El ascenso súbito de la nave no resultó muy agradable para el estómago de Mark. Alec elevó el Berg hasta que sobrepasó las paredes del cañón y luego lo lanzó hacia adelante a toda velocidad, como si lo hubiera despedido una catapulta. Mark sintió las tripas revueltas y tuvo náuseas. Se arrastró por el suelo hasta que encontró el baño. Entró y vomitó: solo bilis y ácido. La garganta le ardía como si hubiera tragado algún químico corrosivo.
Se sentó un rato hasta que fue capaz de volver caminando a la cabina. —Comida. Por favor dime que hay comida— pidió con voz ronca.
—¿Y agua? —le preguntó Alec—, eso también suena agradable, ¿no? Déjame aterrizar la nave en algún sitio. Me quedaría sostenido en el aire pero de esa forma gastaríamos todo el combustible y vamos a necesitarlo. Te apuesto a que en este trozo de chatarra hay algo para devorar. Después saldremos en busca de nuestros amigos de la fogata.
—Por favor —balbuceó. Se le caían los párpados y no era por el cansancio. Sabía que estaba a punto de desmayarse porque le había bajado el nivel de azúcar en la sangre. Sentía que había pasado una semana desde la última comida. Y la sed: su boca parecía un balde de arena.
—Has pasado momentos muy duros —dijo Alec en voz baja—. Dame unos minutos.
Volvió a sentarse en el piso y cerró los ojos. No llegó a perder la conciencia por completo, pero sintió que estaba desconectado del mundo, como si se tratara de una obra teatral que él mirase desde la última fila, echado en el suelo con algunas mantas sobre la cabeza. Los sonidos le llegaban apagados y le dolía el estómago por el hambre.
Finalmente, el Berg disminuyó la velocidad y, después de una sacudida brusca que hizo temblar la nave, no hubo más que silencio y quietud. Durante un rato largo, pensó que el sueño se acercaba y, con él, los recuerdos. Se resistió: no sabía si podría soportar revivir el pasado en ese instante. Escuchó pasos lejanos y pronto Alec estuvo a su lado.
—Aquí tienes, hijo. Se asemeja bastante a una clásica comida militar, pero es muy nutritiva. Te reanimará en un segundo. Volé hasta un barrio deshabitado entre el búnker y el centro de Asheville. Todos los locos parecen haber enfilado hacia el sur huyendo del incendio.
Abrió los ojos; los párpados le pesaban tanto que casi tuvo que usar los dedos para levantarlos. Al principio, Alec no era más que una mancha borrosa, pero luego fue volviéndose más nítido. Le extendió un trozo de papel de aluminio que contenía pedazos de… alguna especie de alimento. No importaba. Tomó tres de esos bocados increíblemente deliciosos, pero cuando quiso tragarlos le resultó muy difícil.
—Ag… —comenzó a decir, pero luego le dio un ataque de tos, con lo cual lanzó al rostro de Alec la comida que no había podido tragar.
—Maravilloso. Muchas gracias —repuso el viejo, limpiándose la cara.
—Agua —logró balbucir.
—Sí, aquí tienes —y le extendió una cantimplora. Mark alcanzó a escuchar el líquido agitándose en el interior.
Se enderezó y lanzó un gemido de dolor por el movimiento.
—Ten cuidado —le recomendó Alec—. No bebas muy rápido porque te enfermarás.
—Está bien —repuso. Tomó el recipiente, hizo una pausa para calmar el temblor y después apoyó el borde sobre su labio inferior: el agua fresca y maravillosa se derramó en su boca y descendió por la garganta. Reprimió la tos y se concentró en tragar sin desperdiciar ni una gota. Luego tomó un poco más.
—Es suficiente —advirtió Alec—. Ahora come unos bocados más de esta delicia que rescaté del caos del armario.
Así lo hizo y esta vez lo encontró sabroso: más salado y con más gusto a carne. Con la boca húmeda, lo procesó con facilidad a pesar de que la garganta le ardía como nunca. Una pizca de fuerza se filtró por sus músculos y el dolor de cabeza cedió levemente. Lo mejor de todo era que las náuseas habían desaparecido.
Como se sentía mucho mejor, quiso dormir.
