park
Los padres de Park casi nunca se peleaban y cuando lo hacían siempre era por algo relacionado con Josh o con él. Llevaban más de una hora discutiendo en el dormitorio. Cuando llegó el momento de ir a comer a casa de la abuela, la madre de Park salió y les dijo a los chicos que se fueran sin ella.
—Decid a abuela que tengo dolor de cabeza.
—¿Qué has hecho? —le preguntó Josh a Park mientras cruzaban el jardín delantero.
—Nada —repuso Park—. ¿Qué has hecho tú?
—Nada. Has sido tú. Cuando he ido al baño, he oído a mamá decir tu nombre.
Park no había hecho nada. No desde lo del lápiz de ojos; un tema que no estaba muerto, pero sí de capa caída. A lo mejor sus padres sabían algo de lo de ayer…
De todas formas, aunque así fuera, Park tampoco había hecho nada que tuviera prohibido. Su madre ni siquiera hablaba con él de esos temas. Y su padre no había dicho nada más que «Mientras no dejes a nadie embarazada…» desde que le diera aquella charla sobre sexualidad cuando Park iba a quinto. (Se la dio a Josh al mismo tiempo, algo que a Park le pareció insultante).
En cualquier caso, no habían llegado tan lejos. No le había tocado nada que no se pudiera mostrar en televisión. Aunque no le faltaron ganas.
Ojalá lo hubiera hecho. Pasarían meses antes de que volvieran a estar solos.
eleanor
El lunes por la mañana, antes de clase, Eleanor acudió al despacho de la señora Dunne, que le entregó un nuevo candado de combinación. Era rosa fucsia.
—Hemos hablado con unas cuantas alumnas de tu clase —le explicó la orientadora—, pero se han hecho las tontas. Llegaremos al fondo de esto, te lo prometo.
No hay fondo, pensó Eleanor. Solo Tina.
—No pasa nada —le dijo a la señora Dunne—. Da igual.
Cuando Eleanor había subido al autobús a primera hora, Tina la estaba mirando con la punta de la lengua en el labio superior, como esperando que a Eleanor le diera un telele… o comprobando si llevaba puesta alguna prenda de las que le habían tirado al retrete. Por suerte, Park estaba allí mismo, prácticamente obligando a Eleanor a sentarse en su regazo. No le costó nada hacer caso omiso de Tina y de todos los demás. Park estaba muy mono aquel día. En vez de la típica camiseta negra de algún grupo siniestro llevaba una camisa verde con una inscripción que decía: «Bésame, soy irlandés».
Park la acompañó al despacho de los orientadores y le dijo que, si alguien volvía a quitarle la ropa, acudiera a él de inmediato.
Nadie lo hizo.
Un compañero ya les había contado a Beebi y a DeNice lo sucedido. Eso quería decir que el instituto entero estaba al corriente. Ellas prometieron que nunca más dejarían sola a Eleanor a la hora de comer, al cuerno los nachos.
—Esas guarras han de saber que tienes amigas —declaró DeNice.
—Ajá —asintió Beebi.
park
Cuando Park y Eleanor salieron del instituto el lunes por la tarde, la madre de Park estaba esperando en el Impala.
—Hola, Eleanor, lo siento pero Park tiene recado que hacer. Te vemos mañana, ¿vale?
—Claro —repuso ella. Miró a Park, que le apretó la mano antes de alejarse.
Él subió al coche.
—Venga, venga —lo apremió su madre—. ¿Por qué haces todo tan despacio? Toma —le tendió un folleto. Manual del conductor del Estado de Nebraska—. Examen de prácticas por fin —dijo—. Pon tu cinturón.
—¿Adónde vamos? —preguntó Park.
—A sacar tu carné de conducir, bobo.
—¿Papá lo sabe?
Cuando conducía, la madre de Park se sentaba sobre un cojín y aferraba con fuerza el volante.
—Lo sabe, pero tú no dices nada, ¿vale? Es cosa nuestra, tuya y mía. Ahora, mira examen. No es difícil. Yo aprobé en primer intento.
Park hojeó las últimas páginas del folleto y miró el examen de prácticas. Se había estudiado todo el manual de cabo a rabo cuando había cumplido los quince y lo habían autorizado a que hiciera prácticas.
—¿Papá se va a enfadar conmigo?
—¿Qué he dicho?
—Que es cosa nuestra.
—Tuya y mía —insistió su madre.
Park pasó el examen a la primera. Incluso aparcó el Impala en paralelo, que era como aparcar un Destructor Estelar. Su madre se secó las pestañas con un pañuelo de papel cuando le hicieron la foto.
Lo dejó conducir hasta casa.
—Y si no se lo decimos a papá —preguntó Park—, ¿nunca podré coger el coche?
Quería llevar a Eleanor a alguna parte. A cualquier parte.
—Yo hablo con él —replicó la mujer—. Ahora, tienes tu carné por si necesitas. Por si hay emergencia.
A Park le pareció una excusa muy pobre. En dieciséis años, no había tenido ni una sola emergencia en la que echase un coche en falta.
Al día siguiente, en el autobús, Eleanor le preguntó a qué venía tanto misterio, y Park le tendió su carné.
