21

Mark se despertó. No fue con un grito; no se incorporó de golpe ni jadeó: nada tan dramático como eso. Simplemente abrió los ojos y enseguida se dio cuenta de que estaban húmedos por las lágrimas y tenía la cara mojada. Ya había salido el sol, que brillaba con fuerza a través de los árboles.

La pared de agua.

Nunca lograría olvidar lo que había sido verla irrumpir por esas escaleras como si fuera una bestia viviente. Y el horror de contemplar cómo barría a la gente que encontraba a su paso.

—¿Estás bien?

Trina. Genial.

Se secó rápidamente los ojos y se volvió hacia ella esperando que no descubriera que había estado llorando a mares durante el sueño. Pero bastó una mirada para que esa esperanza se esfumara: parecía una madre preocupada.

—Humm, hola —murmuró incómodo—. Buen día, ¿cómo estás?

—Mark, no soy tonta: dime qué te pasa.

Trató de comunicarle con los ojos que no quería hablar del tema. Luego desvió la vista hacia Deedee, que se hallaba apoyada contra un árbol cercano quitándole la corteza a una rama.

Su expresión no era exactamente feliz, pero al menos la profunda tristeza había desaparecido. Ya era algo.

—¿Mark?

—Simplemente… tuve un mal sueño.

—¿Sobre qué?

—Tú sabes.

—Pero ¿qué parte? —comentó ella con el ceño fruncido—. Tal vez hablar te ayude.

—No lo creo —repuso con un suspiro y enseguida se dio cuenta de que no había sido muy amable: ella solo intentaba ayudarlo—. Fue justo antes de que apareciera el agua en esa explanada, cuando peleamos con esos aprendices de gángsters. Desperté en el momento en que comenzaba la parte mala —explicó. La parte mala; como si todo lo anterior hubiera sido sencillísimo.

—Ojalá pudieras dejar de soñar con eso —dijo Trina bajando la vista—. Logramos sobrevivir. Es lo único que importa. Tienes que encontrar la manera de dejar el pasado atrás —una expresión de disculpa cubrió su rostro—. Bueno, sé que es más fácil decirlo que hacerlo. Es que desearía que pudieras olvidarte de lo ocurrido. Eso es todo.

—Ya lo sé. Yo también.

Estiró la mano y le dio una palmada en la rodilla, lo cual resultaba estúpido en una situación como esa, pero Alec y Lana regresaban con agua fresca del arroyo.

—¿Cómo está? —preguntó el viejo a Trina, haciendo un ademán hacia la niña.

—Creo que muy bien. Todavía no se ha abierto mucho, pero parece sentirse cómoda a mi lado. Me imagino el terror que debe haber experimentado la pobrecita después de que la abandonaron.

La ira se agolpó nuevamente en el pecho de Mark.

¿Cómo pudieron hacer algo así? Lo que quiero decir es, ¿qué idiotas…?

Sí —dijo Trina—. Pero no lo sé. Ya sabes: en momentos de desesperación…

—¡Sí, pero ella no puede tener más de cinco años! —soltó en una combinación de grito y murmullo. No quería que Deedee escuchara, pero no había podido contenerse. Estaba furioso.

—Lo sé —comentó Trina con suavidad—. Lo sé.

Lana se acercó a ellos con mirada comprensiva.

—Es mejor que nos pongamos en camino —exclamó—. Dejemos las conversaciones para después.

El día era interminable para Mark. Preocupado por las indicaciones que había dado la niña, todavía sentía cierto recelo con respecto a los habitantes del pueblo de Deedee. Si la dirección que ella había indicado era correcta, eso significaba que ya debían estar cerca. No tenía motivos reales para temerles: eran personas iguales a todas, que huían de un ataque y de una enfermedad. Pero había algo siniestro en la forma en que Deedee se había referido a ellos. Y, en su mente, había quedado grabada la mirada enfurecida y acusadora de la niña al señalar la herida. Todo eso le causaba una gran perturbación.

Después de varias horas sin encontrar ningún rastro, se fue relajando gracias a la monotonía del trayecto. Atravesaron el bosque, cruzaron arroyos y se abrieron camino por la maleza. Entretanto, se preguntó si tenía sentido dirigirse a ese lugar que buscaban.

A media tarde hicieron una pausa para descansar. Comieron barras de cereal y bebieron agua de un río cercano. Mark no dejaba de pensar que al menos había algo que nunca les había faltado: muchas fuentes de agua.

—Ya estamos cerca —anunció Alec mientras comía—. Tendremos que ser más cautelosos, podría haber guardias rodeando el sitio. Estoy seguro de que mucha gente querría vivir en esa fortaleza. Apuesto a que está atestada de comida para emergencias.

—Lo nuestro ha sido una verdadera emergencia —masculló Lana—. Más vale que estas personas tengan buenas explicaciones que dar.

Alec dio un mordisco más y empujó la comida hacia un costado de la boca.

—Ese es el espíritu que estaba esperando.

—¿Acaso en el ejército no enseñan modales? —preguntó Trina—. Es igual de fácil dar un bocado después de hablar que justo antes de hacerlo.

Alec masticó su barra de granóla.

—¿En serio? —repuso. Entonces lanzó una carcajada estruendosa y una lluvia de trocitos de cereal salió volando de su boca. En unos segundos, la risa se había transformado en un rugido.

Luego se atragantó, recobró la compostura y volvió a reírse.

Era tan raro verlo comportarse de esa manera que, al principio, Mark no supo cómo reaccionar. Pero al instante se dejó contagiar por el buen humor y se echó a reír, pese a que ya había olvidado qué le había causado tanta gracia. Trina tenía una sonrisa en el rostro y Deedee reía con ganas. El sonido lo embargó de alegría y barrió la tristeza previa.

—Por la forma en que se ríen, parecería que alguien se echó un pedo —dijo Lana con expresión impávida.

El comentario desencadenó más ataques de risa que duraron varios minutos y cada vez que comenzaban a apagarse, Alec los volvía a encender con sus ruidos gaseosos. Mark se rio hasta que le dolió la cara. Entonces hizo esfuerzos para dejar de reír, lo cual solo logró tentarlo más.

Finalmente se fueron apaciguando y todo concluyó con un gran suspiro del ex soldado. A continuación, se puso de pie.

—Me siento como si pudiera correr treinta kilómetros sin detenerme —afirmó—. Ya es hora de continuar.

Mientras reanudaban la marcha, Mark descubrió que el sueño de la noche anterior parecía solo un recuerdo lejano.