El centinela que hacía guardia al pie de la escalera dormía con la cabeza apoyada en la barandilla.
—Pobre Cartrell —susurró Lucas cuando nos deslizamos junto al hombre, que roncaba ruidosamente—. Creo que no conseguirá llegar a adepto si sigue bebiendo de ese modo… Pero, en fin, tanto mejor para nosotros. ¡Ven, rápido!
Yo ya me había quedado sin aliento, porque habíamos tenido que hacer el camino desde el café hasta la casa a paso de carrera. Kenneth de Villiers y su hermana nos habían retenido una eternidad con su charla; habíamos estado hablando con ellos durante horas sobre la vida en el campo en general y en Gloucestershire en particular (yo había aportado un par de bonitas anécdotas sobre mi prima Madeleine y una oveja llamada Clarisse), sobre el caso Parker (del que solo entendí que mi abuelo lo había ganado), sobre el pequeño sucesor al trono Charles, que era una monada (¿de verdad habían dicho eso?), y sobre todas las películas de Grace Kelly y su boda con un príncipe monegasco. De vez en cuando tosía y trataba de llevar la conversación hacia los devastadores efectos del tabaco sobre la sa lud, pero mis intentos no fueron bien acogidos.
Cuando por fin pudimos dejar el café, era tan tarde que ni si quiera tuve tiempo de buscar los lavabos, aunque llevaba un litro de té en la vejiga.
—Tres minutos solamente —dijo Lucas jadeando mientras corríamos por los pasillos del sótano—. Y aún hay una infinidad de cosas que quería decirte.
Tenía que venir mi jefe, que es como un grano en el culo…
—No sabía que trabajaras para un De Villiers —dije—. Al fin y al cabo tú eres el futuro lord Montrose, miembro de la Cámara de los Lores.
—Sí —replicó Lucas malhumorado—, pero hasta que no pueda entrar en posesión de la herencia de mi padre, tengo que mantener a mi familia.
Sencillamente se presentó este trabajo… No importa, escucha: todo lo que el conde de Saint Germain dejó a los Vigilantes, los llamados Escritos secretos, las cartas, las Crónicas, todas esas cosas fueron censuradas previamente por él. Los Vigilantes solo saben lo que Saint Germain quiso que supieran, y todas las informaciones apuntan a un objetivo: que las generaciones venideras hagan lo que esté en su mano para cerrar el Círculo. Pero ninguno de los Vigilantes conoce el secreto completo.
—Pero ¿tú lo conoces? —exclamé.
—¡Chissst! No hables tan fuerte. No. Yo tampoco lo conozco.
Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.
—Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. —Lucas miró su reloj—. ¡Maldita sea!
Cuando por fin pudimos dejar el café, era tan tarde que ni si quiera tuve tiempo de buscar los lavabos, aunque llevaba un litro de té en la vejiga.
—Tres minutos solamente —dijo Lucas jadeando mientras corríamos por los pasillos del sótano—. Y aún hay una infinidad de cosas que quería decirte.
Tenía que venir mi jefe, que es como un grano en el culo…
—No sabía que trabajaras para un De Villiers —dije—. Al fin y al cabo tú eres el futuro lord Montrose, miembro de la Cámara de los Lores.
—Sí —replicó Lucas malhumorado—, pero hasta que no pueda entrar en posesión de la herencia de mi padre, tengo que mantener a mi familia.
Sencillamente se presentó este trabajo… No importa, escucha: todo lo que el conde de Saint Germain dejó a los Vigilantes, los llamados Escritos secretos, las cartas, las Crónicas, todas esas cosas fueron censuradas previamente por él. Los Vigilantes solo saben lo que Saint Germain quiso que supieran, y todas las informaciones apuntan a un objetivo: que las generaciones venideras hagan lo que esté en su mano para cerrar el Círculo. Pero ninguno de los Vigilantes conoce el secreto completo.
—Pero ¿tú lo conoces? —exclamé.
—¡Chissst! No hables tan fuerte. No. Yo tampoco lo conozco.
Corriendo, doblamos la última esquina, y abrí apresuradamente la puerta del antiguo laboratorio de alquimia. Mis cosas estaban sobre la mesa, tal como las había dejado.
—Pero Lucy y Paul sí que conocen el secreto, estoy convencido. La última vez que nos vimos estaban a punto de encontrar los documentos. —Lucas miró su reloj—. ¡Maldita sea! ¡Sigue! —le apremié al tiempo que cogía la cartera y la linterna de bolsillo. Y en el último instante recordé que aún tenía que devolverle la llave. La conocida sensación de vértigo ya empezaba a atenazar mi estómago—. ¡Y, por favor, aféitate el bigote, abuelo!
—El conde tenía enemigos que en las Crónicas solo se mencionan de forma marginal —dijo Lucas a toda velocidad—. Sobre todo había una antigua organización secreta próxima a la iglesia, llamada la Alianza Florentina, que le tenía en su punto de mira. En 1745, el año de fundación de la logia aquí en Londres, esa organización se hizo con documentos de la herencia del conde de Saint Germain… ¿Crees que el bigote me queda mal?
La habitación empezó a girar en torno a mí.
—¡Te quiero, abuelo! —exclamé.
