qué experiencia la que tienes”. Y nos íbamos. Me daban bastante y yo les daba a mis amigos. Llevaban dinero, compraban refrescos de los grandotes, y pollos. Lo que dan le dan a uno. Y al que no le dan, no le dan; ellos sólo se hacían. Todos los días yo les conseguía comida. Como me miraban chiquito, sólo iba a pedir comida y ya. Iban grandes también. Un día le dije a un señor. “Señor, ¿no tiene cinco pesos que nos regale para comprar un kilo de tortillas?” “¿A dónde van?” “Vamos de mojados”. “¿Qué prefiere: que lo asalten, o regalar cinco pesos?” “No, está bien”. Siempre hay que ponerse cualquier cosa uno.

Un día llegó la patrulla. Estábamos sentados en el tren. Nosotros somos bastantes y sólo llegan dos. Y ahí iba pasando una mujer, porque el tren estaba parado. “Mira, regálame una jícama”. “Nomás llevo dos”. Y llega la patrulla. “Qué, ¿qué le quitaron?” “No, yo se la regalé”. “Usté cállese, dicen otros. ¿Qué pensaban, que iban a violar a la señora?” Ya se iba el tren. “¡Adiós, señora!” Así íbamos grite y grite en los pueblos.

Los cuidanderos ya saben que uno viene ahí. Y no le dicen nada a uno. Pero ellos saben que si uno se va a meter allá, lo matan en la máquina. Porque ellos saben que uno va a buscar dinero a Estados Unidos. Más bien le ayudan a uno. En veces, una vez un maquinista me dio un taco. “Ten, para que comas; no deberías de venirte, aquí vas a sufrir”, me decía. Me dormía ahí en la máquina y pasaron adelante todas las patrullas y no me agarraron pensando que era maquinista.

Y me dolía así [el cuerpo] porque tenía noche y día despertándome. Un día me dormí y me dijo: “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”. Que le digo “¿y qué me van a hacer sólo a mí?, no me puede regresar. ¿A poco cree que van a pagar ese gran pasajote por irme en carro hasta allá?” “Está bien, déjenlo que se vaya a morir por ai”. “¿Qué?, yo siempre sobrevivo”, dije yo. No, no me hicieron nada. ¿Sabe qué hicieron mejor? Me subieron al mismo tren. Ese tren iba de regreso y me bajé y era el mismo tren que iba para adelante.

En Tierra Blanca

Estuve viviendo un buen tiempo ahí en Tierra Blanca, Veracruz. Ahí estuve viviendo con un joto. Pero el joto tenía dinero y no tenía zapatos yo. “Ve a pedir unos a esa tienda”, me dice. “¿Y el dinero?” “Ve tú a pedirles”, me dice. “Dice Beto que me den un par de zapatos”. “Escoge ahí”, dice. “Mira, Beto, están buenos esos”. “¿Cuánto te costaron?”, “como 350”, “ah, está bien” y se fue a pagarlos.

En Tierra Blanca tuve muchos pleitos ahí. Me empezó a gustar una muchacha. Cuando a uno le gusta una muchacha, uno quiere andar con ella ¿verdad? Y si ella no quiere con uno, pues ni modo, no hay que hacerle. Y yo siempre he sido sincero. Y pos no, ya estuvo ya, ya no debo andar molestando. Y así fue, hasta que agarré el tren.

Nunca he vivido en la calle. Así en la calle, en la calle, me he quedado hasta un año en la calle, nunca un mes pidiendo dinero, no. En vez de pedir dinero me voy a buscar trabajo, porque si uno pide dinero, lo golpean. Y trabajando no, trabajando gana la comida, recibe su pago y ya.

Estuve un tiempo. Ahí casi no trabajé en nada porque no había trabajo. Mi trabajo: andar en la calle, ir a los velorios. En la noche el trabajo mío era de mesero. Andaba todos los días en la bicicleta. Iba a una escuela que estaba no sé donde.

En Tierra Blanca iba a los velorios por comer pan, pa’ pasar toda la noche. Íbamos a las discos y como la primera vez que fui a la disco se impresionaron, porque el que sabe bailar, muchas morritas quieren bailar con uno. “Suavecito para abajo, sexual, un movimiento muy sexi, una mano en la cintura”, y así. Sí era música tranquila, era tranquilito. Yo le dije que le prestaba la morrita pa’ que bailara. Y ella le dijo que no quería bailar. Las dos bailaban conmigo, enfrente de mí. Casi todos los sábados me iba. Si era baile con preparación, todo, 200. Pero si yo no tenía dinero, no entraba. Entonces nos escalábamos por un muro adentro. Si usté no se podía agarrar y se caía, se mataba. “Ayúdame, ayúdame”. Ya me iba a soltar, ya. “Ayúdalo”, me dice. Y me agarró y me subió y, zas, nos metimos y empezamos a bailar. Ya mero me caía pero no me caí. El soldado nos vio y él le dijo “súbelo ya”.

Yo vivía con el joto. Yo tenía mi cuarto. Él tenía su cuarto. Yo podía tener fotos. Él me dejaba así. Sí me dejaba entrar una morrita pa’l cuarto. Él se iba con los hombres así. Eso no me importaba a mí. Mientras me deje dormir y me dé dinero. Yo era su ayudante, como si fuera su hijo, decía. Y que si él se moría yo iba a ser el heredero de su casa. Él tenía sus novios. Era mayor ya. Él tenía dos cantinas. A mí me ponía de mesero. Una muchacha. Y con la muchacha se emborrachaba [el cliente] y a mí me tocaba estar al lado. “Primero el dinero, aflójelo”. Porque si ponía cerveza, cerveza y cerveza, se me olvidaba. Ahí en la bolsita ponía el dinero. Y si me daban un billete más alto, no le vendía.

De mesero llegué cuando empezaba. No, que “no tengo a nadie”. Hasta que una vez me emborraché y empezaron a loquear todos ahí. Pos no, pos empezaron a aventar botellas. Se estrellaban en las paredes. Y un día se agarraron dos a golpes. Y empezaron a pegarse, a pegarse. Si viera cómo se veían ahí revolcándose. Yo solo me río. Ya me estaba muriendo de risa. “Déle más duro, déle más duro”. Hasta que los agarraron, los detuvieron. La muchacha le tocó pagar todo. Ella se emborrachó.

No me querían dejar entrar adentro de la cantina. Que sí, yo tengo mucho derecho de estar aquí adentro. Y como el hombre estaba haciéndole el sancho a la mujer. Y estaba ahí. Y no sé cómo la mujer se le sienta encima al hombre en la pierna, la mesera, y empezaban a besarse. Les digo yo: “Si no me dejan entrar, le voy a hablar a tu esposa”. “No, no es cierto”. Sabía que no tenía valor. Y sí tuve valor. No fui a su casa sino que ella venía y andaba buscando a su esposo.

Cuando lo andaba buscando: “No, si tu esposo está allá adentro; ven para acá, mira por ese hoyito”. Una cadenita le temblaba así de cólera a la mujer. “No te enojes, chiquita, no te enojes”. “Pérate”. Y cogió una botella y ¡pilililín!, sale de ahí corriendo. “Qué”, le digo yo. No, y ya se fue para con el joto. El joto estaba dormidote, él dándose el lujo, él tenía su televisor, ver películas de sexo, cualquier cosa. Él podía hacer lo que le diera la gana. “Que tú, ábreme la puerta”. Y se empiezan a agarrar ahí. Todo a la carrera.

Ya eran las dos y yo todavía afuera metiendo machetes en la puerta y toda la cosa. Y así venía y así me agarró el hombre, me metieron pa’dentro, me agarraron a patines y toda la cosa y me fui de vuelta a traer otro machete. Ahí sí los hice que se miaran porque les dio miedo. Ahí se me había metido el diablo a mí. Cerraron la puerta y abrieron una ventanita y ¡ziiing!, les metí el machete y lo volví a sacar. Y no podían abrir la ventanita porque les caía encima.

Y así estaba hasta que me agarraron y ya me amarraron y me encerraron, me metieron en un cuarto. “Voy a la poli y que te regresan”. “No. Tanto tiempo caminando y que me regresen”. Encuentro un cuchillo así en la mesa, y chin me lo corté y empecé a ver al otro cuarto y me brinco, ¡zaa! Estaban aliñando el coche. “Pásame una cheve”. Yo agarraba de las más medianitas y de un sólo les pegaba. “Ah, con que sí es macho pa’ tomar”. Y me querían llevar los hombres: “Mira que yo tengo mucho trabajo”. “Yo tengo hijas, pero yo tengo miedo también”. “Pues es el miedo que yo también tengo que me vayas a matar tú con esa pistolota que traes”. “No, pos si yo también traigo”. ¡Zaa!, y le enseño. Una 22. No, pos nada, me la volví a meter.

Asalto en el tren

Es que en el tren mataron a dos ladrones y se la quité a uno [la pistola]. O sea que mire, los ladrones venían y yo los empujé y cayeron abajo, se desmayaron. Yo a uno le quité la 22. “Pos si tú los botaste”. Y me abrazaban, ¡uuuh!, me hacían así, de contento. Porque todo el dinero les habían quitado. Traía como 5,000 en la bolsa y empezaron a quitar, no sé cuánto tú, y así venían. Es que mire, traen dinero pa’ aguantar todo el viaje. Unos traen hasta 30,000 por ai así; eran lempiras de Honduras.

Mire, llegaron los ladrones, se subieron al tren. “No se muevan”, dijeron. “Y si se mueven, se van al hoyo”. Se subieron y yo con un gran friyote [frío]. Se me pusieron de espaldas los dos. Veníamos arriba del tren. Y yo les hice así, puse los dos pies, y se fueron pabajo. Y se golpearon y se quedaron ahí dormidotes. Y les quitamos las armas, los cargadores, el dinero. Se desmayaron de seguro. Sí, me dieron no sé cuanto de dinero. Las armas, si yo quería agarrar las dos, las dos eran mías, pero yo les dije que no podía tener valor. Nomás me quería llevar ésta, les dije.

Yo siempre había tenido la intención de tener un arma. El único tiempo que pude tener arma fue cuando estaba en la montaña. Para cazar; si me buscaban pleito, los agarraba también. Aquí [en Torreón] me la quitaron unos pandilleros. La volví a recuperar y la dejé en el cementerio. No, ya no quise ya, porque también si me hubiera encontrado con un arma, me hubieran metido por lo menos un año.

Salida de Tierra Blanca

Después de Tierra Blanca tomé un camión para Veracruz. El joto me dio como 200 pesos y me dijo “cuídate mucho”. Le dije “no, mira, que tengo un pleito acá”. “Está bien, ten dinero”. Y vámonos. Agarré un camión y empecé a agarrar la vía. Encontré maquinitas en el camino y empecé a jugar. Los pandilleros se me quedaban viendo. Yo no les hacía caso. Tenía mi arma, verdad. Nadie se había dado cuenta. Y así venía, así venía, hasta que pude llegar. Nunca me la quitaron cuando tocaba que subía la Migra. Lo que hacía era esconderla y volvía por ella, y así venía. Llegué a Veracruz. Una ciudad bonita, bien grande.

Escala en Veracruz

En Veracruz no duré nada. Sólo salí a agarrar el tren de nuevo y otra vez. Dos muchachos que estaban así en una acera, “¿tú de dónde vienes?” Porque traía una bolsa negra. “No, yo vengo de tal parte”. “¿No quieres un pan?” Venía una señora vendiendo pan. “Sí, si me lo regala, me lo como”. Escoge una, ¿cuál quieres? “Una dona”. Y venía comiendo. Pos llegué ahí donde había un ejército y estuve buen tiempecito camine y camine ahí en la noche. Ya había salido de la ciudad. Adentro había un salón donde jugaban por dinero. Y me agarraba la noche caminando. Y ya iba cansado yo.

Me siento en una acera, “yo aquí me duermo”. No, no me dormía. Estaba la puerta abierta y estaba prendida la tele adentro. Yo estaba bien tranquilo viendo la tele ahí. De pronto llega una muchacha, pero bien bonita. “Qué, ¿tú de donde vienes?” “No, vengo de tal parte”. “Mira, ¿no quieres un pan con café?” “No, pos si me lo regalas”. Yo ahí en el gran friyote. Yo pos me comí todo el pan y el café. “¿Ya te lo tomaste?” “Sí”, le digo, “ten, muchas gracias”. “Que te vaya bien”. “Ya nos vamos a dormir”, mira, me dice, y me quería asustar. “Mira, en aquella parte allá en la esquina dicen que sale un bulto, dicen que es el niño llorón”. “Ah, yo lo callo”, le digo yo. Así estuvo buen rato hasta que la llamaron. Y prendió las luces. Y así en la pared. Qué bonita la casa, un montón de peluches, así toda la pared de juguetes, me quedé impresionado.

“¡Qué barbaridad!, ¿por qué tendrán tantos juguetes acá?” “No, pos es que mi papá compra muchos juguetes”. Y ya me fui. Encontré a uno jugando pelota. Ese era pandillero, no sé. “Mira yo te doy posada en mi casa, vamos a comer”. Yo no despreciaba la comida y zas, zas, a comer. Y entré a su casa, me dio posada, dormí en su casa. Al siguiente día me llevan unas naranjas, porque tenían un saco de naranjas; llené una bolsa, la metí así adentro y me la amarré acá. Y ya venía. “¿Qué?, ¿quieren ver que agarre el tren? “Sí, queremos ver”. Y vengo yo y venía el tren. ¡Zun!, salí volado y ya había encaramado la bolsa. Se reían los policías. Allí había el pelotón. Y correr, ¡zas!, el brinco y ¡pum!, adiós. Era un pelotón que estaba ahí, pero no tenía permiso de agarrar mojados.

Pueblo X

De Veracruz no sé a qué ciudad llegué. Sabe a donde llegué. A un pueblito. Y el señor quería que me quedara en su casa, pero a ordeñar, a ir a la hacienda como dicen acá, la parcela, donde tienen las vacas. Ordeñábamos las vacas. Yo ordeñaba las más suavecitas. Porque usté sabe que cuando ya tiene uno tiempo de no ordeñar, le duelen los dedos. Ahí ordeñar y ordeñar. Estuve como un mes ahí. Sí me pagaba. Era un pueblito chiquito. Llegaba a unas areneras. Es que, mire, así fue. Yo me dormí, bien dormidito. Ni sentía. Me desperté. Ya vi apagado el tren. Y ¡pao! ¿Y esto? Los árboles que traía, eran para ahí. A mí me tocó caminar. Habían compañeros ahí también. “¿Tú de dónde vienes?” O sea que desengancharon los carros.

El señor tenía una hija en los Estados Unidos. El marido que ella tuvo era de los Estados Unidos y la mandó traer. Y allá se casaron y tuvieron una hija. Y me dijo que sí me podía ir con ella, pero tal vez el otro año que entrara. Porque ella ya había volvido [sic] y se iba en avión. No, pero yo qué iba a estar esperando un año.

Hacia el Distrito Federal

Y así estaba hasta que me fui. Me vine en el tren otra vez. Llegué a otra parte más larga y así hasta que llegué al mero México. Nunca había pasado túneles yo. Pasaba ligerito lo oscuro. Y pasaba un túnel de dos kilómetros. Yo lloraba, yo creía que nunca íbamos a salir de ahí. ¡Ah, tan chillón que soy! Epa, y estábamos adentro del túnel. “Tápate la boca –dicen– porque el humo del tren viene quedando acumulado aquí atrás”. Y eso es cierto, algunos se marean hasta que se caen. Entonces me tapaba la nariz. Me quitaba la camisa, como tipo ninja así, en los ojos, me la amarraba y ya. Aún así me ponía bolo [mareado], nos veníamos durmiendo. Ya al último salí del tren ¡qué bonito! Qué hermoso sentí. ¿Sabe por qué? Saliendo del túnel, un montón de árboles y casitas. Estaba bonito. Saliendo del tren qué bonito miré todo yo.

Niño basurero

Llegué a la Ciudad de México. Ahí estuve trabajando yo en un camión basurero pos como un mes. Al mes me salí y agarré el tren. En el camión basurero ahí íbamos arriba, encontrábamos juguetes así. Porque en veces me tocaba ir a tocar la campana, tilín, tilín, tilín, la campana para que fueran sacando todos la basura. Parábamos. Yo era el que agarraba los sacos arriba y los empinaba. Cada tambo de basura, dinero. Cuando me salí de ahí me pagaron ya por última vez 200 pesos. Todo el mes recibí como unos 500 por ai así. Me daban de comer, dormida y todo me daban ahí. Era una casa de dinero, bien puesta. Era un ruco, él no quería que me viniera. Llegamos un hondureño, un guatemalteco y yo.

Y un día llegamos a un departamento, pero grandotote el edificio. Había un botesote y empezamos a abrir, había carros de Batman, sólo le hacías así y salían volados, y juguetitos chiquitos ¡pero bolsotas! Ay, Dios mío, si me regresan [si me deportan], los voy a echar a la mochila por si me regresan, ya les llevo a mis hermanos.

