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park

Eleanor no acompañó a Park al baile de graduación.

Lo hizo Cat.

Cat, del trabajo. Era delgada y morena, con unos ojos tan azules y pequeños como pastillas de menta para el aliento. Cuando Park le cogió la mano, sintió lo mismo que si tomara la mano de un maniquí y experimentó tal alivio que la besó. Se quedó dormido la noche del baile, con sus pantalones de esmoquin y su camiseta de Fugazi.

Despertó a la mañana siguiente cuando algo ligero aterrizó en su pecho. Abrió los ojos. Su padre estaba allí de pie.

—El cartero —le dijo el hombre, casi con suavidad.

Park se llevó la mano al corazón.

Eleanor no le había escrito una carta.

Le había mandado una postal. «Saludos desde la tierra de los diez mil lagos», decía en el anverso. Park le dio la vuelta y reconoció la caligrafía desigual de Eleanor. Mil letras de canciones acudieron a su mente.

Park se sentó. Sonrió. Algo macizo y alado despegó volando de su pecho.

Eleanor no le había escrito una carta sino una postal.

De solo dos palabras.