—¡… documentos que, entre otras cosas, demuestran que no basta con registrar la sangre de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo! El secreto solo se revela cuando… —oí que decía Lucas antes de sentir un tirón en los pies.
Una fracción de segundo más tarde parpadeaba bajo una luz clara. Y frente a una camisa blanca. Un centímetro más a la izquierda y habría aterrizado directamente sobre los pies de mister George.
Solté un gritito y retrocedí unos pasos.
—La próxima vez tenemos que pensar en darte una tiza para que marques el sitio —dijo mister George sacudiendo la cabeza, y me cogió la linterna de la mano.
Mister George no había esperado en solitario a mi vuelta. Junto a él, de pie, vi a Falk de Villiers; el doctor White estaba sentado en una silla junto a la mesa; Robert, el joven fantasma, asomaba la cabeza por detrás de sus piernas, y Gideon estaba apoyado contra la pared, junto a la puerta, con un enorme parche blanco en la frente Al verle, contuve la respiración instintivamente.
Había adoptado su postura habitual, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero el color de su cara apenas era más oscuro que el parche, y las sombras bajo sus ojos hacían que sus iris parecieran aún más verdes que de costumbre. Sentí una necesidad casi irresistible de correr hacia él, estrecharle entre mis brazos y soplarle en la herida como solía hacer tiempo atrás con Nick cuando se hacía daño.
—¿Todo va bien, Gwendolyn? —preguntó Falk de Villiers.
—Sí —dije yo sin perder de vista a Gideon. Dios mío, solo ahora me daba cuenta de cuánto le había echado de menos. ¿Hacía apenas un día de ese beso en el sofá verde? Aunque en realidad no podía hablarse de un beso exactamente.
Gideon me devolvió la mirada sin inmutarse, casi con indiferencia, como si fuera la primera vez que me veía. Ni rastro de lo que había pasado ayer.
—Llevaré a Gwendolyn arriba para que pueda volver a casa —dijo tranquilamente mister George, y apoyando la mano en mi espalda, me empujó hacia la puerta pasando junto a Falk. Directamente hacia Gideon.
—Tienes un… ¿Ya te encuentras bien? —le pregunté.
Gideon se limitó a mirarme. Pero había algo raro en la forma en que lo hizo. Como si yo no fuera una persona, sino un objeto. Algo insignificante, cotidiano, algo así como… una silla. ¿Tal vez tenía una lesión cerebral y ya no sabía quién era yo? De repente sentí frío.
—Gideon debe guardar cama, pero antes tiene que elapsar unas horas si no queremos arriesgarnos a un salto en el tiempo incontrolado —explicó el doctor White con tono desabrido—. Es una imprudencia volver a dejarle solo…
—Dos horas en un sótano tranquilo en el año 1953, Jake —le interrumpió Falk—. En un sofá. Sobrevivirá, no te preocupes.
—Sí, desde luego —dijo Gideon, y su mirada se ensombreció aún más, si es que eso era posible.
De pronto me entraron ganas de romper a llorar.
Mister George abrió la puerta.
—Ven, Gwendolyn.
—Solo un momento, mister George. —Gideon me sujetó del brazo—. Antes de que se marche, me gustaría saber una cosa: ¿a qué año han enviado a Gwendolyn?
—¿Ahora? A julio de 1956 —dijo mister George—. ¿Por qué?
—Bueno, es que huele a tabaco —respondió Gideon, aumentando dolorosamente la presión en mi brazo. De hecho, apretaba tanto que estuve a punto de soltar la cartera.
Automáticamente me olí la manga de la chaqueta. Era verdad: las horas que había pasado en ese café lleno de humo habían dejado huellas claramente perceptibles en mi ropa. ¿Cómo demonios iba a explicar eso ahora?
Todas las miradas estaban fijas en mí, y comprendí que tenía que encontrar a toda prisa una buena excusa.
—Muy bien, me has cogido —dije mirando al suelo—. He fumado un poco.
Pero solo tres cigarrillos. De verdad.
Mister George sacudió la cabeza.
—Pero, Gwendolyn, ya te había insistido en que ningún objeto…
—Lo siento —le interrumpí—, pero es tan aburrido estar en ese sótano oscuro, y un cigarrillo va bien para controlar el miedo… —Me esforcé en poner cara de pena—, pero recogí las colillas con mucho cuidado y lo he traído todo de vuelta; no tienen por qué preocuparse de que alguien pueda encontrar un paquete de Lucky Strike y se extrañe.
Falk rió.
—Veo que nuestra princesita no es tan buena chica como parece —dijo el doctor White, y yo respiré aliviada; por lo visto, me habían creído—. No pongas esa cara de sorpresa, Thomas. Yo me fumé mi primer cigarrillo a los trece años.
—Yo también. El primero y el último. —Falk de Villiers se había inclinado de nuevo sobre el cronógrafo—. Realmente no es nada recomendable, Gwendolyn. Estoy seguro de que tu madre se escandalizaría si supiera que fumas.
Incluso el pequeño Robert asintió enérgicamente con la cabeza y me miró con aire de reproche.
—Además, no resulta nada favorecedor —añadió el doctor White—. La nicotina estropea la piel y mancha los dientes.