Y así fue: me encontraron un montón de juguetes, unos pandilleros que iban de mojados en el tren. Yo llevaba un cuchillo dentro del maletín. “¿Qué?, ¿para qué quieres un montón de juguetes? Si vas de mojado, no pienses que más adelante vas a ir a caer en manos de una buena familia”. ¡Zas!, lo boté, y ¡pum! cayó atrás. Y paró el tren más adelante, ya para agarrar pa’ Guadalajara. Así como un triángulo. Miré que se estaban bajando un montón para allá. Está bien, yo tenía 150 en la bolsa pa’ comer. Y agarramos esa vía. Y me encontré con más amigos. Yo era el más chico. Veníamos escondiéndonos, veníamos haciendo un montón de cosas.

En Guadalajara

Cuando salí de Guatemala tenía 12 años. Y así venía hasta que me quedé en Guadalajara. Estuve un buen tiempote hasta que cumplí los 13 años.

Me acuerdo yo cuando llegué a Guadalajara, se miraban los edificios, veníamos bajando el cerro, ahí sí vuela el tren pero ligerito [rápido]. Y tiene que cuidarse porque “tan, tan, tan” hacen las puertas así. Y en una de esas sale volando.

“Ven, ya llegamos a Guadalajara; escóndete”. ¡Zum!, nos metimos. Y yo venía dormido allá arriba, porque a cada quien le toca su turno.” De repente “uuuu, uuuu”… un foco en la cara. “Ai viene la poli”. Alumbrándonos los focos ahí en los vagones. Llegamos a la estación bien dormidotes. Nos hubieran agarrado ahí y ni nos dimos cuenta. Ya se había parado el tren hace rato. Nos bajamos. Empezamos a correr. Éramos como 20 al principio, empezamos a irnos dos por dos, dos por dos y dos por dos. Yo no pude ver para donde agarraban. No pasé de ahí. Tomé un tren equivocado y me llevó de vuelta para Guadalajara.

Caminamos por todo Guadalajara. Yo me fui para una gasolinera. Ya fui a buscar comida. Nos dormimos. Entre hondureños, salvadoreños, chapines, así veníamos. Como podíamos hablar, así veníamos, y yo podía hablar hondureño y chapín. Como venían más hondureños, venía tranquilo. Y cuando llegamos aquí a Guadalajara, el siguiente día ya no volví a ver al amigo con el que veníamos. Yo me puse a amarrar los zapatos y me puse a buscar por todas las calles y ya no lo volví a ver. Iba un señor y le dije “¿no sabe dónde queda la tal mentada vía que va pa’ los Estados Unidos?” “Vete para aquél puente”.

La bolsita, cero, no traía nada. No conocía mucho el dinero mexicano. Y entré a una fábrica. “Mire, que ando buscando trabajo”. “¿Cuántos años tienes?” “Catorce”, le digo yo. “No, pos estás bueno para trabajar”, me dice. “¿Y qué?” “Pos ponte a quitar el polvo a mi carro”. Me dio un billete de cien pesos; nomás por la limpiada del carro. “¿Y el otro jefe?” Pos ponte a barrer la fábrica. Toda la fábrica me costó. Me dio 150 pesos, porque como eran hermanos. El señor que me pagó por limpiar el carro era un cliente y el jefe me puso a barrer la fábrica y el otro hermano también estaba ahí y me pagó doble. Yo traía buen dinerote. Y fui a pedir un pollo ahí en el restaurán [sic]. Me gustó una muchacha ahí y le di la mitad del pollo. No sé cómo me dijeron: “No, no vas a trabajar, que no tienes tus papeles”.

Yo no tenía mis papeles, mis cartas de nacimiento, no tenía familiares, no tenía casa. Decían que como para trabajar en una fábrica tienen qué saber a dónde está la casa, los papeles de la casa, un montón, los papás cómo se llaman. Porque si se pierde, uno se roba algo, ya le echan a uno. Ese día me fui a agarrar el tren en la noche. Me vine más para adelante. El tren venía muy despacio. Era de carga. Caminamos cuatro días en el tren. Encontré unos amigos ahí, eran sudamericanos. No hay un tren que se suba que vaya solo.

Llegué a un pueblo pero grande. No sé qué pueblo era; es que no le preguntamos. Llegamos a la estación y ahí nos quedamos. Salimos pa’dentro a pedir comida. Así a la gente: “Señora, ¿no tiene un taquito que me regale?” Y así andábamos. Nos llevábamos en bolsas, y en el camino cuando nos pegaba hambre, nos comíamos... Llevábamos agua. En las playas nos bajamos todos a agarrar otro tren.

Escala en el puerto

Llegamos a un puerto. En la punta de un cerro estaba una gran banderota de México, se balanceaba así. Pa’ Semana Santa llegué yo y había bastante gente. Sólo con los que veníamos. Me encontré con un amigo que anduvimos en la frontera de Guatemala con México. Él iba atrás de su familia. Y lo encuentro. Echándome un refresco, traía dinero yo.

Llegó un señor y el hijo quería jugar conmigo a pistolero. Estos señores de dinero, que se mira. Y agarro la ametralladora así de mentira y le tiro. No, el morrito dijo que él quería jugar en el tren. Lo subimos, pitaba y todo. “¡Ay no, bajemos!” Y ya lo fui a mecer en una rueda. Tenía como cinco años, pero ya era bien vivo. Y ya cuando se iba ya no había nadie. Yo lo que tenía era sueño y me dormí ahí.

Y cuando volví a despertar había un poco de gente viéndome y gran pedo. Porque yo me dormí con la mochila así en la cabeza. Y cuando me desperté, miré un montón de morritos viéndome. Era un parque. Se me quedaron viendo y puse mi mochila y empecé a jugar con ellos. Y me dicen: “¿Y tú, de dónde vienes?” “No, yo vengo de mojado. Me quedé dormido porque siempre me vengo desvelando. Es que mis demás amigos me dejaron botado”. Era cierto, ellos ya iban de regreso porque no podían pasar. Y me dejaron solo porque quisieron. “Ahora yo solito voy a continuar el camino”, dije yo. Me daban dinero, me daban comida, lo único que no les agarraba eran cigarros.

Siempre fue así, siempre venía sufriendo en el tren. De hambre, de sed, de calor, de frío. Mire, en las situaciones que uno sufre en el tren, de hambre, de gran calor que no lo aguanta uno, y en las noches que está pa’ morir del frío. Y así. Yo me acuerdo con mis amigos, cuando nos seguía la patrulla, me apoyaban, así me daban sus chamarras. Una vez me quedé así. Siempre me acuerdo de mis amigos yo, cuánta vez me digo yo “pero ¿si me regreso?”, digo yo “y tanto lo que he sufrido”. Por eso no me quiero regresar. Y si me regresan [si me deportan], yo ya les dije que voy a agarrar cualquier vicio que encuentre en el camino, de cólera, porque yo tanto que he caminado para sufrir y que me vuelvan a regresar, no.

Traía hasta cuatro pantalones ahí abajo de uno. Me chocaba uno, y como eran cuatro, ta, lo tiraba. Estaba calientito. Y hasta cinco camisas. Me miraba gordo. Por eso los iba botando. Donde había retenes, había que quitarse todos los pantalones uno, para poder correr, los dejaba allí y como sabía que más adelante iba a agarrar el tren, ahí los dejaba y volvía a ponérmelo. Y me los iba quitando. Sólo me quedaban dos pantalones, uno sí y el otro. Y así venía lavándolos. Camisas me ponía hasta tres, suéteres y así. Los botaba cada 15 o 20 días. La que ensuciaba, esa botaba y se me quedaba la limpia. Así no me reconocía la migra que venía de mojado. A veces pedíamos jabón en polvo. Llegábamos a los puentes, lavábamos, ahí los aprovechábamos de lavar, de bañarnos y toda la cosa. Pero si era agua chuca [sucia] no nos bajábamos.

Playa X. Invitación a Torreón

Donde me paré fue allá en las playas, donde una familia me dijo que me iban a dar trabajo. Me dijeron que si me quería venir para acá, a Torreón, que tenían unos juegos. Y me vine yo. Me vine con ellos y me mintieron. La familia me trajo pa’quí, pa’ Torreón en carro. Tenían unos juegos acá. Me dijeron que si me quería quedar. Pero yo no quise porque no me querían dejar salir. Me ponían a lavar como cinco carros que tenían adentro. Tenían unos perrotes bien bravos. Adentro todo tenían: juguetes, carrotes grandes, bicicletas, buen patio para andar en bicicleta. A mí no me gustó. Ahí viví como un mes.

Tenían huesos de ballena, un hueso de dinosaurio. Esa casa estaba en el cerro, en Torreón. Pedí jalón [aventón] y me vinieron a dejar aquí a Torreón, ahí en la Alianza, con la mochila en el hombro. Ahí me tenían en el segundo piso. En el segundo piso había un cerco y por ahí me salí.

Agarré la calle pa’ Juárez. Unas gentes [sic] me dieron posada porque era de noche. Dijeron que el papá no quiso, entonces me sacaron pa’ la calle, ya no quisieron que me quedara. Llegué. Una gente me dijo “súbete a la casa mía”. Era un pegamentero, “súbete que mañana vamos a ir a trabajar”. Me dio la cama pa’ que durmiera yo, y él se quedó en el suelo. Venían los papás que a ver si había subido una mujer y no, era yo. “Que es un niño hondureño, que es chapín, que dice que viene de mojado; mañana va a ir a trabajar conmigo”.

Voceador

El señor agarró confianza conmigo y quería que vendiera mi propio Siglo8 yo solo. Yo solito. Y así estaba y así estaba. Vendí como 50 periódicos. Gritaba “Siglo, Siglo”. Fuimos a un campo porque ese pegamentero era árbitro de un campo. Y no se miraba como que fuera pegamentero ni nada, y sí era pegamentero. Sí, le hacía al chemo. Él le hacía nada más. Sólo al chemo quizá le ponía. Y un día fui al campo. Donde está el Cristo de las Noas, pa’bajo, ahí está el puente rojo, donde está una casa anchísima cerca del cementerio. Ahí vivía yo.

Y me gustó una muchacha que le decían Carol. Me gustó desde que la vi ahí. Y yo me quería sentar en la sombra donde ella estaba y ya se fue pa’l sol. Entonces no sé cómo, me fui a poner al sol yo así y le digo: “Te vas a quemar, vete pa’ la sombra, mejor. Te voy a dejar así”. Y se fue pa’ la sombra y yo estuve en el sol viéndola jugar. “Ese niño me viene molestando”. “No te está molestando, es que tú le caes bien a él”. “Ah, pues yo no sabía”. Tenía 13 años. Y esa vez yo fui a la casa de ella. Ya ella había dejado amistad conmigo. Siempre que yo iba a donde estaba la casa de ella, ella se ponía así, bien arisca. No le podía decir nada, se enojaba.

Ese día que me llevaron al campo, una señora me dijo que si quería cenar en su casa. Yo le dije que sí y me llevó pa’ su casa. Yo ya no quise regresar allá. Y “ay mi carnalito”, decía el hijo de ella. Yo no estaba trabajando y no me sentía a gusto. Yo tenía una gran pena. Y miraba yo que ella empezó a verme así, mal, que yo no tenía trabajo y “usté viene a comer aquí”. Empecé a buscar un trabajo. Hasta que me dijeron que en la Alianza.

Cargador en el Mercado Alianza

Fui a un trabajo de cargador. Sí le ponía [cargaba] a los sacos. Esos sacos de azúcar no los aguantaba yo, pero los de chile sí. Ahí me pagaban a 20 pesos el día. Sacaba cien a la semana. Todo el día. Desde la mañana hasta las seis. Me dieron posada en una casa. Sí, me preguntaron de dónde venía. Mis funciones eran que tenía que traer lo que ellos me pidieran. En el trabajo comía uno. Me daban tortas de pollo, de picadillo, de lo que yo quisiera. Refrescos. Sí, agarraba duros y me los comía, de unos sacos que tenían ahí. Almorzaba en la casa donde estaba de posada. Almorzaba un huevo, frijoles o así. En veces, sólo arroz con frijoles. De tomar, agua fresca. Cenaba en la casa.

Si salía temprano del trabajo me ponía a buscar cualquier trabajo. Si llevaba dinero, iba y compraba una libra de pollo, así lo freían y comíamos pollo. Vivíamos cuatro. Un niño, la dueña, el señor y yo. Cuando no tenía trabajo, sólo jugando pasábamos. Me pedía juguetes cuando salía, cuando me pagaban. Le compraba un carrito, cualquier cosa, todo barato. Él tenía diez años.

“Vete a bañar”. Me bañaba. “Ponte a barrer”. Me ponía a barrer. “Ponte a ver la tele”. Me ponía a ver la tele.

Yo compraba mi ropa. Tenía llena la mochila. Sí me dijeron que fuera a la escuela, pero yo les dije que estaba trabajando. No tengo papeles. No me faltaba nada. A ellos tampoco. Un día me iban a sacar papeles. Sí me iban a registrar como hijo de ellos.

Aquí en Torreón ya tengo como seis o siete meses. Con esa familia por lo menos me estuve unos tres, cuatro meses.

Denunciado y preso

Pero antes de llegar ahí. Lo que me pasó antes de caer acá [en la Residencia Juvenil] fue por la navaja.

Me acababan de pagar ese domingo y salí pa’ la calle. A ver a la morrita que le dije. Llevaba el cuchillote, así, grande como de cebolla. Hubo pleitos ahí. Todos los domingos salía a las tres. Y fui pa’llá y había un pandillero y el pandillero me dijo que la dejara en paz. Entonces yo le dije que por qué se metía en las cosas que no le importaban. Entonces él vino y me golpeó. “‘Pérate para ahora en la noche”, le dije yo. Y así desconfió, porque no lo hallé. No llegó ni ella, ni él.

Unos señores que estaban ebrios allí se dieron cuenta que traía un cuchillo. Yo llevaba un cuchillo en la espalda y cuando estaba bailando se me echaba de ver, se me salía. Y ellos llamaron al policía y al siguiente día me llevaron. Y me trajeron pa’cá. Sólo por eso. Parece que le echan a uno tres meses. Llevo aquí preso mes y medio.

Me tenían ahí en el presidio, donde tienen todos los presos, y ahí me llevaron. Me dijieron [sic], volvió a llegar la gente y les dijo que yo andaba amenazando a los niños con ese cuchillo, que les dijera, que le cantara el himno nacional. Y yo les dije pos no me lo sé y qué. Y dijo un poli de ahí: “Sí, es cierto; muchos de acá no se lo saben. ¿Cómo quiere que él se lo sepa?”, dijo. Y el poli le dijo que muchos mexicanos no se lo sabían, cuantimás me lo iba a saber yo. Yo a esa familia le había dicho de donde venía. Esa familia llegaron a decirles que yo había amenazado a sus hijos. Querían que me regresara. Porque que era para mi propio bien, dijo. Me tomaron la declaración y me vinieron a tirar acá. Aquí me recibió un señor que le dicen el comandante. Estoy aquí por “amenazas”.

Yo no tenía bronca con nadie, nomás con ése. En ese barrio casi todos eran amigos míos.

Huésped en el cementerio

Como no tenía trabajo, yo me iba a dormir al cementerio. ¿Usté se ha fijado que hay así unos como castillitos [mausoleos] en los cementerios? Ahí me iba a dormir yo. Pero debajo. Arriba está el castillo y debajo está hueco; es como un subterráneo y ahí tiene la sepultura, así pa’bajo. Entonces yo ahí me iba a dormir. Pero como se miraba oscuro, traía mi candelita [vela] y todo ahí listo. Tenía cobija y una cruz por si me daba miedo también. Tenía todo preparado abajo. Así… agua, todo. De comer no. Sólo en el día salía pa’ la Alianza a buscar trabajo. Ahí viví poquito, unas dos semanas. Es que estaba viviendo en otro cementerio y luego me vine pa’bajo.

Llegué y me senté y me dijo que me iba a dar posada y yo me quedé ahí dundo, esperando a que me dieran posada, pero no me dieron. Entonces me fui pa’l cementerio, encontré una media como casita y me metí. Y ahí estaba. Todos los días me iba para ahí. La mochila la tenía metida adentro de la sepultura. Y dos botes de agua a los lados de la mochila, ahí los dejaba. Eran dos botes de coca con tapadera.

Al siguiente día, a vender Siglo. Todos los días a vender Siglo. Y así estaba. Me ganaba mi dinero y todo. Vendía por donde están semáfaros [sic]. No sé a dónde era. Onde venden el Siglo, las marquetotas [fardos], de ahí agarrábamos pa’ las calles.

Cuesta también porque también se puede perder uno. Salíamos a las cinco de la mañana. Era una camioneta y se llenaba. Éramos como 20 para vender. El dueño era un señor y el señor nos pagaba a nosotros. Nos daba el periódico a consignación. No nos pagaba hasta los sábados. Usté pedía no sé cuántos Siglos, ai se los… y si dejaban veinte Siglos, ai se los descontaban del pago. Y así era. Todos los días así era. Sí, sí ganaba dinero. Procuraba venderlos todos; agarraba poquitos. Como un mes y ya de ahí me salí.

