13

eleanor

A la mañana siguiente Eleanor se puso ropa limpia y se llevó los libros consigo. Había tenido que lavar los vaqueros a mano la víspera, así que estaban aún un poco húmedos… Pero en conjunto se sentía mil veces mejor que el día anterior. Incluso se arregló un poco el pelo. Se hizo un moño y lo sujetó con una goma. Vería las estrellas cuando la retirase pero el peinado se mantendría en su sitio.

Y lo que era aún mejor: tenía las canciones de Park en la cabeza; también en el pecho, por decirlo de algún modo.

La música que Park le había grabado poseía una cualidad especial. Sonaba distinta. O sea, te dejaba como sin aliento. Había algo emocionante en ella y también enérgico. Cuando la escuchaba, Eleanor tenía la sensación de que todo, el mundo entero, no era como ella había creído hasta entonces. Y eso era bueno. Eso era genial.

Cuando cogió el autobús por la mañana enseguida alzó la vista buscando a Park. Él también miraba hacia arriba, como si la estuviera esperando. Eleanor no pudo evitarlo; sonrió. Solo un instante.

Nada más sentarse, se hundió cuanto pudo en el asiento por si los malditos bellacos del fondo advertían lo contenta que estaba por la posición de su coronilla o algo así.

Notaba la presencia de Park en su propia piel, aunque los separaba un mínimo de quince centímetros.

Eleanor le tendió los cómics y se toqueteó nerviosa la cinta verde que llevaba enrollada a la muñeca. No se le ocurría nada que decir. ¿Y si no era capaz de decir nada? ¿Y si no se atrevía a darle las gracias siquiera?

Park tenía las manos inmóviles sobre el regazo. Inmóviles y perfectas. De color miel, las uñas rosadas y limpias. Todo en él era grácil y fuerte. No movía ni un dedo sin motivo.

Estaban a punto de llegar al instituto cuando él rompió el silencio.

—¿La has oído?

Alzando la vista solo hasta la altura de los hombros del chico, Eleanor asintió.

—¿Te ha gustado? —preguntó Park.

Ella puso los ojos en blanco.

—Oh, por favor. Es… no sé… —abrió las manos— alucinante.

—¿Lo dices con sarcasmo? No lo tengo claro.

Eleanor lo miró a los ojos, aunque sabía perfectamente cómo se iba a sentir: como si le abrieran el pecho para arrancarle las entrañas.

—No. Es alucinante. La estuve oyendo durante horas. Esa canción… ¿«Love Will Tear Us Apart»?

—Sí, Joy Division.

—Qué fuerte, es el mejor principio de canción del mundo.

Él imitó el sonido de la guitarra y la batería.

—Sí, sí, sí —se emocionó Eleanor—. Me pasaría la vida escuchando esos tres segundos.

—Podrías hacerlo.

Los ojos de Park sonreían, la boca solo a medias.

—No quería gastar las pilas —dijo ella.

Él negó con la cabeza, como si Eleanor fuera boba.

—Además —añadió Eleanor—, también me encanta todo lo demás, la parte aguda, la melodía, el naa, naa-ni-naa, ni-naa, naa, ni-naa.

Park asintió.

—Y la voz de la última parte —continuó ella— cuando canta un pelo demasiado agudo. Y luego muy al final, cuando la batería suena como enfadada, como si no quisiera que la canción terminase…

Park imitó el sonido de la batería:

—Ta-ta-ta, ta-ta-ta.

—Me entran ganas de romper esa canción en pedacitos —dijo Eleanor— y disfrutar de ellos hasta reventar.

El comentario hizo reír a Park.

—¿Y qué me dices de los Smiths? —preguntó.

—No sabía qué canciones eran suyas —se disculpó Eleanor.

—Te escribiré los títulos.

—Me gusta todo.

—Bien —repuso él.

—Me encanta.

Él sonrió, pero desvió la vista hacia la ventanilla. Eleanor bajó la mirada.

El autocar entraba ya en el aparcamiento. Eleanor no quería que aquella relación recién instaurada —una charla de verdad, con preguntas, respuestas y sonrisas— llegase a su fin.

—Y… —se apresuró a decir—, me encanta La patrulla X. Pero odio a Cíclope.

Park echó la cabeza hacia atrás.

—No puedes odiar a Cíclope. Es el capitán.

—Es aburrido. Aún peor que Batman.

—¿Qué? ¿No te gusta Batman?

—Por favor. Es un muermo. No consigo leerlo ni aunque me esfuerce. Siempre que traes un cómic de Batman, me sorprendo a mí misma escuchando a Steve, mirando por la ventanilla o deseando con todas mis fuerzas entrar en estado de hibernación.

El autobús se detuvo.

—Ya —caviló Park a la vez que se levantaba. Lo dijo en un tono muy crítico.

—¿Qué?

—Ahora ya sé qué piensas cuando miras por la ventanilla.

—No, no lo sabes —replicó ella—. Pienso en varias cosas.

La gente ya avanzaba por el pasillo hacia la puerta. Eleanor se levantó también.

—Te traeré El regreso del caballero oscuro —dijo Park.

—¿Y eso qué es?

—La historia de Batman menos aburrida del mundo.

—La historia de Batman menos aburrida del mundo, ¿eh? ¿Qué pasa?, ¿es que esta vez Batman levanta las dos cejas?

Park volvió a reír. La cara le cambiaba totalmente cuando sonreía. No tenía hoyuelos exactamente, pero se le hacían dos pliegues en las mejillas y sus ojos desaparecían casi por completo.

—Espera y verás —dijo él.

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Aquella mañana, en clase de literatura, Park advirtió que el pelo de Eleanor se transformaba en una suave pelusa roja en la zona de la nuca.

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Aquella tarde, en clase de historia, Eleanor reparó en que Park mordisqueaba el lápiz para concentrarse. Y en que la chica que tenía detrás (cómo se llama, Kim, la de las tetas grandes y la bolsa Esprit de color naranja) estaba colada por él.

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Aquella noche, Park grabó una y otra vez la canción de Joy Division en una cinta.

Sacó las pilas de todos sus videojuegos portátiles y de los coches de control remoto de Josh. Luego llamó a su abuela para decirle que, como regalo de cumpleaños, en noviembre, solo quería pilas de larga duración.