Gideon no dijo nada. Aún no había aflojado su presa sobre mi brazo. Me esforcé en mirarle a los ojos con aire despreocupado y esbocé una sonrisa de disculpa. Él me devolvió la mirada entrecerrando un poco los ojos y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. Luego me soltó despacio. Tuve que tragar saliva, porque de repente se me había hecho un nudo en la garganta.
¿Por qué era así Gideon? ¿Primero simpático y cariñoso, y un instante después de nuevo frío e inaccesible? No había quien pudiera soportar algo así. O al menos, yo no podía soportarlo. Lo que había pasado abajo, entre nosotros, me había parecido totalmente auténtico; ¿y ahora no tenía nada mejor que hacer que ponerme en evidencia a la primera ocasión ante todo el grupo? ¿Qué pretendía conseguir con eso?
—Ven, vámonos —me indicó mister George.
—Nos veremos pasado mañana, Gwendolyn —dijo Falk de Villiers—. En tu gran día.
—No olvide vendarle los ojos —dijo el doctor White, y oí que Gideon reía, como si el doctor hubiera contado un mal chiste.
Luego la pesada puerta se cerró tras nosotros y nos encontramos fuera, en el corredor.
—Parece que no le gustan los fumadores —dije en voz baja, y no me faltó mucho para echarme a llorar.
—Deja que te vende los ojos, por favor —me pidió mister George, y me quedé quieta mientras me ataba el estrecho pañuelo con un nudo detrás de la cabeza. Luego me cogió la cartera y me empujó con cuidado hacia delante—. Gwendolyn… De verdad, deberías ser más prudente.
—Un par de cigarrillos no matan a nadie, mister George. —No quería decir eso.
—¿Y qué quería decir, entonces?
—Me refería a tus sentimientos.
—¿Cómo? ¿A mis sentimientos? Oí suspirar a mister George.
—Mi querida niña, incluso un ciego podría ver que tú… Sencillamente, deberías ser más prudente en lo que se refiere a tus sentimientos por Gideon.
—Yo…
Enmudecí de nuevo. Estaba claro que mister George era mucho más perspicaz de lo que había supuesto.
—Las relaciones entre dos viajeros del tiempo nunca han estado tocadas por la fortuna —dijo—. Igual que las relaciones entre las familias De Villiers y Montrose. Y en tiempos como estos es importante tener siempre presente que en el fondo no se puede confiar en nadie. —Tal vez solo fueran imaginaciones mías, pero tenía la impresión de que la mano de mister George temblaba en mi espalda—. Por desgracia, es un hecho comprobado que el sentido común tiende a esfumarse en cuanto el amor entra en juego.
Y lo que más necesitas ahora es precisamente sentido común. Cuidado, escalón.
Recorrimos el resto del camino en silencio, y luego mister George me soltó la venda y me miró con seriedad.
—Puedes conseguirlo, Gwendolyn. Creo firmemente en ti y en tus capacidades.
Volvía a tener la redonda cara perlada de sudor y sus ojos claros reflejaban la intensa preocupación que sentía por mí, igual que los de mi madre cuando me miraba. Me inundó una oleada de simpatía hacia él.
—Tenga. Su anillo —dije—. ¿Cuántos años tiene en realidad, mister George?
¿Le importa que se lo pregunte?
—Setenta y seis años —respondió mister George—. No es ningún secreto.
Le miré fijamente. Aunque nunca me había parado a pensar en ello, la verdad es que le habría echado como mínimo diez menos.
—Entonces en 1956 tenía…
—Veintiuno. Fue el año en que empecé a trabajar aquí como pasante de abogado y me hice miembro de la logia.
—¿Conoce a Violet Purpleplum, mister George? Es una amiga de mi tía abuela.
Mister George levantó una ceja.
—No, creo que no. Ven, te acompañaré al coche, me imagino que tu madre estará impaciente por verte.
—Sí, eso es más que seguro. ¿Mister George?
Pero mister George ya había dado media vuelta y había echado a andar, de modo que no me quedó más remedio que correr tras él Mañana te recogerán al mediodía en casa. Madame Rossini te necesita para una prueba, luego Giordano tratará de enseñarte todavía algunas cosas más, y finalmente tendrás que elapsar de nuevo.
—Un día fantástico —dije con voz apagada.
* * *
—Pero esto no tiene nada de… ¡magia! —susurré perpleja. Leslie suspiró.
—Tal vez no en el sentido de esos magos que hacen desaparecer cosas en el escenario, pero es una facultad mágica. Es la magia del cuervo.
—Es una especie de chifladura —dije yo—. Algo que solo sirve para que se burlen de ti y que de todos modos nadie se cree.
—Gwenny, no es ninguna chifladura que alguien tenga percepciones extrasensoriales. Es más bien un don. Tú puedes ver espíritus y hablar con ellos.
—Y daimones —completó Xemerius.
—En la mitología, el cuervo representa la conexión entre los hombres y el mundo de los dioses. Los cuervos son los intermediarios entre los vivos y los muertos. —Leslie giró su archivador de modo que yo pudiera leer lo que había encontrado sobre los cuervos en internet—. Tienes que admitir que esto encaja extraordinariamente bien con tus capacidades.
—Y con el color del pelo —dijo Xemerius—. Negro como el plumaje de un cuervo…
Me mordí el labio.