La cobija la conseguí en la Alianza. Me iba pa’ la Alianza, así como sin pena, porque más pena robar que pidir [sic], y yo les pidía cobija. Y yo me la llevé al cementerio. Me metía a dormir temprano pa’ que no me diera miedo. Me dormía ligerito pa’ no soñar nada, nada así. Y ya al siguiente día ya era de día. Pa’ ir al periódico me levantaba. Arriba era segundo piso. Se miraba hasta el cementerio. Así que pegaba uno como arco, ¡tiiing!, pero duro en la pared donde estaba yo. Y sonaba y despertaba. Y “¡’ámonos, arriba!”, ya sabía que yo estaba ahí. Y pues ya salía yo y me iba a vender periódico. Ya por último no quisieron que me quedara ahí porque podía salir bien, así, loco, por un mal espíritu o cualquier cosa, porque decían que ahí iban a las drogas y cualquier cosa.

Me sentía muy raro también. Yo siempre amanecía tosiendo. Sí soñé feo una vez. Ya por último se me estaban quitando los ánimos de ir a dormir ahí también. Soñé como que me estaban, así… salían cosas, las tumbas estaban abriéndose, estaban saliendo muertos, y que me empezaban a seguir por todo el cementerio. Y que donde yo estaba, que estaba uno enterrado y que me agarraba las patas cada ratito, que me jalaba los pies así. Y yo, “suéltame”, que le decía yo. Y soltaba el grito y se zambutía [hundía]. Yo así soñaba.

Los mariguanos que iban a fumar mariguana todas las noches me decían: “No, pero ¿qué haces durmiendo acá?, n’ombre güey, que tú vas a salir loco de acá”. “Mira que aquí y que allá”, me empezaban a decirme cosas. Yo les decía: “No tengo dónde ir a dormir”, sólo así les decía y ya. No, no me hice amigo de ellos, porque si yo me hacía amigo de ellos me van a hacer que fume mariguana y todas esas cosas. No, ni los veía. Antes de dormirme me encomendaba a Dios. Como quien dice me dormía tempranito, tempranito. Rezaba antes de dormirme porque me cagaba de miedo. “Padre nuestro que estás en el cielo…”, y ya me dormía.

Casi no me bañaba. Ropa sí me cambiaba. Sí quería bañarme, pero ¿a dónde me iba a ir a bañar ahí? Compraba comida en la calle, patas de chancho. Pero son caras. Así quemaditas, traen aceite y todo.

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Recuerdos de infancia

Cuando estaba así en la escuela, nunca pasé de los grados. Porque me empezaba a gustar una muchacha. Antes no sabía, pero ya al último empecé así. O sea que cuando uno ya siente enamorarse, siente una cosa bien bonita. Pero a la vez si no lo quieren a uno, de nada sirve. Le rompen a uno el corazón y queda uno así, triste. Y me gustó una muchacha, “qué digo yo…” No tuve valor para decirle. Soy de lo más respetable yo cuando me gusta una muchacha. Me porto lo más mejor que pueda. Pero lo que no me puedo aguantar yo es cuando el otro llega a buscarla ahí, que quiere pelear conmigo, que está celoso ¿no? Me da no sé qué que ella lo esté viendo. Siempre así yo he sido. Nunca me ha gustado. Siempre me ha tocado pelearme así. Y tal vez ellas lo aborrecen a uno por eso.

Cuando yo venía [de viaje] siempre así fue. Empecé a conquistar así. En veces sí me gustaban muchachas cuando me encontraba en el camino. Pero si uno no sabe, mejor no. Tal vez dice uno, sólo voy a llegar a decirle una sola vez. Digamos para una muchacha que se va a enamorar uno tiene que empezarla a conocer. Ella tiene que empezarlo a conocer a uno: Si trabaja o no trabaja, si es malcriado o no es malcriado, si es pícaro, no sabe si es mañoso, cualquiera de las dos cosas. Por eso una muchacha necesita buen tiempo.

En la sandía

Eso fue en Honduras. Era una parte que le decía Cuyamel. Ahí me querían adoptar. Por las hijas no quería yo. Porque podía cometer un error. Y me daba miedo también. Usté sabe también que las hijas son mentirosas. También que uno andaba haciendo algo, como le dijo que yo quería entrar al baño a hacer el amor con ella. Yo no sabía que estaba adentro, si no, yo no hubiera entrado. Después me dijo el hombre que me fuera de ahí. Me pagaron, me fui. Y sandías que me traía yo del trabajo, muchas, las cortaba y hacía tajaditas y las iba a vender a la escuela. Así vendí gran dineral, hasta 200 lempiras. Iba alzando y así. Como más de 500 me llevé, más el pago que me dieron ellos.

Campesino en Guatemala

Cuando estaba uno en el campo trabajando, la gente, los patrones de repente si lo miran chiquitillo a uno, lo quieren agarran de dundo. Y le dice uno: “Quiero que me pague como él”. “No, que está muy chiquitillo, que casi no trabaja”. “¿Pues cuánto tiene trabajando?”, le contestábamos así y me pagaban lo mismo. “Yo trabajo duro y ellos casi no trabajan”. Era cierto, los grandes le dejaban el trabajo a los niños.

Siempre cuando me calentaba… era la cosa que me pasaba, siempre cuando miraba sangre parecía que se me metía el diablo. Yo, si me pegaban y me empezaba a salir sangre, yo sí me tiraba. Se enfuria uno y se les tira.

Es como antes, cuando íbamos a la vega. Aquí no quiero que me estén molestando a mí. Yo iba con mi abuelito y ya no me molestaban. Yo quise hacer mi propia agricultura, pero no me salía. Tenía que tener compañías. Sí les entraba. Mi abuelito me daba el abono. Si no echa abono, no echa bien las vitaminas.

Hacia la mar

Iba a pescar uno, traía su pescado. La gente ai venía, se lo compraba y se lo llevaba al mercado a la venta. Agarraban grandes pescadotes y ya ellos lo aliñaban. Venían, hacían sus grandes sopas, pescado hornado, como sea. Juntaba pa’ comer, pa’ comérselo en la casa. Yo llevaba pa’ la casa, pero al hombre de mi tía no le gustaba comer pescado del que le llevaba, porque pensaba que era de agua chuca. Y cuando compraba del mercado yo le podía decir que ese pescado también lo agarraban de las aguas negras. Y como no le gustaba comer pescado, y como en veces me iba hasta cinco días de la casa sin pedirle permiso para ir a los fondos mar adentro, que “si se hundía el barco, cómo los encontraba”.

Pesca y pesca, hasta que un día me cayó un pez que le decían pega. Taba llorando que no me lo podía sacar. “Ayúdame”, “no, que así te vas a hacer hombre”. No, pos me puse yo, puse el pie así en el barco y zac empecé a jalar. Era de noche. Y tanto lo jalé que venía pa’rriba. Y era aquel gran pescadote, que coleaba, sólo cayó otra vez al agua. Bien grandotote. Sí era grandecito el pescado, rechinaba la cuerda y se le enterraba, le cortaba el dedo.

Llevábamos unas hieleras grandísimas, ahí íbamos echando pescado. Luego echábamos un bloque de hielo, lo picábamos, los pescados no se pudrían. Porque cinco días buscando… Iban a echar un viaje y venían. Tiene que tener chispa usté. No tiene que enredarse la cuerda. Jalando el pescado y tirando la cuerda saca el pescado. Y si es pescado diablo, le pega un par de garrotazos, no tiene que agarrarlo, y lo tira al agua. Yo pescaba con anzuelo. El tramallo [sic] es la red.

No me pagaban. Si yo llevaba mi propia cuerda, agarraba mi propio pescado pero tenía que llevar mi propia hielera y comprar mi propio hielo. Pero ellos me daban chance, como gente buena. Yo era el único niño. Les daba miedo a ellos porque también me podía ahogar. A mí no me importa. “No, pos vamos… si no tiene miedo de morirse”. No me pasaba nada. Cuando me pegaba sueño, me iba a acostar. Cuando tenía ganas de dormitar, cualquier cosa así, me iba a acostar. Sí me mareaba.

Comíamos pollo allí. Como tiene estufas y todo, están agarradas porque el barco va moviéndose. Cuando estaba mansa el agua, pescaditos así chiquitos; los sacaba de la hielera, a limpiarlos, a quitarles las tripas, a echarles salsita. Ya cuando estaban bien dorados: “Ya está la comida”. Con tortillas, frijolitos, así llevaban. Compran churros, panes, manzanas. Un costal se lleva uno de cada cosa. Tomate, cebolla pa’ que agarre sabor el pescado. Así, chile, porque ¿sabe que le gusta el chile a algunos allá?

Un día en el barco me llevé como 200 cocos. Cada coco valía dos quetzales. Saqué como 300 quetzales. Y eso que salieron algunos malos. Compraba y todo. Más bien con ese dinero fui a pagar un hotel para poder dormir porque era noche, eran como las 12. Ahí dejé la hielera con el pescado. Fui a comprar como cinco bloques de hielo para que no se me arrugara. Al siguiente día iba a vender. Ahí la dejé. Me daban ganas de quedarme en la lancha para que no me la robaran. Pero no, la escondí bien, adentro de los matorrales.

Al siguiente día, a las cinco de la mañana, ligerito. Vine yo, con canalete [remo], porque ya no tenía motor el barquito. Era una lanchita. Es que ese barco en el que yo iba era grande y ahí podía meter la lancha uno pa’dentro. Si se va a hundir ese barco, con esa lanchita se puede salvar. En mi lanchita cabía yo. Mire, mi lanchita es así: aquí en medio va la hielera, en la punta va la ancla y aquí atrás voy yo canaleteando [remando].

Y tranquilo me iba yo pa’l muelle. A vender pescado al mercado. Me decían: “Ya compré allá”. Me iba para otros clientes. “Qué buen pescado, ¿de cuál traes?” “Traigo colorado, jurel, guasa…” “No, pos picuda, tráemela pa’cá.” Aliñada ya. Le saqué las tripas, le quité la escama y todo ya.

Mi lancha era alquilada. O sea que uno las alquila. Le da cien pesos. Se da para cinco días, porque cuesta 20 cada día. Y yo pasaba hasta cinco días en el mar. Sacaba hasta 200, 500 pesos, así pagaba. No, pos pagaba el hotel cuando era de noche. Si era de día me iba pa’ la casa. Si llegábamos a las cinco, si no me iba pa la casa me quedaba con la lancha ahí cuidándola. La lancha está en mi cargo, si la lancha se pierde a mí me toca pagarla.

Si yo hubiera querido comprar esa lancha, la hubiera comprado. Cien y cien todos los días. Cuestan como 500, parece ser. También tiraba ancla. Si me iba pa’ la orilla, me comían todos los zancudos, jejenes y pos, ¿sabe qué es jején? Mosquitos chiquitillos, uuuh sí, como nubes.

“A ver el pescado, tengo gran hambre”. Y como en el barco dejaban aceite. “¿Me regala un poquito de aceite y tortilla para ir a comer a la orilla del mar?” “Está bien”. Lo único que me llevaba en la lancha era una freidera, un botecito de aceite y tortillas. Nada más. Hacía el fuego con fósforos, cerillos les dicen acá. Y ya hacía comida. Ya cuando terminaba de comer, remaba para adentro. Echaba la ancla [sic]; me dormía en el mar. Era un brazo de mar ahí. Es un muelle. Camaroneras son ahí, y ahí me dormía.

Bastantes se dormían, pero más adentro. Yo me dormía en lo más bajito, ya ahí no había moscos. Y ahí donde yo estaba, ahí había si yo quería pescar en la noche, agarraba mis buenas guasas. Por eso es lo peligroso en la orilla del mar, se suben las serpientes arriba de las lanchas. No, pos yo me iba para adentro y pescaba si quería pescar. Se enrollaban en los lazos. Uno tiene que ir preparado con machete, cuchillo. Cuchillo para aliñar y machete por si hay serpientes. También por seguridad, por si algún pleito. Hay que andar prevenido uno. En las ciudades más grandes ahí están más peligros. Nunca me ha gustado andar sin cuchillo. Ahí donde yo estaba viviendo el lujo es andar a cuchillo o andar a pistola. Lo más valioso es la pistola. La navaja se la tiran y ya. El rifle, en la montaña.

Casi siempre me dormía en la lanchita. Iba a la casa de mi tía. Le decía: “Tía, no se preocupe, estoy bien. Lo que tiene que preocuparse es que sus hijos estén bien. Ahora si yo me muero no se vaya a preocupar; si no, pos le avisa a mi abuelita y ya”. “No, pero cómo crees que no me preocupa. Si te mueres, mi mamá se va a morir”. Y que no, pos. “Es que a mí me pertenece el mar. A mí siempre me ha gustado el mar y ya”. “Está bien, vete”. Y le dejaba 200, 300 pa’ mí y cien pa’ la lancha, cien pa’ la comida: aceite, cebollas y toda la cosa pa’ llevar, bolsas de panes, mis aguas, mis refrescos.

Hay que llevar, bien preparado, para ir al mar. En veces la gente, “¡amigo!”, me encontraban en la lancha, algunas tienen motor y algunas no, pero ya todos los brazos dolientes, pero pa’ la vuelta, otro canaleteaba. Y eso es lo malo. Por eso yo de primero me dolieron y ya después tiene que acostumbrarse uno. Si usté quiere llevarse otro pa que le ayude a remar, es su responsabilidad. Y si se ahoga, lo meten preso.

Por eso yo no me gustaba sacar a nadie. Y si iba a pescar, iba a pescar a la orillita, pero con otro. Sí, saben nadar muy bien. Pero también si está muy largo el mar no sale. Puede estar como de aquí allá, usté está acostumbrado a nadar poquito. Eso es lo que pasa, usté no puede nadar mucho. Tiene que ir nadando, disfrutando, cualquier cosa. Si está oloso [con olas], con sólo la lluvia que viene se ahoga uno. Puede ser el mejor nadador pero siempre se ahoga, las olas encima de uno. También lleva su salvavidas o atarraya. Lo primero que me compré fue mi atarraya.

Me sobraron montones de invitaciones de pescadores. Hasta cinco días a su casa. No le miento, pasaban meses que no llegaba a la casa de mi tía y pensaba que me había ahogado. Pero cuando llegaba, le llevaba hasta 300, así, porque siempre de la pesca me mantenía yo. Sólo de la pesca me mantenía yo. En la orilla del mar agarraba mis camaroncitos. Eran camarones grandes. Echarle aceite, era bien rico comerlos. Les echo tomatitos a los lados, los aliño, le echo cebollita, sal y ya. Así fresquitos, acabados de agarrar.

La intención mía antes era hacer una casa a la orilla del mar. Pero lo que pasa es que podía llegar el dueño y tal vez uno no sabe, verdad. Y si yo hacía la casa adentro del mar, tenía miedo que se me fuera a caer. Por las olas. Y tiene por lo menos que hacer unos hoyos de esta altura. Para hacer un hoyo de esos tenía que ser con una máquina. ¿Y cómo? Si yo no podía.

Si usté está con un amigo y le rompe las redes, le toca pagarlas. Yo no tocaba nada de ellos. Ver y no tocar. Porque ellos me decían: “Cuando llegues a una parte, sólo mirar y no tocar”.

Un viaje a las islas

A las cinco de la mañana empezábamos. Todo el día con aquel gran solote. Llevaba una gorrita. Y así se marea uno, se pone a ver las olas, eso es lo que le hace vomitar. Tiene que ver pa’ las orillas, para arriba y uno ve a las aves como andan cric, cric, volando. Unas partes bien preciosas. Llegamos como a una parte de islas, encontramos un monito brincando de palo a palo, hubiera tomado una foto ahí. Palmeras, nos subíamos a comer cocos, porque nos pegaba la necesidad a uno también. Nos poníamos a correr por toda la playa.

El barquito allá adentro, porque no se podía sacar pa’ la orilla porque el motor pegaba y sólo nos veníamos en una lanchita. Y andar corriendo. Y tenía hijas el hombre y me las presentó y me dijo que no se las llevaba porque iba yo. Y un día se las llevó y sí quería platicar con ellas pero no podía, espantaba a los peces. No me dejaba hablar. Ni modo, digo yo. Si no quieren que hable, no hablo.

Llegamos a la isla, tenía un canalito ahí en la orilla. Tenían bien agarrados un par de terrenos. Porque para adentro del mar hay mucho terreno que no tiene dueño. Y hay una parte de agua dulce ahí. Había un árbol de jocotas, de ciruelas como dicen acá, pero grandes, bien grandototas. “Quiero comer ciruelas pero no puedo”. Yo me subí arriba. Vámonos. Y llenamos una bolsota así. Y empecé a platicar así con ella. Ya veníamos pa’l pueblo ya. Le dije al papá: “¿Me regala así los cocos secos pa’ llevarlos pa’ venderlos allá?” “Ah, eres vendedor, ¿verdad? Hay que aprovechar”. “Es que quiero hacer mi venta”. Llené mi lanchita de cocos, hice dos viajes. Llenita, y como entre más carga una lanchita, corre más. Mi tía siempre compraba jaibas y a mí me gustaban. Se la llevé una bolsa de jaibas a mi tía. A mí me gustaba, en vez de cangrejo, la jaiba.

Retorno al puerto

Ahí en el puerto ya tienen todo preparado. Las semanas. Estábamos cinco días y el sábado bajábamos a ver qué encontrábamos en las calles. Y si no, si no tenía nada que hacer, me iba pa’ la casa de mi tía. “Tía, mande traer una libra de pollo”. “¿No vas a comer pescado?” “No, ahorita no tengo ganas”. Mandaba traer una libra de pollo y una coca. “Ta bien”. Cien quetzales. Tranquilo yo. Y me iba a jugar a las maquinitas.

