49

Era lógico. Muy, muy, muy lógico. El alma de Anne tenía que estar viviendo en la actualidad. Probablemente en el cuerpo de un hombre. Y ése sería el amor de mi vida.

Pero yo había amado a Jan de verdad. ¿Había sido tan sólo una equivocación por mi parte? Seguramente. Porque si hubiéramos estado predestinados, si te parabas a pensarlo detenidamente, Essex y Shakespeare tendrían que haber formado pareja en el pasado. A fin de cuentas, eran las encarnaciones anteriores de Jan y mía.

Claro que era bastante improbable que ellos dos pudieran amarse. Aunque, por otro lado, ¿podía excluirse totalmente esa posibilidad? Essex me había besado siendo yo un hombre. O sea que en él latían tendencias homosexuales. Y, de adolescente, Shakespeare había pasado semanas enteras con fray Lorenzo, o sea que, en su caso, tampoco podía excluirse por completo que volviera a amar a un hombre. Por lo tanto, Essex y Shakespeare podrían haber estado predestinados en el pasado. En cualquier caso, yo tenía esa esperanza. Y si mi esperanza no me engañaba y realmente no había sido una equivocación que el alma de Jan y la mía estuvieran hechas la una para la otra…, eso significaría que Anne había sido una equivocación de Shakespeare. Por lo tanto, dije:

—Aun así, quiero ir a la boda.

—¿Por qué? ¡El novio no está predestinado para ti, sino para la condesa María!

—A lo mejor, sí —objeté.

—¡No, de ninguna manera!

—Bueno, podría ser… —me atreví a decir— que Anne no fuera la mujer predestinada para ti, sino que Essex fuera el hombre predestinado para ti.

—¡Esa afirmación es tan absurda como repugnante, Rosa! Puede que tú y yo poseamos una única y misma alma, pero tu mente es de naturaleza endeble.

—¿Que mi mente qué? —yo también me puse de mala uva.

—¡Y su estado es tan deplorable como el de tus pechos!

—A lo mejor eres tú el que se engaña —objeté cabreada—. Algo debió de pasar entre tú y Anne o no te sentirías culpable. ¡Vamos, que no pudo ser todo tan maravilloso entre vosotros dos!

—¡No sabes de qué hablas! —la increpé.

Lo que me encolerizó no fue tanto que Rosa considerara posible un amor invertido entre Essex y yo como que ensuciara mi amor por Anne.

—Pues dímelo tú —lo reté—. ¿Qué pasó entre Anne y tú?

—¡Calla, maldita! —rugí temblando de ira.

—¡No me da la gana!

—Ojalá Dee hubiera tenido razón con su advertencia —se me escapó.

—¿Qué te advirtió? —pregunté desconcertada.

—Dee me explicó que tu espíritu podía quedar aniquilado con el procedimiento del péndulo. Pero, desgraciadamente, ¡no se dio el caso!

—Tú… ¿Tú habrías aniquilado mi espíritu?

No me lo podía creer, y me sentí traicionada y vendida por él. Los dos callamos enfurecidos. Luego, Shakespeare dijo:

—Te demostraré que Essex y tú no estáis predestinados. ¡Y con ese objetivo iremos a la boda!