—Pero en las profecías siempre suena… bueno, no sé, tan importante y poderoso y todo eso. Como si la magia del cuervo fuera una especie de arma secreta.
—Es que también puede serlo —dijo Leslie—. Siempre que dejes de pensar que la facultad que te permite ver espíritus es solo una especie de chifladura extraña.
—Y daimones —añadió de nuevo Xemerius.
—Me gustaría tanto tener esos escritos con las profecías… —dijo Leslie—. Sería interesantísimo saber qué dice exactamente el texto.
—Seguro que Charlotte te lo soltará todo de corrido —dije—. Creo que aprendió todo eso en sus misteriosas clases. De hecho, esa gente continuamente está hablando en verso. Los Vigilantes. Incluso mamá. Y Gideon.
Rápidamente me volví para que Leslie no se diera cuenta de que de repente se me habían llenado los ojos de lágrimas, pero ya era demasiado tarde.
—¡Ay, cariño, no te pongas a llorar otra vez! —Me tendió un pañuelo—. En serio, exageras.
—No, no lo hago. ¿Ya no te acuerdas de cuando estuviste tres días llorando como una magdalena por culpa de Max? —repliqué sorbiéndome los mocos.
—Claro que me acuerdo —dijo Leslie—. Solo hace medio año.
—Pues ahora puedo imaginarme cómo te sentías entonces. Y también he entendido de repente por qué decías que te gustaría estar muerta.
—¡Era tan estúpida! Tú estabas todo el rato sentada a mi lado diciéndome que Max no merecía que perdiera ni un segundo pensando en él porque se había portado como un cerdo. Y que tenía que lavarme los dientes…
—Sí, y mientras tanto sonaba sin parar «The Winner Takes it All».
—Puedo ponerlo, si con eso te sientes mejor —me ofreció Leslie.
—No, pero puedes pasarme el cuchillo de verdura japonés para que me haga el haraquiri.
Me dejé caer hacia atrás en la cama y cerré los ojos.
—¿Por qué las chicas tienen que ser siempre tan dramáticas? —dijo Xemerius—. El chaval está de malhumor y pone mala cara porque le han dejado K. O., y para ti ya se hunde el mundo.
—Es porque él no me quiere —dije desesperada.
—Eso no puedes saberlo de ninguna manera —replicó Leslie—. Por desgracia, con Max yo estaba del todo segura, porque exactamente media hora después de que hubiéramos cortado le vieron haciendo manitas con esa tal Anna en el cine. Pero de Gideon no se puede decir algo así. Es solo un poco… voluble.
—Pero ¿por qué? ¡Tenías que haber visto cómo me miró! Como si le diera asco. Como si fuera… ¡una cochinilla! Sencillamente, no lo soporto.
—Hace un momento era una silla. —Leslie sacudió la cabeza—. Ahora haz el favor de calmarte. Mister George tiene razón: en cuanto el amor entra en juego, el sentido común se esfuma. ¡Y la verdad es que ahora mismo tenemos la posibilidad de dar un paso de gigante en nuestras investigaciones!
Efectivamente esa mañana Leslie acababa de llegar y todos nos habíamos puesto cómodas sobre mi cama, mister Bernhard había llamado a la puerta de mi habitación, cosa que no hacía nunca, y había dejado una bandeja con el té sobre mi mesa.
—Un pequeño refrigerio para la joven dama —había dicho.
Yo me había quedado mirándole, pasmada, porque no podía recordar que en el pasado hubiera pisado siquiera este piso de la casa.
—Bien —había continuado mister Bernhard, y sus ojos de lechuza nos habían mirado muy serios desde detrás de las gafas—, como recientemente ha preguntado por ello, me he tomado la libertad de mirar un poco. Y, como imaginaba, también esta vez lo he encontrado.
—¿El qué? —había preguntado yo.
Mister Bernhard había apartado a un lado la servilleta de la bandeja, y debajo había aparecido un libro.
—El Caballero Verde —había dicho—. Creo recordar que eso era lo que buscaba.
Leslie se había levantado de la cama de un salto y había cogido el libro.
—Pero yo ya hojeé el libro en la biblioteca, y no tiene nada de especial… —había murmurado.
Mister Bernhard le había dirigido una sonrisa indulgente.
—Supongo que eso se debe a que el libro que vio en la biblioteca no era propiedad de lord Montrose. He pensado que este ejemplar, en cambio, tal vez podría interesarles.
Después de despedirse con una ligera inclinación de cabeza, mister Bernhard se había retirado, y Leslie y yo nos habíamos abalanzado enseguida sobre el libro. Una hoja sobre la que alguien había escrito cientos de números con una escritura minúscula había caído al suelo.
—¡Oh, Dios mío, es un código! —había exclamado Leslie, roja de excitación—. ¡Esto es absolutamente increíble! Es lo que siempre había deseado. ¡Ahora solo nos falta descubrir qué significa!
—Sí. —Había dicho Xemerius, que estaba colgado de la barra de las cortinas—. Eso ya lo he oído bastante a menudo antes. Creo que también es una de esas famosas frases…
Pero Leslie no había necesitado ni cinco minutos para descubrir que los números se referían a letras individuales dentro del texto.
