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eleanor

te mojas pensando en mi?

Eleanor retiró la manta sucia y colocó al gato sobre la sábana. Saltó a la litera de abajo. Su cartera estaba junto a la puerta. Abrió la cremallera sin bajar de la cama y sacó la foto de Park del bolsillo lateral. Después de saltar al porche por la ventana, echó a correr calle abajo más deprisa de lo que había corrido nunca en clase de gimnasia.

No redujo la marcha hasta llegar a la siguiente manzana y solo porque no sabía adónde ir. Casi había llegado a casa de Park… No podía ir a casa de Park.

ábrete de piernas

—Eh, pelirroja.

Eleanor no se dio por aludida. Miró atrás. ¿Y si alguien la había oído salir? ¿Y si Richie la perseguía? Se metió en un jardín y se escondió detrás de un árbol.

—Eh, Eleanor.

Eleanor miró a su alrededor. Se encontraba delante de casa de Steve. La puerta del garaje estaba entornada, sujeta con un bate de béisbol para que no se cerrase del todo. Eleanor vio movimiento en el interior y a Tina, que se acercaba con una cerveza en la mano, en el camino de entrada.

—Eh —cuchicheó Tina.

Parecía tan asqueada de ver a Eleanor como siempre. Esta consideró la idea de echar a correr, pero le temblaban las piernas.

—Tu padrastro te estaba buscando —la informó Tina—. Se ha pasado la noche recorriendo el maldito barrio.

—¿Qué le has dicho? —le preguntó Eleanor.

¿La había delatado Tina? ¿Era así como Richie se había enterado?

—Le he preguntado si su polla era más grande que su camioneta —replicó Tina—. No le he dicho nada.

—¿No le has contado lo de Park?

La otra entornó los ojos. Luego negó con la cabeza.

—Pero alguien lo hará antes o después.

chúpamela

Eleanor volvió la vista hacia la calle. Tenía que esconderse. Tenía que alejarse de él.

—¿Y qué te ha pasado?

—Nada.

Unos faros iluminaron el cruce. Eleanor se llevó las manos a la cabeza.

—Vamos —le dijo Tina en un tono que Eleanor nunca había oído: preocupado—. Solo tienes que desaparecer hasta que se le pase.

Siguió a Tina por el camino y se acuclilló para entrar en el garaje en penumbra.

—¡Hombre! ¡Pero si es Dubble Bubble!

Steve estaba sentado en el sofá. Mikey también se encontraba allí, en el suelo, junto a una chica que Eleanor conocía del autobús. Sonaba música heavy, Black Sabbath, procedente de un coche bloqueado en medio del garaje.

—Siéntate —le dijo Tina señalando el otro extremo del sofá.

—Te has metido en un lío, Dubble Bubble —comentó Steve—. Tu padre te está buscando.

Steve sonreía de oreja a oreja. Su boca era tan alargada como la de un león.

—Es su padrastro —lo corrigió Tina.

—Tu padrastro —gritó Steve a la vez que lanzaba una lata a la otra punta del garaje—. ¿Tu puto padrastro? ¿Quieres que lo mate? De todas formas, pienso matar al de Tina. Me los podría cargar a los dos el mismo día. Dos por el precio de uno —prosiguió con una risilla tonta—. Compras uno y te llevas otro… gratis.

Tina abrió una lata de cerveza y se la puso a Eleanor en el regazo. Esta la cogió, pero solo por tener algo en la mano.

—Bebe —le ordenó Tina.

Eleanor, obediente, dio un trago. La cerveza sabía fuerte y amarga.

—Podríamos jugar a las monedas —bostezó Steve—. Eh, pelirroja, ¿tienes alguna moneda?

Eleanor negó con la cabeza.

Tina se acomodó en el brazo del sofá, junto a Steve, y encendió un cigarrillo.

—Teníamos dinero —dijo—. Lo hemos gastado en birras, ¿te acuerdas?

—Pero no eran monedas —replicó Steve—. Era un billete.

Tina cerró los ojos y sopló el humo en dirección al techo.

