Permanecieron en silencio durante un rato, escuchando la respiración agitada de Anton.
—No sé si podemos confiar demasiado en lo que ha dicho este tipo —dijo Alec después de unos minutos—. Pero estoy muy preocupado.
—Sí —repuso Mark con voz monótona. Le estallaba la cabeza y sentía un gran malestar en el estómago. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había estado tan exhausto.
Pero tenían que levantarse, salir de esa habitación y encontrar a Trina, a Lana y a Deedee.
Permaneció inmóvil.
—Muchacho, pareces un zombi —comentó Alec al voltear hacia él—. Y yo me siento de la misma manera.
—Sí —repitió Mark.
—Voy a decir algo que no te va a gustar, pero no hay discusión posible.
El muchacho enarcó las cejas y eso le consumió la poca energía que le quedaba.
—¿De qué hablas?
—Tenemos que dormir.
—Pero Trina… Lana… —de pronto no pudo recordar el nombre de la niña. Sintió que se había desatado un huracán dentro de su cabeza.
Alec se puso de pie.
—No vamos a hacerles ningún favor a nuestras amigas si estamos muertos de cansancio.
Trataremos de dormir un poquito. Tal vez una hora cada uno mientras el otro vigila. Anton dijo que sus compañeros estarían reunidos durante horas —concluyó. Al instante, se dirigió velozmente hasta la puerta, la cerró y puso el cerrojo—. Por las dudas.
Mark se acomodó de costado, subió lentamente las piernas al catre y cruzó los brazos debajo de la cabeza. Quería protestar, pero no logró proferir palabra.
—Yo haré la primera guardia… —comenzó a decir Alec pero Mark ya estaba dormido.
Los sueños lo asaltaron. Los recuerdos: más vividos que nunca. Como si la profundidad de su cansancio hubiera creado el mejor escenario para ellos.