Como si la declaración inicial no hubiera sido suficientemente extraña, la multitud empezó a aplaudir y a gritar con entusiasmo. Bruce esperó a que las ovaciones se aplacaran para proseguir.
Mark estaba ansioso de escuchar lo que vendría a continuación.
—Frank y María acaban de regresar de un vuelo de reconocimiento alrededor de Asheville. Como habíamos supuesto, han apuntalado muy bien esos muros. ¿Qué ha sido de la humanidad y de la generosidad, amigos míos? Esas épocas ya han quedado atrás. La CPC ha creado un ejército de monstruos, gente que antes solía estar dispuesta a dar la vida por un hermano necesitado. Eso ya se acabó. Esos miserables de Alaska y Carolina del Norte, y nuestra mismísima Asheville, les han dado la espalda definitivamente a los asentamientos. Peor: nos han dado la espalda a nosotros. ¡A nosotros!
Sus palabras desataron un coro de gritos airados, zapateos y golpes en los descansabrazos de los asientos. Los ruidos resonaron por todo el recinto hasta que Bruce volvió a hablar.
—¡Ellos nos enviaron acá! —gritó con voz más fuerte—. Nos asignaron para formar parte de la peor violación de los derechos civiles desde la Guerra de 2020. ¡Un holocausto! Pero fueron terminantes en que era por la supervivencia de la raza humana. Dijeron que era para salvar los pocos recursos que quedaban, para poder alimentar a quienes consideraban que merecían vivir. ¿Pero quiénes son ellos para decidir quiénes merecen vivir? —hizo una pausa antes de continuar—. Bueno, damas y caballeros, parece que nosotros no merecemos vivir. Nos mandaron aquí para hacer su trabajo y ahora han decidido deshacerse de nosotros. ¡¿Quiénes son ellos?, les pregunto a todos ustedes!
La última parte, que fue pronunciada casi a gritos, provocó un ataque de histeria en la multitud. La gente aullaba y golpeaba el piso con los pies. A causa del rugido, las sienes de Mark comenzaron a vibrar y sintió que la frente iba a estallarle. Pensó que nunca se callarían, pero lo hicieron bruscamente. Supuso que Bruce había hecho algún gesto para apaciguarlos.
—Hasta aquí llegamos —dijo el hombre, mucho más calmado—. Los individuos utilizados para las pruebas se están volviendo cada día más fanáticos con su ridícula secta religiosa. Hemos hecho un trato con ellos: quieren que les devolvamos a la niña para sacrificarla a sus nuevos espíritus. Creo que ya no tienen salvación. Están más allá de cualquier tipo de ayuda que podamos brindarles. No pueden pasar un día sin pelear entre ellos, organizar bandos y volver a provocar batallas internas. Pero llegamos a un acuerdo con los pocos que todavía conservan algo de lucidez. Ya estoy harto de caminar allá afuera esperando que alguien salte de un árbol y me ataque.
Hizo una pausa para crear un prolongado silencio.
—Les entregamos a la niña y a las dos mujeres que la acompañaban. Sé que es duro de aceptar, pero eso nos dará un poco de tiempo durante el cual no tendremos que preocuparnos por esa gente. No quiero desperdiciar la valiosa munición que nos queda en defendernos de una secta.
De pronto, Mark sintió una descarga en los oídos: la niña, las dos mujeres, les entregamos.
Era lo que había dicho Anton en el dormitorio. Todo explotó dentro de su mente y se estremeció.
Recordó la locura que reinaba entre aquellas personas que danzaban alrededor de la hoguera.
Justo cuando había llegado a pensar que la situación no podía empeorar, eso era lo que acababa de suceder. Habían perdido todo ese tiempo en el búnker y sus amigas ni siquiera se encontraban ya ahí.
Bruce seguía hablando, pero Mark ya no podía concentrarse en lo que decía y se inclinó para hablarle a Alec al oído.
—¿Cómo pueden haberlas entregado a… esas personas? Tenemos que irnos. ¡Quién sabe lo que les harán esos psicópatas!
Alec extendió la mano para calmarlo.
—Lo sé. Y eso es lo que haremos, pero no olvides el motivo que nos trajo aquí.
Escuchemos lo que este hombre tiene que decir y luego nos marcharemos. Te lo prometo. Lana significa tanto para mí como Trina para ti.
Más tranquilo, Mark volvió a reclinarse contra la pared e intentó escuchar lo que Bruce estaba diciendo en el escenario.
