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La cabeza de Mark golpeó contra un peldaño, luego contra la pared y por último fue a dar al suelo. Mientras tanto, no dejó de recibir patadas, golpes y codazos en todo el cuerpo. El mundo se había convertido en una locura frenética y dolorosa. Cuando todo se calmó, Trina y Alec se hallaban sobre su pecho y Deedee sobre sus piernas, forcejeando para ponerse de pie. Torpemente, Alec intentó levantar el Desintegrador para disparar, pero un hombre saltó desde el cuarto escalón, se estrelló contra él empujándolo y lo hizo volar lejos de Mark.

Trina se estiró hacia Deedee y la abrazó con fuerza apenas a tiempo para alejarse de la zona de la pelea y de los atacantes que continuaban lloviendo desde arriba. En un instante, Mark ya tenía más de doce infectados encima, que le propinaban golpes y patadas como si quisieran despedazarlo. Estaba perdido y desesperado: todos sus planes se habían ido por la borda.

Sujetando el arma con ambas manos, retorció el cuerpo e intentó rodar fuera de la masa de gente mientras agitaba el Desintegrador a diestra y siniestra para alejar a los adversarios.

—¡Basta! ¡Deténganse todos y escúchenme! —gritó Trina con voz fuerte y desgarradora.

Sus palabras surcaron el aire y acallaron los aullidos y gruñidos que provenían de la maraña de cuerpos que tapizaba la escalera. Todos los movimientos se detuvieron en seco. Perplejo ante el brusco cambio, Mark emergió con dificultad de debajo de un par de personas que observaban a Trina en estado de trance, y golpeó con la espalda la pared opuesta del escalón más bajo. A la izquierda, Trina sujetaba a Deedee entre los brazos; a la derecha, Alec también había logrado liberarse.

Todos los ojos estaban posados en Trina, como si ella tuviera algún tipo de poder mágico e hipnótico. Solo interrumpía el silencio del sótano la respiración de sus ocupantes.

—Tienen que prestarme atención —dijo con voz más suave y furia en los ojos—. Ahora yo soy una de ustedes. Estos hombres han venido a ayudarnos. Pero para que puedan hacerlo tienen que dejarnos ir.

La exhortación provocó un coro de murmullos y cuchicheos en la multitud. Fascinado, Mark contempló cómo se ponían de pie en medio de susurros frenéticos con la aparente intención de obedecer. Sucios y cubiertos de sangre, los lunáticos comenzaron a actuar en forma ordenada. En pocos minutos, se habían alineado a ambos lados de la escalera, dejando un camino libre en el centro. Percibió que los de arriba se comunicaban con otros compañeros que se hallaban en la casa para que hicieran correr la voz. Todo se realizaba de manera reverencial.

Trina se volvió hacia Mark.

—Condúcenos hasta arriba.

Seguía sin mostrar señales de reconocerlo y Mark sintió que otra vez se le oprimía el corazón. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo ni por qué esa pandilla de dementes respetaba sus órdenes, pero no iba a perder la oportunidad. Se levantó de un salto y preparó el arma sin exhibirla de manera amenazadora. Echó una mirada a Alec, que parecía más sorprendido que nunca. Con la duda en la mirada, el viejo le hizo una seña para que marchara primero.

Mark caminó hacia la escalera y se dio vuelta hacia las dos chicas.

—Subamos, entonces. Vamos, todo va a estar bien —exclamó. Nunca en su vida había dicho algo en lo que creyera menos.

Dispuestas a seguirlo, se acercaron a él. Trina llevaba a Deedee delante de sí, sujetándola por los hombros. Alec se colocó detrás.

—Arriba se ha dicho —masculló el viejo. Sus ojos se movían como dardos entre las dos hileras de extraños apostados a ambos lados de la escalera. Por la forma en que los miraba, era obvio que estaba seguro de que se trataba de una trampa. Se aferraba al Desintegrador con un poco más de fuerza que Mark.

Con una inhalación profunda, que le hizo percibir los horrendos olores de las personas que lo rodeaban, Mark se dio vuelta y subió el primer peldaño. Arriba, todos los ojos estaban clavados en su rostro. A la derecha, una mujer de pelo grasiento y mejillas magulladas lo observaba con una sonrisa débil y astuta. A la izquierda, un adolescente andrajoso cubierto de rasguños y suciedad parecía a punto de echarse a reír. Inmóviles y callados, no apartaban los ojos de él.

—¿Puedes moverte de una vez por todas? —susurró Alec desde atrás.

Mark dio un paso más. Temía subir las escaleras deprisa, como si Trina hubiera hipnotizado a los infectados y cualquier movimiento brusco pudiera romper el hechizo. Levantó el pie y subió otro peldaño. Luego uno más. De un vistazo hacia atrás, comprobó que Trina y Deedee estaban pegadas a su espalda y Alec venía detrás. Su amigo le echó una mirada que decía claramente que no estaba nada contento con el ritmo del ascenso.

Otros dos pasos y sintió que le corrían escalofríos por la espalda ante las miradas de los extraños. Las sonrisas eran cada vez más grandes y aterradoras. Ya habían recorrido dos tercios de la escalera, cuando oyó una voz femenina a sus espaldas.

—Bonita. Muy bonita.

Al darse vuelta, vio a la mujer acariciando la cabeza de Deedee como si fuera un animal del zoológico. El rostro de la niña estaba lleno de espanto.

—Qué niña tan bonita —exclamó la mujer—. Podría comerte. Eres como un pastel. Sí, sí. Muy dulce.

Asqueado, Mark volvió la vista hacia adelante. Tenía una sensación desbordante en el pecho, como si algo estuviera tratando de liberarse. Acababa de subir otro escalón cuando un hombre estiró el dedo y le tocó el hombro.

—Un chico bueno y fuerte, eso es lo que eres —masculló el extraño—. Estoy seguro de que tu mamá estará orgullosa de ti.

Mark lo ignoró y dio un paso más. Esta vez, varias personas apoyaron las manos en su brazo: no de manera amenazadora, simplemente lo rozaron. Otro escalón más. Una mujer se apartó de la pared y le echó los brazos al cuello en un abrazo breve y feroz. Después lo soltó y volvió a su posición junto a la pared, con una sonrisa cruel en el rostro.

Mark estaba lleno de repulsión. No podía soportar un minuto más dentro de esa casa.

Abandonando toda precaución, tomó la mano de Deedee y comenzó a subir los escalones más rápidamente. Pudo escuchar las fuertes pisadas de Alec en la retaguardia.

Al principio, los extraños se mostraron sorprendidos ante la súbita aceleración del movimiento. Llegó al final de la escalera, atravesó el descanso y se dirigió hacia el corredor mientras, a ambos lados, los rostros embrujados continuaban observándolos. La casa estaba atestada de gente; había personas por todos lados y algunas empuñaban palos, bates y cuchillos.

Pero, en el centro, había un sendero despejado que conducía a la puerta del frente. Sin vacilar, comenzó a correr hacia la salida, arrastrando a Deedee con él.

Lograron atravesar la mitad del camino antes de que se desatara el caos. Todos los habitantes de la casa parecieron aullar al mismo tiempo y sus cuerpos se arremolinaron con fuerza alrededor de los cuatro amigos. Mark soltó la mano de Deedee y la vio desaparecer entre la muchedumbre; su grito dulce y débil fue como el de un ángel en medio de los demonios.