Los aullidos no parecían humanos.
Al llegar a la cabaña tapiada, Trina retrocedió unos pasos y se volvió hacia Mark y Alec. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y, mientras permanecía frente a ellos respirando con fuerza, Mark pensó que nunca había visto a alguien tan triste. Aun después de todo el infierno que habían vivido.
—Sé que es terrible —exclamó ella por encima de los gritos del prisionero. Mark se dio cuenta de que se trataba de un hombre o de un chico, pero no podía decidir si era algún conocido. Los sonidos eran aterradores. El nos obligó a hacerlo. Dijo que si no, se cortaría las venas. Y desde entonces está cada vez peor. No sabemos por qué no se murió como los demás. Pero Lana se aseguró de que fuéramos muy cuidadosos desde el principio. Le preocupaba mucho la probabilidad de que algún virus contagioso quedara en libertad. Apenas comenzó a enfermarse más gente, nos puso en cuarentena. Todo sucedió muy rápido.
Mark estaba perplejo. Abrió la boca para hacer una pregunta, pero volvió a cerrarla sin decir nada. Tal vez ya sabía la respuesta.
—Es Darnell el que está allí adentro, ¿no? —inquirió Alec en su lugar.
—Sí —dijo Trina y un nuevo torrente de lágrimas se derramó por su rostro. Mark habría querido abrazarla y quedarse con ella el resto del día y toda la noche. Pero en ese instante no tenía más que palabras.
—Está bien, Trina. Ambas hicieron lo correcto. Como dijo Lana, Darnell sabía que lo habían infectado. Todos tenemos que ser muy cautelosos hasta que estemos seguros de que este virus ha dejado de propagarse.
A través de las grietas de la pared se filtraron nuevos gritos. Parecía que Darnell se estaba desgarrando la garganta y Mark deseó poder taparse los oídos.
—¡Mi cabeza! —exclamó de pronto, con dolorosa desesperación.
Mark giró violentamente y clavó los ojos en la cabaña. Era la primera vez que Darnell utilizaba palabras inteligibles. Sin poder contenerse, corrió hacia una ventana que tenía un hueco de unos cinco centímetros entre los tablones.
—¡Mark! —gritó Alec—. ¡Vuelve acá!
—No te preocupes. No voy a tocar nada.
—No me voy a poner nada contento si pescas alguna horrenda enfermedad. Te lo aseguro.
—Solo quiero ver a mi amigo —dijo echándole una mirada tranquilizadora. Oprimió con fuerza la tela contra la nariz y levantó las cejas.
Alec lanzó un gruñido y desvió la vista. Trina lo miró fijamente, desgarrada entre detenerlo o unirse a él.
—Quédate donde estás —le dijo antes de que pudiera moverse. Aunque la máscara le ahogaba la voz, ella lo escuchó claramente. Tras un leve asentimiento, bajó la mirada al suelo.
Mark se quedó observando el hueco de la ventana. El griterío había cesado, pero podía escuchar los débiles quejidos de Darnell repitiendo esas dos palabras cada dos segundos:
—Mi cabeza, mi cabeza, mi cabeza.
Dio un paso hacia adelante y luego otro más. Ahora la rendija estaba a pocos centímetros de su cara. Sujetó mejor la tela detrás del cuello para asegurarse de que la boca y la nariz estuvieran totalmente cubiertas. Después, se inclinó y espió el interior.
Los últimos rayos del sol rasgaban el piso sucio, pero la mayor parte de la habitación estaba en penumbra. En una mancha de luz distinguió las piernas de Darnell, apretadas firmemente contra su cuerpo, pero su rostro estaba oculto. En apariencia, tenía la cabeza hundida entre sus brazos.
Continuaron los balbuceos y los quejidos. Tiritaba de la cabeza a los pies, como si estuviera atrapado en medio de un temporal.
—¿Darnell? —exclamó—. Soy yo… Mark. Viejo, sé que sufriste mucho. Lo… lamento muchísimo. ¿Sabes? Atrapamos a los malditos que te hicieron esto. Les estrellamos el Berg.
Su amigo no respondió: permaneció en las sombras, temblando, gimiendo mientras balbuceaba las mismas dos palabras: mi cabeza, mi cabeza, mi cabeza…
Mark sintió que sus tripas caían en picada hacia un lugar oscuro dejándolo vacío por dentro.
Había visto mucho terror y mucha muerte, pero contemplar a su amigo sufriendo en soledad… lo aniquiló. Especialmente porque no tenía ningún sentido, era algo innecesario. ¿Por qué alguien haría algo así a los demás después de todo el dolor que el mundo había padecido? ¿La vida no era ya suficientemente atroz?
Una furia repentina lo envolvió. Golpeó la pared dura de la choza con los puños y le sangraron los nudillos. Esperaba que un día alguien pagara por todo eso.
—¿Darnell? —lo llamó otra vez. Tenía que decir algo que aliviara la situación—. Quizá… quizá eres más fuerte que los demás y por eso estás vivo. Resiste, viejo. Sé paciente. Vas a… —eran palabras vacías. Sintió que le estaba mintiendo a su amigo—. De todos modos, el sargento y yo, Trina, Lana… vamos a arreglar las cosas, de alguna forma. Tú solo tienes que…
De repente, el cuerpo de Darnell se puso rígido, estiró las piernas y los brazos colgaron tiesos a los costados. De su garganta devastada, brotó otro aullido peor que los anteriores, como el rugido de un animal furioso. Sorprendido, Mark retrocedió de un salto, pero al instante volvió a inclinarse sobre la ventana, con el ojo lo más pegado posible al orificio, pero sin tocarlo. Darnell había rodado hasta el centro del recinto. Su rostro había quedado completamente a la vista bajo un rayo de luz y no cesaba de temblar.
La sangre le cubría la frente, las mejillas, el mentón y el cuello; le pegoteaba el pelo; goteaba de los ojos y de los oídos, y se escapaba de los labios. Finalmente, el chico logró controlar los brazos y se presionó los costados de la cabeza retorciendo las manos como si deseara desenroscar de su cuello el sufrimiento. Y los alaridos no se detenían, interrumpidos solamente por las dos únicas palabras que parecía recordar:
—¡Mi cabeza! ¡Mi cabeza! ¡Mi cabeza!
—Darnell —susurró Mark, aunque sabía que ya no había manera de hablar con su amigo. A pesar de lo culpable que se sentía, sabía que no podía entrar en la choza e intentar ayudarlo. Sería una reverenda estupidez.
—¡Mi cabeeeeeeeza! —gritó Darnell en un gemido feroz e interminable que hizo retroceder a Mark nuevamente. No se creía capaz de seguir contemplando esa agonía.
Se escuchó ruido en el interior de la choza, como de pies que se arrastraban. A continuación, un golpe pesado y profundo contra la puerta. Luego otro y otro.
Pum. Pum. Pum.
Mark cerró los ojos. Sabía qué eran esos golpes espantosos. De pronto apareció Trina, lo atrajo entre sus brazos y lo apretó con fuerza mientras el llanto lo hacía temblar. Alec protestó, pero sin mucho entusiasmo. Ya era demasiado tarde.
Sonaron unos cuantos golpes más y luego un último grito persistente y prolongado que terminó en un estallido húmedo atravesado por un gorgoteo. Después, Darnell se desplomó en el suelo con una sonora exhalación.
Aunque estaba avergonzado de sí mismo, en ese momento de quietud Mark se sintió aliviado de que la tortura finalmente hubiera llegado a su fin… y de que no hubiera sido Trina.