—… El fuego se ha extinguido gracias a la tormenta que cayó hace un par de horas. El cielo está negro, pero las llamas se apagaron. Vamos a tener que enfrentar avalanchas de lodo en toda la zona. Aparentemente, los individuos de prueba huyeron a sus casas quemadas en las montañas. Esperemos que se queden ahí por un tiempo antes de que los invada la desesperación y marchen sobre Asheville en busca de comida. Pero creo que si esperamos un día o dos, podremos encaminarnos a la ciudad sin problemas. Entraremos a la fuerza y exigiremos que respeten nuestros derechos. Iremos a pie y esperamos tomarlos por sorpresa —después de unos murmullos de preocupación, continuó—. Miren: no podemos negar que ahora nos estamos enfrentando con nuestro propio brote de la enfermedad. Todos hemos podido ver los síntomas aquí mismo, en nuestro refugio. Es imposible que nuestros superiores hayan aceptado liberar este virus sin tener algo que revierta sus efectos. Y yo digo que si no nos lo entregan, todos morirán. Aunque tengamos que ir hasta Alaska. Sabemos que tienen una Trans-Plana en el cuartel general. ¡La atravesaremos y los obligaremos a que nos den lo que nos merecemos!
Mark hizo un gesto de preocupación: era obvio que esa gente carecía de estabilidad emocional. Había una energía salvaje en el auditorio, como si fuera un nido de víboras dispuestas a atacar. Fuera cual fuese la razón para diseminar ese virus, estaba muy claro lo que producía en las personas: las volvía locas y parecía que, a medida que se propagaba, el proceso se hacía más largo. Y si Asheville —la ciudad más grande que había sobrevivido en kilómetros a la redonda— realmente había levantado muros para mantenerse a salvo de la enfermedad, las cosas debían estar cada vez peor. Por lo tanto, lo último que necesitaban era una banda de soldados enfermos transitando por las calles. Y la Trans-Plana… Su cabeza seguía latiendo y vibrando con fuerza, y le resultaba difícil enhebrar las ideas. Sabía que debía pensar en Trina y en cómo recuperarla. ¿Pero qué hacer con todos esos datos que estaba dando? Bruce Le dio un codazo a Alec y le echó una mirada de impaciencia.
—Ya vamos, muchacho —susurró el hombre—. Nunca desperdicies una oportunidad de conseguir buena información. Luego iremos a buscar a nuestras amigas. Lo juro.
No estaba dispuesto a sacrificar a Trina por información. No después de lo que habían sufrido juntos. No podía esperar mucho tiempo más. La sala había quedado otra vez en silencio.
—Los miembros de la Coalición… Post… Catástrofe —pronunció Bruce con exagerada dicción y profundo rencor—. ¿Quiénes se creen que son? ¿Dioses? ¿Acaso pueden decidir borrar la mitad de la zona oriental del país así como así? Como si la CPC tuviera más derecho a vivir que el resto de la población.
Después de eso, sobrevino otra pausa prolongada y Mark ya no pudo resistir más: se arrastró alrededor de Alec y se asomó lentamente por encima de la silla. Bruce era un hombre grandote con una calva que brillaba bajo la luz mortecina. Tenía el rostro pálido y desaliñado, con barba de varios días. Los músculos de los brazos y de los hombros se destacaban por debajo de la camisa negra ajustada mientras permanecía de pie mirando el piso con las manos entrelazadas. Si no hubiera escuchado todo lo que Bruce acababa de decir, habría pensado que estaba orando.
—Amigos, no se sientan mal. No podíamos negarnos a hacer lo que nos pidieron —continuó Bruce alzando la vista lentamente para observar otra vez a su público cautivo—. No tuvimos opción. Utilizaron contra nosotros los mismos recursos que trataban de preservar. Nosotros también tenemos que comer, ¿no es cierto? No es nuestra culpa que el virus no resultara exactamente como esperaban. Lo único que podemos hacer es lo que venimos haciendo desde que las llamaradas solares cayeron sobre nosotros: pelear con uñas y dientes para sobrevivir. Darwin habló acerca de la supervivencia de los más aptos en la naturaleza. Bueno, la CPC está tratando de engañar a la naturaleza. Es hora de hacerles frente. ¡Sobreviviremos!
Otra ronda estridente de ovaciones, silbidos, aplausos y zapateos se extendió durante dos largos minutos. Mark retrocedió sigilosamente y se sentó junto a Alec: ahora más que nunca pensaba que había llegado la hora de marcharse. Estaba a punto de decir algo cuando la multitud enmudeció y la voz de Bruce envolvió la habitación como el siseo amplificado de una serpiente.
—Pero primero, amigos míos, necesito que hagan algo por mí. Tenemos dos espías al fondo del auditorio. Es muy probable que sean de la CPC. Los quiero vendados y amordazados en menos de treinta segundos.