“Páseme cien”, digo yo. “Si no vengo dentro de dos meses o me muera, se los come. No se vaya a preocupar por mí. Porque ahora en la noche voy a salir a la pesca otra vez”. No se afligía ella. Se afligía cuando tenía hasta tres meses de no volver. El domingo estaba ahí. El lunes a pescar otra vez, otros cinco días. A los ocho años empecé a ir al mar. Me gustaba tanto el mar que solo iba. Iba a tirar la cuerda a la orilla del mar. Sacaba hasta cinco pescados y la gente me los compraba. Digo yo, está buena la venta de pescado.

Un gato se ahoga. El perro todavía, porque nada. No me gustaba llevar perros en la lancha porque en veces la lancha se daba vuelta. Sí, se ponía a ladrar también. Y también porque hace bulla. Y lo que más me gustaba, andando ahí, es cuando se van a parar las aves. Me pongo un pescado ahí en la cabeza y ahí vienen a pararse a comérselo. Y siempre así hacía, y siempre me gustaba tener un ave así. Una blanquita, como gaviota. Son muy ariscas; si me movía, volaba. Digo yo: “Si me ahogo, ya no me voy solo”. Como dicen “en el mar, la vida es más sabrosa”.

En la empacadora

Es el pescado seco. Lo empacan. Se lo llevan pa los mercados. Lo cuelgan. A toda la gente le gusta el pescado seco; a mí no me gusta, nunca me ha gustado. En esa fábrica nunca me ha gustado estar adentro porque siempre huele a pescado seco. Tambos de jaibas. Usté llegaba al muelle, “te compras unas cinco jaibas”, se hace un buen caldo. Se las llevaba a mi tía.

Embolsar pescado seco. Yo llegaba bien jediondo a la casa. Yo salía de noche, bien de noche. En veces me quedaba ahí a dormir. A la semana me daban hasta 500 quetzales. Nadien de los niños los gana. Yo salía en veces a las siete. Salía temprano pero en veces me quedaba ahí, me dormía en el trabajo. Si yo les quería ayudar a los demás, les ayudaba también. Porque ellos, como dicen aquí, me hacían el paro. A ellos le pagaban más que mil. Ayudarles a ellos era un sueldo y trabajar otro día es otro mi sueldo. Y así era. Yo ganaba hasta 800 quetzales así. Si yo quería comprar mi bicicleta, la compraba; pero no quería porque me la robaban y perdía mis 800 pesos [sic por quetzales]. Se la roban a uno. Una bicicleta bonita, le ponen el ojo a uno. Sólo comprar una lancha. Y la compré así, una lancha vieja que había ahí tirada. Digamos, no la compré porque la encontré botada. Empecé a repararla, tranquilote yo. Sí le compré el remo. Volví al mar. En el mar estuve buen tiempo. Si mi tía se enojaba conmigo, no llegaba a la casa hasta tres o cuatro meses. Mi tía me regañaba que por qué llegaba tan tarde. Le daba dinero y me decía: “Crees que con eso me vas a contentar a mí. Si te llegas a morir, ¿con qué te vamos a enterrar?” “Eso sí es cierto. Si me llego a morir, le voy a empezar a dejar dinero a usté”.

El mar y yo

Siempre me iba pal mar yo. Nunca dejé de ir. Sí, el mar es mi amigo. Y también es enemigo, porque engaña. Digamos si va una embarazada y la llevo yo, le da vuelta a mi barca. Y si llevo camisa roja, le da vuelta a mi barca. Tengo que llevar azulito, verde. Con sólo verdecito que lleve, hasta airazo le toca a uno. Es el color más preferido del mar. Yo nunca había visto una estrella de mar. Tanto tiempo en el mar… y saqué una con la cuerda. La estrella venía enrollada. Vivita. Y en medio así como dedos gordos así y en medio tiene un pedacito… es pura carne. Nunca la puse fuera. La solté y la volví a tirar.

El mar. Si usté tiene vario tiempo [sic] sin ir al mar, el mar lo engaña. Si usté viene al mar y dejó a su mamá preocupada, pos el mar no la deja salir. Y no pasa de la orilla. El pescado es libre. Pero si está agarrando y matando y tirándolos, pura maldad, todo eso lo paga uno. Porque si los mata, los pescados ¿cómo se van a reproducir? Nunca vi un delfín. Ballena tampoco. No vi ni nada de eso; sólo un tiburón que rodeó el barco. Ese tiburón, si lo hubiera querido, le da vuelta al barco. Una gran aletota así, viejísimo ese tiburón. Unos nueve metros. Así la bocota bien grandototota. La abría. Yo pensé que ahí nos íbamos a morir. No hizo nada.

El pescador que sale al mar, antes de salir tiene que encomendarse a Dios. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… líbranos de todo mal… Señor Padre te damos gracias por este nuevo día, te pido por este nuevo día que nos protejas hasta donde vamos ir”. Íbamos a una parte que le decían El Paso del Diablo. Y cuando no queríamos pescar… y yo decía: “Madrecita querida, si tú supieras cuánto te extraño…” Y en veces cantando esa canción me daban ganas de llorar. “¿A poco no tienes ‘Amor de Madre’?”9 “No”.

Yo cuanta vez miraba a mi mamá, nunca le hablé. A mi papá pos le hablé porque me llevó una vez pa’ su casa. Y allá mi madrastra, cuando llega, lo recibe bien a uno que no lo pone a hacer nada al siguiente día. Y hasta los cinco días. Al siguiente día: “Ponte a barrer”, “trapea la sala”, “hacé tu comida”. ¿Sabe qué hacía yo? “Papi, voy a su trabajo”. “No, pos vamos”. Volaba yo en la bicicleta. Y ya después empecé a agarrar el mar. Yo no conocía el mar hasta que llegué con mi tía a Puerto Barrios. Mi papá vivía allá en mi país, en un lugar que le dicen Sasaltenango [Jacaltenango], y mi abuelita vive en un lugar que le dicen Bananeras.

Aprendí a tortear [hacer tortillas] y aprendí así a cocinar porque mi madrastra no me daba de comer; antes me negaba la comida. Y me decía: “Si querés comer, hacéte tu comida”. Y aprendí a cocinar. Pero nada más que las tortillas no me salen, pos todas chuecas, pero se comen.

Usté antes de salir de su casa tiene que decir: “Ay, Dios, ayúdame para agarrar peces y líbranos de todo mal, porque vamos a ir de peligro”. Porque eso sí es cierto. Usté llega al mar y no sabe si se va a topar con un remolino y se la chupa. Y también si viene una ola, la hunde y ya, ahí se muere. Así de fácil. Por esto antes de salir al mar, le tiene que pedir a Dios.

De serpientes marinas, me encontré una pero de alta capacidad. Ya le daba vuelta al cayuco, al barquito en que yo andaba. Alta capacidad porque me pasaba por debajo de mi cayuco y temblaba, lo movía así el animalote. Asustadote, me daba miedo, porque un brinco y ya caía dentro. Y enrollarme y comerme, y al agua de nuevo, porque son de agua. No, pues miré yo que salió pa’ la orilla y la seguí, la seguí, no pos sí supe dónde vivía, en un lodo. Si usté se paraba, se iba de paso. Se metió en un hoyo de este tamaño así; era un nacimiento de agua. La vida de la pesca del mar tiene mucho peligro. Porque las serpientes viven en esos cerros, pero al saber que ya no caben ya, se dirigen al mar, allá se van a sobrevivir, crecen de harto tamaño, grandísimas. Casi todas son malas. Digamos, algunas se comen y otras no.

Es como no sé cual serpiente, ya se me olvidó, que se come. Digamos la cascabel, el coral, todas esas son malas. El cascabel es mala. El coral es mala. El bejuquillo es mala. La mica es mala. Uno que es ralladito, también es mala. No hay serpiente tan buena. La víbora, mala. No, pos ¿se puede imaginar? La mica pega. Esa también crece como unas serpientes que le digo que me encontré en el mar.

No le miento, yo iba a las orillas del mar. Esa vez me espiné con un fierro oxidado. Pasé cinco días en cama con el pie así hinchadote. No podía caminar. Esa vez me encontré en una palmera así gran cuerote [de víbora] bien enrolladote hasta la mera puntita, así, la cabezota arriba como cabeza de perro. Me quedé fijando. “¿Y esto?” Me asusté porque pensé que era culebra de verdad. Me asusté y fui a llamar. “¡Ah, esta serpiente vive en aquel hoyo!” No pos sí, ya la vi yo. ¿No ha encontrado los cueros de serpiente usté? Es que mudan. Ellas mudan y crecen más. Yo la vi un día así, ondeando. “Tené cuidado porque ella nada más vive aquí”, me dijo. Y por eso fíjese que ahí casi nadie iba a camaronear. Usté tiraba una atarraya y la sacaba llena, pero en una de esas quizá viniera ella también ahí. Se enrollaba ella abajo del agua a agarrar peces también pa comer.

En veces me quiero regresar porque me recuerdo del mar, de los paisajes que miraba, los muelles y toda la cosa. Siempre me acuerdo y siempre me dan ganas de venir, así. ¿No tiene una hojita pa dibujarle algo?

[Comienza a dibujar] Es como triangular, así, digamos. Éste, así y así pa’l mar adentro. Aquí en medio estaba todo quemado. Aquí adelantito estaba un barco que encontraron lleno de coca. Y aquí todo este es el muelle. Y digamos, por acá pasan las líneas del barco, así. Y aquí, ¿veáh? [¿verdad?], están todos los barcos así cargando, porque pasan un montón, es un como faro, digamos. Y en esta puntita se mira el muelle. Aquí todo esto es caseriito. Digamos eso tantitito que está dentro del mar, ahí estaba viviendo yo. Pa’ acá todo esto son calles, calles, calles. Pa’ todos lados está el mar.

Y digamos, así están todas las cosas que le digo que estaba pescando. Por aquí es un pedacito de mar, pero algo grandecito, todo está lleno de bosque así, montudo, y en un pedacito de aquí hay camarones, ahí íbamos a pescar. De este pedacito salía yo con un remo todo así, hasta llegar al barco quemado, donde miraba que no servía, me iba pa’bajo al otro que está lleno de coca, y de ese barco salía así a la otra orilla. Y ¿se puede imaginar? En este barco quemado dicen que hay una ballena. Un barco quemado porque es gigante. Así de lado está. Tiene la mitad suelta. Y asegún cómo está el barco, se va hundiendo. Aquí se mira enfrentecito el muelle. Y hay una lata ahí.

Digamos que yo salía aquí recto. Y aquí pescaba yo. Buenos pescados. Ése era el mejor lugar para mí. Y para jaibas, me iba yo remando. Y tira unas boyitas uno, aquí así, en hileras, con tripas de pollo que jiedan ya, y las jaibas llegan y usté las levanta y ya viene la jaiba y el cayuco ligerito así, y las levanta despacito por el miedo que viene ligerito, las avienta pa’l cayuco. Una vez me cayó una así, ¿veáh?, y casi me raja los dedos. Tiene que cuidarse mucho. Jaiba es una azul. Es como cangrejo. Así las patas y aquí van las tenazas, todo esto es el caparazón y aquí tiene unos ojitos saltaditos así. Es como el cangrejo. ¿A poco no conoce el cangrejo usté? Así es.

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El cafetal

Sí trabajé en la planta del café. Y del banano, sólo empecé a cosecharlo. De todo eso le platico, pero uuuhhhh, ¡otro caset! En la planta del café. El café cuando usté lo agarra, usté lo siembra. Usté no siembra nada de café, tiene sus grandes fincas y si son fincas viejas, a un lado de los palos viejos ‘tan naciendo palitos, porque el café que cae ahí nace. Usté los arranca, los mete en una bolsita y ya. La manzana de café no tiene que dejar, van en bolsitas negras con hoyitos. Entonces viene usté a romper entonces con cuidadito meterla al hoyito, porque el hoyito ya está hecho. Y ahí la deja. No lo tapa ni nada.

Y qué grande montaña; sólo se oyen los pájaros que gritan. Si usté está sola, le da miedo. Mira por los árboles que están más para adentro: oscurote. Se asusta bastante. Yo me asustaba bastante en la montaña. En las montañas se siembra el café. Tiene que ser fresco, tiene que llover, tiene que haber árboles a los lados, mucho árbol. Que pase agua. Si usté llega a una montaña y escarba poquito así, toda húmeda la tierra. Y tiene que cuidarse muchas veces de las serpientes también. Meterse el cuchillito a la bolsa. Y ya la quita. O sea con el cuchillo en la mano y el pie en el palo así. Una vez mi tía, una tía que se llama Raquel, le salió una serpiente así, arrancando frijoles. Por eso le digo yo que cuando uno está cortando del café tiene que cuidarse mucho. Empieza a tocar la cabecita de uno y tal vez uno ni se da cuenta. El gran rollote ahí, en los palos grandes. Dicen que, para el veneno, tienen qué meterle no sé qué en la mano, quitarle el pedazo, o chuparle y botarle la saliva.

La cosecha del café es por galón. De esos galones nos pagan. Por 20 galones de café serían cien quetzales, pero depende de qué país está. Yo donde fui a cortar café fue en zona de Honduras y Guatemala. Muchos cafetaleros de Guatemala tenían en Honduras porque en Honduras, si siembra maíz, lo cosecha; si siembra frijoles, lo cosecha; si siembra repollo, lo cosecha; si siembra tomate, lo cosecha. Yo no sé por qué en Honduras mejor se cosecha. Es mejor clima. Cuando hace sol, hace sol; cuando va a llover, llueve. Se siente bien rico cuando llueve porque hace mucho calor.

Si usté quiere irse a trabajar, si está en el río tiene que tener mucho cuidadito. Tiene que ponerse en una parte limpia. Hay serpientes de agua. Por dentro de agua nunca le va a picar una serpiente porque si abre la boca, padentro del agua, se ahoga. Nada más yo me cortaba tres o cuatro galones. Digamos que con dos galones se viene cayendo, porque el café maduro pesa. Se va po’l otro. Si usté en toda la semana se corta 20 galones. No, pos usté sabe. ¿Se puede imaginar 20 galones? Los cargo en el hombro así. Medio galón, diez lempiras. Mejor me voy a mi casa tranquilito. Iba a traer un viaje de leña que me daban 20, 30 pesos por la media carga; 50 por la carga. Veinte lempiras pagan por cada galón.

O sea que llegamos en camiones. Usté se quería quedar en una finca cortando café, se quedaba hasta cinco meses ahí. Una casa grandísima como la residencia, que tiene cuartos así. ¿Se ha fijado en los malos espíritus que le hacen uuu, uuuu, uuuu [grita como mono aullador] como La Llorona, pero eso es otro. No sé como le dicen. Y en esa casa siempre espantaban. Ahí estábamos. Esa casa está en medio de la finca. Y arriba otra casita. En veces nos quedábamos todos muertos del miedo. En la casa de arriba los que se sentían muy hombres se iban a quedar, porque dicen que ahí sí salía un espíritu.

Habían [sic] cinco mujeres haciendo la comida… y todos los hombres, había como 500 ahí. Niños como yo sí había, pero niños chiquitíos de esos que tenían las mujeres, no. Había niños sólo como yo. Mayoría casi todos era la mitad de ellos. Eran más que los adultos. Nada más que los adultos cargaban más que uno. Pero los que le caía mal a uno: “Que no, que esos niños no hacen nada”. Yo le contestaba y el mero que pagaba decía: “No, eso sí es cierto”. No pos tranquilo yo: “Mira”. Niños había como 200 o 300, los demás eran adultos.

Cada ratito íbamos al pueblo que quedaba como a cinco kilómetros. Si queríamos, veníamos preparados ya, porque en la noche sale un mal espíritu. A usté siempre le va a salir un mal espíritu en las fincas. Porque en veces ahí se horcan. En el río dicen que a veces han pasado muertos por ahí. ¿Es que no se ha fijado que la Madre Naturaleza donde hay más ríos ahí es donde hay más espíritus? Por eso casi no vienen al café, porque se mueren, les pican las serpientes, se quedan muertos y nunca los encuentran y cosas así. Ya se han perdido varios que nunca aparecen. Tiene que andar por manadas uno.

Por eso le digo yo. Usté mira un surco, cómo está rico, “yo me voy pa acariciarlo”, cortarle ligerito, y la va dundeando [haciendo tonto] la Madre Naturaleza con los malos espíritus. Ese surco está bien rico y se va así, se va así, surcos que están llenitos de café, “que surco tan más rico” y se va así y se va así. Usté se va a choricearla ahí y nunca sale. Agarra surcos, surcos, surcos, como la imaginación. Ya tiene la memoria fresca y empieza “¿dónde estoy?”.

Hay un bejuco que tiene que decirle “ya te vi”, “ya te vi”. Porque mire, usté va pasando tranquilamente y cuando pasa ¡chac! ya no se da cuenta donde anda. De pronto aparece otro lado. Entonces si encuentra un poco de bejucos tiene que decirle “ya te vi”, “ya te vi”. Pero si usté no dice “ya te vi”, sólo se para, se desaparece. Es que es como encantado la montaña. ¿No sabía usté qué es encantado?