Eleanor también los cerró. Intentaba discurrir qué hacer a continuación, pero no se le ocurría nada. La canción de Black Sabbath terminó y empezó a sonar una de ACDC o de Led Zeppelin. Steve la cantó con una voz sorprendentemente dulce.

Hangman, hangman, turn your head a while

Al ritmo sordo de su propio corazón, Eleanor lo oyó cantar un tema tras otro. La cerveza se le calentó en la mano.

eres una puta hueles a coño

Eleanor se levantó.

—Tengo que salir de aquí.

—Tía —dijo Tina—, tranquilízate. Aquí no te va a encontrar. Seguramente ya está en el Rail. En media hora no se acordará ni de su nombre.

—No —replicó Eleanor—. Me va a matar.

Y era verdad, comprendió, aunque no llegara a hacerlo.

Tina adoptó una expresión implacable.

—¿Adónde vas a ir?

—Lo más lejos posible… Tengo que decírselo a Park.

park

Park no podía dormir.

Aquella noche, antes de volver al asiento delantero del Impala, Park había despojado a Eleanor de las muchas capas de ropa que la cubrían, incluido el sujetador. Luego la había tendido en la tapicería azul. Había creído tener delante una aparición, una sirena. Pálida como el hielo en la oscuridad, las pecas se concentraban en sus hombros y en sus mejillas como grumos de crema que emergen.

Su imagen. Eleanor aún resplandecía bajo los párpados de Park.

Sería una tortura constante ahora que conocía el brillo de su piel bajo la ropa; y el futuro cercano no incluía una próxima vez. Lo de aquella noche había sido pura potra, un golpe de suerte, un regalo…

—Park —oyó decir.

Park se incorporó y miró a su alrededor, despistado.

—Park.

Oyó unos golpes en la ventana. Park avanzó por la cama a rastras y apartó la cortina.

Era Steve. Detrás del cristal, sonriendo como un maniaco. Debía de haberse cogido de la cornisa. La cara de Steve desapareció y lo oyó aterrizar con fuerza en el suelo. Capullo. Su madre lo oiría.

Abrió la ventana rápidamente y se asomó. Justo cuando le iba a decir a su amigo que se marchara vio a Eleanor entre las sombras de la casa de Steve, junto a Tina.

¿La habían secuestrado?

¿Era una cerveza eso que Eleanor tenía en la mano?

eleanor

Nada más verla, Park salió por la ventana y quedó colgando a más de un metro del suelo; se iba a romper los tobillos. Eleanor ahogó un sollozo.

Él aterrizó en cuclillas como Spiderman y corrió hacia ella. Eleanor dejó caer la lata de cerveza al suelo.

—Mierda —dijo Tina—. De nada. Era la última birra.

—Eh, Park, ¿te he asustado? —le preguntó Steve—. ¿Te has creído que era Freddy Krueger? ¿Creías que te ibas a escapar de mí?

Park llegó a la altura de Eleanor y la aferró por los brazos.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Estás bien?

Ella se echó a llorar. Desconsoladamente. Se había sentido ella misma otra vez en cuanto Park la había tocado, y eso era terrible.

—¿Estás herida? —insistió Park a la vez que le cogía la mano.

—Un coche —susurró Tina. Sonó como una advertencia.

Eleanor arrastró a Park contra el garaje hasta que las luces se desvanecieron.

—¿Qué está pasando? —volvió a preguntar él.

—Será mejor que volvamos al garaje —propuso Tina.

park

Park llevaba desde primaria sin entrar en el garaje de Steve. Antes jugaban a futbolín allí. Ahora el Camaro ocupaba la estancia, encaramado sobre unos ladrillos. Había también un sofá contra la pared.

Steve se sentó a un extremo del sofá y se puso a liar un porro. Se lo pasó a Park, que rehusó con un gesto. El garaje apestaba a millones de canutos y cervezas. El Camaro se balanceaba un poco y Steve le dio una patada a la portezuela.

—Baja el ritmo, Mikey, que lo vas a tirar.

Park no concebía qué extraña cadena de acontecimientos podía haber llevado a Eleanor hasta allí; pero ella prácticamente lo había arrastrado al garaje y ahora se acurrucaba contra él. Park seguía pensando que quizás la hubieran secuestrado. ¿Tendría que pagar rescate?

