Después de unos cuantos Ramazzotti-curapenas más, Holgi me metió en la cama. Mientras me tapaba con cariño, pronunció la frase más tonta que se le puede decir a una mujer con penas de amor:
—Hay más madres que tienen hijos guapos —y completó—: Y no son dentistas.
No era que no hubiera intentado quedar con otros hombres. En los últimos dos años, me había apuntado a portales de contactos con nombres como «elite-amor.com» y había ligado con hombres que pertenecían a la élite tanto como yo. En los portales de contactos sólo encuentras mercancía estropeada.
Primero fue Thomas, un periodista educado, pero un poco aburrido, y cuando estaba en la cama con él sólo pensaba, alternativamente: «Pero ¿qué hace?» y «Esto tiene gracia».
Luego vino Peter, que en su perfil detallaba que le interesaba la poesía, y había colgado una foto donde parecía agraciado. Por desgracia, en nuestra primera cita quedó claro que Peter escribía «poemas eróticos», que la foto era falsa y que en realidad parecía un ogro.
Finalmente apareció en mi vida Olaf, un trabajador social que lo hacía de mala gana porque aún no había superado lo de su ex mujer, Eva. Lloraba tanto por ella que incluso le había escrito una canción:
I love you Eva,
And I will go,
Wherever you are, Eva,
even if it is in Papua Nueva.
Después de que me la cantara en un momento de debilidad, yo también quise irme a la Papúa Nueva.
Pero lo comprendía un poco; al fin y al cabo, yo misma cantaba en pensamientos: «I love you Jan, and I will go, wherever you are, Jan, even if it is Azerbayán».
Ése era el problema de los portales de contactos, que intentaban buscarte a alguien que estaba tan hecho polvo como tú. Y por eso sólo encontré hombres que estaban tan hechos polvo como yo. Y yo no quería a nadie que se me pareciera. Yo quería a alguien que fuera diferente. Yo seguía queriendo a Jan.
—Tú sabes que lo he intentado con otros hombres —le contesté a Holgi, balbuceando un poco a causa del Ramazzotti.
—No necesitas a un hombre para toda la vida, te basta con alguien para una noche —replicó, y se puso a cantar de buenas a primeras, como le gustaba hacer a veces—: Una noche, una noche, si estás frustrada, píllate a alguien para una noche, luego te duchas y te maldices, ¡pero te olvidas del frustre por una noche!
Me miró esperanzado, pero yo no podía imaginarme una sola noche. No estaba de humor para algo así. Y aunque lo estuviera, ¿con qué hombre querría sexo si no con Jan?