Los aullidos rasgaron el aire mientras la multitud huía en medio del caos. Mark se arrodilló y enganchó los brazos de Darnell en sus codos. El sonido de los dardos volando a diestra y siniestra lo impulsó a darse prisa y borrar cualquier otro pensamiento de su cabeza.
Arrastró a su amigo por el piso. Trina había caído, pero Lana ya estaba ahí, ayudándola a levantarse. Ambas corrieron hacia él y cada una sujetó uno de los pies. Con resoplidos sincronizados, levantaron a Darnell y lo alejaron de la Plaza y del espacio abierto. Era un milagro que ninguno de ellos hubiera sido alcanzado por un dardo. Los proyectiles surcaban el aire y se escuchaban los gritos y el ruido de los cuerpos al chocar contra el suelo. En medio de la lluvia de dardos, Mark, Trina y Lana se deslizaron lo más rápido que pudieron transportando a Darnell con dificultad. Al pasar detrás de un conjunto de árboles, Mark escuchó los golpes de los dardos que se hundían en las ramas y en las cortezas. Volvieron a salir al espacio abierto y atravesaron velozmente un pequeño claro hasta enfilar por un sendero de cabañas de troncos construidas al azar. Había gente por todas partes: algunos golpeaban frenéticamente las puertas, otros se arrojaban por las ventanas.
A continuación Mark oyó el rugido de los propulsores y un aire cálido le azotó la cara. El ruido fue aumentando y el viento sopló con más intensidad. Alzó los ojos y comprobó que el Berg había cambiado de posición y perseguía a la multitud que huía. Vio al Sapo y a Misty exhortando a todos a darse prisa. Sus gritos se perdían bajo el estruendo del Berg.
No sabía qué hacer. Buscar refugio era lo más apropiado, pero había demasiada gente intentando hacer lo mismo, y si se unían al caos con Darnell a rastras, terminarían aplastados. El Berg se detuvo una vez más y los desconocidos, con sus extraños atuendos, alzaron nuevamente las armas y abrieron fuego.
Un dardo rozó la camisa de Mark y se clavó en el suelo. Alguien lo pisó y lo enterró más profundamente. Otro pegó en el cuello de un hombre que pasaba a toda velocidad. Con un grito, se dobló hacia adelante mientras la sangre manaba de la herida. Cuando se desplomó, se quedó quieto y tres personas tropezaron con él. Apabullado por lo que ocurría a su alrededor, Mark se detuvo y no reaccionó hasta que Lana le gritó que se moviera. Obviamente, los agresores habían mejorado la puntería. Los dardos volaban, clavándose en la gente, y el aire se impregnó de gritos de dolor y de espanto. Se sintió completamente indefenso: no había forma de protegerse del aluvión de artillería. Lo único que podía hacer era intentar superar a duras penas a una máquina voladora: una tarea imposible.
¿Dónde estaba Alec, el hombre duro de instintos guerreros? ¿Hacia dónde había huido?
Mark seguía moviéndose, empujando el cuerpo de Darnell y forzando a Lana y a Trina a mantener su ritmo. El Sapo y Misty corrían junto a ellos mientras trataban de ayudar sin entorpecer la carrera. Los proyectiles continuaban cayendo desde arriba. Más alaridos, más cuerpos que se desplomaban. Dobló en un recodo, se agazapó en el callejón que conducía a la Cabaña y se pegó al edificio que tenía a su derecha, usándolo de escudo. Poca gente tomaba esa dirección y había menos dardos que esquivar.
El pequeño grupo remolcó con torpeza el cuerpo inconsciente de su amigo. En esa sección del poblado, las casas estaban construidas prácticamente unas sobre otras y no quedaba espacio para sortearlas y escapar hacia los bosques de las montañas circundantes.
—¡Ya casi llegamos a la Cabaña! —anunció Trina—. ¡Apúrense antes de que el Berg vuelva a colocarse encima de nosotros!
