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La mujer se abalanzó sobre sus ojos; el impacto de la caída no parecía haberla afectado en lo más mínimo. Los alaridos brotaban de su boca como si fuera una especie de criatura torturada.

Mark se había quedado sin aliento y las rodillas le dolían por el choque contra el suelo duro. En medio de los jadeos, giró el cuerpo y sujetó las manos de la desconocida, tratando de apartarlas de su rostro. Ella logró liberarse y comenzó a rasguñarle las orejas, la nariz y las mejillas mientras el muchacho continuaba luchando por quitársela de encima.

—¡Ayúdame! —le pidió a Alec.

—¡Empújala para que pueda dispararle! —le gritó en respuesta.

Retorció el cuerpo y le echó una mirada fugaz a Alec, que se movía de un lado a otro a la espera del momento oportuno.

—Solo trata de… —comenzó a vociferar, pero enseguida ella le puso los dedos en la boca y le apretó los labios. Hizo un gancho por dentro de la mejilla y jaló como si quisiera arrancarle un lado de la cara, pero el dedo se deslizó hacia afuera. Revoleó la mano en el aire y luego la descargó sobre el rostro de Mark con el puño cerrado.

El dolor y la furia estallaron en su interior como una ristra de petardos encendidos. Cuando recuperó el aliento, colocó las manos debajo del cuerpo, adelantó los hombros y empujó con todas sus fuerzas. La extraña salió volando y cayó de espaldas con un estrépito que la silenció momentáneamente. A los pocos segundos logró apoyarse sobre las manos y las rodillas, pero Mark había conseguido enderezarse primero. Se inclinó hacia adelante y lanzó una patada con el pie derecho que fue a dar a la sien de la demente. Con un chillido se desmoronó de costado, se enroscó en un ovillo y se rodeó la cara con los brazos. Luego empezó a mecerse de un lado a otro mientras gemía.

De inmediato, Mark se alejó de ella.

—¡Vamos, hazlo!

Pero Alec no le hizo caso. Despacio, se acercó hasta Mark con el extremo del arma apuntando a la atormentada mujer.

—Sería un desperdicio. Guardémosla para una presa mayor.

—Pero ¿y si nos sigue? ¿Y si va a buscar a sus amigos y arruina nuestra oportunidad de sorprenderlos más adelante?

Alec la miró largamente y luego desvió los ojos hacia Mark.

—Si te hará sentir mejor, hazlo tú —se dio vuelta y se encaminó a la próxima casa, escudriñando la zona por si aparecían enemigos potenciales.

Mark se dirigió hacia el lugar donde había dejado caer el Desintegrador y la mochila durante la pelea. Sin quitarle los ojos de encima a su atacante, se colgó la mochila a la espalda, ajustó las correas y, cuando tuvo las manos libres, levantó el arma. Sin dejar de apuntarle, se acercó a ella hasta que estuvo a un metro de distancia. La mujer permanecía echada en posición fetal mientras se mecía de un lado a otro emitiendo gemidos y sollozos. Descubrió que no sentía ni pena ni compasión. Eso que tenía enfrente ya no era un ser humano; había perdido toda la cordura y él no era el responsable. Además, podía tener amigos en las inmediaciones o estar haciéndose la víctima para que la dejaran en paz.

No. Ya no había tiempo para la compasión.

Dio un paso atrás, apretó con firmeza la culata del arma contra el pecho, apuntó con más precisión y oprimió el gatillo. Un zumbido impregnó el espacio; luego el Desintegrador retrocedió y lanzó un haz de luz blanca que desgarró el cuerpo de la mujer. No tuvo tiempo de gritar; ya se había transformado en una ondulante ráfaga gris y explotaba en una bruma sutil, esfumándose en el aire.

Mark había retrocedido dos pasos, pero estaba contento de no haberse caído. Se quedó mirando el espacio donde había yacido la mujer. Finalmente, alzó la vista y se topó con Alec, que se había detenido y lo observaba con una expresión vacía. Sin embargo, en medio de la conmoción, alcanzó a distinguir en su rostro un orgullo inconfundible.

—Nuestras amigas —dijo Mark, seguro de que nunca antes había hablado con tanta amargura—. Solo debemos pensar en ellas.

Levantó el arma, la apoyó en el hueco entre el cuello y el hombro y la sostuvo allí con una mano mientras dejaba descansar la otra al costado del cuerpo. Después caminó hacia Alec despacio y en silencio.

El viejo soldado lo esperó sin decir una palabra y continuaron juntos el recorrido.