—El primer número siempre es la página, el segundo indica la línea, el tercero la palabra, y el cuarto la letra. ¿Ves? 14-22-6-3: es la página 14, la línea 22, la sexta palabra y la tercera letra de esta palabra. —Sacudió la cabeza—. Qué truco más barato. Sale en uno de cada dos libros para niños, si no recuerdo mal. En todo caso, según esto la primera letra es una e. Xemerius había asentido con la cabeza impresionado.
—Haz caso a tu amiga.
—No olvides que se trata de un asunto de vida o muerte —había dicho Leslie—. ¿Crees que quiero perder a mi mejor amiga solo porque después de unos cuantos arrumacos ya no estaba en condiciones de usar el cerebro?
—¡Bien dicho!
Aquello lo había exclamado Xemerius.
—Es importante que dejes de lloriquear y en lugar de eso averigües lo que Lucy y Paul descubrieron —continuó Leslie en tono decidido—. Cuando hoy te envíen otra vez a elapsar al año 1956, solo tienes que pedirle a mister George que lo haga, ¡insiste en tener una conversación en privado con tu abuelo! ¡Qué idea más disparatada esa de ir a un café! Y esta vez lo anotas todo, absolutamente todo lo que te diga, hasta el más mínimo detalle, ¿de acuerdo? —Suspiró—. ¿Estás segura de que era la «Alianza Florentina»? No he podido encontrar nada sobre eso en ningún sitio. Es imprescindible que echemos un vistazo a esos Escritos secretos que el conde de Saint Germain llegó a los Vigilantes. Si Xemerius fuera capaz de mover objetos, podría buscar los archivos, atravesar la pared y sencillamente leerlo todo…
—Muy bien, restriégame mi inutilidad por la cara —dijo Xemerius ofendido—. He necesitado siete siglos para asumir la idea de que ni siquiera puedo pasar una página de un libro.
Llamaron a la puerta de mi habitación, y Caroline sacó la cabeza por la rendija.
—¡La comida está lista! Gwenny, dentro de una hora pasarán a recogeros a ti y a Charlotte.
Lancé un gemido.
—¿A Charlotte también?
—La tía Glenda ha dicho que sí. Que la pobre Charlotte va a malgastar su talento haciendo de profesora para ineptos sin remedio o algo parecido.
—No tengo hambre.
—Enseguida vamos —dijo Leslie, y me dio un codazo en las costillas—. Gwenny, ven conmigo. Más tarde ya tendrás tiempo de hundirte en la autocompasión. ¡Pero ahora tienes que comer algo!
Me senté y me soné.
—En este momento no tengo ánimos para escuchar los comentarios malignos de la tía Glenda.
—Lógico, pero piensa que necesitarás tener unos nervios de acero para sobrevivir a lo que te espera. —Leslie me tiró de las piernas—. Y Charlotte y tu tía pueden ser un buen ejercicio para cuando llegue el momento. Si sobrevives a la comida, lo de la soirée será pan comido.
—Y si no, siempre puedes hacerte el haraquiri —dijo Xemerius.
* * *
A modo de saludo, madame Rossini me apretó contra sus generosos pechos.
—¡Mi cuellecito de cisne! Aquí estás por fin. ¡Te he echado de menos!
—Yo también a usted —dije sinceramente. La simple presencia de madame Rossini, con su desbordante cordialidad y su fabuloso acento francés («cueshecitó»; ¡si Gideon pudiera oírlo!), me produjo un efecto a la vez calmante y vivificador. Aquella mujer era como un bálsamo para mi maltrecha confianza en mí misma.
—Ya verás, estarás encantada cuando veas lo que te he cosido. Tus vestidos son tan bonitos que Giordano casi se ha echado a llorar cuando se los he enseñado.
—Lo creo —dije.
Seguro que Giordano había llorado porque él no podía ponérselos. De todos modos, hoy había estado hasta cierto punto amable, en parte seguramente porque esta vez yo había asimilado bastante bien lo del baile y, gracias al trabajo de apuntador de Xemerius, también había sabido decir correctamente qué lord era miembro de los tories y cuál era miembro de los whigs. (Xemerius se había limitado a mirar la hoja por encima del hombro de Charlotte). Además, también gracias a Xemerius, había podido soltar de corrido sin equivocarme mi «leyenda» personal (Penelope Mary Gray, nacida en 1765), incluyendo los nombres de mis ya fallecidos padres. Solo me había mostrado torpe como siempre con el abanico, pero Charlotte había hecho la constructiva propuesta de que sencillamente no utilizara ninguno.
Al acabar la clase, Giordano aún me había pasado una lista con un montón de palabras que no debía utilizar bajo ningún concepto. «¡Aprender de memoria y asimilar para mañana! —había dicho con su voz gangosa—. En el siglo XVIII no hay autobuses, presentadores de televisión ni aspiradoras, nada es chulo, guay ni alucinante, y no saben nada de fisión nuclear, cremas con colágeno ni agujeros de ozono». «Ah, vaya, ¿de verdad?» Mientras trataba de imaginar por qué demonios, en una soirée del siglo XVIII, iba a caer en la tentación de formar una frase en la que aparecieran los términos «presentador de televisión», «agujero de ozono» y «crema con colágeno», había dicho cortésmente: «Muy bien, okay», pero Giordano había chillado enseguida:
—¡Nooo! ¡Nada de okay! ¡No hay okay en el siglo XVIII, ignorante criatura!
