17

Lo primero que volví a oír fue la voz de la reina diciendo:

—¡Hacedlo por Inglaterra!

Lo siguiente que vi fue a la propia reina. ¿Por qué estaba ante ella? ¿Cómo había ido a parar allí? Hacía un momento, Drake se disponía a cortarme la cabeza con su espada. ¿No lo había conseguido? ¿Tal vez yo ya estaba muerto?

—No temáis, mi querido Shakespeare, no pretendo seduciros —dijo la reina sonriéndose.

Me vino a la cabeza, no sin cierta vanidad, la pregunta: ¿Por qué no? ¿No me encontraba lo bastante deseable?

Me dispuse a plantear la pregunta, pero mis labios no obedecieron y sólo oí salir de mi boca:

—Qué alivio.

Pero yo no quería decir eso.

Además, ¡tampoco era prudente decir algo así!

—¿Os sentís aliviado porque no pretendo seduciros? —me preguntó la reina fríamente—. ¿No me encontráis deseable, joven?

—Bueno, ejem… nosotros dos… no sería apropiado… —dije para salir del apuro.

—Vaya, vaya. ¿No sería apropiado? ¿Y por qué no? —inquirió.

¿Qué debía contestar? ¿Que yo realmente era una mujer en un cuerpo de hombre? Entonces me habría hecho encerrar en el manicomio y no costaba imaginar que, en aquella época, esas instituciones no serían precisamente acogedoras. Así pues, sin darle más vueltas comenté:

—Soy demasiado joven para vos.

¿Demasiado joven para la reina? Dios mío, ¿qué había dicho mi boca? ¡En presencia de la reina no estaba permitido mencionar su edad!

Quería dejar de soltar tonterías. Pero no podía parar, mi boca no parecía unida a mi conciencia. Tampoco podía darle órdenes a mi cuerpo: yo quería salir corriendo, pero él no me obedecía, y yo ni siquiera me lo notaba. Era como si un espíritu se hubiera apoderado de mí. Sí, eso debía de ser, ¡estaba poseído por un espíritu!

La reina me miró sombría.

—Ejem… quiero decir… es culpa mía, naturalmente…, no vuestra… —balbuceé atemorizada.

—¿No es mía? —insistió.

—No, claro que no… Tampoco parecéis tan vieja.

—¿Tan viejaaaa?

Por el amor de Dios, ¿aquel espíritu quería llevarme al cadalso?

La reina me miró fríamente. La frente se me cubrió de sudor y continué hablando con nerviosismo:

—No sois vieja… Como mucho tenéis cincuenta y cinco años… o algo así…

—Tengo cincuenta y uno —replicó la reina glacialmente.

Ya era una certeza, aquel espíritu quería matarme.

—Ejem… sí, claro… lo sabía, parece que tengáis cincuenta y uno, ni un día más…

—Así pues, ¿no parezco más joven de lo que soy? —la reina siguió apretándome las clavijas.

El sudor me chorreaba por la frente.

—¿Tal vez sería mejor que me callara…? —propuse.

—Una sabia decisión —consideró la reina.

—Una sabia decisión, espíritu —ratifiqué, pero nadie lo oyó, puesto que no podía hablar en voz alta, sólo podía pensar.

—Y ahora, seguidme —ordenó la reina.

Observé indefenso cómo mi cuerpo poseído seguía a la reina y cruzaba una puerta situada detrás del trono hasta un pasillo que conducía al ala privada del palacio.

Dios mío, ¡la de cosas que podría hacer allí el espíritu para llevarme a la perdición!