64

Apenas pronunciada la última palabra, el Berg se movió y despegó del suelo. Cuando el piso empezó a inclinarse, Mark trastabilló, cayó en la litera y al instante volvió a ponerse de pie.

—No se muevan de aquí —exclamó—. Enseguida vuelvo.

Esta vez no iba a vacilar.

Perforando la oscuridad con su linterna, salió al corredor y se dirigió hacia la cabina. En el mismo lugar que antes, creyó oír otra risita que provenía del techo y los pensamientos más horrorosos asaltaron su mente: hombres y mujeres sedientos de sangre, infectados y dementes, brincando por los paneles y atacando a las chicas que él había dejado en el dormitorio. Pero no le quedaba alternativa y tenía que actuar con rapidez. Además, si realmente había personas allí arriba, habían esperado muchas horas sin hacer nada. Con un poco de suerte, tenía algo de tiempo.

—¿Dónde está el Desintegrador? —gritó Mark.

Con expresión de miedo, Alec se dio vuelta. Pero Mark no perdió tiempo con explicaciones: el arma estaba apoyada contra la pared junto al soldado. Corrió hacia ella, la tomó y se echó la correa alrededor del hombro. Luego se aseguró de que estuviera cargada y se dirigió hacia los dormitorios. Hacia Trina y Deedee.

—¡Enciende alguna luz aquí adentro! —le gritó a Alec cuando salía de la cabina: en algún momento había dejado caer la linterna y en la nave reinaba la oscuridad más completa. Además, conservar la energía y el combustible ya no tenía sentido. Había avanzado unos pocos metros por el corredor antes de que las luces mortecinas comenzaran a brillar e iluminaran el camino, pese a que las sombras seguían colgando de las paredes.

El sudor chorreaba sobre sus ojos mientras recorría el pasillo a grandes zancadas. Le pareció que la temperatura había ascendido miles de grados. El aire sofocante, unido a sus nervios destrozados, lo colocaron al filo de la locura. Tenía que controlarse solo un rato más. Haciendo un gran esfuerzo, se concentró únicamente en los segundos de su vida que venían a continuación.

Cruzó por debajo del sitio donde había escuchado las risitas. Al hacerlo, una carcajada brotó por encima de su cabeza. Era grave y gutural, lo más siniestro que hubiera podido imaginarse. Pero el panel seguía intacto. Atravesó raudamente la puerta del dormitorio y comprobó aliviado que Trina y Deedee seguían abrazadas en el suelo.

Estaba por dirigirse hacia ellas cuando las tres secciones del techo se desmoronaron de golpe en un estrépito de yeso y metal. Entre los trozos, cayeron varios cuerpos, que se estrellaron contra las dos chicas y Deedee lanzó un grito.

Mark levantó el arma y corrió hacia adelante, sin atreverse a disparar pero listo para luchar.

Tres personas se pusieron de pie con dificultad mientras empujaban a Deedee y a Trina como si no fueran más que meros objetos que obstaculizaban su camino. Eran un hombre y dos mujeres, que se reían histéricamente al tiempo que saltaban de un pie al otro y sacudían los brazos como si fueran monos salvajes. Mark se acercó al hombre y descargó la culata del arma en el costado de su cabeza. El sujeto lanzó un quejido y se desplomó en el piso. Aprovechando el impulso, Mark giró el cuerpo y apartó de una patada a una de las mujeres que, con un chillido, cayó sobre la litera más cercana mientras él apuntaba el Desintegrador y oprimía el gatillo. Un rayo de fuego blanco pegó en el cuerpo de la mujer, que se volvió gris y se disipó en el aire.

Acababa de desaparecer cuando su compañera lo atacó desde el costado y ambos aterrizaron en el piso. Por centésima vez en esa semana, sintió que no podía respirar. Se puso de espaldas mientras ella forcejeaba para arrancarle el arma.

Vio que Trina y Deedee estaban apoyadas contra la pared observando la pelea con impotencia. Sabía que su vieja amiga habría atacado a su agresora y la habría dejado inconsciente.

Pero esta nueva Trina, enferma, solo atinaba a quedarse allí como una niñita asustada, sosteniendo a Deedee entre sus brazos.