—¿Qué? —exclamó Eleanor—. ¡Pero mira esto!
No quería devolvérselo.
—No tengo ninguna foto tuya —dijo.
—Te daré otra —prometió Park.
—¿Sí? ¿De verdad?
—Te daré una de las fotos del instituto. Mi madre tiene montones.
—Tendrás que escribir algo en el dorso —exigió Eleanor.
—¿Como qué?
—Como: «Pst, Eleanor, TQCUH, sigue tan mona, BSS, Park».
—Pero yo no TQ como una hermana —protestó él—. Y tú no eres tan mona.
—Soy mona —replicó ella en tono ofendido, sin dejarle coger el carné.
—No… Tienes muchas otras cualidades —objetó él, quitándoselo por fin—, pero no eres mona.
—¿Ahora viene cuando tú me dices que soy una sinvergüenza y yo te digo que por eso te gusto? Porque eso ya lo habíamos superado. Yo soy Han Solo.
—Voy a escribir: «Para Eleanor, te quiero, Park».
—¡No, no escribas eso! ¿Y si mi madre la encuentra?
eleanor
Park le regaló una foto escolar. Se la había hecho en octubre, pero ahora ya tenía otro aspecto. Mayor. Al final, Eleanor no le dejó que escribiera nada en el dorso porque no quería que la estropease.
Después de cenar (pastel de carne), se habían metido en el cuarto de Park y ahora se las arreglaban para robarse algún que otro beso mientras miraban viejas fotos de Park. Viendo a Park de pequeño aún le entraban más ganas de besarlo. (Sonaba mal, pero qué más daba. Mientras no le diera por besar a niños de verdad, Eleanor no pensaba preocuparse).
Cuando Park le pidió a ella una foto, Eleanor se alegró de no tener ninguna para darle.
—Te haremos una.
—Mmm… vale.
—Bien, genial, iré a buscar la cámara de mi madre.
—¿Ahora?
—¿Por qué no?
Eleanor no supo qué contestar.
A la madre de Park le encantó la idea de hacerle una foto. Requería una Sesión de Maquillaje, segunda parte. Gracias a Dios, Park se opuso en redondo, diciendo:
—Mamá, quiero una foto en la que Eleanor parezca ella misma.
La mujer insistió en hacerles una foto juntos también y a Park no le importó. La rodeó con el brazo.
—¿No sería mejor esperar? —preguntó Eleanor—. ¿A que lleguen las vacaciones o una gran ocasión?
—Quiero recordar esta noche.
Qué bobo era.
Eleanor debía de parecer muy contenta cuando llegó a casa porque su madre la siguió al fondo de la casa como si se oliera algo. (La felicidad olía igual que la casa de Park. A aceite hidratante Avon y a los cuatro grupos alimentarios).
—¿Te vas a bañar? —le preguntó.
—Ajá.
—Vigilaré la puerta.
Eleanor dejó correr el agua caliente y se metió en la bañera vacía. Hacía tanto frío junto a la puerta trasera que el agua se enfriaba antes incluso de que la bañera estuviera llena. Eleanor se bañaba tan deprisa que para entonces, normalmente, ya había terminado.
—El otro día me encontré con Eileen Benson en la tienda —le dijo su madre—. ¿Te acuerdas de ella? ¿De la iglesia?
—No —respondió Eleanor. Su familia llevaba tres años sin ir a la iglesia.
—Tiene una hija de tu edad. Tracy.
—Puede ser…
—Bueno, pues está embarazada —prosiguió la mujer—. Eileen está destrozada. Por lo visto Tracy se lio con un chico de su barrio, un chaval negro. El marido de Eileen está furioso.
—No los recuerdo —dijo Eleanor. Casi había agua suficiente para lavarse el pelo.
—Bueno, mientras la escuchaba me he dado cuenta de la suerte que tengo.
—¿Porque no te liaste con un chaval negro?
—No —repuso su madre—. Hablo de ti. Tengo suerte de que tú seas más lista.
—No soy más lista —replicó Eleanor.
Se secó el pelo rápidamente y se cubrió con una toalla mientras se vestía.
—Te mantienes alejada de ellos. Eso es ser lista.
Eleanor quitó el tapón de la bañera y recogió la ropa sucia con cuidado. Llevaba la foto de Park en el bolsillo trasero y no quería que se le mojara. La mujer seguía de pie junto a los fogones, mirándola.
—Más lista que yo —continuó—. Y más valiente. Yo no he estado sola ni una vez desde secundaria.
Eleanor abrazó los vaqueros sucios.
—Hablas como si hubiera dos tipos de chicas —observó—. Las listas y las que tienen éxito con los chicos.
—No andas muy desencaminada —repuso su madre, que intentó posar la mano en el hombro de Eleanor. Ella retrocedió un paso—. Ya lo verás —añadió—. Ya verás cuando seas mayor.
Ambas oyeron la camioneta de Richie, que aparcaba en la entrada.
Eleanor empujó a su madre a un lado y corrió a su habitación. Ben y Mouse se deslizaron tras ella.
A Eleanor no se le ocurría un lugar lo bastante seguro para guardar la foto de Park, así que la metió en la cartera del instituto. Después de mirarla una y otra y otra vez.