Aquella tarde, Axel llevaba una camiseta que le marcaba el cuerpo y una cazadora de cuero la mar de moderna. No se parecía en nada a mi intelectual y elegante Jan, y eso estaba bien. Con Axel no había que tener mala conciencia por aprovecharse de él para tener sexo intrascendente, al fin y al cabo, una relación que durara más de una semana sería para él un récord maratoniano.
Empezó la función. Una acróbata china salió a la pista. Doblaba el cuerpo con tanto arte que Axel dijo:
—Una amante así me daría miedo.
Pensé que no tenía nada que temer después conmigo en la cama, puesto que mi flexibilidad se situaba más bien por debajo de la media.
Cuando la acróbata china acabó su espectáculo, que sólo con verlo ya me dolían todas las articulaciones, el presentador anunció la gran atracción del espectáculo:
—Y ahora, damas y caballeros, ¡el incomparable, el único, el mítico mago Próspero!
Sonó una música envolvente y salió a la pista un hombre que parecía un comparsa sacado de una película de vampiros: era alto y flaco, tenía unos ojos negros de mirada penetrante y vestía ropa negra. Por encima, una capa ancha y negra. No costaba nada imaginarlo durmiendo en un ataúd con tierra de su Transilvania natal. Al llegar al centro de la pista, anunció con una voz que sonó mística:
—El alma de las personas es inmortal y renace una y otra vez.
—Ojalá no sea siempre de maestro —se burló Axel.
«Ojalá no sea de mí», completé en pensamientos.
—Aprendí —prosiguió Próspero— el venerable arte de la regresión con los monjes shinyen en el Tíbet. Ellos me mostraron que en otro tiempo fui un poderoso guerrero del príncipe mongol Ablai Khan.
—Y todos se tronchaban de risa a sus espaldas —siguió bromeando Axel.
No me reí con su broma, el hombre de la pista me impresionaba. De alguna manera, removía algo en mi interior, como si estuviera a punto de anunciarme una profunda verdad.
—Ahora —explicó Próspero con gestos ceremoniosos— trasladaré a alguien del público a una vida anterior. Y ese espectador descubrirá todo el potencial de su alma inmortal y podrá utilizarlo. ¡Se encontrará a sí mismo!
Esa promesa me pareció bastante imponente.
—¿Algún voluntario? —preguntó Próspero, mientras paseaba por la pista majestuosamente ondeando la capa.
—Ser voluntario nunca es bueno —comentó Axel.
Próspero se acercó al público y yo me sentí de repente inquieta. No me escogería precisamente a mí para bajar a la pista, ¿verdad? No me gustaba ser el centro de atención y, con mi visita a la clínica dental, había superado con creces mi necesidad de actuaciones penosas en esta vida. Aunque, curiosamente, me asaltó una sensación aún más honda: algo se agitaba dentro de mí, me daba miedo sumergirme en una vida anterior. Qué tontería, si yo nunca había pensado seriamente en la reencarnación. Además, mi intelecto sabía que eso no existía y que el tipo que paseaba por las filas de espectadores era igual de serio que un trilero albanés. O que un vendedor de productos financieros.
Intenté tranquilizarme. Había muchos espectadores en el público y, además, yo estaba sentada bastante arriba en la grada: fijo que el hipnotizador se decidiría por otra persona. Con todo, cuando se acercó seguro a nuestra grada, empezó a temblarme todo el cuerpo.