—¿Las disuelve? —preguntó Mark con escepticismo—. ¿Qué quieres decir?
—En realidad, quizá no sea muy importante, ya que no sabemos si estas máquinas funcionan —comentó Alec. Luego inspeccionó la caja durante unos segundos y retiró un voluminoso bulto negro con trabas metálicas. Se llevó sus preciados objetos, pasó delante de Mark y salió al pasillo—, ¡vamos! —le gritó cuando estuvo fuera de su vista.
Les lanzó un último vistazo a las armas, que emitían un destello mágico y amenazador desde el interior de la caja, y luego se fue detrás de su amigo. Lo encontró en la cabina, sentado en la butaca del capitán, admirando el Desintegrador en sus manos. Parecía un niño con un juguete nuevo. El objeto negro que había traído se hallaba en el piso y tenía el aspecto de ser una base para apoyar el arma o un dispositivo para cargarla.
—Muy bien —dijo Mark colocándose detrás de Alec—, explícame qué hace esa cosa.
—Un segundo —repuso Alec. Ubicó su juguete en el largo hueco del objeto negro y luego oprimió un botón en un pequeño panel de control en el costado. Sonó algo agudo, después un zumbido y una luz gris brotó del cuerpo del arma.
—Lo vamos a cargar y luego podrás ver por ti mismo lo que hace —anunció con orgullo. Alzó los ojos hacia Mark—: ¿Alguna vez has oído hablar de una Trans-Plana?
Mark puso los ojos en blanco.
—Por supuesto, vivo en este planeta.
—Muy bien, sabelotodo. Tranquilo. Sabes lo costosas que son, ¿no? ¿Y cómo funcionan?
Se encogió de hombros y se sentó en el suelo, en el mismo sitio donde se había quedado dormido hacía como un millón de años.
—No es que la haya usado alguna vez. Ni siquiera he visto una, pero sé que es un transportador molecular.
Alec lanzó una risa forzada y atronadora.
—Es obvio que nunca has visto una. Tendrías que tener miles de millones de dólares. O trabajar para el gobierno. Uno solo de esos aparatos cuesta más de lo que podrías contar en un año. Pero tienes razón, asi es como funciona: descompone las estructuras moleculares y luego las ensambla en el lugar de llegada. Bueno, esta máquina es igual, salvo que solo hace la mitad del trabajo.
Mark echó una mirada al arma y sintió escalofríos.
—¿Quieres decir que desarma a las personas? ¿Las divide en trozos minúsculos?
—Sí. Esa es la idea. Las arroja al aire como a las cenizas de los muertos. Tal vez anden revoloteando por toda la eternidad pidiendo a gritos que alguien vuelva a unirlos. O tal vez todo se termina en ese instante. Es imposible saberlo. Quizá no sea una forma tan mala de morir.
Mark esbozó una mueca de escepticismo: la tecnología moderna. La humanidad había logrado algunos descubrimientos geniales, pero no habían servido de mucho cuando el sol decidió borrar del mapa a gran parte de la civilización.
—Supongo que eso es todo —arriesgó Mark—. No parecía haber nada más en esa habitación.
—No. Entonces… esperemos que estas criaturitas funcionen.
Pensó que debía tener mucho cuidado de no dispararse en su propio pie.
—¿Cuánto tiempo les tomará cargarse?
—No mucho. El suficiente como para que juntemos algunos suministros para la misión de rescate. —Habla como un soldado, pensó Mark—. Después lo probaremos afuera mientras cargamos otro para ti. Tal vez llevemos uno más de repuesto.
Se quedó observando el dispositivo de carga hasta que Alec lo obligó a ponerse de pie y a ayudarlo con los preparativos del viaje.
Media hora después tenían las mochilas llenas de alimentos, agua y ropa limpia, que habían encontrado escondida entre las literas. En el momento en que abrieron la rampa de la escotilla, el primer Desintegrador ya tenía la carga completa y Alec lo empuñaba con firmeza, con la correa en el hombro. Ya habían hecho un recorrido rápido por el vecindario y no habían visto a nadie cerca, así que decidieron que era seguro probar el arma nueva y sofisticada.
Cuando la puerta se abrió con los chirridos de las bisagras, Mark le hizo un guiño a su orgulloso compañero.
—¿No crees que estás sosteniendo ese aparato con demasiada fuerza? —se burló. El arma refulgía y, ahora que estaba cargada, lanzaba un tenue brillo anaranjado.
