Drake estaba en el escenario, desenvainó su espada y cortó amenazadoramente el aire con ella, del mismo modo que pronto me rebanaría el cuello.
—Lo conseguirás, William. Tú eres el mejor —musitó Robert.
—Me animaría más si me lo dijera un hombre sin voz de falsete —repliqué en un susurro.
Drake se me acercó a paso ligero blandiendo su espada. Yo estaba obligado a desenvainar también la mía. Era una espada de teatro ligera con la que el príncipe de Navarra correteaba en nuestra última obra, Trabajos de amor perdidos. La cabeza me bullía. ¿Qué iba a hacer? Tenía que atizarle con mis armas, con palabras. Si provocaba con insidia a Drake, quizás cometería un error que yo podría aprovechar para asestarle una estocada mortal.
—Sólo he tenido una amante que fuera peor que vuestra esposa —proclamé.
—¿Quién? —preguntó Drake, picado por la curiosidad de saber quién podía ser más horrorosa que su esposa en la cama.
—Vuestra señora madre.
Drake se abalanzó rojo de ira hacia mí e intentó asestarme un primer golpe, que pude parar sin problema. Gracias a las escenas de espadachines poseía unas dotes modestas cuando se trataba de luchar a espada.
—Robert, mi padrino, también se acostó con vuestra madre. Ama a las mujeres que tienen más barba que él.
—Si vuelves a ofender a mi madre… —amenazó Drake.
—Se ofende todas las mañanas, justo cuando se mira al espejo —repliqué mientras paraba una estocada que apuntaba directamente a mi corazón.
Drake me obligaba a retroceder con pasos rápidos y yo estaba a punto de caerme del escenario. Había llegado el momento de intensificar las ofensas, a ser posible hasta lo inaudito.
—Vuestra madre trabaja en el puerto, en los pesqueros. —Drake se quedó desconcertado, y yo concluí—: ¡De hediondez!
Drake resolló. Yo continué con mi osado juego:
—Y cuando sale de allí y se adentra nadando en el mar, las ballenas se alegran de volver a acogerla en el seno familiar.
—MI MADRE NO ES UNA BALLENA —gritó Drake, y me atacó con la espada, una y otra vez.
Había conseguido apartarlo del elegante estilo por el que era admirado en todo el reino.
—Lo admito, es demasiado delgada para ser una ballena —gemí mientras intentaba rechazar los coléricos embates.
—ARGGG —gritó entonces como un animal enfurecido.
—Os expresáis de un modo fascinante —me burlé.
—ARGGG.
—Y tan variado.
—¡ARRRGGGGGG!
—Dejadlo o sentiré celos de vuestro arte para fabular.
El enfurecido Drake me dio en el brazo. No fue un gran rasguño, pero la sangre brotaba de la herida como de una pequeña fontana. Mi estrategia parecía fallar. Miré a Kempe y vi que sus ojos también irradiaban poca confianza. Mi muerte parecía aproximarse inexorablemente y sería dolorosa. Dios mío, cuánto deseaba que otra persona estuviera en mi lugar.