Madame Rossini me ató el corsé en la espalda. De nuevo me sorprendió lo cómodo que era. Metida en aquella cosa, una adoptaba automáticamente una postura erguida. A continuación, me sujetó un armazón de alambre acolchado en torno a las caderas (supongo que el siglo XVIII debió de ser una época muy relajada para todas las mujeres con el trasero gordo y las caderas anchas), y luego me pasó un vestido rojo por encima de la cabeza.
Por último, abrochó una larga hilera de botones y ganchitos en mi espalda, mientras yo pasaba la mano, admirada, por la seda bordada. ¡Qué maravilla de vestido, era aún más bonito que el anterior!
Madame Rossini dio una vuelta a mi alredor despacio, y su cara se iluminó con una sonrisa de satisfacción.
—Encantador. Magnifique.
—¿Es el vestido para el baile? —pregunté.
—No, este es el vestido de gala para la soirée. —Madame Rossini fijó en torno al pronunciado escote unas minúsculas rosas de seda minuciosamente elaboradas. Como tenía la boca llena de alfileres, hablaba entre dientes y resultaba difícil entenderla—. Ahí no hará falta que lleves el cabello empolvado, y tu pelo oscuro queda fantástico con este rojo. Justo como había pensado. —Me guiñó un ojo picaramente—. Causarás sensación, cuello de cisne, n’est-ce pas? Aunque seguro que ese no es el propósito del asunto. Pero ¿qué voy a hacerle yo? —Se retorció las manos, si bien en ella, con su pequeña figura y su cuello de tortuga, ese gesto, al contrario que en el caso de Giordano, resultaba muy tierno—. Eres una pequeña belleza, ¿sabes?, y no tendría ningún sentido embutirte en un vestido color ala de mosca. Muy bien, cuello de cisne, ya está. Ahora le toca el turno al vestido de baile.
El vestido de baile era de color azul claro con bordados y volantes crema, y me quedaba tan bien como el rojo. Tenía un escote aun más espectacular, si es que era posible, que el vestido de gala y una falda de metros de anchura que se balanceaba en torno a mi cintura. Madame Rossini sopesó mi trenza con aire preocupado.
—Aún no estoy segura de cómo vamos a hacer esto. Con una peluca te sentirías incómoda, sobre todo teniendo en cuenta que tendríamos que ocultar todo ese cabello. Pero tu color de pelo es tan oscuro que probablemente con polvos solo conseguiríamos un horrible tono gris. ¡Quelle catastrophe! —Frunció el ceño—. Tanto da. De hecho, de ese modo estarías absolument á la mode, pero ¡qué moda más horrible era esa, por Dios!
Por primera vez en el día esbocé una sonrisa. «¡Hojible!», «¡Espantoso!».
¡Cuánta razón tenía! No solo la moda, sino también Gideon era «hojible» y «espantoso» y yo añadiría que «jepulsivó»; en todo caso, a partir de ahora estaba decidida a verlo así, ¡y se acabó!
Madame Rossini no parecía haberse dado cuenta de hasta qué punto su compañía era una bendición para mí y seguía indignándome contra la época a la que iba a elapsar.
—Chicas jóvenes que se empolvaban el pelo hasta que parecía el de sus abuelas. ¡Terrible! Pruébate estos zapatos, por favor. Piensa que tienes que poder bailar con ellos y que aún estamos a tiempo de cambiarlos.
Aunque parecían sacados de un museo, los zapatos —rojos recamados para el vestido rojo, y de color azul claro con hebilla dorada para el vestido de baile— eran asombrosamente cómodos.
—Son los zapatos más bonitos que me he puesto nunca —comenté entusiasmada.
—Apuesto a que sí —dijo madame Rossini radiante de satisfacción—. Muy bien, angelito, pues ya está. Procura irte a dormir pronto hoy, mañana te espera un día intenso. —Mientras yo volvía a ponerme mis vaqueros y mi jersey azul marino preferido, madame Rossini colgó los vestidos en los maniquíes. Luego miró el reloj de pared y frunció el entrecejo—. ¡Este muchacho, siempre tan impuntual! ¡Hace un cuarto de hora que debería estar aquí! Inmediatamente se me aceleró el pulso.
—¿Gideon?
Madame Rossini asintió con la cabeza.
—No se toma esto en serio, piensa que no es importante que unos pantalones sienten bien o no. ¡Pero no es así! Es de suma importancia cómo quedan unos pantalones.
«Hojible», «tejible», «espantoso», ensayé mi nuevo mantra.
Llamaron a la puerta. Fue un ruidito de nada, pero hizo que todos mis propósitos se desvanecieran en el aire.
De pronto sentí un ansia irrefrenable de volver a ver a Gideon. Y al mismo tiempo me daba un miedo terrible encontrarme de nuevo ante a él. No podría soportar enfrentarme otra vez a esa mirada sombría.
—Ah —dijo madame Rossini—. Aquí está por fin. ¡Adelante!
