Mark se lanzó tras ella, pero perdió el equilibrio, resbaló y cayó al suelo. Al instante tenía varios cuerpos encima, rasgando sus ropas. Sacudió los hombros de un lado a otro, sintió que chocaban contra otros cuerpos y escuchó gritos. Las manos intentaban asir el arma y eran demasiadas para él. Pateó y se retorció sobre el estómago para impulsarse hacia arriba. Un golpe fuerte en la parte de atrás de la cabeza lo derribó y su rostro se estrelló contra las duras baldosas.
Después percibió un tirón débil y doloroso en el cuello: comprendió con horror que era la correa del arma. Trató de impedir que se deslizara por su mandíbula y luego por la cabeza. Hubo risas, gritos y vivas.
El Desintegrador había desaparecido.
Todos los que se hallaban en la habitación desviaron su atención hacia el arma, lo cual dio a Mark unos pocos segundos para ponerse de pie. El hombre que se la había quitado la sostenía en el aire con ambas manos y giraba lentamente con un paso de baile. Los que lo rodeaban saltaban con los brazos extendidos para poder tocar la superficie brillante. Comenzaron a alejarse gradualmente de Mark y cada vez más gente empujaba para contemplar el botín. La masa se dirigía al otro extremo del pasillo, hacia lo que parecía ser la cocina.
Supo que nunca recuperaría el Desintegrador. Escudriñó con desesperación el cuarto en busca de señales de sus amigos. Tres o cuatro personas arrastraban a Deedee, que lanzaba patadas y aullidos mientras sus captores trataban de subirla por las escaleras. Trina se encontraba detrás de ellos forcejeando para alcanzar a la niña. Alec luchaba contra por lo menos seis dementes, que parecían empeñados en conseguir su propio botín. Mark lo vio descargar el extremo del arma en la cara de uno de los tipos y disparar un haz de luz blanca a otro, que se volatilizó en el aire. Pero luego otros arremetieron en un ataque frenético contra el viejo, que cayó al piso mientras la gente comenzaba a saltar encima de él.
Sin pensarlo dos veces, salió primero detrás de Trina y Deedee.
Corrió hacia adelante en medio de la multitud, que no parecía saber con certeza qué estaba haciendo allí, y saltó sobre el borde que recorría la parte exterior de las escaleras. Sabía que su única posibilidad era trepar por él. Se aferró al barandal y se impulsó hacia arriba.
Un hombre le soltó un puñetazo, pero falló. Una mujer se arrojó sobre él, ignorando que podía lastimarse a sí misma. Mark logró agacharse y ella siguió de largo y fue a dar contra el piso.
Algunos intentaron empujarlo; otros, desde abajo, le sujetaron las piernas tratando de atraerlo hacia la marea humana. Con una mano en el barandal de madera, consiguió librarse de todos mientras esquivaba, pegaba y desbarataba los intentos de detener su avance.
Finalmente logró superar al grupo líder, el hombre y la mujer que sostenían a Deedee en los brazos. Se aferró al barandal con las dos manos, dio un salto y aterrizó limpiamente en un peldaño casi al final de la escalera. La pareja no se detuvo y continuó avanzando directamente hacia él. Sin saber qué hacer, Mark se arrojó hacia adelante mientras ponía los brazos alrededor de Deedee y la apretaba con fuerza, dejando que el impulso de su cuerpo la liberara de las manos de sus captores.
Rodaron escaleras abajo, golpeando personas a derecha e izquierda, hasta que rebotaron en el último escalón y aterrizaron en el piso. Abrazando en actitud protectora a la pequeña, levantó la vista y divisó a Trina que se acercaba veloz empujando a la gente, con los ojos encendidos y concentrados en Deedee.
Gimiendo por el dolor que atormentaba su cuerpo, Mark consiguió levantarse con dificultad.
Trina apareció corriendo a su lado y tomó a Deedee entre sus brazos mientras la niñita sollozaba.
Sin embargo, el breve aplazamiento había llegado a su fin: los atacantes se dirigían a ellos desde todos lados.
Echó un vistazo rápido a su alrededor y comprendió que el panorama era desalentador: la casa estaba completamente fuera de control.
Alec se encontraba en el comedor, todavía batallando contra una decena de atacantes y disparando el arma cuando podía. Al ver a Mark, varios se alejaron de él y salieron tras el muchacho. Desde el corredor que llevaba a la cocina en el lado opuesto, surgió otro tropel que se acercaba deprisa, como si huyera de algo. Más infectados se ubicaron entre Mark y la puerta bloqueándole la salida: todos parecían dispuestos a matar o morir.