—Parece que han vuelto a encenderse un par de bombillas en tu cerebro —comentó Alec mientras se sentaba. Se apoyó contra la pared y se metió la comida en la boca—. Esta porquería no está tan mal, ¿no crees?
—No deberías hablar con la boca llena —respondió Mark con una sonrisa débil—. Es de mala educación.
—Lo sé —dijo y siguió atiborrándose de comida de manera exagerada para que Mark pudiera ver todo lo que masticaba—. No es necesario que me lo digas. Yo también tuve una madre.
Mark se echó a reír de verdad; eso le provocó dolor en el pecho y en la garganta y empezó a toser.
—¿Adonde me trajiste esta vez? —preguntó una vez recuperado, mientras continuaba comiendo.
—Bueno, la fortaleza del Berg está al oeste de Asheville, de modo que me fui un poco hacia el este: hay algunos barrios elegantes en este lado de la montaña. Divisé mucha actividad unos kilómetros al sur y creo que debe ser el lugar adonde escaparon nuestros agradables amigos de la fogata después de incendiar el bosque. Esto parece un sitio tranquilo.
Hizo una pausa para comer otro bocado.
—Estamos en una calle privada de una zona que debe haber sido muy distinguida. Al menos, antes de que se convirtiera en un horno. Solía haber mucha gente rica en las afueras de Asheville, ¿sabías? La mayoría de las casas ahora está en ruinas.
—¿Pero qué vamos a…?
—Ya lo sé —dijo Alec alzando la mano para interrumpir la pregunta—. Tan pronto como recuperemos la fuerza y durmamos un par de horas, buscaremos a nuestras amigas.
No quería perder más tiempo, pero sabía que Alec tenía razón: debían descansar.
—¿Alguna señal de… algo?
—Cuando sobrevolamos el sur de este vecindario, me pareció reconocer a algunas personas. Estoy casi seguro de que se trataba de la gente del asentamiento de Deedee. Tal vez Lana y las chicas también estén allí, como pareció dar a entender el tal Bruce.
Mark cerró los ojos durante unos segundos sin saber si eso era bueno.
Después hicieron otro alto en la charla para comer y beber un poco más. Mark sentía curiosidad por saber cómo era el exterior, pero estaba demasiado cansado como para ponerse de pie y caminar hasta la ventanilla. Además, ya había visto suficientes casas quemadas, que la gente alguna vez había considerado sus hogares.
—¿Estás seguro de que acá no tendremos problemas? Por si lo olvidaste, un lunático rompió una de las ventanillas con un martillo.
—Hasta ahora, nadie se ha acercado. Lo único que podemos hacer es estar alertas. Y cuando vayamos a buscar a las mujeres, tendremos que esperar que la gente no note nuestra entrada adicional.
Al recordar al hombre con el martillo, Mark se sintió muy afligido y comenzó a pensar cómo había llegado a matar al piloto en la escotilla.
Alec percibió que algo andaba mal.
—Sé que no te quedaste mirando televisión cuando te demoraste un rato largo en la sala de carga. ¿Quieres contarme qué sucedió?
Mark le echó a su amigo una mirada entre avergonzada y nerviosa.
—Por unos minutos, fue como si hubiese perdido el control y comencé a actuar de forma extraña. Casi sádica.
—Hijo, eso no significa nada. Yo he visto muchos hombres buenos irse al diablo en el campo de batalla y no había ningún virus circulando al cual echarle la culpa. Eso no quiere decir que tú… lo tengas. Los seres humanos hacen locuras para sobrevivir. ¿Acaso durante el último año no viste eso todos los días?
Mark no lograba sentirse mejor.
—Esto fue… diferente. Por un segundo, ver cómo ese tipo se moría fue como estar celebrando la Navidad.
—Claro —dijo Alec observándolo. Mark no sabía qué podía estar pasando por su mente—. En un par de horas va a oscurecer. No es bueno salir a explorar de noche. Es mejor que nos echemos un buen sueño.
Con el corazón abatido, hizo una señal afirmativa. Se preguntó si no tendría que haberse callado. Mientras bostezaba se acomodó y decidió procesar los hechos durante un rato.
Pero un estómago lleno y una semana entera de agotamiento lo empujaron hacia un estado de inconsciencia.
Naturalmente, los sueños vinieron a continuación.