Capítulo 32

Son muchos los casos de animales que llegan a acuerdos de convivencia sorprendentes. Todos ellos ilustran el equivalente animal del antropomorfismo: el zoomorfismo, en el que el animal supone que un ser humano, u otro animal, pertenece a su propia especie.

El caso más conocido es también el más común: el perro de compañía, que tanto ha asimilado a los humanos dentro del reino canino que hasta quiere copular con ellos, un hecho que puede corroborar cualquier propietario de perro que haya tenido que sacar a su can apasionado de la pierna de una visita abochornada.

El agutí dorado y la paca moteada se llevaban muy bien. Cada día se acurrucaban y dormían felizmente juntos hasta que alguien decidió hacerse con el primero.

Ya he mencionado nuestra manada de rinocerontes y cabras, y el caso de los leones de circo.

Hay historias ratificadas de marineros que, creyendo que iban a morir ahogados, se han visto empujados hasta la superficie y sostenidos allí por grupos de delfines. Es una forma característica de estos cetáceos de ayudarse mutuamente.

En la bibliografía se menciona el caso de la relación amistosa que se dio entre un armiño y una rata. Entre tanto, las otras ratas presentadas al armiño perecían devoradas de acuerdo con el natural característico de los armiños.

Nosotros también tuvimos un caso de postergación insólita en una relación predador-presa. Hubo un ratón que convivió durante varias semanas con las víboras. Mientras que los otros ratones que depositábamos en el terrario desaparecían en menos de cuarenta y ocho horas, este pequeño Matusalén marrón se construyó un nido, almacenó los granos que le dimos en sus diversos escondites y correteó por el terrario a plena vista de las serpientes. No dábamos crédito a nuestros ojos. Pusimos un cartel para que los visitantes pudieran ser testigos del prodigio. Finalmente, encontró la muerte de una forma muy curiosa: lo mordió una de las víboras más jóvenes. ¿No estaba al corriente del estatus especial del ratoncito? ¿No estaba socializada con él, quizá? Fuera cual fuese el motivo, el ratón fue mordido por una víbora joven pero la devoró, y al instante además, una víbora adulta. Si hubo un hechizo, fue roto por la víbora pequeña. Tras este portento, las aguas volvieron a su cauce. Todos los ratones posteriores desaparecieron por las tragaderas de las víboras al ritmo habitual.

Como bien saben los del gremio, a veces se utilizan perras para que ejerzan de madres adoptivas de los cachorros de león. Aunque los cachorros acaban siendo mucho más grandes e infinitamente más peligrosos que su madre suplente, nunca le crean problemas y ella nunca pierde su temple apacible ni su sentimiento de autoridad sobre su camada. Hay que poner carteles para los visitantes explicándoles que el perro no es un alimento vivo que hayamos arrojado a los leones (igual que tuvimos que poner carteles señalando que los rinocerontes son herbívoros y no comen carne de cabra).

¿Cómo se explica el zoomorfismo? ¿Será que un rinoceronte no sabe distinguir entre grande y pequeño, una piel dura y una piel suave? ¿El delfín no tiene claro lo que es un delfín? Creo la respuesta está en algo que he mencionado antes: ese grado de locura que hace que la vida discurra de forma inescrutable, y que a la vez sea precisamente lo que la salve. El agutí dorado, igual que el rinoceronte, precisaba compañía. Los leones de circo no quieren saber que su líder es un alfeñique humano; la ficción les garantiza un bienestar social y evita la anarquía violenta. En cuanto a los cachorros de león, seguro que se llevarían un susto de muerte si supieran que su madre es una perra, pues querría decir que son huérfanos, la peor condición imaginable para cualquier vida nueva de sangre caliente. Estoy convencido de que hasta la víbora adulta, mientras engullía el ratoncito, debió de sentir una punzada de remordimiento en su mente subdesarrollada, una sospecha de que acababa de perderse algo grande, algo que quedaba a apenas un salto imaginativo de la realidad cruda y solitaria de una serpiente.