Esta vez Mark no permitió que el pánico se apoderara de él, pero se quedó mudo. Estaba helado por dentro y tenía las manos resbaladizas por el sudor. Pensó que su cara también debía estar pálida, pero se obligó a mantener la calma mientras Alec se levantaba y caminaba siguiendo las huellas que habían encontrado. Con creciente desaliento, señaló más manchas de sangre por el sendero. No eran muchas, pero suficientes.
—Es difícil decir si se trata de una herida grave o leve. Yo he visto narices lanzar esta misma cantidad de sangre, pero también contemplé a un tipo al que le habían volado el brazo, que apenas perdió una gota. La explosión había cauterizado la herida con total limpieza.
—No me estás ayudando —balbuceó Mark.
—Perdóname, muchacho —repuso Alec—. Estoy tratando de decir que no creo que esto sea todo malo. Quien esté herido, debe haber recibido un corte feo, pero la gente sobrevive a pérdidas de sangre mucho peores que esta. Por lo menos nos servirá para seguirles el rastro.
Alec siguió adelante moviendo la cabeza de un lado a otro para estudiar toda la zona. Mark avanzó pegado a sus talones, haciendo un gran esfuerzo para no mirar las huellas de sangre.
No podía. No hasta que sus nervios se calmaran.
Esperaba que aquella no fuera una búsqueda inútil o, peor aún, una trampa.
—¿Hay algo más que nos asegure que son ellas? —preguntó.
El soldado se detuvo y se inclinó sobre un arbusto pisoteado para examinar la tierra.
—Basándome en las huellas, yo diría que es nuestro hermoso grupito el que pasó por aquí.
—Puedo ver las pisadas con mucha nitidez… —hizo una pausa y lanzó una mirada nerviosa hacia atrás.
—¿Y?
—Bueno… hace un rato que ya no veo a Deedee. Yo diría que, a partir de allí, alguien comenzó a llevarla en brazos.
—Entonces es posible que sea ella la que está herida —concluyó Mark, y de solo pensarlo se le fue el alma a los pies—. Quizá se cayó y… se lastimó la rodilla y nada más.
—Sí —respondió Alec distraído—. Pero la otra cosa es…
Mark nunca lo había visto vacilar tanto.
—¿Por qué no lo sueltas de una vez, hombre? ¿Qué pasa?
—Cuando atravesaron estos arbustos —dijo lentamente, como ignorando las palabras del joven—, está claro que iban corriendo. Y de manera desesperada. Están todos los indicios de que fue así: el largo de las pisadas, las ramas quebradas y los matorrales destrozados —sus ojos se encontraron—. Como si las estuvieran persiguiendo.
A Mark se le hizo un nudo en la garganta hasta que recordó algo:
—Pero acabas de decir que solo veías tres pares de pisadas. ¿Hay algún indicio de que alguien corriera tras ellas?
Alec alzó la vista y luego apuntó con la rama.
—¿Recuerdas que hay objetos voladores por estos lugares? Como si no tuvieran suficientes preocupaciones.
—¿No crees que nos habríamos enterado si un Berg hubiera descendido a toda velocidad persiguiendo a nuestras amigas montaña abajo?
—¿En medio de lo que pasamos? Tal vez no. De todos modos, pudo haber sido otra cosa y no un Berg.
—Sigamos adelante —dijo Mark después de echar otra mirada de cansancio hacia arriba.
Los dos continuaron por el sendero. Mark rogaba que no encontraran más sangre. O algo peor.
Las huellas del paso de Trina, Lana y Deedee continuaban a lo largo de un desfiladero extenso y profundo que se abría hacia un cañón casi oculto. Mark no había notado que la altura de las paredes del costado del camino iba en aumento, y como la pendiente era tan gradual, no percibió que descendían rápidamente. Además, estaban rodeados de bosques y enfrascados en la búsqueda de indicios y huellas de sus amigas. Después de atravesar una gran arboleda, se encontraron de inmediato en un espacio abierto bordeado por altas paredes de granito gris. Eran tan empinadas que la única vegetación que existía eran pequeñas matas diseminadas por la piedra.
Alec se detuvo y sacó el mapa.
—Es aquí —anunció y ambos se escondieron detrás del tronco de un grueso roble.
—¿En serio?
—Estoy prácticamente seguro de que este es el valle al cual volvía el Berg después de cada viaje.
Mark se asomó y examinó las paredes altas e inquietantes.
—Es un poco peligroso volar por este espacio, ¿no crees?
—Puede ser, pero también es perfecto para esconderte. Tiene que haber un área de aterrizaje en algún sitio cercano y también una entrada a lo que ellos consideran su casa. Yo sigo pensando que podría ser un viejo búnker del gobierno. Especialmente por estar tan cerca de Asheville: la ciudad se encuentra al otro lado del cañón.
—Sí —murmuró Mark distraído—. Y… ¿crees que es posible que las persiguieran hasta aquí? Me preocupa mucho que las hayan atrapado.
—Tal vez no. Lana sabía que deambular por las montañas buscándonos no sería fácil. Era mejor ir directamente hacia el lugar que era un obvio punto de encuentro. Aquí.
—¿Y entonces dónde están?
Alec no contestó: algo había llamado su atención.
—Es probable que los dos estemos en lo cierto —susurró unos segundos después en un tono perturbador.
—¿Qué pasa? —preguntó Mark, con creciente ansiedad.
—Mantente agachado y sígueme.
Se arrastró en cuatro patas fuera del escondite, con el cuerpo por debajo de la línea de arbustos y matorrales. Mark lo imitó y salió con él hacia el claro, seguro de que en cualquier momento aparecería un Berg sobre sus cabezas, volando a toda velocidad y disparando dardos.
Se mantuvieron en el sendero apenas perceptible por el que Mark supuso que Trina y sus dos compañeras habían transitado. Al principio pensó que quizá los Bergs aterrizaran en ese espacio despejado, pero no había señales de un sitio semejante y la vegetación era muy espesa.
Alec se abrió paso a través de los arbustos y se detuvo a los diez metros. Mark espió por un costado y divisó un sitio enorme donde los matorrales estaban pisoteados y aplastados. Supo de inmediato que se trataba de un signo evidente de pelea y se le oprimió el corazón.
—No —fue todo lo que pudo proferir.
—Tenías razón —comentó Alec, bajando aún más la cabeza—. No hay duda de que alguien las trajo hasta aquí. Mira, del otro lado los arbustos están destrozados. Como si veinte personas hubieran pasado por encima.
—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Mark tratando de diluir el terror que amenazaba con atacarlo otra vez—. ¿Regresamos y nos escondemos o vamos tras ellos?
—Baja la voz, muchacho, o también nos atraparán a nosotros.
—Volvamos —susurró Mark—, reorganicémonos y decidamos qué hacer —propuso.
Sentía el impulso de seguir el rastro, pero su lado más prudente le decía que primero debían pensarlo mejor.
—No tenemos tiempo para…
Un estruendo insoportable interrumpió las palabras de Alec. Un estridente sonido metálico atravesó el aire como si fuera un cañón. Mark se tendió sobre el vientre, casi esperando que las paredes de piedra se desplomaran encima de él.
—¿Qué fue eso? —preguntó.
Pero antes de que su amigo pudiera responderle, volvió el estallido ensordecedor. La tierra se sacudió y siguió temblando aun después de que cesara el ruido. La vibración era tan fuerte que hacía bailar los arbustos que los rodeaban. Los dos amigos se observaron mutuamente con una mezcla de asombro y confusión. El sonido agitó el aire una vez más y, de pronto, el terreno bajo sus pies comenzó a elevarse hacia el cielo.