El pantano

Le voy a contar de un niño que le decían Luis. Arriba había un pantano. ¿Sí conoce los pantanos? Pero ese pantano no era cualquier pantano. No era bonito así. Ese pantano era chupado ya. Como los lados, como un volcán que arriba tiene un hoyo así pa’dentro. Ya estaba chupando muchos palos de café. Y adentro sólo burbujitas y miraba que hervía el lodo. Un día un compañero así aaaaaahhhhh, en una barranquita así de lodo se cayó y del último palo que se iba agarrar se agarró. No pos se dejaron ir todos. Dice el mero jefe: “No se tiren”, dice. “Ese pantano se los va a chupar”. Ya se empezaban a arrancar las raíces del palo donde estaba agarrado. No pos llegaron, lo agarraron de la mano y lo jalaron. Ese pantano dicen que es muy misterioso. Dicen que siempre lo jalan ahí. Dicen que ahí se han perdido vacas, que ese pantano se las jaló.

Los camiones lo recogían con su tarrito uno ya. Uno tiene que ir preparado, con su lonche. Si usté no llevaba comida, se moría del hambre. Porque no le daban comida ni nada. Ahora si usté iba a vivir a la casa, ahí sí, porque allá hacían la comida las mujeres. Como quien dice, si yo iba a estar allá, llevaba a mi mujer para estar cortando café. Pos ella sólo iba a estar haciendo la comida, pero a ella también le pagaban por hacer las tortillas ese patrón, para dar de comer, y me pagaba menos a mí. Pero como quien dice yo llego así, teníamos que levantarnos a las cinco de la mañana, el camión llegaba a las siete y uno tiene que hacer un montón de cosas así, huevito durito, un huevo, en veces los frijolitos fritos o pollito así, bien rica la comida de montaña.

Ya nos vamos en el camión. El camión cuesta que se suba uno, ¿verdad? porque son altos. Un día iba triste yo, porque no había ido a trabajar. Yo pensaba que ya se había ido el camión. Ya le conocía el sonido el camión. “Ahí viene”. Y zum pasó de paso. Yo lo perseguí corriendo ¿verdad? No, pos más adelantito se estaban subiendo otros. Y empecé a correr. Y no “pérate, todavía viene otro”. O sea que me fui, siempre me fui a trabajar. Me hacía la comida en la casa de mi abuelita a las cinco de la mañana todavía nadie se levantaba. Esa era una casa grande ahí en Guatemala. Estaba mi abuelita, mi tía, mi otra tía, así más gente, mi hermano y todo.

Pero a mi hermano no me lo llevaba a cortar café porque era muy peligroso. Una vez unos le querían pegar, unos así que iban a cortar café, y se dejaba pegar. Y estaban rudotes, así más altos que yo. Nos agarrábamos ahí. Y como el patrón sólo se estaba fijando ahí y guachaba [miraba] ahí aplastadote en una sillota. Y zac, zac, nomás nos agarraba, por debajo, y nos tirábamos al suelo. Así hasta que los apartaba.

El reto mortal

Y dice: “Miren putos, aquí como están ustedes, aquí, dice, aquí eso lo van a pagar con una pinche manzana aquí en la cabeza –decía–, y yo voy a apuntar con la escuadra –decía–, y no sé a dónde le voy a pegar –decía”. Pidiéndole a Dios que no vaya a pegarle en la frente a uno. Ya le ponía una manzana aquí [señala su cabeza]. “Y le voy a dar 20 pesos cada uno al que tenga valor”. Ah, pos todos lo quisieran. “Ni te vayas a mover, ni te vayas a subir, ni te vayas a agachar, ahorita te pego”, dice. Yo sólo me puse así, mire, por los 20 pesos. Pegó aquí la bala así en una pared y rebotó así para otra pared y cayó, se quedó pegada así cayó al suelo. Cayó al suelo la manzana con la balita en medio.

El dueño de la finca me dio los 20 pesos. El otro no tuvo valor. No, pos tiene que arrancarse uno ahí. Siempre le gustaba jugar así. Para el día de pago decía: “El Dionisio, pase adelante”. Daba la vuelta. “Son 350, más los 20 de aquel día, son 370”. Ya. Llegaba el conero. Uuuuh, con su campanita ahí. Cinco conos pa’cá. Uno a comer conitos ahí. De fresa, de vainilla, una cosita blanca bien rica, de chocolate, de varios colores. Sólo gastaba los 20 pesos que gané.

No, si la cosecha de café dura bastante. Hasta cuando se termina la cosecha de café y ya empezando el año, empieza a florear el café. Empieza el café verde, ya cuando el siguiente año, camiones llenos ya otra vez. “No que están pagando el café a…” Hasta 30, 40 han llegado a pagar el galón de café, de ese que le digo yo que me pagaban a 20. Ha llegado un tiempo que lo pagan a cinco el galón. ¿Por qué? Porque el café, digamos… ya están llenos los palos y sólo hojea, sólo cholla y cholleando [descortezando], cholleando se llenan los galones ligerito. Y la gente decía: “No, yo por cinco lempiras, por cinco quetzales yo me voy a morir. Yo mejor no”. No, se iba la gente.

Los más de billete: “No, pos a 20”. “No, ta bien”. Pum. “Así, a 20, sí”. “Arriba, compadre”. Se llenaban los camiones. Y los demás les pegaba pica [se sentían desafiados]. “Yo pago a 20 también”. Y si no: “Yo pago más; yo pago a 25”. Para adentro. Y llegaba más gente. Iban subiendo el café. Porque el café tiene un límite de subir pa’rriba. Y un día fuimos nosotros a un lugar que se llamaba la Entrada de Copán. “U-la-lá, llegamos”. Llegamos a las diez a la fábrica del cafetalero, a tender todo el café. Zas. “¿Tanteas de aguantar un saco de café en el hombro?” “Cómo no”, le dije. Tas, iba hasta fangueando [enlodando] los piecitos, por ai iba y zum, lo tiraba.

“No, mejor ponte a cortar las pitas”. A cortar todas las pitas. Es la cagüilla que llevan amarrada a la punta pa’ que no se caiga el café. Y ya cuando llega, no, pos “20, 20, 20 dele a todos”. No me quisieron dar 20 a mí. “¿Qué pasa? Yo también estuve trabajando”. No, pos “deme mis 20”. “Zas, tenga –dice– me dio 40”. Muy tranquilote me iba pa’ la casa.

Cuando nos daban la ganancia del café, pagábamos para ir a la casa, así comprábamos azúcar, café, aceite, cerillos, todo lo de la casa. Sí, para estar ahí. Para hacer una sopa, carne de res, tranquilotes ahí, comer. Y cuando a uno le gustaba una muchacha, tenía que ir cambiadito, irse bien pulidito [pulcro] y bañarse, llevar su buen dinero en la bolsa. “No, pues vamos abajo, te voy a invitar al baile”. Los sábados hay baile. Tranquilos nos íbamos pa’l baile.

Y tal vez como unos, ya sabe que en los bailes siempre puede haber lío, y tiene que amapucharse10 bien las armas que lleva. Y que uno lleva una morrita al baile y que ella se quiera ir a bailar con otro, pos no. Que aquél le está rogando que baile. Ahí se han matado varios ya. Cuchillos o pistolas, así. Yo esa vez la llevé. Si usté bebe algo y si lo paga, se hacen amigos. Usté sabe, entre amigos invitan refrescos. Y ahí tiene muchos amigos y si a usté lo quieren golpear, ellos se meten a quebrar. A mí nunca me gustaba la cheve. En veces lo invitaban a uno. Pero delante de la muchacha no. Yo no tomaba ni fumaba delante de ella.

Si usté anda cortando café, sí huele a puro café. Se siente cuando respira usté el aire bien rico, porque es pura montaña, pura naturaleza, no hay contaminación ni nada, así.

Lo que tiran del café le dicen pulpa, es el chachito, la pulpa roja del café, y sale el puro grano pelado. Y zas, zas, como es una máquina, los granos pasan por el lado de la pulpa. Lo peligroso al cosechar el café son la serpiente, el gusano que quema, así, pájaros peligrosos que, zummm, murciégalo [sic]. Ese carpintero, ése cuando usté está tranquila que llega a un árbol grueso que no lo puede doblar, si se sube al árbol hueco, le pica, le arranca los pellejos. Esos ya no son palos de café, son árboles.

Porque cuando uno llega a la semana, ya llega a la casa, ya llega con buen dinero. Le da la mitad a la mamá o tía, abuelita, lo que sea. Agarra cien ella o así.

No, no nos regalan café. Queriendo agarrar café usté, tiene que robar, más bien, porque es de escondidas. No, no, en la noche lo matan porque tienen cuidanderos y todo. No ve que si se roban un saco de café, no sé cuanto dinero es. Un saco de puro granito así, quintaleros. No, no le regalan, nada, nada, nada.

Lo que pasé en la pesca, pasé en la cosecha también de café. Cuando se escaseaba la pesca en el mar, me iba pa’ las cosechas, así. Hay un tiempo en el mar que se escasea la sardina. No el pescado del fondo, la sardina. Sin sardina no puede ir a pescar usté. Cuando se escasea ésa, no puede pescar. Los pescados sólo comen sardina.

Lo primerito que trabajé fue en el café. Sí, desde los ocho años, y en la cosecha de la siembra del tabaco. Y después cuando me metí a la pesca yo no conocía el mar, y ya me gustó la pesca.

Cargando en la montaña

También tiene que llevar con mucho cuidado el café, porque si usté llega y zas, zas, el café se va destripando y ya sale menos.

A mí me ha tocado así una vez en los cortes de café que le digo yo. Una vez fui con mi abuelita a la montaña. Nunca estaba acostumbrado. Las botas más la carga encima, chicloso, ahhh, pesadote. Cuando íbamos llegando a la mitad del cerro, a la puntita del cerro que ya pa’ agarrar otra vez pa’bajo, ahhh, “estoy en la gloria” dije yo. Y ahí sólo pa’bajo, en veces sólo cholladito [rozadito]. Porque ponga usté que en lodo se va uno cholladito, ¿verdad? No pos, a mí me valía todo y me sentaba y pasaba de paso. Sólo me ponía las cajas acá y pasaba de paso.

Porque en el cerro a veces hay caminos derechos y dobladotes. Para no caerse uno están los dobladotes, las vueltas. No, pos yo me tiraba a los risquitos. “Si quiere irse por ahí, váyase, yo le salgo más adelante”. Es como un resbaladero. Pero tiene que ir preparada. En veces le pagan a uno. “No, pos yo te alquilo esto para que bajes ahí”. “Está bien”. “¿Cómo se maneja esto?” Son como llantillas así chiquititas. Le toca una parte como caminito a uno. Ffffff, vuelan los animales. Y también tiene que ponerle lo máximo de carga atrás, donde lleva los frenos. Digamos que siempre va corriendo el animalito porque no le agarran los frenos. Y con carga atrás, shkk, shkk. Son llantillas de las que les ponen en las orillas a los trenes, pero tiene que ponerle lo máximo de carga atrás para que se detenga. Así. Siempre así es.

Y yo pos con mi abuelita… me decía: “Tú lo conduces y yo me voy atrás”. Yo lo conducía pero tenía miedo que también se fuera a dar vuelta y se matara mi abuelita ahí. Porque algunos han dado vuelta en esos cerritos y vuelan. Algunos les vale todo. Pos los que tienen billete, zzztttt. Y se van a dormir, se van a pegar en un árbol y todos se tiran todos al suelo. Si no se quiebra, pos suerte. A mi abuelita siempre le daba miedo. Me decía: “Métele freno”. Como no pude correr yo ni una vez porque “métele freno, métele freno”. Veinte cuesta la ida.

La cosecha del tabaco

Cuando empecé a ir al tabaco tenía como unos ocho años, con mi abuelito, porque mi abuelito Porfirio sembraba eso. Entonces vino y yo le dije que no me gustaba ir al campo. No, que tenía qué acostumbrarme. Y a fuerza me llevaba con mis abuelitos en el lomo. Usté sabe que cuando le empieza a gustar una muchacha a uno... “si me ve trabajando le voy a pegar más bien”. Y empezamos. Sacaba todos los días mi machete, mis botas, zac, al trabajo. Y cuando venía todo sucio, así, los pantalones así feos. No pos no voy a pasar enfrente de la casa así. No, me daba la vuelta. Así se ensucia uno, decía, y sí pasaba.

Todo el día taloneando. Limpiando frijoles. Llegamos un día a la vega. “¿Qué?, ¿quieres trabajar?”, me decía papi, así le decía a mi abuelito. “Sí, papi, ¿a dónde trabajo?” “No, pos tu padrino”. Tenía un padrino de dinero. Hace poco vino de Estados Unidos a comprar un helicóptero. Buen helicopterote que llevó. Tiene una vega, no sé cuánto vale un manojo así, la plantación. Son como mil trabajadores, tienen cinco barracas. Son muy grandes y altas de no sé cuántos metros. Así cuando quiere trabajar en las vegas, van las mujeres a buscarlas, pa’ colgarlas así arriba. Viera qué chulo se miraba pa’rriba. Si usté tomara unas fotos se miraba bien bonito. Colgadas en palitos.

En la plantación llegaba uno sembrando con su tanatito [morral] aquí, uno al lado, y zas, zas, zas. El tanatito son trapos, es una venda que se pone así para que no le caigan cosas, así, pa’que no se pudra ni nada. El cilantro, como dicen acá. Es como una manta. Y arriba se pone todo. Yo iba tranquilo así. Y acá viene el patrón viendo. Si va mal, “vente mira, estás mal”. Usté se ha fijado que los viejos millonarios son bien chongos, no les gusta dar mucho dinero, sí es tacaño. Llegaba la Navidad y qué cree, ¿sabe cuánto me regaló?, cinco quetzales. No me alcanzaba ni para un paquetillo de cuetes. No, de qué sirve.

Yo empecé a caminar, a caminar. Y salía de las vegas los sábados, pero no me gustaba cobrar hasta que tuviera buen dinero. Me lo ahorraban. O si no lo cobraba, que me lo alzara mi familia. Porque quería comprar mi par de zapatos pa’ la Navidad, también para andar estrenado. Porque todos estrenando menos yo. No, nel. Hasta que empecé, compré mi par de zapatos, mi mudada y mi camisa, todo nuevo. Ya tengo todo. Ahora sí, tenía nada más 200 pesos. “Abuelita, para la Pascua, porque allá le dicen la Pascua a la Navidad también, yo quiero cien pesos y cien para usté. Usté quiere comprar una gallina para que se la coma, pues cómprela”, digo yo. Y así, ¿verdad? Así pesos, también le dicen pesos, en Honduras a la lempira le dicen peso y al quetzal, quetzal, colón, tecún, no me acuerdo cómo le dicen ya.

Mi abuelito me enseñó a ir a las vegas. Dicen que el trabajo de las vegas no es tan bueno porque sólo a eso se acostumbra uno. Y se gasta más uno. O sea, así como usté su trabajo tal vez no es tan extenuado, o sea que no la molesta tanto. Como a mí, yo voy a la Alianza y mi trabajo es de cargar, es pesado.

Por eso estoy todo chaparro, aunque tenga 14 años, porque siempre me tiré a la carga. Esa es la única costumbre que tenemos todos. Del trabajo. Su buen tercio de leña y de larga distancia, no sé cuántos kilómetros y se lo echa en el lomo uno. Y ya con su tercio ahí, o tal vez con sus latas. “Ah, pero papi, está muy largo [el camino]”. “No, pos que no, qué nada”. Y como ya mi abuelito se empezaba a enviejecer [sic]. “Yo me llevo a este niñito”. Como ya sabe que todos los ancianos están acostumbrados a todo. ¡Zas!, también él se ponía su buen tercio. Pos descansábamos y descansábamos.

En las vegas

Cuando las plantas del tabaco se empiezan a poner amarillas, empiezan a cortarlas y a irlas poniendo por poquitos en la pila. Está uno ahí nomás esperando. Va uno cortando y a debajo del brazo, a debajo del brazo. Siempre hago así. Digamos, ésta es la pila, aquí está todo lleno de agua y lodo, y uno viene con la matita así y cortando, cortando.

Porque hay unas bombas, unas mangueritas que empiezan a papalotear allá, tttt, tttt y empiezan a dar vueltas así. Así como los viejos ricos que tienen sus jardines así y tienen una papalotita que le hace así, que tira el agua para el otro lado. Pero nada más que esas son grandes, recogen el agua del río con bombas y tttt, tttt, que si está lavando, casi la tira al suelo a usté, porque si le pega el agua la tira al suelo. Y van a larga distancia. Sí, ahí también salen las víboras. Viven en los agujeros de los árboles. Por eso lleva su machete al lado; nunca va a una finca sin machete.

De la cosecha del tabaco no me acuerdo cuáles meses son, ya se me olvidaron. Que caiga lluvia y cae sol. Yo digo que son días soleados. Son grandes solazos que suda uno, más bien le pica el tabaco a uno. La ropa que lleva uno es la ropa más vieja y más sucia. Y así es. Ya los señores de edad llevan sombreros y uno, no. Uno lleva cachucha. Nos salíamos a las cinco. A las 12 a comer. Todo esto es la vega.

