Capítulo 85

Una vez vimos relámpagos. El cielo estaba tan negro que el día parecía la noche. Empezó a diluviar y oí truenos a la distancia. Creí que no avanzarían. Pero se levantó el viento, arrojando la lluvia en todas la direcciones. Justo después, un latigazo blanco bajó con un estrépito del cielo y perforó el agua. Cayó a cierta distancia del bote salvavidas, pero el efecto fue perfectamente visible. El agua estaba atravesada de lo que parecían raíces blancas. Durante un instante, un árbol celestial inmenso se elevó en medio del océano. Jamás me hubiera imaginado algo así, un relámpago en medio del mar. El trueno que lo siguió fue tremendo. El destello fue increíblemente intenso. Volví hacia Richard Parker y dije:

—Mira, Richard Parker, un relámpago. En seguida vi su opinión al respecto. Estaba aplastado contra el fondo del bote salvavidas con las patas despatarradas y temblando como una hoja.

Yo experimenté el efecto contrario. Me sirvió para sacarme de mi forma de actuar mortal y limitada y elevarme a un estado de asombro exaltado.

De repente, un relámpago cayó más cerca. Tal vez estuviera destinado a nosotros. Acabábamos de bajar de la cresta de un oleaje cuando el relámpago le dio de lleno. Hubo una explosión de aire y agua caliente. Durante dos, quizá tres segundos, un fragmento de vidrio blanco y cegador de una ventana cósmica rota bailó en el cielo, incorpóreo y poderosamente abrumador. Diez mil trompetas y veinte mil tambores jamás conseguirían causar el estruendo de ese relámpago: fue decididamente ensordecedor. El mar se tornó blanco y desvaneció todo su color. Todo se convirtió en pura luz blanca y pura sombra negra. Más que iluminar, la luz penetró. Con la misma velocidad con que había aparecido, el relámpago desapareció, antes incluso de que el chorro de agua caliente acabara de caer encima de nosotros. El oleaje escarmentado recuperó su color negro y siguió su camino con indiferencia.

Yo me quedé estupefacto, de una pieza, gracias a Dios. Pero no sentí ningún miedo.

—Alabado sea Alá, Señor del Universo, el Compasivo, el Misericordioso, Dueño del Día del Juicio —mascullé.

Y a Richard Parker, grité:

—¡Deja de temblar! Esto es un milagro. Es un arrebato de divinidad. Es… Es…

No pude describir qué era, aquella cosa tan inmensa y fantástica. Me quedé sin aliento y sin palabras. Me dejé caer hacia atrás encima de la lona con los brazos y las piernas extendidos. La lluvia me heló hasta los huesos. Pero estaba sonriendo. Recuerdo ese roce con la electrocución y las quemaduras de tercer grado como una de las pocas veces durante toda mi odisea en la que sentí auténtica felicidad.

En los momentos de asombro, es fácil evitar los pensamientos nimios y ponderar los pensamientos que abarcan el universo entero, que captan tanto los truenos como los tintineos, lo grueso y lo delgado, lo cercano y lo lejano.