Todo mi cuerpo se puso rígido, pero no fue Gideon quien entró por la puerta, sino el pelirrojo mister Marley, que, nervioso y cohibido como siempre, balbuceó:
—Tengo que acompañar al Ru… hum… a la miss a elapsar.
—Muy bien —dije yo—. Ahora mismo hemos acabado.
Detrás de mister Marley, me sonrió Xemerius. Antes de la prueba lo había enviado fuera.
—Acabo de traspasar a todo un ministro del Interior —dijo alegremente—. ¡Ha sido genial!
—¿Y dónde está el muchacho? —tronó madame Rossini—. ¡Tenía que venir para la prueba!
Mister Marley se aclaró la garganta.
—Hace un momento he visto al Dia… a mister de Villiers hablando con el otro Ru… con miss Charlotte. Estaba en compañía de su hermano.
—¡Tiens! A mí eso me es totalmente indiferente —replicó madame Rossini furiosa.
«Pero a mí no», pensé. Mentalmente ya le estaba escribiendo un SMS a Leslie. Con una única palabra: «Haraquiri».
—Si no aparece aquí enseguida, me quejaré de él ante el gran maestre —dijo madame Rossini—. ¿Dónde está mi teléfono?
—Lo siento —murmuró mister Marley, mientras se pasaba tímidamente un pañuelo negro de una mano a otra—. ¿Puedo…?
—Naturalmente —contesté, y me dejé vendar los ojos suspirando.
—Por desgracia, el empollón dice la verdad —dijo Xemerius Tu piedrecita brillante está flirteando con todo descaro con tu prima ahí arriba. Y su guapo hermano igual. No sé qué les ven los chicos a las pelirrojas. Creo que ahora se van juntos al cine. Pero será mejor que no te lo diga; si no, te pondrás a lloriquear otra vez.
Sacudí la cabeza.
Xemerius miró al techo.
—Si quieres podría vigilar qué hacen y te lo digo.
Asentí con energía.
En el largo camino hacia el sótano, mister Marley se mantuvo callado como un muerto, y yo me dediqué a rumiar sobre mi desgracia. Hasta que no llegamos a la sala del cronógrafo y mister Marley me quitó la venda de los ojos, no le pregunté:
—¿Adonde piensan enviarme hoy?
—Esto… esperamos al número nueve, hum… a mister Whitman —dijo, y desvió la mirada hacia un punto indeterminado del suelo a mi espalda—. Naturalmente, yo no tengo permiso para hacer funcionar el cronógrafo. Por favor, siéntese.
Pero apenas me había dejado caer en una silla, la puerta volvió a abrirse y entró mister Whitman. Con Gideon pegado a sus talones.
Me dio un vuelco el corazón.
—Hola, Gwendolyn —dijo mister Whitman con su más encantadora sonrisa de ardilla—. Me alegro de verte. —Apartó a un lado la colgadura tras la que se escondía la caja fuerte y añadió—: Muy bien, vamos a enviarte a elapsar, pues.
Yo apenas oía lo que decía. Gideon seguía muy pálido pero tenía un aspecto mucho más saludable que la noche anterior. El grueso parche blanco había desaparecido, y pude ver la herida junto al arranque del cabello. Tenía sus buenos diez centímetros y estaba cosida con un montón de puntos pequeños. Esperé a que dijera algo, pero se limitó a mirarme.
Xemerius dio un gran salto a través de la pared y aterrizó justo junto a Gideon, dándome un susto de muerte.
—Ups. ¡Y aquí estoy otra vez! —dijo—. Quería avisarte antes, de verdad, tesoro, pero no podía decidirme sobre detrás de quién debía correr. Por lo visto, Charlotte ha adoptado por esta tarde el papel de babysitter del guapo hermano de Gideon. Se han ido a tomar un helado juntos. Y luego irán al cine. Diría que los cines son como Jos pajares de la época moderna, ¿no?
—¿Va todo bien, Gwendolyn? —preguntó Gideon levantando una ceja—. Se te ve nerviosa, ¿no te gustaría fumarte un cigarrillo para tranquilizarte? ¿Cuál era tu marca preferida? ¿Lucky Strike?
Incapaz de reaccionar, seguí mirándole fijamente sin decir nada.
—Déjala en paz —dijo Xemerius—. ¿No te das cuenta de que tiene penas de amor, cabeza de chorlito? ¡Y por tu culpa además! De hecho, ¿qué demonios estás haciendo aquí?
Mister Whitman había sacado el cronógrafo de la caja fuerte y lo había colocado sobre la mesa.
—Bueno, vamos a ver a donde vamos hoy…
—Madame Rossini le espera para la prueba, sir —dijo mister Marley dirigiéndose a Gideon.
—Mierda —exclamó Gideon, y por un momento pareció desconcertado—. Se me ha ido completamente de la cabeza —dijo mirando su reloj—. ¿Estaba muy enfadada?
—Daba la impresión de estar bastante enojada —respondió mister Marley.
En ese momento la puerta se abrió de nuevo y entró mister George. Estaba sin aliento, y como siempre que se excitaba, su calva se hallaba perlada de sudor.
—¿Qué ocurre aquí?
Mister Whitman torció el gesto.
—¿Thomas? Gideon me ha dicho que aún estabas reunido con Falk y el ministro del Interior.