Resopló y continuó luchando. Escuchó un gemido y contempló al hombre arrastrándose por el piso hacia él. Tenía los ojos clavados en los suyos, llenos de odio y locura. Mostraba los dientes y gruñía.

Se acercó en cuatro patas como si se hubiera transformado en alguna especie de animal rabioso y, un salto, se metió en la riña entre los suyos y la mujer; era un león atacando a la presa.

Chocó con su compañera y ambos se trabaron en un abrazo. Cayeron al piso y rodaron por el suelo como si estuvieran realizando algún juego. Intentando recuperar la respiración, Mark se colocó de costado y luego sobre el vientre. Puso las rodillas debajo del cuerpo, después los codos y empujó hacia arriba. Se apoyó contra un catre y finalmente logró incorporarse.

Con calma, dirigió el Desintegrador hacia el hombre, luego hacia la mujer y lanzó dos disparos certeros. El sonido sacudió el aire como un trueno y los dos cuerpos desaparecieron.

Mark escuchó su propia respiración, lenta y forzada. Echó una mirada cansada hacia Trina y Deedee, que continuaban apretadas contra la pared: era difícil distinguir cuál de las dos estaba más aterrorizada.

—Lamento que tengan que contemplar esto —masculló sin saber bien qué decir—. Vamos.

Tenemos que ir a la cabina. Llevaremos a… —casi había dicho llevaremos a Deedee, pero se detuvo a tiempo. No sabía cómo podía reaccionar Trina—. Nos dirigiremos a un lugar seguro —afirmó.

De pronto, un estallido de risa pareció brotar de todas partes al mismo tiempo, un sonido igual de espeluznante que el anterior. Le siguió una serie de toses en cadena que concluyeron en un siniestro ataque de risitas demenciales. Mark tuvo la sensación de que se encontraba en un hospital psiquiátrico y se le puso la piel de gallina. Trina se había quedado observando fijamente el piso, con la mirada tan vacía que su amigo experimentó otra punzada de dolor. Se acercó a las chicas y estiró la mano. El hombre oculto en las vigas del techo no cesaba de reír.

—Podemos hacerlo —dijo—. Solo tienen que tomar mi mano y caminar junto a mí. En poco tiempo todos estaremos… a salvo —agregó. Hubiera deseado no vacilar antes de pronunciar las dos últimas palabras.

Deedee alzó su brazo lleno de cicatrices, le apretó el dedo del medio y se aferró a él. Eso pareció provocar una reacción en Trina, que se alejó de la pared y se afirmó sobre sus pies. Pese a que no desviaba la vista del piso y continuaba apretando los hombros de Deedee con ambas manos, dio la impresión de que iría con él.

—Muy bien —murmuró Mark—. Vamos a ignorar a ese pobre tipo de allí arriba y caminaremos tranquilamente hasta la cabina.

Aunque no había percibido ningún cambio en la expresión de Trina, se dio vuelta y empezó a andar. Llevando de la mano a Deedee, avanzó rápidamente hacia la puerta del dormitorio. Un vistazo hacia atrás le reveló que Trina seguía aferrada a la niña como si ambas estuvieran pegadas. Se oyó el golpeteo de pisadas sobre sus cabezas, pero Mark controló sus nervios y siguió adelante.

Cruzaron la puerta y salieron al pasillo. Ahí afuera estaba más oscuro; las luces de emergencia eran solo un pálido resplandor a lo largo de las paredes.

Después de echar una mirada fugaz a derecha e izquierda, enfiló en dirección a la cabina.

Apenas había dado un paso cuando regresaron los sonidos y los movimientos.

A continuación se escuchó un golpe seco sobre sus cabezas, acompañado de un ataque de risa. La aparición repentina del rostro y los brazos de un hombre colgado cabeza abajo frente a él hizo que escapara un grito de los labios de Mark, y el impacto lo dejó helado.

En medio del estupor, fue incapaz de reaccionar a tiempo. El lunático se estiró y le arrebató el arma de las manos, rompiendo la correa durante la acción. Mark intentó recuperarla de un manotazo, pero el extraño había sido veloz en su ataque, como una serpiente.

De inmediato volvió a desaparecer tras los paneles del techo, sin dejar de reír. Las fuertes pisadas y las risas burlonas se fueron apagando mientras se dirigía hacia otro sector de la nave.