Alec le echó una mirada de superioridad.
—Podrán parecer frágiles, pero están muy lejos de serlo. Si los arrojáramos desde la punta del Edificio Lincoln, no se romperían.
—Eso es porque caerían en el agua.
Alec giró el Desintegrador y dirigió el extremo que disparaba —el extraño tubo que brotaba de la larga burbuja— directamente hacia el joven.
Sin poder evitarlo, Mark retrocedió.
—No es gracioso —señaló.
—Especialmente si aprieto el gatillo.
La rampa chocó contra el pavimento agrietado del callejón. Un silencio cruel y repentino se extendió sobre el mundo, solo quebrado por el canto lejano de un pájaro. El aire caliente y húmedo los envolvió y les resultó difícil respirar. Al tratar de inhalar con fuerza, Mark empezó a toser.
—Vamos —dijo Alec descendiendo por la rampa con grandes zancadas—. Busquemos una ardilla —anunció mientras agitaba el arma de un lado a otro por si aparecían intrusos—, o mejor aún, uno de esos chiflados que pudiera haberse desviado hacia aquí. Qué lástima que estas armas tengan que cargarse, de lo contrario podríamos deshacernos de este problema del virus en un santiamén. Borraríamos estos viejos barrios por completo.
Mark se le unió en la base del Berg y miró con desconfianza a su alrededor: alguien podría estar observándolos desde las casas en ruinas que los rodeaban o desde los bosques incendiados del fondo.
—Me enternece la forma en que valoras la vida humana —masculló.
—A largo plazo —repuso Alec—. A veces tienes que pensar a largo plazo. Pero no son más que palabras, hijo. Solo palabras.
Para Mark, encontrarse en las afueras de la ciudad resultó muy perturbador. Se había acostumbrado a vivir en las montañas, en los bosques, en una cabaña. Ese barrio abandonado lo hacía sentir raro e incómodo. Debía calmar sus nervios antes de comenzar la misión.
—Hagamos la prueba de una vez.
Alec se encaminó hacia un buzón medio destruido. Parecía como si alguien lo hubiera chocado con un automóvil o una camioneta durante un desesperado intento de escapar.
—Muy bien —dijo—. Quería probarlo en algo vivo. Funciona mucho mejor con material orgánico. Pero tienes razón… tenemos que apurarnos. Trataré de destruir ese montón de…
En la casa más cercana, una puerta se abrió de golpe y un hombre salió corriendo directamente hacia ellos, aullando con todas sus fuerzas. Sus palabras eran indescifrables; sus ojos estaban llenos de locura, tenía el pelo sucio y pegajoso, y su rostro estaba cubierto de llagas, como si se hubiera arañado su propia piel. Estaba completamente desnudo.
Impresionado por la apariencia del recién llegado y presa del pánico, Mark retrocedió unos pasos pensando qué hacer o qué decir.
Pero Alec ya había levantado el Desintegrador y lo apuntaba hacia el hombre que se aproximaba velozmente.
—¡Detente! —le gritó el veterano—. O te… —se interrumpió porque era obvio que el desconocido no lo escuchaba. Aullando frases sin sentido, se dirigía hacia él a tropezones, pero sin disminuir la velocidad.
Se oyó un sonido agudo, que pareció venir de todas partes al mismo tiempo, seguido de una ráfaga semejante al ronroneo del motor de un jet. Mark notó que el resplandor anaranjado que emanaba del arma brillaba más que antes, visible aun bajo el sol. Luego Alec retrocedió bruscamente cuando un rayo de luz blanca brotó del Desintegrador y se estampó en el pecho del hombre que aullaba.
Sus gritos se suspendieron instantáneamente, como si hubiera quedado encerrado en una tumba. De la cabeza a los pies, su cuerpo se volvió gris como la ceniza, todos los detalles y las dimensiones se esfumaron y quedó convertido en una silueta que parecía hecha de una delgada tela gris ondulante y emitía destellos. Luego explotó en una nube y se evaporó en el aire. Así nomás: sin dejar un solo rastro.
Mark volteó para mirar a Alec, que había bajado el arma y respiraba con fuerza, con los ojos muy abiertos, mirando hacia el lugar que el hombre había ocupado unos segundos antes.
Finalmente, el viejo soldado desvió la mirada hacia el rostro aturdido de Mark.
—Parece que funciona.