Elevó los brazos para proteger a Trina y a Deedee, retrocedió y las empujó contra la pared que se hallaba junto a la escalera. El primero en llegar hasta él fue un anciano con la cabeza llena de rasguños y tajos. De un salto en el aire, se dirigía directamente a su encuentro cuando se escuchó un ruido sordo en la cocina. El cuerpo del hombre se transformó en una pared gris y se esfumó en una nube de bruma que salpicó a Mark.
Se quedó congelado. El sonido no había venido desde donde estaba Alec: alguien había descubierto la manera de usar el Desintegrador.
La idea apenas comenzaba a formarse en su mente cuando un rayo de luz blanca pasó como un bólido junto a él y se estampó en el pecho de una mujer que se hallaba junto a la puerta.
—¡Alec! —gritó—. ¡Alguien está disparando el otro Desintegrador!
El miedo que erizó su piel era completamente nuevo para él; no se parecía en nada a las experiencias infernales que habían sufrido desde el día en que el subterráneo había quedado a oscuras. Una persona desquiciada estaba dando vueltas por ahí con un arma que podía disolver a un ser humano en cuestión de segundos. En un instante, su vida podría esfumarse antes de que él mismo lograra comprender qué había sucedido.
Tenían que salir de allí.
A pesar de la enfermedad que opacaba sus mentes, los demás habitantes de la casa se dieron cuenta de que algo extraordinario estaba ocurriendo.
El pánico se extendió por la multitud y todos se lanzaron hacia la puerta del frente. Gritos y peticiones de ayuda tiñeron el aire. El pasillo era una corriente de brazos, piernas y rostros de pánico, todos apiñados, afanándose por llegar a la puerta de calle. Sonaron más disparos del Desintegrador rebelde; más personas desaparecieron.
Mark sintió que su salud mental se hacía pedazos. Se dio vuelta y levantó a Deedee en brazos, luego tomó a Trina del hombro y la separó de la pared. Se alejó de la muchedumbre y enfiló hacia el comedor, donde Alec había estado combatiendo. Se hallaba rodeado de un océano de personas, demasiadas para poder dispararles.
Arrastró a Trina, esta vez hacia los pocos ventanales de la casa que permanecían intactos.
Tomó una lámpara, la arrojó contra el vidrio y este se hizo añicos. Apretando con fuerza a Deedee con el brazo derecho, corrió hasta Trina y sujetó su hombro con la mano izquierda. Sin disminuir la velocidad, voló directamente hacia la abertura; después soltó a Trina y se zambulló de espaldas por el orificio. Abrazó firmemente a la niña contra su cuerpo para protegerla mientras chocaba con la tierra endurecida de lo que alguna vez había sido una cama de flores. La caída lo dejó sin aliento.
Jadeando para recuperar la respiración, levantó la vista hacia el cielo azul y distinguió la cabeza de Alec que se asomaba fuera de la casa.
—Realmente has perdido la razón —exclamó su amigo, que ya estaba ayudando a Trina a trepar por la ventana antes de concluir la frase.
Saltó detrás de ella y aterrizó sano y salvo. Luego ambos ayudaron a Mark a ponerse de pie y Trina volvió a tomar a Deedee entre sus brazos. Algunos de los infectados habían sido testigos de la huida y venían tras ellos; otros se abalanzaban por la puerta delantera. Los gritos y los gemidos llenaron el aire. Afuera, las personas ya luchaban unas contra otras.
—Para mí, esta fiesta ya se terminó —masculló Alec.
Cuando Mark logró recuperar el aliento, los cuatro atravesaron corriendo el patio polvoriento y enfilaron hacia la calle que los llevaría de regreso al Berg. Alec se ofreció a transportar a Deedee en sus brazos, pero Trina se negó y continuó la marcha. En su rostro se percibía el esfuerzo que realizaba. En cuanto a la niñita, en algún momento sus gritos habían sido reemplazados por el silencio. Ni siquiera había lágrimas en su rostro.
Mark echó una mirada hacia atrás. En el porche del frente, distinguió a un hombre empuñando el Desintegrador y disparando al azar mientras enviaba a la gente a una muerte sutil.
Cuando divisó al grupo que escapaba por la calle, descargó sobre ellos un par de disparos, que fueron a dar muy lejos del blanco. Los rayos brillantes se incrustaron en el pavimento y levantaron nubes de polvo. El hombre se dio por vencido y se limitó a disparar a las presas más cercanas.
Mark y sus amigos no disminuyeron la velocidad. Al pasar delante de la casa llena de niños pequeños pensó en Trina, en Deedee y en el futuro. Siguió corriendo y no se detuvo.