No lo puede ver descansando el patrón a uno, lo regañan, porque tal vez al día le pagan a uno. A mí al día me pagaban. Digamos, cuando no estaba el patrón, usté se podía sentar. El patrón tenía tres hijos y había uno chiquitito, el mediano y otro más grande. Y también cuando no están los hijos ahí se puede sentar uno. ¿Qué puede hacer uno? No se puede ir. Porque no hay ni casas secas ahí.

Y lo cuidan a uno en la noche, porque puede entrar un carro, pueden traer un carro por otra carretera y empezar a cortar en la noche y llevarse los costales. Pero en el día, cuando van cortadores, no. Los cuidanderos sí regañan a los niños, si no corta bien el palo, quitarle todos los granitos. Si no lo hace bien, lo mandan a repasar a uno. O si no le dicen: “¿Sabes qué?, si no vas a cortar bien, mejor vete”. Sólo lo regañan a uno.

Ellos saben que no tienen derecho a pegarle a uno. Si empiezan a pegar, ya no va la gente. Por eso, niñas no van; sólo mujeres ya señoras que van con su esposo. Y si se quieren pasar de vivos, con machetillos, luego vuelan las cabezas. ¿Se ha fijado que en los cerros hay grandes abismos? Ahí los tiran y ahí se pudren y ni cuenta se dan. “Que se perdió en la montaña” Y quién sabe. Y ya. Si el cuidandero se anda paseando con una hija de un señor, lo quiebra, lo tira a un abismo y dicen “se perdió” y quién sabe.

En el tabaco sí hay muchachas bonitas, pero no puede manosearlas uno, porque no puede estar así con ellas. Digamos, si usté quiere estar en la cosecha, sólo los puros hombres pueden haber. De cinco años, de diez años, tiene que estar en el trabajo más duro. No, ustedes las mujeres pueden estar en la sombrita, están adentro de las barracas. Cosen la matilla. Ellas amarran las hojitas así en un palito, pa’ que se sequen.

El tabaco se echa así en un ataúd, no sé cómo se llama, para prensarlo. A echarle más y a echarle más. Hacer la marqueta, esas marquetas valen no sé cuanto dinero. Sí huele mucho a tabaco, en veces se dundea uno, sí se marea uno. Ahí está uno tosiendo, El que se acostumbra, pos casi no. Así como usté que casi no está [acostumbrada], se intoxica. Sí, sí me fumé unos.

Llegamos, hicimos el purote, así enrollado en una hoja. Y le prendimos. Pero como es bien fuerte, le pica la boca a uno. Si se duerme uno, no le pasa nada. Pero si queda vivo, a vomitar. Sí fumamos en bola. Algunos no, algunos ya fuman cigarros así que venden en las tiendas.

A 20 quetzales el día. Todo el día trabajando. Cortar hojas y echarlas en las pilas. Viene un tractor que trae una troca atrás. Y va tirando todo el tabaco, todo el tabaco hasta que se llena y lo van a echar a la barraca.

Lo único que están cerca son las serpientes, los tacuaches, los tigres no están tan cercas ahí porque hay gente con armas, los cosucos11; charancacos, de’sas lagartijas que le dicen acá, como iguanas, garrobos, unos que les dicen acá chiquipilas. Yo agarré tres cuando yo venía en el camino. “¡Ay!, ese niño, cómo agarra los garrobos, las chiquipilas”, dice. Es como la iguana, nada más que la iguana es verde, y el garrobo es todo negro. El que sabe agarrar. No son venenosos, sino que si la muerde, no la suelta. Usté le puede quitar la cabeza y no lo suelta. Una vez me agarró uno el dedo, si no es que llega mi hermana a meter la nariz ahí, no me suelta. Es que ellos al llegar usté se asustan más y abren la gran bocota. “Ése me va a agarrar, ¿no?” Y ya usté saca el dedo.

Si usté se fijara, unos palotes que están llenitos de café, salen unos murciélagos volando cuando los está moviendo.

La pizca del tabaco está todo limpio, son grandes partes limpias. Y en la montaña, con el café, son grandes árboles, monos, serpientes, pericos, así, tipos de navaja, ¿qué es lo que no ve en la montaña? En el tabaco es plano. Y en la montaña no, los árboles están encima. Y sólo se oye así los gritos de los animales, si usté está solo, le da miedo.

Llegamos. Llega usté a la vega, porque ahí le dicen las vegas. Vegas son porque no puede entrar sin botas usté. Unas botas por acá. Se va de lodo hasta por acá por en medio. Y tiene que ir bien socadita12 pues usté. Se le va la bota hasta la mitad. Así no. Así no le duran. Apenas mete el pie en el lodito. Es un lodo muy chicloso. Y cuando anda sembrando, trae las botas muy pesadotas. Tiene que estar entrenada ya, tiene que estar acostumbrada para las vegas, para todo, así, para las cosas del monte. Si no está acostumbrada ¿cómo va a aguantar? A medio camino se queda.

La cosecha del maíz

No, pues cuando terminábamos del tabaco y llegaba la cosecha. Luego empieza la cosecha de frijoles. Primero va la cosecha de maíz. Empieza uno: “¿Quién quiere sembrar maíz?” “Yo, yo”. Mi abuelito era uno; era propio para sembrar maíz. Yo también. Siembra con un chuzo. Usté tiene que tener preparados los frijoles y yo le hacía así y tirándolos y nunca, casi nunca, le caía casi fuera. Como a los 20 días ya empieza a prender. Al mes ya están grandes las matitas, por ai así.

La paloma se come el maíz… el gorrión, la corralera, una que es bien arisca. Y un pájaro que canta así “¿cuándo-fue?, ¿cuándo-fue?” También las palomas llegan y como son maíz con veneno pa’ que no se lo coman, ¡zas!, se lo empiezan a comer, se caen al suelo y uno sólo llega, las aliña ligerito y a comerlas. Si ya tiene buen rato muerta, no me la como porque ya está envenenada. Pero si ella todavía anda volando y vuelve a caer y se tira de vuelta y vuelve a caer… sólo la mata ligerito y le quita todo, la lava, la fríe. En veces cuando ya no hay aceite en la casa, asadas, le mete un palito y tatemaditas con sal.

Ya cuando estaba grande el maíz empezaba la pizca, a cortar la mazorca. Tiene que agarrarlas así, tiene que tener práctica. Porque si la arranca y empieza a doblarla, la mazorca le queda gran elote. Usté la agarra de acá y queda la hojita delgadita. Llenan las redes en las trocas y se las llevan. Los tiran de larga distancia y caen. Primero empieza la doblada de maíz, el sol la seca. Luego ya llega el tiempo del elote. A mí me gusta más asado, que truena en la brasa. Mi abuelita hacía elotes así en agua, para ir a vender; mi abuelita siempre hacía venta. La costumbre de ella era ir a lavar ropa.

Empezaba la pizca. Si las mujeres querían trabajar, morritas así como yo, se encargaban de desgranar el maíz. Y les pagaban por saco. ¡Tas, tas!, con las uñas. Y le duelen las manos a uno. Llenar unos 20 sacos, le duelen ya, le duelen bastante. El polvo, el tamo, pica bastante. Yo ni modo, yo voy a pedir trabajo a destusar13. Me duelen las uñas. Mejor me voy pa’ la vega. En la cosecha del maíz también pagan 20 el día. Todas las cosechas son a 20 el día. Y si ya empieza a subir el precio, a 40 el día o a 30. ¿Sabe cómo? A los morritos les pagaban a 30; a los hombres a 40. Cuando llegaban a 40 los niños, los hombres les pagaban 50 y así el día. A las mujeres lo mismo que los hombres y a las niñas lo mismo como los niños. Así. Y así íbamos.

Él, mi padrino, se fijaba quién trabajaba más y le pagaba como adulto; a mí me pagaba igual. Pero, digamos, si a mí me veía chabacaneando ahí, “uh, que dicen que te cocharon por ahí”. No, que no sé qué, que no sé cuánto, y empezaban a decir cosas así. No, pos. Cocharon quiere decir que un morro le hizo el amor a una morra. “Que te encontraron por allá”. “Ah, eso son mentiras”. Y empieza uno. Y así.

No, pos en esos días yo no había hecho el amor. Después sí. Cuando veníamos, llegamos a varias partes. Y veníamos y mi abuelito me llevó a un lado, así parte de ciudades. Cuando yo no conocía nada. Porque sólo, sin mentirle, por eso salí de mi casa yo, porque nunca conocí nada. Así, ciudades, yo nunca había conocido. Por eso le digo yo. Puerto Barrios era una ciudad grande, que sólo vivía mi tía ahí con su hombre. Y en el campo vivía casi toda mi familia. Y en San Pedro vivía mi papá con mi madrastra. Ya después decidí venirme para estos rumbos.

La cosecha del frijol

Si nosotros teníamos cosecha, casi no trabajábamos [en las plantaciones]. Supongamos que si no teníamos cosecha, trabajábamos. Cuando teníamos cosecha, trabajábamos, y cuando no, no.

Se siembra como el maíz. El frijol se arranca. Uno lo va arrancando, va poniendo el manojo y ahí el manojito lo amarra uno. Después se pone a aporrearlo con una vara. Y sólo queda puro frijolito ya. Y vainitas ahí y todo. En bañitos ahí y todo. Después uno lo encostala y después en un burro, una yegua, un caballo y ahí se los lleva. Así. Si usté siembra bien, tiene que pedirle a Dios: “Diosito, ayúdanos pa’ que se dé buen frijol” y así. Depende, puede ser un pedacito chiquito. Nosotros sembrábamos dos manzanas de tierra. Y todos esos campos con puro azadón nos tocaba sembrarlos. Limpiar primero para después sembrarlos.

Y cuando se cosechaba muy bien frijol, que tenía buena vaina en cada mata, sacábamos hasta 15… por una manzana sacábamos hasta 20 quintales de frijoles. No los vendíamos; los dejábamos para nosotros. Y si sacábamos unos cien quintales de frijoles, vendíamos. Si estaban bastante vainados, ahí sí podía vender. Pero si no, si sacábamos cinco porque salían mal los frijoles, pos no tocaba vender, sólo para comida. Cada dos días, unos cinco kilos de frijoles para que alcanzara pa’ toda la familia; se van ligerito.

Cultivábamos frijol, maíz. Las calabazas salían ellas solas. En veces cuando nacían parritas, de la calabaza, enredaderas así por todos lados, empiezan a salir las calabacitas. Se van creciendo hasta que se hacen grandes calabazotas, crecen enrolladotas, así. Ya por último si usté quiere comer ayotillos, así bien ricos, como dicen papitas, los arranca. Los ayotillos son calabacitas. Escogíamos las mejores y hacíamos ayote con dulce, le decimos así. Con barritas de dulce, que hacen en las tiendas de la caña [piloncillo].

Vamos a montear

Mis animales favoritos del monte son el cosuco, el erizo, la patusa. Animales más ricos que he comido son el cosuco, la huatusa, el venado, tacuacha. ¿A poco no le gusta tacuacha? Y cosas así. De aves, las palomas, gorriones, corraleras, chontas, pájaro carpintero y más así. De animales son de esos chiquipilas, iguanas y pues los demás animales que encuentra uno en el monte se los come también, nomás que casi no le sabe el nombre.

“Vamos a ir a montear”, me dice el cuñado de mi tía. “No, que a mí me da miedo”. Dicen que en esa montaña todos los días se desaparecían los terneritos de vacas. Así que los acababan de tener y a los cinco días ya se desaparecían. Tal vez encontraban una pata, dos patas, así. Y abajito había una quebrada ¿verdad? Había bastantes cangrejos que yo iba a agarrar pero me daba miedo también. De tanto camine y camine. Que así. Dicen que al siguiente día se desapareció un niño así de 12 años. No, que aquí en este puesto es donde se comen vacas y no sé qué.

No, pos dicen que un día fueron a montear. Así me contaron a mí, verdad, no sé. Dicen que un día fueron a montear. Ese día ya habíamos ido a montear con el hombre de mi tía. No, que dicen que iban a ir a montear. No, que. Llegando. Dicen que llegaron a un refundidero. ¿Sabe lo que es un refundidero? Es una cueva que se cabe ahí, le entra pa’dentro pero tiene que ir con mucho cuidado porque hay unas grandes estacas así. En el refundidero, usté allá adentro, si no puede salir, grita para ver quien lo escucha. En vez de salir, se va más pa’dentro. No, que dicen que la serpiente ahí vivía en ese refundidero. Una serpiente gigantesca, dicen que grande. ¿Sabe qué?, en un tronconsote así estaba enrollada ésa. El hombre ese quedó admirado. Se quedó admirado. No, que pasó. Pasó y dicen que fue a llamar a la demás gente.

Que los tiros que le tiraban no le hacían nada, rebotaba. La cascarita que tienen encima, un cuerito así como escama de pescado, esa, le rebotaban los tiros. Hasta que le pegaron un tiro así por aquí por la frente, dicen. Y la mataron. Y ahí le siguieron metiendo más tiros en la frente. Dicen que cuando se murió la empezaron a rajar. Le tomaron la foto así entera. Medía nosecuántos metros. Pos así fue eso. Dicen que sólo la abrieron y salió la cabeza del niño, las cabezas de ternero. Sólo la abrieron y salían cabezas de ternero. Y el niño que se había desaparecido, pues la serpiente se lo había comido y ahí salió la cabeza también. O sea que como que los mordía, pero la cabeza no, siempre quedaba. Y así.

Cazador de cosucos

La cacería fue después que salí de las vegas. Digamos que la cacería fue lo segundo. Lo del pescado, el tercero [trabajo]. Yo iba con mis amigos. Me cargaba mi escuadra 22 y agarraba 15 tiros. Una bolsa hormiguera. No, nada, no le pegábamos. Sacábamos el cargador y, según los tiros que carga uno, sacamos cartucho. Encontramos un cosuco, no sé cómo le dicen aquí. Pjjj, una bombita. En la mera cabeza le pegamos. Ya caía estirándose ahí. Lo agarramos de la cabecita y a rastras. Un cosucote grande. Sí se come. El cascarón si usté lo quiere poner de adorno. Aquí hay. Una vez iba pasando uno desos que le dicen puercoespín acá; esos se llaman erizos allá. Se tira y nos ladra pa’dentro de una cueva. Uuuuh, uuuuh “¿Qué es eso?”, digo yo. No, pos a meter los demás tiros. Sólo me quedaban como 20 tiros en la cajita. Alístese. Lo traía aquel animal corriendo. Cueva de fieras así.

Digamos, todo esto son peñas. Pero grandes peñotas así, pegadas. Aquí hay una cueva. Grandes arbolotes en las afueras de la cueva y aquí pa’rriba un poco de piedras. Y venían los perritos corriendo y nosotros pas, pjjj, disparando. Ellos eran los que cazaban y mordían y todo. Los perritos tranquilos se fueron buscando. Nada. Cuando se fue y que encuentran al erizo. Salió el perrito aullando con unas espinas que le aventó el animal. Y yo traía un pantalón así amarrado con una pita. Entonces así lo puse, así, pa’ que no me mordiera, deteniéndolo así, pa’ sacarle las espinas de los labios. Sólo gritaban. Ya se los sacamos a los dos perros. Y ya seguimos.

Donde pasaba por las montañitas, pa’ cortar en un lugar que le dicen El Zapote, llegamos, digamos que le dimos vuelta a la montaña. Sólo matamos ese cosuco y ese cuerpoespín [sic]. Ai la llevábamos cuando encontramos un chumelo. ¿Sabe qué es un chumelo? Es una colmena que tiene miel. Empezamos a escarbar y comer miel. Un gran hambre. No picaban esas abejas. Es inofensiva. Sólo se le enreda en el pelo a uno. Yo era el único chico y los demás eran grandes, de 18, de 20, así. Siempre me ha gustado la cazada [sic]. Si usted se deja dominar de otro, hasta la pueden llegar a matar en la montaña. Pero si sabían que andaba metiéndose en broncas... Como yo, yo casi nunca había agarrado un arma. Ya podía quebrar. Por eso ellos me buscaban a mí. Por eso me querían matar. Pasando un bejuco, llevábamos machetes y todo… ende [desde]esa vez ya no quisimos.

¿Usted casi nunca ha visto un perro cacerío [sic], que caza animales? Cuesta, cuesta agarrarlos.

Pos un día llevaba la escuadra yo, creo era un 22. “Alístense pa’l venado”. Los perros sabuesos, ladrando. Sonidos de los perros que venían. Dispara. ¡Pas! En la pura pierna. Nomás le pegué así en una pierna, cayó. Lo agarramos de las patas y vámonos. Era chiquitito así, ¿veáh? Yo le pegué en una pierna. “¿Quiere carne de venado?” Le llevé una pierna a la casa. Como estaba viviendo en otra casa, empezamos a comer allá, a hacer fiesta. Bien rica la carne de venado, nunca la había probado.

También un día andaba un tacuache [tlacuache], porque tenían gallinas ¿verdad? No, pos ora te vas a quedar cuidando las gallinas, porque era por turno. “Ta bien.” Todas las noches yo me iba a cazar. Qué suerte la mía, ¿veáh? Una cascabelota ahí arriba del palo. Ya había pasado el riachuelo. Apuntarle. Digamos sí le pegué un tiro, pero cayó al suelo, casi se me tira encima. Pero ya en el suelo le descargué los tiros. “¿Qué pasó?” “Mire, la gran cascabel”. “El cuerito está bien bueno”. “No, pues si quieren, llévenlo”. La agarraron, la empezaron a aliñar, le quitaron todo el cuerote. Salió un buen huarache de ahí.

