EPÍLOGO

Cinco años después

(tanto en el presente como en el pasado)

Años después aún seguía colmada de felicidad y de alegría de vivir. Vivía de mi trabajo como autora, escribí musicales, obras de teatro y narraciones. También una novela, que comenzaba con las palabras: «¡Vaya, hombre, yo era una especie de mujer cliché!». (A la editorial le pareció muy divertida la idea de que publicara la novela haciéndome pasar por un hombre).

Estando aún en el lecho convaleciente, escribí la primera comedia que poseía un final totalmente feliz. En Como gustéis, una mujer se hacía pasar por hombre (¿cómo se me habría ocurrido?). La protagonista era el personaje más maravilloso que jamás había creado. Una mujer con temperamento, rebosante de verdadero amor. Y le puse el nombre de Rosalind.

De hecho, a los pocos meses de mi regreso, conocí a un hombre que sonreía igual que Anne. Con él viví un amor que nunca habría sido tan intenso si yo hubiera continuado menospreciándome. Sí, por lo visto, también había que estar receptiva para encontrar el alma gemela.

No encontré a ninguna mujer para toda la vida. Pero eso no supuso ninguna desgracia, puesto que estaba en paz con mi alma. El rey del desfloramiento se había despedido de ese mundo. Me ocupaba muchísimo más de mis hijos e incluso visitaba regularmente con ellos la tumba de Anne.

Me fui de Düsseldorf y regresé a mi ciudad natal junto con mi marido. Tuvimos un hijo y comprobé que, ¡guau!, se puede ser feliz en todas partes, incluso en Wuppertal.

Construí el Globe Theatre. Como gustéis fue la primera obra que se representó en él y Rosalind se hizo popular desde el principio en todo Londres.

Envié a Holgi a ver a Próspero, y pasó una época maravillosa en el cuerpo de madame Pompadour.

Mi mejor amigo, Kempe, pasó una época realmente magnífica en su propio cuerpo.

Pero, cuando mi marido y el bebé dormían, yo leía las obras de Shakespeare…

Cuando la función acababa y mis hijos estaban en la cama, escribía sonetos…

Encontré una obra especial en una antología de sonetos poco conocidos de 1599…

Dedicados a Rosa, con la esperanza de que los leyera en un futuro lejano…

Era aquel soneto que una vez escribimos conjuntamente…

Únicamente compuse de nuevo los últimos versos…

Al leerlo, oía en mi mente la voz de Shakespeare…

Y me imaginaba a Rosa leyendo las palabras…

Con esos versos superábamos los tiempos…

estrechamente unidos…

en la amistad…

y en el

amor:

No se velará nuestro eterno estío

ni nuestra sonrisa caerá en declive

ni irá la Muerte a hacernos avío,

pues siempre el vigor que en nuestra alma vive

cautivará a quien mire con resuello,

y pervivirá y nosotros con ello.