Si hubiera podido pedir un deseo, aparte de que me rescataran, hubiera pedido un libro. Un libro largo que contara una historia interminable. Un libro que pudiera leer una y otra vez, con nuevos ojos y una interpretación fresca cada vez. Muy a pesar mío, el bote salvavidas no estaba provisto de semejante escritura. Parecía un Arjuna desconsolado en una cuadriga destrozada sin el beneficio de las palabras de Krishna. La primera vez que encontré una Biblia en la mesita de noche en un hotel en Canadá, rompí a llorar. Al día siguiente mandé una aportación a los Gedeones instándolos a difundir el ámbito de su actividad a todos los lugares donde pernoctaran los viajeros extenuados, no sólo a las habitaciones de hoteles, y que en lugar de limitarse a dejar la Biblia, proporcionaran otras escrituras sagradas también. No se me ocurre mejor manera de diseminar la fe. Nada tiene que ver con aquellos que braman desde los púlpitos, ni con las condenas impuestas por las iglesias malas, ni con la presión que ejerce el grupo paritario; se trata meramente de un libro de Escrituras aguardando con paciencia a saludar a aquel que lo coge, igual de dulce y poderoso que el beso en la mejilla de una niña pequeña. ¡Lo que hubiera dado por una buena novela! Pero sólo tenía el manual de supervivencia, que leí unas diez mil veces en el curso de mi vivencia.
Llevé un diario. Cuesta mucho de leer. Escribí con una letra minúscula porque temía quedarme sin páginas. No tiene mucho secreto, sólo palabras garabateadas encima de hojas que pretenden captar una realidad que me abrumaba. Empecé a escribir más o menos una semana después de que se hundiera el Tsimtsum. Hasta entonces había estado demasiado ocupado y turbado. Las anotaciones no llevan fecha ni número. Lo que más me llama la atención es la forma de plasmar el tiempo. Aparecen días, semanas enteras en una sola página. El diario describe todas las cosas que uno se pueda imaginar: los acontecimientos que viví y cómo me sentí, lo que pescaba y lo que no, el estado del mar y el tiempo, los problemas y las soluciones, Richard Parker. Cosas muy prácticas.