Su casa es un templo. En la entrada hay un cuadro enmarcado del dios Ganesha, el de la cabeza de elefante. Está sentado mirando hacia fuera, sonriente y con la panza redonda y rosada. Tres de sus manos sujetan objetos diversos y la cuarta está extendida a modo de bendición y recibimiento. Es el dios supresor de los obstáculos, el dios de la buena suerte, el dios de la sabiduría, el patrono del aprendizaje. Es de lo más simpático; me hace sonreír. A sus pies se encuentra una rata atenta, su vehículo. Porque cuando el dios Ganesha se desplaza, viaja encima de una rata. En la pared de delante, hay una sencilla cruz de madera.
En la sala, en una mesa al lado del sofá, veo un pequeño cuadro enmarcado de la Virgen María de Guadalupe, vestida con un manto abierto del que cae una cascada de flores. A su lado, una foto de la Kaaba, la piedra negra, el santuario más venerado del Islam, rodeada por un remolino de decenas de miles de fieles. Encima del televisor, hay una estatua de latón de Siva en su calidad de Nataraja, el dios cósmico del baile que controla los movimientos del universo y el paso del tiempo. Baila sobre el demonio de la ignorancia, los cuatro brazos extendidos haciendo un gesto coreografiado, con un pie apoyado sobre la espalda del demonio y el otro suspendido en el aire. En cuanto Nataraja baje este pie, dicen que el tiempo de detendrá.
En la cocina hay una hornacina, empotrada en un armario. Ha cambiado la puerta por un arco calado. El arco oculta parte de la bombilla amarilla que ilumina su pequeño sagrario por las noches. Hay dos cuadros detrás de un pequeño altar: a un lado, otro Ganesha, y en el centro, en un marco más grande, está Krishna, con la piel azul, sonriente y tocando la flauta. Ambos tienen marcas de polvos amarillos y rojos en la parte del vidrio que les tapa la frente. Encima del altar hay un platito de cobre que contiene tres murtis, representaciones, de plata. Él me las identifica con el dedo: Lakshmi; Shakti, la diosa madre, en forma de Parvati; y Krishna, esta vez de bebé, gateando y juguetón. Entre las diosas ha colocado una escultura de piedra de la diosa Siva yoni linga, que parece un aguacate cortado por la mitad con una especie de tocón fálico que brota del centro, un símbolo hindú que representa las energías masculinas y femeninas del universo. A un lado del platito hay una pequeña caracola en un pedestal. Al otro, una campanilla de plata. Ha esparcido unos granos de arroz por todo el sagrario, y hay una flor a punto de marchitarse. La mayoría de estos objetos están manchados con salpicaduras de color rojo y amarillo.
En el estante inferior hay varios artículos de devoción: una taza llena de agua; una cuchara de cobre; una lámpara con la mecha enrollada en aceite; unos bastoncillos de incienso, y tazones pequeños llenos de polvos rojos y amarillos, arroz y terrones de azúcar.
En el comedor hay otra Virgen María.
En la planta superior está su despacho. Al lado del ordenador hay un Ganesha de latón sentado con las piernas cruzadas. En la pared ha colgado un crucifijo de Brasil y en una esquina hay una alfombra de oración de color verde. El Cristo es expresivo. Sufre. La alfombra de oración está en un lugar despejado. A su lado, en un atril bajo, hay un libro tapado con una tela. En el centro de la tela hay una sola palabra meticulosamente bordada y escrita en árabe. Está formada por cuatro letras: una alif, dos lams y una ha. La palabra Dios en árabe.
El libro en su mesita de noche es una Biblia.