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Me supo mal por Shakespeare, que no pudo abrazar a su hijo por mi culpa. Me había lamentado todo el rato de lo horrible que aquella situación era para mí, pero para él tenía que ser mucho más terrible. Por eso le dije:

—Perdóname por estar dentro de ti.

—Tú no tienes la culpa, ¿no? Fue un mago quien te envió.

—Pero el… llamémoslo maleficio no se deshará hasta que no descubra qué es el «verdadero amor».

—¿Qué mago tan poco ingenioso es ése que ha puesto semejante condición?

—No lo he inventado yo.

—¿Y has descubierto ya qué es el «verdadero amor»?

—He descubierto algunas cosas: puede durar siglos, puedes amar a tu país, a tus hijos, o puedes amar escribir historias tan sangrientas como Hamlet…

—Hamlet es una comedia, no una «historia sangrienta» —protesté.

—Todavía. Pero cuando te des cuenta de que «ser o no ser» puede ser una frase sobre el suicidio…

—¿Suicidio? ¡Eso es genial!

—La idea es tuya.

—No, no lo es —repliqué, desconcertado por un breve instante.

—Todavía.

—Pero esa frase libera en mí pensamientos —comenté entusiasmado—. Convertiré Hamlet en una tragedia y luego, en una escena en la que riñe con su madre, de hecho duerme con ella…

—Eso les encantará a los directores de teatro modernos —dije sonriéndome.

—Y a los espectadores. A la gente le gusta el incesto…

Sí, eso también lo sabe la gente que lee el diario Bild.

—Y Ofelia, la amante de Hamlet, enloquece…, Pero Hamlet sólo se hace el loco… Y el bufón Yorick está muerto y sólo es una calavera con la que Hamlet habla… Lo cual, además, estará muy bien en cuanto a dramaturgia, ya que el actor mantendrá un monólogo, pero a la vez podrá hablar con algo… y no parecerá que hable solo como ocurre con los demás monólogos…

Así pues, era eso: el estallido de creatividad, la creación de personajes y situaciones distraía a Shakespeare de su propio dolor. Para él, inventar historias era mejor que las drogas, el alcohol o mi dieta de Ramazzotti y chocolate contra la frustración.

—… no hay nada más ridículo que hablar solo en el escenario…

—Está muy bien escucharte en pleno proceso creativo —dije, interrumpiendo aquel raudal de pensamientos—, pero a lo que yo quería llegar es: ¿podrías ayudarme a descubrir qué es el «verdadero amor»?

Para mí, no había lugar a dudas. En mi vida sólo había un verdadero amor. Por eso contesté afligido a Rosa:

—Anne… Siempre Anne…

—Entonces, ¿el verdadero amor es siempre una gran tragedia? —pregunté.

Aunque no me gustaba esa respuesta, para Shakespeare era la verdad.

Y si era acertada, enseguida me despertaría en el catre de Próspero.

Esperé un momento…, pero no abandoné el cuerpo de Shakespeare. Y tampoco me desperté en la caravana del circo.

—Tiene que haber otra cosa… —comenté.

—El amor acaba siempre trágicamente, Rosa. Sólo cabe preguntarse de qué modo.

Shakespeare lo dijo con mucha seguridad, y yo intenté rebatirlo:

—Si realmente fuera eso lo que tenía que aprender, ya no estaría aquí.

—No es necesario que descubras qué es el verdadero amor para salir de mi cuerpo.

—¿Ah, no?

—No, hay una alternativa…

—¿Cuál?

—Ir a ver a un alquimista…