Todos los días salía el señor a comprar hasta cinco cajas de tiros. Si nos íbamos al pueblo a vender carne de venado, nos metían presos. Era delito andar matando animales. Lo que íbamos a cazar era cosucos. Lo agarrábamos de la cabeza. “¡Cosucos!” “¿Cuánto?” “Unos cien por él”. Pesaba como unos 15 kilos. Como la carne de cosuco es cara, ¿sabe cuánto costó un cosuquito así, un cosuquito chiquitito? ¡Cien quetzales! ¿Se puede imaginar cien quetzales por un cosuquito? No, pos en la montaña sobra. Los perros los encontraban; los agarraba y los metía así padentro. Tiran arañazos. Si usté lo quiere agarrar, le quita los dedos de un arañazo.

Los tiros los pegaba en la cabeza para que se mueran ligerito. Y le quita el cascarón y se lleva a vender. Y llevábamos cosucos cada día. Y así decía: “El que venda más cosucos, le regalaba una caja de tiros”. O sea que usté cuando vaya a vender un cosuco, lo va a vender con todo y cascarón. Ya aliñadito y todo pero con todo y cascarón. El cascarón se lo quitan ellos y lo dejan de adorno. El que venda más, le regalan una caja de tiros. Una cajita, como 50 tiros. Vámonos. Era seguido. Sólo agarraba 15, pa’ tener la pistola cargadita. Tengo tiempo de no ir a la montaña. Si vuelvo, sí. Quién sabe si me reconocen y me pegan un tiro por andar ahí.

Travesuras de trabajo

En los trabajos pesados, como en las vegas, nos poníamos a botar los palos de las vegas, las matas, las arrancábamos y las tirábamos. Las matas de frijoles cuando teníamos grande pereza las íbamos dejando atrás. Las dejábamos pegadas ahí. Y llegaba mi abuelito y ¡zas! nos pegaba. Pos por eso siempre eran travesuras. Y también maíz para ir a robar otra vez en el de mi padrino. Porque nos tocaba la rebusca. No, pos doblábamos todas las matas, los puchos y ya llenábamos los costales y nos íbamos para la casa.

Mi papá agarraba pescados, iba a jugar con los demás, agarraba garrobos14, chiquipilas, unas que se parecen a las iguanas. Eso era picardía porque los agarraba, los dejaba ir, rompía los muros, sólo por agarrarlos; los dejaba ir.

En mi casa, irme a robar todos los frijoles. Cuando se iba mi familia, me iba a sacar, a llenar los platos de frijoles porque me quedaba con hambre, las tortillas tostaditas en la estufa. “¿Y quién se comió los frijoles?” “Ah, pues quién sabe, yo me fui a vagar”. Ya me los había comido [risas].

Porque siempre nos quedábamos con hambre. Es que nos daban muy poquito y pa’ comer bien partíamos la cebolla y le echábamos a los frijoles. Así. Como éramos pobres, sólo así por poquitos, por poquitos, para que ajustaran los frijoles. Pero yo me quedaba con hambre y me los comía. “Pues ahora no van a comer”, decía mi abuelita. Tenía los sacos ahí. Pero cuando no había frijoles, decía: “Que nadie se los vaya a comer”, porque teníamos que comer en la tarde. Pero cuando había, ahhh, llenaba los platos de frijoles.

O sea, estábamos haciendo los pescados, los íbamos poniendo en otro plato y no, pos sólo quedaban dos. “¿Quién se llevó los pescados?” Pos otros que andaban pescando más adelante. O sea que nosotros le hicimos una picardía también. Nosotros estábamos pescando y ellos estaban friendo. Pos nosotros les quitamos los pescados a escondidas. Ellos no nos quisieron pegar, pero nos hicieron lo mismo.

Cuando íbamos a la pesca con muchachas. Muchachas que les tocábamos las nalgas cuando íbamos a la pesca. Les agarrábamos las manos, les tiramos besos. Y ellas pescando. Se enojaban. Y le pegaban cachetadas a uno también. Ah, pero duelen. ¡Pensé que no dolían; pero duelen! ¡Pah! Sólo se queda uno sobándose las cachetadas, ¿pero qué se va a hacer? Pero nunca se me quita la maña, cuando vengo con otros, me dan carrilla. Que mira, que aquella morrita. “Adiós mis sules, adiós mi amor, cuídate”, sólo así, les tiramos besos, cosas así.

Sólo amigos, sólo amigos loqueros así. Pero con amigos que se fumaran mariguana así, no me dejaba mi abuelita. Como cuando una amiga, así amiga, me dijo que fuéramos al río a bañarnos nosotros dos. “¿Sólo nosotros dos?”, le digo yo. “No, pos sí, sólo nosotros dos”. “Y qué quieres que vaya yo al río a estas horas”. “No, pos vamos”, me dice. “No, no, no tengo ganas. En el río a estas horas sale la Ciguanaba”. “No, pos a mí no me importa. Me voy con otro”. Y se fue con otro. Yo tenía 13 y ella tenía como 15, más grande que yo.

Lo primero cuando lo hice fue cuando estaba en el trabajo y llegaron dos, pues las dos se fueron conmigo. Sí, las dos. Como era primera vez. Una decía: “Primero yo y después tú”, y así estaban, una y una, una y una. Pos no sé. Ellas lo habían hecho ya y yo no. Eran de familia millonaria. Digamos que yo era pobre y ellas… los papás eran de dinero. Más menores. Digamos yo tenía 13 años y ellas tenían como 12. Sí, sí me gustó.

Mire, como dice una canción: “Que dice un mexicano que le dijo a una india que estaba bien buenota, pues la india dijo “paparimi, nipirapa, naparapa, neperepe”. La india le había dicho ahí que el mexicano ver india buena, pegarle hijo, se va; mejor yo casar con un indio, que indio ser bueno, hacer choza, cazar, dormir ahí, tener unos niños. Si el indio comer cosa mala, yo también comer cosa mala. El indio la cuida pues ¿no?

La montaña azul

Usté sube esa montaña y se va a ver bonita, bonita. Usté llega ¡uuuh, qué bonita montaña! Yo nunca subí esa montaña. Dicen que hay frutas y todo adentro. Dicen que usté entra adentro, sí puede comer todo lo que hay, pero nunca puede agarrarlo. Porque si lo agarra y quiere traer pacá, nunca sale. Se queda ahí. Dicen que ahí esa montaña ya han pasado helicópteros y explotan arriba. Sí, es como encantada la montaña. Es en la frontera con Honduras. En esa montaña sólo puede comer adentro lo que haiga, pero no puede traer porque se queda para siempre. Sí se han perdido personas, se han perdido helicópteros, aviones.

En Honduras hay varias partes, como está el San Pedro y está el Ceiba que dicen. Y ahí en Ceiba dicen que hay un cerro que le dicen Pico de Navaja. Dicen que ese cerro una vez pasó un avión. Dicen que mejor prefiere dar la vuelta que pasar por en medio, porque si pasa ya no vuelve a salir el helicóptero ahí. Dicen que se han chupado aviones, cualquier cosa, dicen que bastantes cosas se han chupado. Y en ese Pico de Navaja hay varia gente que han [sic] ido. Es como un volcán. Es así como un pico de navaja. Y dicen que en un barranquito bajó una piedra que estuvo encendida como cinco días. Ella sola se apagó. Estaba echando humo de nuevo el volcán.

En las sierras, con los amigos

Siempre mi abuelita le gustaba atizar fuego. Nosotros íbamos a traer leña largo [lejos]. Y nosotros como éramos bien perezosos, nos tocaba bañarnos en el río, hacíamos cualquier cosa. Nos íbamos ligerito a traer el otro. Pues un día se llegó la noche, ¿veáh?, oscuro, oscuro; nomás se oía que cantaban los patos aucc, aucc. No, pero yo solito me da miedo. Yo caminaba más ligero que todos. Tenía que descansar, pero el gran miedo… me tocaba pararme en lo más oscuro. No. Pero volvía a sentir el miedo y seguía. Y luego ya cuando iba llegando a partes así, que casi no había árboles, estaba contento. Cuando apresto, se me paró algo enfrente. “No, ¿qué es eso?” No, pos visiones mías, que se me presentían así.

Y como en las lomas siempre asustan. Porque matan, se ahorcan y cualquier cosa. “¿Qué es eso?” No, pos no, yo seguía caminando enfrente de él y más miraba yo que se acercaba. Y pos ya cuando estaba cerquitas, cerré los ojos y seguí caminando y cuando ya acordé ya no estaba enfrente ni detrás. “Bueno y eso ¿qué era?”, digo yo. No, pos seguí caminando y llegué a la casa, y al otro día otra vez con mis amigos, no pos como yo era bien perezoso me quedaba a descansar. No, pos les conté a mis amigos lo mismo que me pasó. “No si a mí ya me ha pasado eso”, decían unos.

No, pos un día me contaron que pasaba una serpiente ahí, gigante. Que esa serpiente pasaba así para abajo, a comer vacas. Dicen que esa serpiente tira por las lomas, por todo los cerros se pasa y ella se pasaba, digamos que ella es de esos terrenos de ahí.

Porque los malos no los bendice Dios y a los buenos sí. Un día yo dejé mi cuerda así, pa’ pescar. Y ¡zas!, los demás metiendo y sacando pescados. No, pos bien triste yo. Con gran envidia y no sé cómo me estaba dando que aquellos sí estaban sacando y yo no. De repente me empezó a hacer la cuerda así. “Lo pica el pescado”. “No, dicen que aquí hay bastante serpiente”. “No, yo lo voy a sacar”. “Sáquelo pronto”. Se iba para allá, se iba para acá. Así estaba. No era una serpiente ni nada. Era un gran bagre, pero así semejante animalote, gran pescadote. Saber que Dios me lo puso ahí pa’ que me lo comiera. Los demás con envidia que me lo querían tirar. No, pos aunque me lo tiraran, como yo tenía la cuerda allá dentro, lo volví a sacar. “Quincho barrilete”, me decían. Ésa es la suerte de cada quien, digo yo. “Ta bien”. Agarré dos, pero como estaban grandototes, me conformaba yo. Pasaba el río por la sierra también.

¡Todos nosotros las picardías que hacíamos! Nos gustaba ir a robarnos chiles, tomates, cañas. Ahí en las barracas sembraban y todo. Nosotros de pícaros nos íbamos. No, pos a comer. Tomates, tortilla y sal, llevábamos todo listo, ya para comer allá. No, pos cada quien se iba a hacer sus cosas. “Si te agarran, no nos vayas a meter en tu bronca”. Para adentro. Por debajo nos arrastrábamos pa’ traer unos buenos tomates. A cortar chiles dulces. Cinco cañas. Llegaba el hombre, a esconderse arriba de la loma. “Ya te vi, sal de ahí”. Le decía que eso era de nosotros. “No”. Pero aquel hombre decía: “Están recién cortadas, ¿dónde pueden estar?” Le estoy contando de Honduras.

Nosotros llegamos, ya no había leña, nos tocó ir a los pocitos, pero mucho más larguísimo [muy lejos]. Eran cerros con cuevas. Si se quedaba usté solita, le daba miedo. En mero enfrente, ahí en la cueva, como que se le iba a aparecer algo. Más ligerito caminaba uno. Así fue. Seguí caminando, y seguí caminando hasta que por fin caminé ligero a una quebradita, la crucé y todo. Dicen que en esa quebradita sale la Ciguanaba, ahí. Y a las cinco… llegamos a la casa como a las 12 de la noche. Y llegamos a la casa con gran hambrota. Ya conoce el camino uno, aunque esté oscuro. Vamos todos con varas, tocando. Y donde hay río, shhhh, cae el agua, y se miran las piedras, así porque a través, se refleja el agua, y entonces se miran las piedras. Ahí le decían Florida y Copán.

En Guatemala, mis amigos… a uno le decían Toño, a uno le decían Peje, a otro le decían Óscar, a otro le decían Beto, a otro Fermín. Sólo ésos. Nos íbamos a traer la leña. Nos agarraba la noche porque comíamos, y estábamos bañándonos, ijjj, ¿qué no íbamos a hacer ahí? Llegábamos de noche. El que se quedaba atrás, se quedaba atrás. Pos un día me quedé atrás; yo al último.

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El Tigre

Una vez tuve un perro que le decían Tigre. Era el mejor amigo. Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre. Lo tuve dende [desde] chiquito. Un hombre no lo quería y mi padrastro lo regaló y no era de él. Lo regaló a un yerno de mi abuelita. Y llegando a la montaña, el perro así en una hamaca se tiró al río y ya no volvió. Yo, cuantas veces iba a la montaña, lo buscaba. Pos sí lo quería mucho.

El huracán Mitch15

Yo estaba en San Pedro Sula, parte de Honduras. Pues empezó así, dicen que era un tornado. El tornado se hizo tormenta. Y porque el tornado se hizo en un lugar que le dicen el Fifí, pues. Entonces dicen que se regó, así se hizo tormenta. Pues empezó a llover, a llover. Y un río que le dicen Chamalecón [Chamelecón], ese río empezó a crecer, y a crecer, y a crecer y a crecer. Entonces se empezó a llevar casas, vacas, marranos, toda clase de animales llevaba.

Y entonces los cerros que estaban así, se los derrumbaba. El puente se rajó. Y yo estaba con mi papá. También se estaba hundiendo. Ya iba por la mitad de agua. No, pos. Yo estaba adentro de la casa. Llegó [sic] batallones y toda la cosa a sacar la gente. Mi papá dijo: “Vamos al cerro Navasa pa’ que no nos lleve el río”. Y tenía dos neumáticos de carro grande, no, pues los infló, se hizo grande y dos tablas amarradas encima y ahí encaramó una señora que era prima de él y iba con él también. Cuando llegó, no, que ya se estaba hundiendo la casa; sólo arriba se miraba. Todo lo de adentro mojado. La tele arriba de las láminas y todo. No, pos llegamos. Ya nos metimos. Y ya, sólo eso. Luego nos fuimos y se acuerda los ríos que tienen cascadas que agarran gran rumbo cuando cae la cascada pa’bajo, pero con chorreras fuertes. No, pues pasaron.

Sí nos subimos a la lancha. Es que la señora llevaba varias hijas. La señora quiso ir a pie, entonces una chorrera la agarró y las hijas “¡mamáaa, mamáaa!, Chago, se va a morir”, decían. Mi papá se tiró. Sólo a mí me tocó detenerme de la balsa. Pos sólo yo. Ya me estaba llevando para debajo de la balsa. Ya tenía yo aquí el agua. Yo le gritaba a mi papá. Mi papá ya había sacado a la señora del remolino. No, pos me fue a ayudar mi papá. Y yo ya iba a soltar la cámara pa’ que se fuera. Yo puedo nadar, digo yo. Se ahogan éstos menos yo. No pos, llegó mi papá a tiempo. Y yo ya estaba debajo de la cámara. “¡Papá!” “¡Mi’jo se ahogó!” Ellas gritando: “¡Se ahogó, Nicho! ¡Se ahogó, Nicho!” No, pos yo por debajo de la cámara respirando. Porque la cámara tenía los hoyos así arriba. “¡Hijo, hijo!”, decía mi papá. Que quería que me buscara. “No, se ahogó Nicho, ¡vámonos!” “No, yo voy a buscar a mi hijo”.

Me llevó una chorrera. Y salgo. Y como podía nadar bien, salí nadando. “¡Ése es mi hijo, sal, sal de ahí de chorreras!”, decía mi papá. ¡Ah, pero me costó salir!. La chorrera de frente y yo, nadando. Se sienten durotas las manos. Pos cuando usté va pa’rriba así, así se va yendo ¿ve?, la chorrera lo va tirando pa’ la orilla cuando va nadando. Y llegué a la orilla, donde estaba mi papá. Estaba bajito, no había mucha agua. Seguimos. No, pos dijo: “Yo te voy a llevar de nuevo”, me dijo, “porque aquí te vas a ahogar tú”. “No, papá, yo me quiero quedar. Está chidote acá; aquí me gusta porque me puedo estar bañando a cada ratito”. Y es cierto, me estaba tirando a cada ratito al agua. Así, la calle. A mí me estaba gustando. No, me tiraba y me tiraba y me tiraba. En la balsa me gustaba que me anduviera y llegara a varias partes.

Los únicos que estaban ahí eran los pandilleros, robando. A sacar las teles. Los mataban. A mí me gustaba que fueran a sacar las teles. La gente también se reconocía, porque luego llegaban a las casas a ver qué tenían. No, y también se quedaban ahí cuidando arriba del techo. Todo esto se llena y arriba se encaraman. Nada, ni les pega el hambre, nomás de estar mirando todas las casitas hundidas pa’bajo. Ahí seguimos, pues. Al siguiente día llegó mi madrastra ahí. “¿Y Nicho?” “Se ahogó”. No, pos nada. “Se ahogó”. Yo me había montado en un camión porque mi papá me dijo que me fuera. “No, que pos se ahogó”.

