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eleanor

Eleanor sopesó sus opciones:

Estaba sentada en las escaleras de cemento que precedían a la entrada del instituto, mirando la fila de autobuses amarillos. El suyo estaba allí mismo. Número 666.

Aunque Eleanor evitara coger el autobús aquel día, aunque un hada madrina apareciera con una carroza de calabaza, de todos modos tendría que encontrar la manera de llegar al instituto por la mañana.

Y estaba claro que la secta satánica no se iba a despertar con el pie derecho al día siguiente. En serio. A Eleanor no le habría sorprendido que las cabezas les empezaran a dar vueltas la próxima vez que los viera. En cuanto a aquella chica rubia de los asientos del fondo, la de la cazadora lavada al ácido… Habría jurado que tenía cuernos debajo del flequillo. Seguro que su novio era miembro de los Nefilim.

La rubia —y todos los demás en realidad— habían detestado a Eleanor antes de verla siquiera. Como si se la tuvieran jurada de una vida anterior.

Eleanor no sabría decir si el chico asiático que al final le había dejado sentarse era uno más o sencillamente un cretino integral. (Pero no cretino lo que se dice cretino, puesto que asistía con Eleanor a dos clases avanzadas).

La madre de Eleanor se había empeñado en matricularla en varias clases avanzadas en el nuevo centro. Casi le da un ataque cuando vio sus notas de tercero. Eran pésimas. «No entiendo de qué se sorprende, señora Douglas», le había dicho el orientador. Ja, había pensado Eleanor. Alucinarías con las cosas que sorprenden a mi madre a estas alturas.

Daba igual. Eleanor podía dedicarse a mirar por la ventana tanto en las clases avanzadas como en cualquier otra. Al fin y al cabo, había ventanas en todas las aulas, ¿no?

Eso si alguna vez volvía a aquel instituto.

Y si antes conseguía llegar a casa.

De todas formas, no le podía contar a su madre el problema del autobús, porque esta ya le había dicho que no hacía falta que cogiera el transporte escolar. La noche anterior, mientras la ayudaba a deshacer el equipaje…

—Richie ha dicho que te llevará al instituto de camino al trabajo —le había comentado su madre.

—¿Y dónde piensa meterme? ¿En la caja de la camioneta?

—Quiere llevarse bien contigo, Eleanor. Y me has prometido que tú también harías un esfuerzo.

—Prefiero llevarme bien con él a distancia.

—Le he dicho que estás dispuesta a formar parte de esta familia.

—Ya soy parte de esta familia. Aunque sea un miembro de segunda clase.

—Eleanor —la reprendió su madre—. Por favor.

—Cogeré el autobús —había respondido ella—. No es para tanto. Haré amigos.

Ja, ja, ja, pensaba Eleanor ahora. Tres espeluznantes carcajadas.

El autobús estaba a punto de partir. Unos cuantos vehículos habían arrancado ya. Alguien bajó corriendo las escaleras y, sin querer, le dio una patada a la mochila de Eleanor al pasar. Ella apartó la bolsa y se dispuso a disculparse… pero descubrió que quien había tropezado con ella era el cretino del asiático. Él frunció el ceño al reconocerla. Eleanor le hizo una mueca y el otro salió corriendo.

En fin, pensó Eleanor. Los chicos del infierno no pasarán hambre por mi culpa.