Unos días después del encuentro en el paseo marítimo me armé de valor y fui a ver a mi padre en su despacho.
—Papá.
—Dime, Piscine.
—Quiero ser bautizado y quiero una alfombra de oración.
Mis palabras tardaron un poco en penetrar. Levantó la vista de sus papeles después de varios segundos.
—¿Una qué? ¿Cómo?
—Me gustaría poder rezar fuera sin que se me ensucien los pantalones. Y resulta que voy a una escuela cristiana sin haber recibido el debido bautizo de Cristo.
—¿Y por qué quieres salir fuera a rezar? De hecho, ¿por qué quieres rezar en cualquier parte?
—Porque amo a Dios.
—Ya.
Mi respuesta pareció sorprenderlo, y casi se violentó. Hubo un silencio. Creí que iba a ofrecerme otro helado.
—Vamos a ver, hijo. El Pétit Seminaire es cristiano sólo de nombre. Muchos de tus compañeros son hindúes, no cristianos. Vas a recibir la misma educación con o sin bautizo, créeme. Y tus oraciones a Alá tampoco van a cambiar nada.
—Pero quiero rezar a Alá. Quiero ser cristiano.
—No puedes ser ambas cosas. O eres cristiano o eres musulmán.
—¿Y por qué no puedo ser ambas cosas?
—¡Son religiones separadas! No tienen nada que ver.
—¡Según ellos, no! Los dos afirman que Abraham es suyo. Los musulmanes dicen que el Dios de los hebreos y cristianos es el mismo que el Dios de los musulmanes. Reconocen a David, Moisés y Jesús como profetas.
—Es que no entiendo qué tiene que ver todo esto con nosotros, Piscine. ¡Somos indios!
—¡Hace siglos que existe el cristianismo y el Islam en la India! Hay quienes afirman que Jesús está enterrado en Cachemira.
Mi padre no contestó. Se me quedó mirando con el ceño fruncido. De repente, el negocio lo llamaba.
—Mira, habla con tu madre, ¿de acuerdo?
Mi madre estaba leyendo.
—¿Mamá?
—Sí, cariño.
—Quiero ser bautizado y quiero una alfombra de oración.
—Ve a hablar con tu padre.
—Ya lo he intentado. Me ha dicho que hable contigo.
—¿Ah, sí?
Dejó el libro. Miró por la ventana hacia el zoológico. En ese instante, estoy seguro de que padre notó un soplo de aire gélido en la nuca. Mamá se volvió hacia la estantería.
—Mira, tengo un libro que te va a gustar mucho.
Ya tenía el brazo extendido, a punto de coger un libro. Era de Robert Louis Stevenson. Siempre empleaba la misma táctica.
—Ya lo he leído, mamá. Tres veces.
—Bueno, pues… —dijo, moviendo el brazo hacia la izquierda.
—Y a Conan Doyle también.
Movió el brazo hacia la derecha.
—¿Y a R. K. Narayan? No puedes haber leído su obra entera.
—Mamá, este tema me importa mucho.
—¡Robinson Crusoe!
—¡Mamá!
—¡Ay, Piscine! —dijo.
Se reclinó en el sillón, y me miró con una expresión que me indicaba que pensaba seguir el camino más fácil. Eso quería decir que yo tendría que luchar duro en las partes más críticas. Mi madre colocó bien un cojín a su espalda.
—Para tu padre y para mí, este fervor religioso es un misterio.
—Es que es un Misterio.
—Bueno, no lo decía en ese sentido. Escúchame, cariño, si quieres ser religioso, tendrás que decidir si quieres ser hindú, cristiano o musulmán. Ya oíste lo que te dijeron en el paseo marítimo.
—Es que no entiendo por qué no puedo ser las tres cosas. Mamaji tiene dos pasaportes. Es indio y francés. ¿Por qué no puedo ser hindú, cristiano y musulmán?
—No tiene nada que ver. Francia e India son naciones en la tierra.
—¿Y cuántas naciones hay en el cielo?
Tardó un poco en responder.
—Una. Ahí está. Una nación, un pasaporte.
—¿Que sólo hay una nación en el cielo?
—Sí, o ninguna. Ésa es otra opción, sabes. ¡Mira que tú también te has ido a meter en unos asuntos más anticuados!
—Si sólo hay una nación en el cielo, todos los pasaportes deberían ser válidos, ¿no?
Se le nubló la cara de incertidumbre.
—Bapu Gandhi dijo que…
—Ya sé lo que dijo Bapu Gandhi —dijo, llevando una mano a la frente.
Parecía realmente extenuada.
—¡Madre mía! —dijo.