¿Sabe quién llegó hasta Honduras? El presidente Clinton, a regalar cosas. No, pos llegó. Se llenó. Gran hambrota. Todos miramos aquel nivelito de agua. Y ya al siguiente día el nivelito ya. “¡Ayyy!, qué gran hambre”. Grrrr le hacían las tripas a uno. Cuando de repente, ahhhhh, en cinco carros, dos carros pa’llá y siguieron más pa’delante otros, llevaban unas cajotas llenas de comidas con platos. No, pos a comer todos. “Comida, comida”, decían unos morritos. No, pos los levanté así. Porque también todos tenemos necesidad. Los levanté. Ya les dieron un plato. Pues yo me había comido cinco platos ya. Agarraba uno, me lo comía y seguía a pedir el otro. Sí, se ahogaron bastaaantes. No, pues no, digo yo, “ya me voy”, ya llené barriga. “Barriga llena, corazón contento”, digo. Ya me fui pa’ la casa. Llevaba dos platos, porque sabía que mi papá iba a tener hambre. Al ratito que yo me fui, llegaron [sic] un carro lleno de ropa, regalando ropa y todo. Ni modo.

La casa quedó ahí, quedó pa’cá pero así, llenota de lodo. Nos fuimos. Cuando fuimos llegando a Guatemala, no, empezaron los temblores. Del Salvador, el terremoto. Yo miraba como se sacudían los palos de la luz. Echaban chispas porque pegaban uno al otro. ¡Tzzz! le hacían así, duro. No, pos nosotros corríamos. Fuimos a un lugar que le decían el lago de Yojoa; ahí está bien bonito.

El terremoto

Sólo íbamos llegando a Guatemala cuando empezó el terremoto. Fue así. Llegamos cuando empezaba. Rrrrr, sólo se oía así que movían los palos. No, pos ¡Ayyyy! gritando toda la gente. ¡Ayyy, ayaaaaay, todas las mujeres salían gritando pa’ la calle! No, pos de primero así, bien asustadotes. ¿Aquí qué pasa? Bien asustadote. Nunca había sentido uno de esos. No, pos ya nos fuimos. Y ya, a la hora de la hora, vámonos. No, que dicen que en El Salvador pasó un terremoto, que no sé qué, que no sé qué. Yo estaba en Puerto Barrios Izabal. Dios manda un castigo pa’ todo el país y matazón. En la casa sólo se cayeron las ollas, la tele, el frizer [refrigerador].

Rescatista

Unos quedaron enterrados ahí, creo. Sí vi gente muerta. También anduve ayudando a levantar vigas, las paredes así rompiéndolas pa’ sacar la gente. Yo sólo ayudé. Sólo saqué como cinco nada más. Después yo me fui pa’ mi casa. Sólo me temblaban los pies así, de nervioso. Cuando me pasa algo malo, como de espanto, sí sueño feo yo, pero así no. O que miro un muerto sin cabeza… eso sí me da miedo.

Grupos étnicos de Guatemala

La mayoría son chapines, pero le puedo decir. Esos indios no hacen nada, comen así como uno. Porque a mí me tocaba, en veces… me acuerdo que me perdí en una montaña. Ah, pos sólo veo humareda de una fogata. Un gran zanjonsote así. Y aquí estoy yo y del otro lado estaban los indios. En su carácter son como nosotros. Na’más que: “Atole-pa-tu-palo, atole-pa-tu-palo”. Ellos venden atole. Cuando anda vendiendo el pan, el indio también dice [aplaude dos veces], y usté le hace [aplaude una vez] “¿cuánto, cuánto el pan?” Las indias tienen, tienen y tienen y tienen hijos. Al año uno y al año el otro, y así están. Los indios son de monte.

Los negros viven más separados de los indios porque los negros casi sólo en el mar, en el mar, en el mar. O sea que los negros, si usté va a la orilla del mar, casi sólo negros va a ver. Sólo negros. Así, solamente gringas que van de vacaciones así al mar, a bañar, así. El carácter de los negros es familiar, porque si usté a un negro le pide un vaso de agua, se lo da. Pero si hay un negro que es malo, noo, ¡que se vaya! Así ya me ha tocado a mí, que andaba en el cayuco y si encontraba a alguien con agua, y negros eran, “no, que tú eres blanco, no te quiero dar agua”. Algunos no son malos también.

¿Los mestizos? Supongamos, así como ustedes, que son ciudadeños [sic], así. Como Puerto Barrios pues es una ciudad… na’más que en la orilla del mar son los negros.

Cristiano16

Fue una vez que mi papá me llevó a las iglesias. Una vez me fui a orar a la iglesia. Y orando en la iglesia, me hacía yo que estaba orando pero yo me había dormido ya. Y cuando desperté ya se estaban yendo todos. Y yo todavía diciendo que estaba orando ahí. Ya me fueron a dispertar [sic]. “No, Dionisio, que ¿por qué te duermes en el culto?” “Ah, papi, si se me mete el diablo ¿qué quiere que haga?”

Siempre cantaba los coritos. Y dice así: [A ritmo de corrido] “Y hoy les canto yo algo diferente, pa’ que esta gente sepa de Dios. Cristo venció al diablo y no fue por accidente. Que sepa el mundo que Cristo lo derrotó. Yo tengo que seguir yo preocupado, si un diablo viene y me hace creer que sólo estoy, con sus mentiras ya me tiene hasta mareado, pos nuevamente Cristo lo ha vencido hoy. Dirás que me ha vencido o dirás que me derrotaron, aunque me vean chiquito, tengo yo a Cristo a mi lado. Ay, ayayay no me vayas a asustar, ayayayay le pido a Cristo que te pueda derrotar, aunque me vean chiquito, tengo yo a Cristo a mi lado”. Tantán.

Le voy a cantar la del Monte Sinaí: “La gloria de Jehová cayó en el Sinaí. Aquel monte temblaba porque Dios estaba ahí; Dios estaba ahí, Dios estaba ahí; Aquel monte temblaba porque Dios estaba ahí. Y déjalo que se mueva, y déjalo que se mueva, y déjalo que se mueva dentro de mi corazón; eso es el Espíritu Santo, eso es el Espíritu Santo, aleluya, aleluya, aleluya gloria a Dios. La gloria de Jehová, cayó en el Sinaí, aquel monte temblaba porque Dios estaba ahí. Y déjalo que se mueva, y déjalo que se mueva, y déjalo que se mueva dentro de mi corazón; eso es el Espíritu Santo, eso es…” Ya me puse nervioso. Siempre me recordaba esa canción mi papá porque cuando decía “La gloria de Jehová cayó en el Sinaí”, mi papá me decía: “La Gloria tu mamá…” porque mi mamá se llama Gloria, ¿veáh? “La Gloria tu mamá, cayó en el Sinaí, aquel monte temblaba porque Dios estaba ahí”.

[A ritmo de corrido] “Yo me acuerdo de ti, cuanta vez yo he venido siempre en el triste tren, siempre me acuerdo de mi padre que me decía, ‘hijo mío no agarres las drogas porque te van a hacer muy mal y no quiero que vayas a agarrar siempre los vicios que me has agarrado. Aprende a mí que siempre soy un simple cristiano inocente, que siempre paso en mi trabajo y nunca salgo de mi casa. De mi casa al trabajo, del trabajo a la casa, sólo deso me mantengo, y también de la casa y la iglesia’”. Tuntún.

[A ritmo de ranchera] “Ayer me reclamaron por venir a verte, dicen que si vuelvo me va a salir la muerte. Eso sólo lo dicen por presumir, yo soy uno de los hombres que no temen nada. A mí no me asustan tipos lenguas largas, todo lo que dicen es por presumir; yo soy uno desos hombres que no temen nada y aunque he andado pobre no me sé rajar”. ¿Ah?

Sueños y pesadillas

Si usté va a una montaña tiene que irse cuidando porque siempre hay serpientes, pequeñas, pero sí se muere. Más bien no le miento, anoche estaba soñando yo una víbora. Ese sueño siempre... Pero a mí me mandaron a dar de comer a la víbora y que la víbora iba por debajo del agua, así, y sólo salió y que me picó, el pedazo de pellejo me lo arrancó. Que me llevaban para un hospital y que yo ya me estaba sintiendo no sé cómo, cuando de apresto fff y ya. Y que ya después ya no andaba nada ya. “¡Ah, cómo no me morí!”, que decía yo en el sueño y me miraba el pie con el hoyito ahí, así. Pero qué raro, ¿veáh? Yo he tenido varios sueños…

¿Le cuento de los sueños también? Uno. Recuerdo que mi abuelita, siempre cuando me tiré a la vagancia yo, mi abuelita me decía que me iba a meter preso si me iba de nuevo. Y que yo en mi sueño que soñaba, que andaba volando, fiuuu, salía volando cada ratito, y que había uno que podía volar y que me quería agarrar. Y mi abuelita le pagaba pa’ que me mataran, pa’ que ya no siguiera vagando. Y yo me agarraba los dedos así. Y que yo me metía a una casita y cerré todo y que el otro andaba volando y que llegó todo el ejército. “Entrega esa gente o explotamos la casa”, que decía en el sueño.

Y entonces que yo los agarré a los dos, como una ventana que está abierto [sic], salió volando; y que tiraban los cañones y salían los pedacitos volando. Los pedacitos de la casa. Y que los desbaratados, personas, aquí los llevaba yo. “Y qué, dije yo, usté lo pidió, ahora voy a matar a todos tus malditos que están acá”, le dije yo. “Y usté también se va a ir al hoyo también”, le dije yo. “¡Ah, disparen!” ¡Y que disparaban! Y yo brincando los árboles. No, que yo que brincaba así. Y que yo me paré a verlos, así como que se pelean otros, así. No, que estábamos peleando cuando dijo mi abuelita: “¡Que no los mates!” Y que de un solo mochón les volé las cabezas y que salí volando. Y ya.

No, que voy a descansar un poco. Que iba caminando una camioneta y me senté ahí. Y que la camioneta iba como para un cerro, así en la puntita, hay una vuelta que se miraba todo aplanadísimo, así. Que yo “no, qué buena distancia pa’ volar”, que dije yo. Y que me tiré volando. Y volando y volando y fíjese que no me acuerdo, algo sentía yo, que ya no podía volar. Y que iba volando así y que enfrente había un pantano, tronadotes así, y que alrededor grandes remolinos de lodo. Y que yo decía: “¡Ay, Diosito, ayúdame!”, que le decía yo. Y que ya iba topando, faltaba no sé tanto pa’ llegar a la orilla del pantano.

No que ya iba pegando al lodo pero ya estaba cerquita de la orilla cuando quedé a nosétantos, y aquí dos tornados… los remolinos de lodo. Y que yo le estaba haciendo así despacito en medio de los dos tornados. Y ya cuando estaba agarrándome de la orilla, que me agarró la pata un tornado y que “¡auxilio!” y que me agarraba, y se deslizaban mis dedos así. Y que ya cuando me llevaba, que ya no pude agarrar nada, yo sentí que me agarraron la mano y me jalaron. Y no vi quién fue y desperté. Pero sí fue largo el sueño, yo me acuerdo. Pero una gente, sólo vi la mano que me agarraba así y me jaló pa’ fuera. ¿Pos qué será que alguien tiene que andarme ayudando a mí? Porque en muchas partes, antes que me vayan a matar, siempre me pasa algo, una cosa así. Me salvan.

Me querían matar

A mí en Guatemala me iban a matar también. ¿Ya le conté de eso, ya? De unos que llevaban botas. Ya le conté ¿no? Así que fue así, mire. Yo estaba cuidando la casa a la orilla del mar. Y el hombre me prometió traerme cobijas, Plagatox para que no me comieran los zancudos. No, que yo de tonto me puse y que a la orilla del mar se oían las olas jshhhh, jshhh. Y que oía las olas pero me daba miedo. Que así cuando estaba durmiendo yo, pero ¡qué zancudero!, que le hacía yo y pin, pin, mataba hasta 20 así de una manada, a la orilla del mar. Ya para esto tam, tam, tam, se oía y me paro ligerito. Y yo agarro, porque tenía fierros así, yo. Fierros de sacar las tuercas, desarmadores, y agarré dos desarmadores en la mano. No, que empezaron a jalar muebles, “¿qué?”, “no, ¿pues qué vas a hacer?” Empezaron a jalar cajas de cheve y cajas de no sé qué y cajas de no sé lo otro. Ya después ya estaban bien tomadotes, venían ya jalando muebles, jalando lumbre y todo; un saco de mariguana que le dije yo que tenía. No, que me querían matar. Eso decían. Eso fue verdad. Fue a la orilla del mar. Sólo fue así, mire. Llegaron ellos y llevaban mariguana, el tipo de cosas así que se podían poner bien locos, y llevaban una gran escopeta. ¿Conoce las escuadras usté? Las escuadras que le dije yo. Así mire [la dibuja].

Compañeros de la Residencia Juvenil

Ellos no creen, por eso no les cuento nada. Yo les conté a ellos que mi abuelito le había salido una serpiente, pero la serpiente sólo lo volteó a ver y se siguió pa’ su charco de lodo. Pos ellos no creen. “Que sólo son charras [invenciones]” y que no sé qué. Entonces yo vine y les dije que si querían huir, pos también; si no, tampoco. O sea, ellos la exageran. Como yo tiré los dos del tren y dicen que maté no sé cuántos de la migra. Por eso no me gusta contarles nada.

Lo que quiere Dionisio

Quiero ir a Estados Unidos a ganar dólares. Si consigo una familia, sí me voy a estudiar y estudio y todo. Porque dicen que allá lo adoptan a uno también. Si me agarran, digo que soy mexicano. No, no tengo papeles mexicanos, pero aquí en la Residencia hay un amigo que él llegó a los Estados y tiene papeles mexicanos de 14 años. Tiene tres partidas de nacimiento repartidas: una de 21 años, una de 15 y una de 14. Él me va a regalar la de 14. Dice que me la va a vender. ¿Pero cómo voy a hacer dinero así metido? Esta ropa me la han regalado acá. Todo me lo han regalado acá, sólo mis compañeros.

En la escuela nomás aprendí “Mi mamá me mima” y “Memo ama a mi mamá”. Es que siempre me ha gustado y siempre he querido entrar a la escuela. Es que aquí, me podía quedar aquí en Torreón, pero solamente que alguien se haga cargo de mí, de cuidarme. O sea, como quien dice, si alguien me adopta, me dejan acá, y si no, no. Como quien dice, usté me quiere adoptar a mí, viene y saca papeles y ya. Y así. Nunca he tenido esa oportunidad ¿verdad?, de entrar a la escuela.

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1 Ciguanaba o cigua (voz indígena). En Honduras, mujer fabulosa con cara de caballo que se aparece a los trasnochadores; fantasma nocturno. Sér fantástico de las leyendas y cuentos. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra proviene del náhuatl cihuatl, mujer, y nahual, espanto, y se usa en El Salvador, Honduras y Nicaragua.

2 Genitales femeninos.

3 Moneda guatemalteca. Según el Banco de Guatemala, el quetzal se cotizó en 1999 –cuando Dionisio tenía 12 años– a 7.37 por cada dólar a la compra y 7.37 a la venta. Véase URL http://www.banguat.gob.gt/inc/ver.asp?id=/pim/pim02 [consultado el 5-VIII-2014.] El tipo de cambio oficial para el 8 de agosto de 2014 es de 7.82708. Véase URL http://www.banguat.gob.gt/cambio/ [consultado en misma fecha.]

4

Morrito es niño. El lenguaje de Dionisio revela su apropiación de algunos términos usados popularmente en la Comarca Lagunera.

5 Se refiere a los garífunas, con presencia en Guatemala, Honduras y Belice.

6 Puerto guatemalteco vecino a Puerto Barrios.

7 “De mojarra”, de mojado o ilegal.

8 Periódico El Siglo de Torreón.

9 Probablemente de la autoría del cantante puertorriqueño Víctor Manuelle. Fue la primera voz que susurró mi nombre/ fue la primera mano que rozó mi piel/ percibí su ternura aún estando en su vientre/ sabía que me amaba antes de nacer...” Se puede escuchar en YouTube.

10 Amapuchar(se): “ocultar, encubrir, disimular” (Diccionario de Americanismos, Real Academia Española).

11 En México, armadillo.

12 Socar o Zocar. Voz centroamericana que significa tener miedo o intensificar el esfuerzo (Diccionario de Americanismos, Real Academia Española).

13 Destusar. Quitar la tusa a la mazorca de maíz (Diccionario de Americanismos, Real Academia Española).

14

Garrobo. En Honduras, saurio de fuerte piel escamosa que vive en las proximidades de las casas de la costa.

15 El 31 de octubre de 1998, el huracán Mitch causó devastación y muerte en Honduras. Según cifras gubernamentales, el saldo fue cercano a los siete mil muertos, 12 mil 272 heridos, ocho mil desaparecidos y un millón 500 mil damnificados, además de cien mil personas sin atención médica, 28 hospitales dañados, 123 centros de salud inutilizados, 35 mil viviendas destruidas y 50 mil afectadas. El 20% del total de centros educativos dañado; la agricultura afectada en 70% y la red vial en 60% (Estado Nacional de la Infancia Hondureña 2007, UNICEF-Honduras, p. 87, en URL http://www.unicef.org/honduras/estadonacionalinfancia.pdf, consultado el 31-VII-2014.

16 En Honduras predomina la religión católica romana, seguida de los cultos cristianas e indígenas.