—Y lo estaba. Hasta que he recibido una llamada de madame Rossini y me he enterado de que ya habían pasado a recoger a Gwendolyn para elapsar —contestó mister George. Era la primera vez que le veía realmente furioso.
—Pero… si Gideon ha dicho que nos habías encargado… —replicó mister Whitman totalmente desconcertado.
—¡Pues no lo he hecho! Gideon, ¿qué está ocurriendo aquí? De los ojillos de mister George había desaparecido todo rastro de benevolencia.
Gideon había cruzado los brazos sobre el pecho.
—Pensé que tal vez se alegraría de que le liberáramos de este trabajo —dijo simplemente.
Mister George se secó las gotitas de sudor dándose unos toques con el pañuelo.
—Gracias por el detalle —respondió con un tono abiertamente sarcástico—, pero no hacía falta. Ahora subirás enseguida a ver a madame Rossini.
—Me gustaría acompañar a Gwendolyn —dijo Gideon—. Después de lo que ocurrió ayer, tal vez sería mejor que no esté sola.
—Tonterías —replicó mister George—. No hay ningún motivo para suponer que corra ningún peligro, siempre que no salte demasiado lejos.
—Cierto —dijo mister Whitman.
—¿Por ejemplo al año 1956? —preguntó Gideon alargando las palabras y mirando a mister George directamente a los ojos—. Esta mañana he echado una ojeada a los Anales y debo decir que el año 1956 da la impresión de ser un año extraordinariamente tranquilo. La frase que aparece con más frecuencia es: «Ningún acontecimiento digno de mención». Y esa frase es música para nuestros oídos, ¿verdad?
El corazón me palpitaba con violencia. La única explicación que encontraba para la conducta de Gideon era que hubiera descubierto lo que yo había hecho ayer en realidad. Pero ¿cómo demonios podía saberlo? Al fin y al cabo solo había olido a tabaco, lo que podía ser sospechoso, pero estaba muy lejos de revelar lo que había ocurrido en 1956.
Mister George le devolvió la mirada sin inmutarse. Como mucho podía decirse que parecía ligeramente irritado.
—No era ninguna sugerencia, Gideon. Madame Rossini está esperando.
Marley, usted también puede irse.
—Sí, señor, mister George, señor —murmuró mister Marley, saludando casi como un militar.
Cuando la puerta se cerró tras él, mister George fulminó con la mirada a Gideon, que no se había movido de donde estaba. También mister Whitman le miró con cara de asombro.
—¿A qué esperas? —dijo mister George fríamente.
—¿Por qué hizo aterrizar a Gwendolyn en plena tarde? ¿No es algo que va en contra de las normas? —preguntó Gideon.
—Oh, oh —dijo Xemerius.
—Gideon, no es asunto tuyo… —empezó mister Whitman.
—El momento del día en que aterrizó no tiene ninguna importancia —le interrumpió mister George—. Aterrizó en un sótano cerrado.
—Tenía miedo —intervine apresuradamente, y tal vez con un tono un poco estridente—. No quería estar sola de noche en ese sótano, al lado de las catacumbas…
Gideon me dirigió una rápida mirada y volvió a levantar una ceja.
—Oh, sí, eres una criatura tan asustadiza… ya no me acordaba. —Rió suavemente—. 1956 fue el año en el que se hizo miembro de la logia, ¿verdad, mister George? Una casualidad muy curiosa.
Mister George arrugó la frente.
—No entiendo adonde quieres ir a parar, Gideon —replicó mister Whitman—, pero te sugiero que vayas a ver a madame Rossini. Mister George y yo nos ocuparemos de Gwendolyn.
Gideon volvió a mirarme.
—Propongo lo siguiente: voy a hacer la prueba y luego me envían detrás de Gwendolyn, no importa adonde. Así no tendrá que tener miedo de nada.
—Excepto de ti —dijo Xemerius.
—Hoy has superado de sobra tu cupo —contestó mi profesor—, pero si a Gwendolyn le da miedo… —Me dirigió una mirada cargada de compasión.
La verdad es que no podía tomárselo a mal. Supongo que de algún modo yo parecía realmente asustada. Aún tenía el corazón en la garganta y era incapaz de decir nada.
—Por mí podemos hacerlo así —dijo mister Whitman encogiéndose de hombros—. No hay nada que objetar, ¿no te parece, Thomas?
Mister George asintió lentamente con la cabeza, aunque daba la impresión de que habría preferido hacer lo contrario.
Una sonrisa satisfecha asomó al rostro de Gideon, que por fin abandonó su postura rígida junto a la puerta.
—Muy bien, pues ya nos veremos luego —dijo con tono triunfal, y a mí me pareció que sonaba como una amenaza.
Cuando la puerta se cerró tras él, mister Whitman suspiró.
—Está extraño desde que recibió ese golpe en la cabeza, ¿no te parece, Thomas?
—Desde luego —convino mister George.
—Tal vez deberíamos mantener una conversación con él sobre el tono que debe emplear con sus superiores —dijo mister Whitman—. Para su edad es bastante… En fin. Está sometido a una gran presión, también debemos tenerlo en cuenta. Bien, Gwendolyn, entonces, ¿estás preparada? —añadió dirigiéndose a mí en tono animado.
Me levanté.
—Sí —mentí.