—Háblame —dijo contra el cabello de Eleanor—. ¿Qué pasa?

—Su padrastro la está buscando —explicó Tina.

Se había sentado en el brazo del sofá con las piernas sobre el regazo de Steve. Cogió el porro que él le tendía.

—¿Es verdad eso? —le preguntó Park a Eleanor.

Ella asintió contra su pecho. No se despegaba de él lo suficiente para que Park pudiera verle la cara.

—Putos padrastros —exclamó Steve—. Son todos unos hijos de puta —estalló en carcajadas—. Eh, Mikey, ¿has oído eso? —volvió a patear el Camaro—. ¿Mikey?

—Tengo que irme —susurró Eleanor.

Gracias a Dios. Park se apartó y la cogió de la mano.

—Eh, Steve, nos vamos a mi casa.

—Ve con cuidado, tío, va de acá para allá en esa Micro Machine color mierda.

Park se agachó para cruzar la puerta del garaje. Eleanor se detuvo tras él.

—Gracias —la oyó decir.

Park habría jurado que se lo decía a Tina.

La noche se estaba volviendo más y más rara por momentos.

Park guio a Eleanor por el jardín trasero de su casa y luego por detrás de la casa de sus abuelos pasado el rincón junto al garaje donde se besaban antes de despedirse.

Cuando llegaron a la autocaravana, Park abrió la puerta de malla.

—Entra —le dijo—. Siempre está abierta.

Josh y él jugaban allí cuando eran pequeños. Parecía una casa en miniatura, con su cama a un extremo y la cocina al otro. Incluso tenía cocina y nevera, muy pequeñas. Park llevaba bastante tiempo sin entrar en la autocaravana; allí dentro no podía estar de pie sin golpearse la cabeza contra el techo.

Había una mesa del tamaño de un tablero de ajedrez sujeta contra la pared, con dos asientos a ambos lados. Park se sentó en uno e hizo sentar a Eleanor en el otro. Le cogió las dos manos. Ella tenía la palma derecha manchada de sangre, pero no parecía que le doliese.

—Eleanor —volvió a decir—. ¿Qué te pasa?

Su tono era de súplica.

—Tengo que marcharme —dijo ella. Miraba al frente como si acabara de ver un fantasma. O como si ella fuera un espectro.

—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Tiene que ver con lo de esta noche?

En la mente de Park, todo guardaba relación con lo sucedido aquella noche, como si nada tan bueno y tan malo pudiera suceder en un mismo día a menos que estuviera relacionado. Fuera lo que fuese.

—No —repuso ella frotándose los ojos—. No, no tiene nada que ver con nosotros. Bueno…

La mirada de Eleanor se clavó en la ventanilla de la autocaravana.

—¿Por qué te busca tu padrastro?

—Porque se ha enterado. Porque me he escapado.

—¿Por qué?

—Porque lo sabe —se le quebró la voz—. Porque es él.

—¿Qué?

—Maldita sea, no debería haber venido —se desesperó Eleanor—. Estoy empeorando las cosas. Lo siento.

Park quería sacudirla, arrancarla de aquel estado; lo que decía no tenía ni pies ni cabeza. Hacía un par de horas, todo era perfecto entre ellos y ahora… Park tenía que volver a casa. Su madre aún estaba levantada y su padre llegaría en cualquier momento.

Se inclinó sobre la mesa y cogió a Eleanor por los hombros.

—¿No podríamos empezar de cero? —susurró—. Por favor. No sé de qué estás hablando.

Eleanor cerró los ojos y asintió con debilidad.

Empezó de cero.

Se lo contó todo.

Y las manos de Park comenzaron a temblar antes de que llegara a la mitad del relato.

—A lo mejor no te hace nada —dijo Park, con la esperanza de que fuera verdad—. Puede que solo quiera asustarte. Ven.

Intentó enjugar las lágrimas de Eleanor con la manga.

—No —replicó ella—. Tú no lo entiendes. Tú no sabes… cómo me mira.