Mark giró para quedar de frente mientras mantenía a Darnell agarrado de la camisa a sus espaldas. Al andar hacia atrás, había forzado al máximo los músculos de las piernas, que comenzaban a acalambrase. No había nada en el camino que los frenara, de modo que aceleró el paso. Trina y Lana se mantenían detrás de él, sosteniendo las piernas de Darnell. Misty y el Sapo sujetaban cada uno un brazo para compartir el peso de la carga. Se deslizaron a derecha e izquierda entre angostos senderos y pasadizos, raíces prominentes y tierra compacta. El zumbido del Berg sonaba a la derecha del grupo, silenciado por los edificios y las hileras de árboles que se erguían en medio.
Por fin, Mark dobló una esquina y divisó la Cabaña al otro lado de un pequeño claro. Se preparó para comenzar a correr cuando una horda de vecinos en fuga frenética y violenta emergió como un remolino desde el lado opuesto y se desparramó hacia las puertas. Se quedó congelado en el lugar justo en el momento en que el Berg se acercaba a toda velocidad, más cerca del suelo que nunca. Ahora había solo tres personas sobre la escotilla, que comenzaron a disparar tan pronto como la nave quedó suspendida en el aire. Finos rayos de plata cayeron sobre la gente que se adentraba en el claro. Todos los proyectiles parecían encontrar su blanco en brazos y cuellos de hombres, mujeres y niños, que se desplomaban en el suelo casi instantáneamente mientras otros tropezaban con ellos en su precipitada huida en busca de refugio.
Rodearon el costado del edificio más próximo y depositaron a Darnell en el suelo. El dolor y el cansancio se extendían por los brazos y las piernas de Mark, que anhelaba derrumbarse junto a su amigo inmóvil.
—Deberíamos haberlo dejado allá atrás —dijo Trina con las manos en las rodillas mientras trataba de recuperar el aliento—. Nos retrasa mucho y de todas maneras sigue estando en medio de los disparos.
—Y posiblemente muerto —agregó el Sapo con voz ronca.
Mark lo miró con severidad, pero tenía que admitir que el chico podía tener razón. Quizá habían arriesgado la vida para salvar a alguien que ya no tenía posibilidad de sobrevivir.
—¿Qué está sucediendo ahora? —preguntó Lana acercándose a la esquina de la construcción para espiar. Les echó una mirada por encima del hombro—. Están liquidando gente en forma indiscriminada. ¿Por qué usarán dardos en vez de balas?
—Es inexplicable —respondió Mark.
—¿No podemos hacer algo? —inquirió Trina mientras su cuerpo temblaba, más por la frustración que por el miedo—. ¿Por qué permitimos que esto ocurra?
Mark se acercó a Lana y se puso a espiar con ella. Los cuerpos estaban diseminados por el suelo, atravesados por dardos que apuntaban hacia el cielo como un bosque en miniatura. El Berg permanecía sobrevolando la plaza en medio del fuego azulado de los propulsores.
—¿Dónde están los tipos de seguridad? —murmuró Mark sin dirigirse a nadie en particular—, ¿se tomaron el día libre?
Nadie respondió, pero un movimiento inusual en la puerta de la Cabaña llamó su atención, y respiró aliviado. Agitando las manos frenéticamente, Alec los alentaba a unirse a él. Sostenía lo que parecían ser dos enormes rifles con ganchos en los extremos, unidos a largos rollos de cuerda.
Como buen soldado, aun después de tanto tiempo el hombre tenía un plan y necesitaba ayuda. Iba a enfrentar a esos monstruos, y Mark también lo haría. Se apartó del muro y, al echar una mirada a su alrededor, divisó un trozo de madera al otro lado del callejón. Sin advertir a los demás sobre lo que pensaba hacer, cruzó corriendo, lo tomó y, usando la madera a modo de escudo, salió a la plaza abierta para llegar a la Cabaña, donde se encontraba Alec. No necesitaba mirar hacia arriba: podía oír los silbidos inconfundibles de los dardos que se acercaban en su dirección. Escuchó el golpe nítido de uno de ellos al incrustarse en la tabla y continuó la carrera.